Después de ese golpe en mi cabeza, a través de la luz encontré con mi otro yo, un poco más viejo que yo. Pero aun así revisable; con un solo gesto señalo, una piedra que exponía cual era mi deber en ese futuro lejano de mi presente, mi deber era matar al ser más supremo del mundo. Mi otro yo, me dirigió en el camino hacia un túnel; con una arma única, al final del corredor me encontraba yo con el gobernador con un sola bala, recto al corazón, ese lapso, oí las alarmas y mi yo recogió el arma.