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-¿Podemos hablar? -Siempre hemos podido, pero casi nunca lo hacemos. Me di media vuelta dispuesta a marcharme, no necesitaba que me dijera una vez más que me quería lejos, estaba harta de la situación. Pero al parecer ella no estaba dispuesta a dejarme ir, me agarró de la mano y me tiró, no con fuerza, fue el roce de su piel el que me impidió avanzar. Al parecer aún conocía todas las formas de manipularme. -Sé que dijimos que no hablaríamos más de eso, pero… -Tú dijiste que no hablaríamos, dijiste que nada había pasado. Me aclaraste que no querías toparte conmigo y he intentado alejarme. No sé qué más puede quedar por decir. -Lo siento. Pude escuchar el aire salir de su pecho. Su mano se deslizó hasta entrelazar sus dedos con los míos, me jaló suave para que la siguiera y no pronunció una sola palabra más. No dije nada, dejé al silencio reinar mientras me guiaba, aún estaba desconcertada por la cercanía con la que me trataba de pronto ¿Había olvidado ya las últimas semanas? Nos detuvimos detrás de un pequeño negocio que antes nos gustaba frecuentar. A aquella hora del día no había demasiada gente y justo a un costado había un enorme árbol que nos daba bastante privacidad. Yo la seguía mirando, no podía descifrar esos ojos pardos que tanto me atontaban. Los había visto tantas veces, pero nunca habían tenido un aire tan misterioso e indeciso. Estaba nerviosa, eso sí se notaba, tenía claro que nada podría ser peor de lo que ya era, pero aun así me costaba mantener la compostura ante la incertidumbre. -¿Qué hacemos aquí? No podía aguantar más la tensión, tuve que preguntarle. Parecía preocupada, como si algo pudiese salir muy mal y no se decidiera a correr el riesgo. Se rascó la mano de manera compulsiva, posiblemente utilizándolo como una excusa para por fin soltarme. -Kate, dime. Nada de lo que me digas ahora puede ser peor de lo que me has dicho todo este tiempo. Ya no tengo nada que perder. -Yo… El tiempo parecía ir mucho más lento de lo normal. Podrían haber sido milésimas de segundos, pero el espacio entre esa palabra y el resto de la frase se me hizo increíblemente largo. Incluso cuando la concluyó no pude creer lo que oía, debía de haber dicho algo más entremedio, que hiciera que nada calzara. -… Te quiero. -¿Estaba completamente loca? No eran las palabras que alguien decía luego de romperle el corazón a otro, de insultarlo, humillarlo y reírse en su cara. - ¡¿Qué?! Pero, tú, me dijiste claramente que no eras… “como yo”. Dijiste que yo te forcé, que ese beso no significó nada…que… -Sé lo que dije. Tenía miedo de enfrentarlo… Es probable que no lo entiendas porque tú eres más fuerte que yo. Nunca me había pasado con nadie, no me gusta ser débil, lo único que me queda es aparentar que no lo soy. No me gusta admitir que cuando estás cerca no soy coherente, ni que me estremece el contacto con tu piel, un simple saludo, una mirada… No pude seguir refutando. Porque cuando quise abrir la boca ella selló mis labios con un beso, uno dulce y seguro, no como el primero, si no mucho mejor. Parecía que la puerta de la calle se había quedado abierta otra vez. Sin sentir que ninguna llave entrara en la cerradura, un portazo interrumpió mi profundo sueño. Me sobresalté. No era la primera vez que pasaba esa semana, se estaba volviendo un evento recurrente y no hacía más que ponerme la piel de gallina. Mantuve los ojos abiertos y esperé en silencio por aquella aparición. Un aire helado se coló por la ventana, me hizo daño al entrar por la nariz y se atrevió a recorrer mi espina en forma de escalofrío. Temblé. Sabía lo que venía y que no podía hacer nada para evitarlo. Las luces parecieron titilar bajo la ranura de mi puerta, pero mi miedo era más grande que mi percepción y probablemente se estuviera alimentando de lo que encontrara para crecer aún más. Quería gritar. Quería correr. Estaba completamente paralizada aferrándome a las sábanas, como si pudieran salvarme de lo inevitable, como si justo esa noche lograra existir algún tipo de divinidad que escuchara mis plegarias y se apiadara de mi destino. Pero no, una parte de mi mente ya había comprendido que no existía un dios y, si lo había, no era piadoso ni bueno. Era una niña, pero no por eso estúpida. Tenía más que claro que la justicia no había sido hecha para existir en este mundo, para aplicarse a mí. Y es que, por mucho terror que sintiera, no podía dejar de sentir que era injusto, sabía que no lo merecía, que nunca había herido a alguien, nunca había deseado el mal ¿Entonces, cuál era mi crimen? Los escalones comenzaron a crujir. Estaba perdida. El sudor frío cubrió mi cuerpo en cosa de segundos y se mezcló con la única lágrima que escapó de mis ojos, todo mi cuerpo dolía, todo mi ser hubiese deseado desaparecer en ese instante ¿Por qué no simplemente moría? Un paso tras otro, cada vez más cerca “¡Por favor, déjame despertar! Dime que no es real…” Nunca dejé de suplicar. La perilla de mi puerta giró. Primero la luz irrumpió en mi cuarto como una línea y luego logró expandirse hasta iluminar mi rostro, pálido por el miedo, húmedo por el sudor. Eso era todo, sabía que una vez que me viera ya no habría vuelta atrás, me sometería a su ira y no se cansaría de mi sufrimiento hasta haber apagado el suyo. Cerré los ojos en un intento desesperado de que todo se desvaneciese cuando los abriera, pero no fue así, nunca lo fue. - - Papá… Murmuré casi sin despegar los labios. Era una súplica, era mi voz quebrada por el dolor, pero él jamás lo hubiese notado, jamás se hubiese detenido. Respiró profundo y reunió energías. No podía sentir los brazos, mucho menos las piernas, todo su cuerpo estaba entumecido por el dolor, por la caída. Un montón de rocas se habían encargado de destrozar su piel y agujerear su orgullo. Después de todo había sido eso lo que lo dejó en aquella situación, su orgullo y la incapacidad de pensar antes de hablar, esa bendita facultad de su boca de expresar cada uno de sus ingenuos y testarudos pensamientos. Hacía rato que sus hermanos habían sufrido lo mismo que él, asaltados por sus más oscuros deseos, aquellos que no eran inherentes a su naturaleza; habían desafiado a aquel que jamás debe ser cuestionado. Aquel cuya ira nadie quiere sufrir, que incluso las pequeñas y ordinarias criaturas saben que deben temer y respetar. Pero no es así cuando eres de los seres más cercanos a él, no. Te llegas a sentir poderoso, como si tuvieras el mismo derecho que su majestad a ejercer soberanía frente a la creación. Siempre podrías obtener poder y más poder, solo tendrías que ser cuidadoso para no ser descubierto. O eso te hacen pensar, él siempre lo sabe todo. Con esfuerzo logró sentarse y comenzó a limpiar sus heridas. Jamás había imaginado el sentido del dolor, y no sólo con respecto a su propósito, sino a la sensación en sí. Era algo verdaderamente insoportable, su cuerpo no parecía haber sido hecho para aguantarlo, para estar en la tierra. Al contrario, había sido diseñado para cumplir simples funciones allá arriba. Ahora estaba reducido a un común mortal, y aún peor, estaba condenado a recordar que alguna vez fue más que eso. Dobló su brazo para intentar alcanzar su espalda, pero lo único que encontró al recorrerla fueron dos muñones un poco más abajo de los omóplatos, dos protuberancias que al tocar hacían que su sangre hirviera ¡Maldito Dios! No bastaba con lanzarlo al mismísimo infierno, tenía que hacerle sentir el dolor físico y el que trae el orgullo destrozado ¿Cómo vivir entre criaturas inferiores? ¿Cómo asumir que nunca más recuperarás la grandeza? Era su culpa y lo sabía, pero el saberlo no le evitaba maldecirlo a Él, su destino, su suerte. Su racionalidad había sido reemplazada por algo más fuerte, como si ese hubiese sido el precio a pagar por sus ansias de poder. Lo peor era que aún las sentía, quería dominar a los pueblos, obligarlos a pelear entre sí y divertirse viendo cómo se mataban esas estúpidas criaturas. Quería que los demás ángeles le sirvieran, se arrodillaran ante su presencia y lo deleitaran con su música. A pesar de nunca haberlo sentido, buscaba el placer de la forma más banal posible. Las heridas comenzaron a sanarse, aunque en su estómago se mantenía el vértigo y el miedo de su descenso. Poco a poco parecía recomponerse y ponerse de pie ya no le resultaba tan difícil, sabía que los restos de sus alas le seguirían doliendo, solo le quedaba acostumbrarse. Se visualizó desnudo ante aquel arenoso terreno y por primera vez en su existencia se sintió diminuto, sobre su cuerpo pesaba el poderío del creador y su sumisión ante él parecía inevitable. Volvió a respirar ¡Qué doloroso e incómodo era todo aquello! - ¿Necesitas ayuda Gamaliel? - Kerael, Tú… ¿Tú también? - No te sorprendas, encontrarás muchos de tus hermanos esparcidos por esta tierra. No es fácil evitar que la tentación crezca dentro tuyo y, por mucho que te inciten, eres el único responsable de tus actos. - ¿Cómo has sobrevivido? Esto parece ser horrible - Lo es. No queda otra opción, algunos soñamos con encontrar la redención. Otros muchos han ido en busca de lo que les basta a los humanos, creen que podrán vivir como ellos y olvidar su naturaleza. Yo me quedo aquí, vigilando por si algún hermano sufre la misma suerte, mi misión es enviarlos al refugio hasta que sanen sus heridas. - Ya veo…pero, ¿Crees que sea posible olvidar lo que alguna vez fuimos? - No puedo asegurar nada, pero aquí cada uno se aferra a su verdad e intenta valerse por sus medios. Después de todo has conseguido lo que querías, libre albedrío. - Claro…Libre albedrío Libertad ¿Era eso lo que realmente había buscado? Quizás nunca había querido esas cosas superficiales a las que se aferran los humanos. Tal vez no estaba buscando la adoración de sus pares ni el entretenimiento vacío a costa de las muertes de inocentes. No, lo que realmente quería era la posibilidad de tener aquellos pensamientos impuros sin ser castigado. Quería poder equivocarse e intentar remediarlo, quería ser avaro y luego generoso, pedante y luego humilde. Pero tuvo que sufrir para cumplir sus añoranzas…Si el escarmiento cumplía su deseo ¿Era entonces realmente una condena? Después de todo Él no era un tirano, ni con los mortales ni con los celestiales. No puedo recordar cuándo fue la última vez que me dijiste que viera la luna. La última vez que salí al balcón ignorando el frío de la noche para contemplarla. La última que nos lamentamos el no tener forma de inmortalizarla. Y, como aquella noche de luna llena, no pudimos evitar que el momento se desvaneciera. Que el amor menguara para no volver a ser visible en nuestras ventanas, impidiéndome volver a mirar la noche con aquella expectante e ingenua fascinación. Llevándose consigo algo más que aquel hermoso resplandor. Eso parecía ser todo. Su respiración había ido disminuyendo su ritmo por horas, hasta que de una sola vez se desvaneció. Mi mano agarró la suya con más fuerza. No estaba dispuesto a dejarla marchar tan fácilmente, pero parecía que ya no existía nada en este mundo que pudiese hacer para retenerla. Llevé sus dedos a mis labios y la cubrí con un cálido beso, sabía que pronto su temperatura disminuiría pero no quería que se enfriara del todo. De haber sido posible me habría recostado la noche completa a su lado, apegando mi cuerpo al suyo, simulando que estaría allí al despertar. No podía entender cómo había llegado a ese punto. Llevo meses repitiéndome que cuando por fin sucediera debía ser fuerte. Me lo prometí. Se lo prometí. Es solo que a veces las cosas no son tan fáciles como parecen racionalmente. Ambos sabíamos que no había más remedio que dejarlo pasar, pero nunca creí que me aferraría a la negación como cualquier otro vil individuo de mi especie. Siempre fuimos superiores ¿Recuerdas? En extremo racionales, irónicos y críticos, construimos nuestra propia sociedad, una en la que solo había cabida para ambos porque nadie más estaba a la altura. Ahora, no quiero ser arrastrado fuera de nuestro círculo, me niego a ser envuelto por este dolor estúpido y banal. - No puedes haberte ido… No puedes haberme abandonado Deslice mis nudillos lentamente por su cabellera y se vino a mi mente la imagen del sol reflejado en ella. La fuerza del viento le daba un movimiento continuo, vital y alegre que encajaba a la perfección con su jovial sonrisa. Tenía la mirada de quien se siente seguro pues sabe que es joven, que aún tiene mucha gente que encantar y muchos lugares que conocer. Teníamos toda la vida por delante, nadie tenía el derecho de arrancármela justo ahora. Justo ahora que los médicos decían que había una posibilidad de que se recuperara, que abriera los ojos y pudiera retornar su mirada de enamorada, que había una posibilidad de hacer planes, de caminar de la mano, de construir nuestra vida juntos. Pero nada pasó.¡Maldita sea! Llevo meses sentado en este maldito banco de hospital, esperando pacientemente a su lado, tomando su mano, recitándole los poemas que nos escribimos el uno al otro. Meses sin comer, meses sin dormir. Meses en los que el tiempo dejó de existir en sí y se congeló para dar paso a una tortura eterna y estática, aguda y punzante, dejándome sin ninguna esperanza de que acabara. Meses en los que la desgarrante agonía sacaba de mi garganta lamentos como si fueran lágrimas y en los que se había vuelto insoportable verla llorar de dolor, sufrir y retorcerse sin tener yo poder alguno para aliviarla. Ahora por fin mis plegarias fueron escuchadas, terminó. Ya no tengo que venir más a este inmundo lugar, ni sentarme día tras día en este incómodo banco. Ya no tengo que quedarme en vela para contarle historias y esperar que su sueño sea mejor que el mío. No. Ya no. Ahora ya no debo preocuparme más de su sufrimiento porque solo el mío ha quedado en esta dimensión, lo sé, es mejor. Muchas veces le dije que prefería sufrir yo antes que ella, pero siempre me imaginé a su lado, jamás pensé que el sufrimiento vendría acompañado de la soledad. Y es solo que a veces, las cosas no terminan como uno espera y descubres que los finales felices solo tienen cabida en los cuentos de hadas. En la vida no hay finales ni principios, solo matices en lo que no es más que un continuo. Aún así… Este es el final de nuestra historia, pues ya no existimos más como conjunto. Levanté mi brazo y apoyé mi mano sobre su hombro. Tenía miedo de que se marchara en ese momento y aún así no pude hacer nada más que sujetarla débilmente. No era una demanda, era una súplica. Al contacto de mi piel con su ropa se detuvo, parecía dudar en darse vuelta y mirarme a la cara otra vez, hacía unos segundos había asegurado que no lo volvería a hacer y siempre había sido orgullosa para sus decisiones. Quizás por eso una parte de mí estaba segura de que ya había perdido. - Por eso no quería soltarte… Sabía que apenas lo hiciera te irías. Las palabras salieron a tropezones de mi boca, mi mente era un desastre, solo quería rendirme, dejarla ir y sentirme morir. No lo sé, todo parecía más simple que intentar quitarme de encima la sentencia de muerte, pero ya me había rendido a mi patética naturaleza y estaba casi de rodillas ante ella como el maldito cobarde que soy. No me atreví a alejar mi mano, sentí como respiraba profundo antes de contestar ¿Estaba intentando calmarse? ¿O es que mis palabras le habían causado algún tipo de dolor? Poco a poco se giró, como si cada centímetro que viraba fuera un error que lamentaría el resto de sus días. Evitaba mirarme a los ojos por lo que no pude leer su expresión, siempre fui malo para eso, en realidad jamás supe en qué estaba pensando o sintiendo… Fácilmente todo pudo ser una mentira desde el principio, yo jamás lo hubiese notado. - Eres un idiota, Ian. Cuando quieres a alguien no lo asfixias. Apretó los puños y me penetró con su mirada ¿Dolor? ¿Ira? Un poco de todo. Nunca la había podido leer como en ese momento en que todas las emociones parecían estar en un punto crítico. No tenía nada que decir a mi favor así que dejé caer mi brazo esperando que ahora se fuera, pues ahora era libre de hacerlo. - No dejaste de dudar, necesitabas saber lo que hacía y lo que pensaba a cada segundo ¿No pudiste sentirlo? ¿Nunca me creíste?... Yo… Aguanté la respiración, quería y no quería escucharlo. Un sollozo le impidió seguir y su cara se tensionó en un intento de disimular, nunca quiso mostrar sus emociones o sentirse débil ante nadie pero las lágrimas ya habían empezado a caer y no había nada que pudiese hacer para ocultarlo. Iba a ser la última vez que pudiera oírlo, iba a ser la última vez que me lo dijera. - Estabas demasiado ocupado dudando de mí para darte cuenta que de verdad te quise. Pasado. En ese momento comprendí que jamás volvería a escucharlo en presente. Y eso fue todo, no había más, su voz se terminó de apagar. Se marchó y no me pude percatar de nada más… Estaba estático, destrozado. No quería llorar vidrio, no quería suplicar, sabía que ya nada iba a cambiar, sin importar lo que hiciera. Se había ido. El eco de sus pasos me agujereó, pero las heridas no fueron tan profundas como las que dejaron sus palabras… O las que dejaron mis acciones en su corazón. Recuerdo contemplar los días lluviosos desde pequeño; la precipitación aplacando el resto de los sonidos pese al viento moviendo lo inanimado. -Ella haciendo música, y todo el panorama su escena- Solía disfrutar con quiénes apresuraban el paso para guarecerse bajo algún tejado, así como el ver la calle cubrirse hasta desbordar, ¿y cómo olvidar la alcantarilla dispararse por la presión del agua? ...la misma que caía del cielo. -Todo en caótica serenidad- Durante horas permanecía atónito ante los objetos, que, pese a ser vapuleados por las implacables ráfagas de viento, nunca fueron abatidos. Vaya decepción. Era entonces cuando mi pastora rozaba su hocico sobre mi antebrazo o lamía mi rostro para que la acariciara, logrando que perdiese la concentración necesaria para poder calcular la frecuencia con la que las hojas del pino cedían ante el peso del agua. De haber vida después de la muerte, me gustaría que llueva.
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