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M I s I ó n C u m p l I d a Gervasia, dormitando en su mecedora, tal como lo hacen todos los ancianos, sonríe a sus recuerdos. Está soñando. Y como casi siempre, sus sueños son felices. En realidad, estos son los únicos momentos felices que aún le quedan en su vida. ¡Sus sueños! Siempre sueña con sus niños. Aunque realmente no son sus niños. Ella nunca tuvo niños propios. ¡Nunca! Pero tampoco nunca los extrañó. Le bastaban sus niños prestados. Sus alumnos. Sus muy queridos alumnos, a quienes dedicó toda su vida y que tanta alegría y tantas satisfacciones le habían brindado. Si. Gervasia había sido maestra. Maestra de escuela. Allá lejos, en un pequeño pueblo de los Andes, San P----, tan pequeño que no había nunca tenido escuela, ni medicatura ni nada. Un caserío, en realidad. Y ella sola, recién llegada con sus padres, cuando aún no había cumplido los veinte años, se las había ingeniado para conseguir el permiso del Jefe Civil, la máxima autoridad del lugar, para comenzar a enseñar las primeras letras a los niños del pueblo que ya en edad escolar algunos y otros mas bien demasiado crecidos, andaban realengos, perdiendo el tiempo e inventando travesuras, cuando sus padres no los ocupaban en tareas de hombres, impropias para ellos. Cuando le había hablado al Señor Martinez, el Jefe Civil, sobre sus planes, este, mirándola especulativamente con una sonrisa condescendiente, le había preguntado: -Y usted cree, muchachita, que con ese tamañito y esa carita va a poder meter en cintura a todos esos zánganos? – - No señor.- contestó ella muy digna - Ni con este tamañito ni con esta carita. Solo con mucho amor y mucha dedicación, que es lo que les voy a dar – - Bueno, si usted lo crees así, por mi está bien – contestó el Sr. Martinez, algo impresionado por la seguridad en su misma que manifestaba la joven – Puede intentarlo. Pero, ha pensado ya donde va a dar las clases? Aquí no hay casa para escuela ni nada que se le parezca – - Por eso no se preocupe, Sr. Martinez. Ya eso está arreglado. Hablé con papá y está de acuerdo en que de mis clases en el corredor lateral de nuestra casa – - Ah, eso está muy bien. Así no tendrá motivo para molestarme para que le busque un lugar. Entonces, está bien muchachita. Comience sus clases cuando quiera…- Y así, con la ayuda de sus padres pero con su sola voluntad juvenil, Gervasia comenzó su escuela para enseñar las primeras letras al grupo de muchachos de diferentes edades, muy tremendos y poco acostumbrados a la disciplina, pero muy inteligentes y hambrientos de conocimientos, que abundaban en el pueblo. No es que Gervasia fuese Maestra titulada. No. Nunca había estudiado mucho ya que no era costumbre por esos predios el que las mujeres estudiasen. Solo que, como había sido hija única, su madre se había preocupado de enseñarle a leer y a escribir cuando aún era muy pequeña. Y sintiendo gran interés por aprender había molestado siempre a la Maestra del pueblo donde había transcurrido su infancia, haciéndole preguntas e interrogándola sobre todo lo que se le ocurría, hasta que esta, tomándole cariño y admirada del deseo que mostraba Gervasia por todo lo que fuese conocimiento, le había enseñado durante sus días libres todo lo necesario para que, si tenía suerte años después, intentase presentar el examen necesario para ser admitida como Maestra, y así se dedicase ella también a la enseñanza. Gervasia nunca tuvo esa oportunidad. Pero le quedó en el alma una gran admiración y un agradecimiento eterno por aquella mujer que representaba todo lo bueno y generoso. Así que cuando su padre compró, años después, una pequeña tienda de abarrotes en San P----, al cual se mudaron y al constatar que este no tenía escuela y que los niños estaban completamente desasistidos en su educación, había tomado la decisión de hacer por ellos lo que aquella Maestra, generosa había hecho por ella misma. De esta manera comenzó Gervasia su labor, misión a la que consagraría todo el resto de su vida: Fundar su escuelita y enseñar a los niños que lo necesitaran. Seis fueron los primeros alumnos. Seis varones de distintas edades y de muy diferentes personalidades. Seis cabezas ansiosas de conocimientos y plenas de curiosidad. Estaba Francisco Antonio, de nueve años y medio; Ramón, con casi once, un poco perezoso pero de muy buenos sentimientos; Medardo, su hermanito, de tres, muy pequeño aún para estudiar pero a quien el traía a la escuela diariamente con la autorización de Gervasia, por no haber nadie mas en su casa para cuidarlo. Y Jesús, Gustavo y Alejandro, de ocho, siete y diez años respectivamente. Juntos formaban un grupo heterogeneo pero maleable y que se daba a querer. Estos constituyeron el primer grupo, pequeño, ya que muchas de las familias campesinas de la zona se negaban a que sus hijos asistiesen a la escuela, excusándose tras la necesidad que tenían de ellos para que ayudasen en las labores tanto del campo como de la casa o para cuidar a sus hermanos menores. Pero esos primeros años, logró sacar adelante a ese pequeño grupo, adicionándoles los otros niños que año tras año fueron arribando a la edad escolar. Primero Gervasia les enseñó a leer y escribir correctamente. Luego, las operaciones básicas de aritmética y los conocimientos generales de Geografía e Historia de Venezuela, para que aprendiesen a conocer y a querer a su país. Y en combinación con el Padre Juan, párroco del pueblo, la Historia Sagrada y el Catecismo Básico, para prepararlos para la Primera Comunión. Así poco a poco Gervasia les fue enseñando todo lo que ella sabía. Algunos alumnos al aprender a defenderse con las operaciones básicas de aritmética y las primeras letras, fueron retirados por sus padres, aduciendo que los necesitaban para las labores de sus granjas. Pero Francisco Antonio, Ramón, su hermanito Medardo y Alejandro continuaron asistiendo año tras año a las clases hasta que llegó el día en que ella les tuvo que decir que ya no tenía nada mas que enseñarles. Entonces, habló con los padres y los incitó para que hiciesen el esfuerzo de enviarlos a la capital del Estado a continuar sus estudios de Bachillerato, tras presentar y aprobar el examen estatal de sexto grado. Los Mejía, padres de Ramón y Medardo no pudieron aceptar la sugerencia por las dificultades económicas que estaban pasando. Pero los de Francisco Antonio y Alejandro si aceptaron entusiasmados. De manera que Gervasia se puso de una vez en contacto telegráfico con las autoridades estatales para informarse cuando se realizarían los próximos exámenes anuales de costumbre y para conocer los requisitos necesarios para inscribir a “sus” muchachos para ese mismo año. Y tras todas las diligencias cumplidas, se dedicó, mientras esperaban la llegada de la fecha del examen, a ayudarlos a repasar los puntos mas importantes de las materias, para que, al momento de rendir la importante prueba, fuesen motivo de orgullo para sus padres, para el pueblo y para ella misma. Tiempo después llegó el telegrama con la fecha del examen. Y allá se fueron los dos muchachos entusiasmados y seguros de su éxito. Mas tarde recibió Gervasia una comunicación de que sus estudiantes habían salido muy bien en el examen y que ya estaban inscritos en el Liceo. Y además, el Presidente del Estado impresionado favorablemente por la buena preparación de los dos jóvenes de San P---- quienes fueron los que habían sacado las mejores notas entre todos los estudiantes llegados de los diversos pueblos del Estado, les había concedido una beca suficiente para sufragar sus gastos durante los cinco años que durarían sus estudios de Bachillerato. Cuando Francisco Antonio y Alejandro regresaron ese fin de semana, su llegada fue motivo de júbilo para todos los habitantes de San P----, siendo felicitados y agasajados por todos. Luego, dos meses después, cuando les llegó el momento de trasladarse definitivamente a la capital del Estado, fueron despedidos entre lágrimas y risas por sus familiares y amigos, y especialmente por su maestra, la señorita Gervasia, quien, después de tantos años pasados en tan estrecho contacto con los muchachos, los sentía casi como hijos. Y ya, antes de su marcha, los extrañaba. Poco supo después de ellos. Al principio le enviaron cariñosas carticas, contándole sus impresiones sobre la ciudad y el Liceo. Mas tarde, las noticias las recibía por medio de los padres, quienes, agradecidos, se acercaban de vez en cuando hasta la escuela a comentarle las nuevas que enviaban los muchachos, en sus esporádicas comunicaciones. Pero, no importaba. Gervasia guardaba en un lugar muy especial de su corazón el recuerdo de estos dos jóvenes que encarnaban sus primeros triunfos como Maestra de escuela. Y siguió adelante con la tarea que voluntariamente se había impuesto, acogiendo en su escuelita a los niños que iban arribando a la edad escolar. Cuando se dio cuenta ya tenía cuatro grados en función, atendidos por ella sola en dos turnos diarios. Mas un Kinder para los mas pequeñitos para los mas pequeñitos, para atender el cual había preparado a Rosita, hija de unos amigos de sus padres fallecidos prematuramente y a quien ellos habían recogido en su hogar como una hija mas y por quien sentía un cariño muy especial. Así fue transcurriendo la vida para la señorita Gervasia. Nunca pensó en casarse. No era fácil para una muchacha, en esa época y en esos pequeños y aislados pueblos, conocer hombres casaderos. Y en el caso de ella, menos aún, pues no estaba realmente interesada en conocerlos. No sentía deseo alguno de casarse, tener un hogar y formar una familia. No. En su vida solo había habido un objetivo. Ser Maestra. Y eso ya lo había logrado. Su único deseo era dedicarse por entero a “sus” niños. A “sus niños prestados”. Y habiéndolo conseguido se sentía completamente feliz. Después de la partida triunfal de sus dos alumnos y del reconocimiento que a su labor había hecho público el Presidente del Estado, el señor Martinez, el Jefe Civil había decidido otorgarle para el funcionamiento de su escuela una casa situada en la esquina norte de la plaza, casa grande, cómoda, con amplios corredores y un hermoso patio central. Gervasia, sintiéndose inmensamente feliz se dedicó a la tarea de recabar ayuda entre los mismos habitantes del pueblo, para acondicionarla debidamente y lograr así que al año siguiente sus alumnos disfrutasen, por primera vez, de las comodidades a las que tenían derecho. Así fue pasando la vida. Años después, cuando ya Gervasia tenia mas de cuarenta y su escuelita mas de veinte, recibió un día una comunicación de la Dirección Regional de Educación, notificándole que recibiría la visita de un Inspector enviado por el Ministerio, esperando que ella le brindase toda la colaboración necesaria para realizar su labor. A Gervasia esto no le gustó mucho. En todos estos años, el Ministerio nunca había enviado a nadie. Se había portado siempre como si San P---- no existiese y lo único que hacían por ellos era examinar a los alumnos que ella les remitía todos los años y aceptarlos en el Liceo, si aprobaban la prueba. Y ahora, de pronto, enviaban un Inspector… A la semana siguiente llegó la persona anunciada. Un hombre de unos cuarenta y cinco años, obeso, sudoroso, de muy mal genio y molesto por las incomodidades inherentes a “los viajes por estos pueblos dejados de las manos de Dios”. Pasó una semana en San P---, hospedado en casa del señor Martinez, y asistió todos los días a la escuelita, presenciando las clases, conversando con los alumnos y entrevistándose con los padres de estos. Luego, se despidió cordialmente, sin informar a Gervasia ni a nadie sobre las recomendaciones que haría en la Dirección Regional de Educación, por lo cual todos quedaron muy preocupados, especialmente la señorita Gervasia. Pocas semanas se enteraron todos de cuales habían sido estas recomendaciones. Le llegó a Gervasia una nueva comunicación oficial, esta vez directamente del Ministerio, participándole que para el año siguiente llegaría al pueblo una Maestra titulada, que se haría cargo inmediatamente de la dirección de la escuela y de las clases superiores, acompañada de otra maestra que tendría a su cargo el segundo, tercero y cuarto grado. Pensaban las autoridades que así aliviarían la carga que pesaba sobre la actual maestra, quien quedaría de esta forma encargada solamente del primer grado y de la supervisión del kinder. En la comunicación se le agradecía a la señorita Gervasia su iniciativa y su labor de tantos años en pro de la educación de los niños de San P---- y se le suplicaba su colaboración para con el personal entrante, para así lograr entre todos, decía, dotar al pueblo de una escuela primaria de primer orden. Gervasia, al leer la comunicación quedó anonadada. Se sintió totalmente desplazada. Acabada. Como algo inútil, innecesario. Como un trasto viejo que ya no sirve y se desecha. Su escuela. Su ilusión y su esfuerzo de tantos años, ya no sería mas de ella. Ahora vendrían unos extraños a ocupar su puesto, y serían ellos los que tomarían, de ahora en adelante, las decisiones. Pero, se sentía dividida. Porque, en principio se alegraba de que al fin, después de tantos años de lucha solitaria, el Gobierno Nacional, por medio del Ministerio de Educación se hubiese recordado de este aislado pueblo y hubiese decidido dotarlo, para el bien de su población infantil, de una Primaria “como debe ser” con la supervisión y el reconocimiento de las autoridades competentes. Pero, al mismo tiempo sentía un desgarrón interior causado por el dolor que sentía al ser apartada, elegantemente, pero apartada a un lado, en lo concerniente a la dirección y administración de “su” escuela. ¡Su escuela! Ya no sería nunca mas “su escuela”. A partir de ese momento sería una mas de las muchas escuelas que pululaban, gracias a Dios, por el país, adscritas al Ministerio de Educación, y en las cuales, aunque se ha ganado en comodidad, tecnología y recursos físicos y pedagógicos, se ha perdido en mucho la estrecha relación personal existente antes entre el maestro, el alumno y los padres de estos, que tan buenos resultados daban en lo referente a educación humanitaria y desarrollo psíquico de los niños. Si, pensaba. Se ganará mucho, pero también se perderán cosas valiosas que no volverán. Y en esta nueva escuela ella sería una mas entre las maestras, quizás la de menor importancia… Pero, se regañó “in mentis,” debería estar feliz por los niños, por el pueblo y en realidad, por todo el país. Ese era el desarrollo nacional. Y eso era, en realidad, lo que importaba. Sola, en su habitación, en la casa que había heredado de sus padres, Gervasia lloraba quedamente, sin saber si era de felicidad o de dolor y desilusión. Meses después, a la llegada de la nueva maestra- directora, la señorita Amanda, y su compañera la señorita María, comenzaron los cambios esperados. Se doraron los salones de pizarrones, mapas y útiles escolares de todo tipo. Se decidió por orden del Ministerio aceptar niñas, lo que trajo como consecuencia la construcción de nuevas instalaciones sanitarias. Además, la administración pública adquirió unos terrenos vecinos a la escuela y se construyó una cancha para deportes y gimnasia y se modernizaron las oficinas administrativas, acondicionándose también un salón para que sirviese de lugar de descanso y reunión de los maestros. De esta forma, la antigua escuelita de la señorita Gervasia se convirtió en un instituto educacional que llenaba todos los requisitos exigidos por las técnicas modernas de la educación. Y Gervasia, contemplando todo, pensaba nostálgica en lo bien que le hubiese caído esta ayuda del gobierno, cuando, años atrás, ella había decidido fundar su escuelita en los corredores de su casa paterna. Pero Gervasia pronto se adaptó a su nueva situación. Además, nadie fue desatento o indelicado con ella. La señorita Amanda la trató siempre con respeto y mucha consideración. Había hecho al llegar, un informe muy halagador para Gervasia, sobre la situación de la escuela, de tal forma que había sido motivo de una carta de felicitación y reconocimiento que el jefe de la Dirección Regional de Educación le había enviado y que ella conservaba como un tesoro. El tiempo siguió corriendo inexorable hacia la vejez de la señorita Gervasia. Ya tiene mas de cincuenta años y aunque aún sigue atendiendo el primer grado, ya no supervisa el kinder, pues este ya tiene dos maestras que se encargan, a tiempo completo, de los mas pequeños. La directora, su amiga, la señorita Amanda ya le ha hablado de la posibilidad de jubilarla, pues ya alcanza la edad prevista por la ley. Pero, ella no quiere. ¿Qué haría ella si se jubila? ¿En que emplearía el tiempo? No tiene familia. No sabe hacer nada mas. Solo educar niños. Solo eso tiene. Sus niños. Si le quitan sus niños, ¿qué será de ella? La directora entiende. Y acepta retrazar por un tiempo mas la temida jubilación. Pero Gervasia es un gran problema para ella. Está pasada de moda. Nunca se había preparado, realmente, para ser maestra. Todo en ella ha sido y es improvisado, ya que, por su falta de título nunca pudo ser escogida para los cursos de actualización que ha dictado, durante los últimos años, el Ministerio, por lo tanto, sus conocimientos y técnicas son completamente elementales. Ya no se la considera preparada ni para atender a los mas pequeños. Por esto, el Ministerio le había enviado varias veces ya los papeles de su retiro. Pero Amanda ha logrado postergar su decisión, en consideración a sus deseos. Pero sabe que no lo podrá hacer por mucho tiempo mas. Pronto tendrá que sacarla de la nómina de maestros activos y la única solución sería contratarla como personal auxiliar. Pero entonces, con el sueldo que devengaría no tendría suficiente para subsistir decentemente ni para mantener los gastos de su vieja casa. Ahora, además, vive sola. Rosita se ha casado con un vendedor viajero que desde hacía tiempo visitaba el pueblo en sus labores de colocar su mercancía. Y malagradecida, como casi todas las personas felices, jamás ha vuelto a recordar a la anciana solitaria que, hace mucho tiempo, la recogió y le brindó un hogar y su cariño, cuando la fatalidad la dejó huérfana y desamparada. Jamás había regresado al pueblo ni se había preocupado por la vida de su antigua benefactora. Gervasia conoce el problema en que ha colocado a la señorita Amanda, pero no sabe que puede hacer para ayudar a solucionarlo. Para empeorar la situación, la enfermedad ha atacado su pobre cuerpo envejecido. Desde hace ya varios años viene padeciendo leves ataques de artritis, pero últimamente esta se ha convertido en un grave problema que a veces le impide hasta el caminar, dejándola indefensa y confinada por varios días a la cama. . Y su vista, esa pobre vista que ha desgastado corrigiendo los trabajos de sus alumnos, le está fallando también, estando ya en peligro, si no se cuida convenientemente, de perderla definitivamente. Ella está consciente de todos esos problemas pero no tiene la menor idea de cómo solucionarlos. Sabe que la venta de su casa le proporcionaría un pequeño capital que le aseguraría una vida cómoda y digna durante sus últimos años. Pero en el mal estado de salud en el que se encuentra, no puede ni pensar en seguir viviendo sola. Y tampoco puede afrontar el gasto de contratar una persona para que la cuide. Así que, desesperada, se debate en indecisiones, sin conseguir solución a sus problemas. Dos años mas tarde la señorita Amanda se ve obligada a tomar una decisión definitiva. La artritis de Gervasia la ha imposibilitado de tal forma que ya no puede caminar sola, así que ya no hay manera de que continúe trabajando. Amanda, impulsada por el gran aprecio que siente por la vieja maestra ha realizado un sinnúmero de averiguaciones, tanto en la capital del Estado como en Caracas y en el en el Ministerio, para tratar de encontrar una solución viable para la señorita Gervasia. Por medio de estas diligencias le ha encontrado cupo en una Residencia para Ancianos, en la ciudad de Caracas, que le ha sido muy bien recomendado. Es una institución muy bien atendida por un personal idóneo, ayudado y asesorado por un grupo de Médicos especializados en Geriatría, quienes se encargan de vigilar la salud de los residentes; contando además la institución con todas las comodidades necesarias para hacer mas fácil la vida de los ancianos que allí residen. Gervasia tendrá que trasladarse por sus propios medios hasta dicho instituto, pero Amanda ha conseguido que una vieja amiga suya la espere en el aeropuerto de Maiquetía y la acompañe hasta su destino en la Urbanización San Bernardino de la Capital. Ante este hecho cumplido, Gervasia acepta la proposición de la señorita Amanda y ayudada por sus amigos procede a la venta de la casa y a la preparación de su próximo traslado. Llegado el momento y luego de las tristes y llorosas despedidas y tras largas horas de fatigoso viaje, llega, completamente agotada, a Maiquetía, donde la espera la amiga de la señorita Amanda, quien, amable y cariñosa la recibe y la lleva, en su propio auto, al lugar de la residencia, que será, a partir de ese día, su nuevo hogar. Un año después encontramos a Gervasia ya acostumbrada a su nueva forma de vida. Al principio le costó mucho adaptarse a esta vida de comunidad, extraña totalmente a ella. La primera mala impresión la recibió cuando al llegar se enteró de que tenía que compartir el dormitorio con otras tres ancianas. Esto para ella, que desde la muerte de sus padres había vivido completamente sola, sin compartir nunca su intimidad, fue casi un shock. Ella valoraba mucho su privacidad y sufría al tener que compartirla con personas completamente extrañas. Cuando planteó este problema a la directora de la Residencia, se enteró que allí no había habitaciones particulares, tanto por falta de espacio físico como por el interés de la dirección y los médicos que los asesoraban de que los ancianos establecieran relaciones interpersonales con sus compañeros, que suplieran la familiares que habían perdido. Así que tuvo que conformarse. Y resignarse a tener como único espacio verdaderamente privado, su armario, el que mantenía cerrado con llave para prevenir la curiosidad de sus compañeras de habitación. Pero, como todos los residentes y el personal de la Institución la trataron siempre con gran bondad, cariño y generosidad, Gervasia aprendió muy pronto a tolerar y a superar estos pequeños inconvenientes. Pronto estableció relaciones de amistad y compañerismo con los ancianos que compartían su vida y su destino. A poco de llegar, ante su imposibilidad de caminar, le fue adjudicada una silla de ruedas para su uso exclusivo. Y también fue sometida a un completo examen de salud por los médicos del Instituto, quienes de inmediato la pusieron bajo tratamiento para aliviar en lo posible, las molestias, los dolores y las limitaciones inherentes a su condición , ya que por su edad y su estado físico, era muy poco lo que podían hacer por ella. Del pueblo tuvo muy pocas noticias. Al principio recibió algunas cartas de sus mas íntimos amigos, pero, como siempre pasa, estas se fueron espaciando hasta que al final solo recibía algunas de la señorita Amanda, quien siempre la recordaba cariñosamente. Así fueron pasando los últimos años de la vida de la señorita Gervasia, rodeada de sus compañeros de infortunio. Seres a quienes el mudo ha olvidado y cuyas ocupaciones y trabajos los desgastaron de tal forma que, no pudiendo ya valerse por si mismos, han tenido que refugiarse en esos asilos que son un paliativo para sus males pero que nunca podrán suplir el calor y el amor de un verdadero hogar y de una familia propia. Y allí, aletargados y rodeados de extraños, esperan la muerte. Pero un día llega al asilo un grupo de periodistas enviados por un canal de televisión, con el encargo de realizar un reportaje de corte humano, sobre este tipo de instituciones. Tratan de conmover la opinión pública y así, además de llamar la atención sobre esta problemática social, ganar puntos para el “raiting.” Entre los residentes que contemplan embobados el despliegue de equipos y personas junto a la conmoción causada, está Gervasia, quien, desde una esquina estratégica del salón, disfruta encantada con la novedad. Ella, que generalmente languidece en su silla, sin poder disfrutar apenas de las bellezas de la naturaleza o del entretenimiento de algún buen libro, pues su vista está cada día mas debilitada, aprovecha fascinada esta sorpresiva distracción. Y en cuanto se acercan a ella los periodistas, les sonríe animosa y le contesta sus preguntas con su simpatía y humor característicos. Cuando la interrogan sobre su vida pasada, comienza a contarle sobre los sueños de ser maestra de esuela que prendieron en ella en su lejana juventud, en cómo consiguió convertirlos en realidad, y les habla sobre sus niños y las grandes alegrías y satisfacciones que estos le depararon. Y, como siempre que habla de este tema, Gervasia emocionada, se explaya extensamente y encuentra difícil para de hablar. Y también, como siempre, sus compañeras la embroman, burlándose cariñosamente de ella: -¡Calla ya, mujer! – le dicen – Ya debes tener aburrido al joven con tanta cháchara sobre “tus niños prestados”….Deja que entreviste a los demás…- Y tras las bromas y las risas, el joven periodista, conmovido ante esta simpática y dulce anciana, se despide cariñosamente, no sin antes asegurarle: - Fue un placer haberla conocido, señorita Gervasia. Y, no haga caso de las bromas…..!no me he aburrido, en absoluto…- Y ella, feliz por haber podido disfrutar de ese momento tan especial, que la ha apartado del marasmo de la rutina diaria, se adormece, como siempre, en su silla, con una leve sonrisa en sus labios, soñando, como siempre, en su juventud y en sus “niños prestados” Al día siguiente, en la casa mas representativa del país, La Casona, el Presidente, Francisco Antonio Suarez observa las noticias de la televisión, mientras, disfruta de una cena íntima, rodeado de su familia. Desde que recién casado, decidió dedicarse a la política, ha procurado disponer, entre sus múltiples, importantes e ineludibles obligaciones oficiales, de unos cuantos minutos al día, bien sea al comienzo del día durante el desayudo, o en la cena, al final de este, para disfrutarlos en compañía de su familia. Y mientras, aprovecha para enterarse de los acontecimientos del día en los reportajes de la televisión, palpando así la opinión nacional. En estos momentos, mientras cena con su mujer y sus hijos, están transmitiendo el programa filmado en el asilo, y se puede apreciar en la pantalla el rostro dulce y maltratado por el tiempo de la señorita Gervasia cuando era entrevistada por el joven periodista. El Presidente pone de inmediato mucha atención a lo que están diciendo, ya que ese rostro marchito le trae cierto recuerdo estremecedor. Al momento, siente como lo embarga una gran emoción, que trata de comunicar rápidamente a su familia. Y volviéndose hacia ellos, dice: -¡ Muchachos! ¡ Mercedes!..... ¡Atiendan, por favor! – y señalando la pantalla del televisor, añade – Miren, si no estoy equivocado, esa ancianita fue mi primera maestra allá en San P---- . ¡La maestra de la que tanto les he hablado… la señorita Gervasia….! - ¿Tu maestra, Francisco? ‘Estás seguro? – pregunta Mercedes, interesada. - No. Seguro no, Mercedes. Pero… ¡tiene que ser! No puede haber muchas “Gervasia” Que hayan sido maestras en los Andes cuando yo era niño, ¿no te parece? - Pues, si, tienes razón. Pero sigamos escuchando para ver si dicen algo que nos confirme lo que sospechas…- Y al prestar todos atención, escuchan claramente como Gervasia, con su temblorosa voz de anciana cuenta como, cuando ella llegó junto a sus padres a San P…., en el estado Trujillo………- - ¡Si es ella, Mercedes! ¡Es ella!- Exclama emocionado el Presidente – Y mira, que envejecida está…debe tener cerca de los ochenta años…! Y en un asilo aquí en Caracas….! ¡Pobre señorita Gervasia…! De inmediato y conmovido hasta las últimas fibras de su ser, el Presidente Suarez llama a su secretario y le pide que organice para lo mas pronto posible una visita presidencial a esa institución, con la mayor cantidad de personeros del gobierno y toda la prensa en pleno. En su mente ha nacido la idea de hacer un merecido homenaje a esa dulce anciana, ya que el sabe dentro de su corazón, y así se lo ha dicho siempre a su familia, que si no hubiese sido por la tenacidad y el amor a los niños, de esa, joven en aquellos tiempos, mujer, el nunca hubiera salido de su pueblo y no habría llegado jamás a ocupar el puesto que ahora ocupaba. El de Presidente de la República. Dos semanas después, tal lo planificado, llega el momento de la visita Presidencial al asilo. ¡Todo está revuelto allí! Los ancianos, emocionados. ¡Figúrense! - se dicen unos a otros – Nunca había pasado nada así!. Quizás el presidente se interese en verdad, por ellos y los ayude a solucionar la miríada de pequeños problemas que incomodan sus vidas! – Y todos esperan ilusionados. Todos arreglados de “punta en blanco”, tanto los ancianos como el personal administrativo, médico, auxiliar y doméstico. Todos reunidos en el gran salón, que brilla de limpieza, adornado con flores y plantas del jardín. Todos esperan la llegada del Presidente. Gervasia, como todos los demás, muy bien vestida y perfumada, espera sentada en su silla de ruedas. Y mientras espera, dormita a ratos, soñando como siempre con sus niños. De vez en cuando, cuando despierta, une sus sueños con su conversación y entre su charla comenta con sus compañeros sobre la coincidencia de que cuando ella tuvo su escuelita allá en San P----, uno de sus primeros alumnos se llamaba igual que este Presidente, Francisco Antonio…. -Y, ahora, Gervasia, vas a decir que tuviste un alumno que se llamaba como el Presidente? … Pero, nunca antes dijiste nada así… debes estar inventándolo ahora por lo de la visita – comenta una amiga, maliciosa… - ¡Claro que se los había dicho! Lo que pasa es que ustedes nunca me oyen ni me creen. Y no es que diga que es la misma persona. No. No conozco su apellido y tampoco recuerdo el de mis alumnos… ¡hace ya tanto tiempo y fueron tantos! Pero los nombres, si. Sobretodo de los primeros grupos. Esos nunca se me olvidan….- Y vuelve a comenzar a enumerarlos y a recordar sus historias…. ante la sonrisa benévola de sus compañeros. A la hora señalada llega puntual, la comitiva presidencial. Se bajan todos al mismo tiempo de los diversos vehículos. El Presidente, rodeado por sus edecanes, ministros y el personal de seguridad. Y tras ellos, bulliciosos y apresurados como siempre, la prensa, buscando como siempre, el mejor ángulo para sus fotos y videos. Luego de ser presentado con el cuerpo administrativo y médico del Instituto, el Presidente manifiesta su deseo de recorrer las instalaciones y conversar con algunos de los residentes. Tras el corto recorrido comienza a conversar con algunos de los ancianos que están mas cercanos, averiguando cariñosamente sobre su estado de salud y sus opiniones acerca del funcionamiento de la Residencia e interesándose en las cosas que puede mejorar para hacer sus vidas mas agradables, y mientras lo hace, busca insistente con la mirada hasta encontrar a la ancianita que, hace ya tantos años fue su primera maestra. Gervasia está un poco apartada y algo enfurruñada pues nunca ha mentido y le molesta que pongan en duda sus palabras. Pero el Presidente se acerca a ella y luego de saludarla por su nombre, se sienta a su lado para dedicarle, a ella, especialmente, unos minutos. Ella, tímida y sonreída, le pregunta intrigada: - Conoce usted mi nombre?- - Si, claro, señorita Gervasia – contesta el Presidente, sonriendo cariñoso – Lo conozco desde hace muchos años. Y usted, no conoce el mío? – -Si señor. Lo conozco – asiente ella con un gesto de su ajado rostro – Y no se si usted sabrá, pero hace muchos años, cuando yo era maestra en un pueblito llamado San P----, tuve un alumno con su mismo nombre…- Entonces el, con una tierna sonrisa en su varonil rostro, le contestó: -Si, señorita Gervasia? Pues, mire lo que son las coincidencias. Figúrese que yo, cuando era muy niño, alla en San P----, en el Estado Trujillo, tuve una maestra a quien quise mucho, que se llamaba también Gervasia…- -Que tuvo usted una maestra en San P----, con mi nombre… entonces, - y mirándolo con asombro e incredulidad , continuó – entonces, usted es “mi” Francisco Antonio?- -Si, señorita Gervasia – contestó el Presidente, abrazándola cariñoso, causando la sensación que era de esperar entre todos los asistentes, especialmente entre el personal de la prensa, que los rodeaba, encantados con la noticia - ¿No me recuerda? Yo soy “su” Francisco Antonio, su alumno. Uno de los primeros que, hace ya tantos años, asistimos a su escuelita y usted enseñó e incentivó con amor y dedicación, para que llegáramos a alcanzar nuestros sueños - Y diciendo esto, el Presidente Suarez tomó entre sus manos las débiles y marcadas por los años, de su maestra, y llevándolas a sus labios, las besó con respeto y amor. Los reporteros y fotógrafos entusiasmados y emocionados por la escena, la captaban con sus cámaras como testimonio para las generaciones futuras. El resto de los asistentes y los ancianos residentes, compañeros de Gervasia comprendían asombrados que lo que ellos habían tomado como desvaríos de un cerebro senil era completamente cierto y que su compañera les había hablado siempre con la verdad. Desde ese momento Gervasia fue la protagonista indudable del día. El Presidente pasó a su lado la mayor parte del tiempo que duró la visita. Y prometió hacer lo posible para mejorar la calidad de vida de los residentes del Instituto. Luego, llegó el momento de la despedida, partiendo todos los visitantes y quedando todos los residentes y el personal de Instituto muy excitados por lo sucedido. Cuando llegó la noche y con ella la hora de retirarse a descansar, todos lo hicieron cansados, agotados por un día tan pleno de sorpresas y emociones, y sintiéndose todos muy felices por lo acontecido. Pero, claro está, la mas emocionada y feliz era la señorita Gervasia. Inmensamente feliz. Feliz y satisfecha. Feliz y orgullosa. Tenía muchos motivos para sentirse así. Había visto, después de tantos años, a uno de “sus niños” de sus queridos niños, uno de sus primeros alumnos. Y al verlo había constatado que sus ilusiones con el habían sido muy bien fundadas, y que ese hombre que ella había ayudado a formar había logrado un excito maravilloso en su vida, al llegar al puesto mas alto del país: el de Presidente de la Nación. Y además, no había olvidado a su maestra, brindándole en su ancianidad, al encontrarla gracias a un reportaje de televisión, un hermoso tributo de respeto, agradecimiento y amor. Gervasia sabía ahora que todo había valido la pena. Que sus sufrimientos, soledad y pesares no habían sido en balde. Y que si volviera a nacer ella escogería la misma vida que había vivido. Y la misma profesión. Si. Sería de nuevo maestra. Al acostarse aquella noche, rodeada de sus tres compañeras de habitación, Gervasia agradeció a Dios por la vida tan plena de satisfacciones que le había deparado. Y por haberle permitido disfrutar de un día tan maravilloso. Un día que, creía ella, había sido el mas feliz de su vida. Y así, con esa plegaria de agradecimiento en el corazón, se quedó dormida. Al día siguiente, cuando sus amigas vieron que ya daban las ocho de la mañana y Gervasia aún no se había levantado, se acercaron a su cama para despertarla. Pero, no lo consiguieron. Ella había fallecido en el transcurso de la noche, con una expresión de felicidad en su avejentado y marchito rostro y una leve sonrisa en sus labios. P a s i ó n M o r t a l La presencia del automóvil de su marido en el garaje de la casa confirmó sus peores temores. ¡Ya Javier había regresado! Con un gesto de fastidio y preocupación Beatriz estacionó su auto al lado del de su esposo y bajando de este se dirigió presurosa a los escalones que conducían a la entrada principal de la quinta. Jadeando un poco llegó a la parte superior de estos y tras una corta páusa para tratar de calmar su agitación y su angustia, entró. -Hola, amor – saludó a su marido al encontrarlo en el estar, frente al televisor – Hace mucho que llegaste? Me retrasé mas de lo pensado en casa de la costurera…!discúlpame! – y sentándose a su lado lo besó cariñosa. - Hola – contestó el, devolviéndole la caricia – Si, llegué hace mas de una hora. Donde estabas? En casa de la costurera? Sabes bien que no me gusta llegar a casa y no encontrarte… - - Si, ya lo se, amor. Pero hoy no pude evitarlo… - Está bien, Beatriz. Pero últimamente esto te está pasando muy a menudo…Preferiría que trataras de evitarlo – terminó, mirándola fijamente. Pero ella, haciéndose la desentendida, se levantó y sin hacer ningún comentario a sus últimas palabras, agregó: -Voy un momento al dormitorio a refrescarme. Y luego a la cocina para dar algunas órdenes. Luego me reúno contigo - Enseguida Beatriz salió de la sala de estar, dirigiéndose rápidamente a su habitación. Al llegar allí se encaminó al baño, único lugar de la casa en el que podía estar realmente sola. Y tras cerrar con llave la puerta, se dejó caer sentada, suspirando, en el borde de la bañera, llevándose las dos manos al pecho, como tratando de aplacar el alocado latir de su corazón. ¡Se sentía a punto de estallar! ¡Sus nervios siempre amenazaban con traicionarla! Nunca había podido llegar a su casa y conversar tranquilamente con su marido, cuando venía de sostener un apasionado encuentro con su amante…!Su amante! Estas palabras aún la aterrorizaban. ¡Marcio Grau, su amante! Repitió mentalmente este nombre, como saboreándolo…!Marcio! ¡Marcio Grau! Estaba completamente desquiciada por ese hombre. No sabía lo que le había pasado, pero desde el primer momento Marcio la había enloquecido. ¡No podía estar sin el! ¡Dominaba sus pensamientos, sus sentimientos, sus emociones, sin poder arrancárselo ni por un instante de su mente! ¡ Solo vivía para los momentos que podía pasar a su lado! Después de mas de diez años de un satisfactorio matrimonio, sin grandes problemas y también sin grandes cumbres pasionales, que la habían convencido de que ella era una mujer casi frígida y muy poco exigente en lo sexual, de pronto, hacía ya mas de seis meses, durante un viaje de Javier, inusualmente largo, había aceptado la invitación a una reunión social en casa de unos vecinos. Y allí, esa noche, había conocido a Marcio. Alto, fornido, moreno claro. Ojos verdes, de mirar penetrante y expresivo, que parecieron desnudarla al fijarse en ella. ¡Y su cuerpo! Ella que jamás se había fijado en los cuerpos de los hombres, sintió, al verlo, una férrea atracción, casi animal, que de el se desprendía. Tras un rato de conversación la invitó a bailar. Y con solo el roce ocasional de su cuerpo, y el contacto turbador de su brazo en la cintura, la subyugó. Sintió que una fuerza desconocida la embargaba por completo, anulando totalmente su voluntad. Fue un chispazo violento y desbastador de excitación sexual como nunca, en sus muchos años de matrimonio, había experimentado. Esa noche, y en su propia alcoba matrimonial, se entregó a esa pasión culpable y envilecedora. Y desde esa misma noche, ella, apasionada como nunca había sido, comenzó una doble vida que la mantenía en constante zozobra, enceguecida y obsesionada, sin poder recapacitar ni siquiera imaginar apartarse de ese hombre. Después del regreso de Javier, día tras día se encontraban los amantes, en los lugares mas insospechados, sin ninguna prudencia y sin importarles que por algún descuido, Javier, ese hombre bueno y noble, se enterase de la alevosa traición. Tampoco quiso ella hacer caso de las reiteradas advertencias de algunas de sus amigas que, sospechando lo que estaba pasando, la prevenían sobre la mala fama que acompañaba la vida de ese hombre y de todas las personas que con el se relacionaban. ¡Nada le importaba! Estaba totalmente sojuzgada por la insana pasión y nada de lo que pudieran decirle o de lo que pudiera pasar, la obligaría a dar por terminada esa nefasta relación. Los encuentros sexuales con su amante, en hoteles baratos y sobre sábanas de dudosa limpieza la dejaban completamente exhausta y solo momentáneamente satisfecha, exigiendo de inmediato la fecha de la próxima cita, del futuro encuentro. ¡Esa era su única obsesión! ¡Su desesperada y única obsesión! Ese día, después de un encuentro especialmente apasionado y violento, mientras se vestían. Marcio le había comunicado, como de pasada, que al día siguiente tendría que emprender un viaje de negocios a los Estados Unidos -ero – preguntó ella, aún a medio vestir, mientras un gesto de angustia desfiguraba su rostro - ¿Mañana? ¿Te vas mañana? Y por que no me lo habías dicho? ¿ Y cuándo regresarás? Tardarás mucho? – - Espera mujer. Una pregunta a la vez… pareces una ametralladora. No te lo había dicho porque sabiendo como te pondrías, traté de aplazarlo una vez mas, pero fue imposible. Mis socios ya me han llamado varias veces esta semana, exigiéndome una fecha segura de arribo. Pero, tranquilízate. No te angusties. No será por mucho tiempo. Máximo una quincena, no mas – - ¿Quince días? Y que voy a hacer yo durante todo ese tiempo sin ti, Marcio? Que será de mi? – casi gritó Beatriz. Y abalanzándose sobre el lo abrazó desesperada – Es mucho tiempo, Marcio. ¡Yo no puedo estar tanto tiempo sin ti…! ¡No me dejes, Marcio, por favor…!No me dejes! – decía sollozando desconsoladamente. Pero al sentir el sus brazos que casi lo estrangulaban en un sofocante abrazo, la tomó violentamente por las muñecas y se los fue bajando suave pero firmemente, separándola al mismo tiempo de su cuerpo, algo cansado ya de ese desmesurado y asfixiante amor. -¡Ya, Beatriz! No hagas una escena, por favor. ¡Compórtate! No me he muerto ni pienso abandonarte. Solo tengo que viajar por unos cuantos días. A mi regreso, todo continuará igual – y guiándola con gesto firme e indiferente, la llevó hasta la cama, obligándola a alejarse de el – Y ahora – añadió con tono mas suave y persuasivo – termina de vestirte que se nos ha hecho tarde – Poco después, salían los dos del hotelucho testigo de su infame pasión. Primero ella, y tras un tiempo prudencial, el, tal cual han hecho todos los protagonistas de amores clandestinos en el mundo, por si alguien conocido los viera salir del infecto lugar. Y Beatriz, destrozada y con el terrible presentimiento de que su tórrido romance se acercaba a su final, se dirigió rápidamente a su casa, al comprobar que la vana discusión realmente los había retrazado bastante y que Javier, su esposo, ya debía haber regresado a su casa, cosa que constató al ver su auto estacionado en el garage de la quinta. Todo esto pasó por su mente en unos pocos minutos. Luego, haciendo un gran esfuerzo logró serenarse lo suficiente para reunirse de nuevo con su marido. Levantándose, se refrescó el rostro y retocó su maquillaje, saliendo enseguida del dormitorio y dirigiéndose a la cocina para una corta charla con la empleada, decidiendo los últimos detalles de la cena. Después, fue a encontrarse con Javier que la esperaba impaciente en la sala de estar. Lentamente fueron pasando los días. Beatriz estaba nerviosa, tensa y de muy mal humor. No salía de la casa, pendiente constantemente del teléfono. Y como no llegaba la llamada que tanto ansiaba, cada vez se sentía peor. Dormía mal. Y poco a poco se fue acostumbrando a tomar drogas hipnóticas, pues sin ellas no lograba conciliar el sueño. Su mal humor fue en aumento. Le hacía la vida imposible a sus empleados domésticos; trataba mal a sus suegros, con quienes siempre había sostenido una magnífica relación. Y le amargaba la vida a su esposo. Adelgazaba a ojos vistas y no había nada que realmente le interesase o que la distrajese. Luego, cuando pasaron los quince días previstos por Marcio para la duración de su viaje, y no recibió llamada alguna, la debacle de su salud, tanto física como psíquica fue tan terrible y notoria que alarmó considerablemente a su marido y sus mas cercanos familiares. Primero, dio por recorres los lugares que había frecuentado junto a Marcio, importunando a conocidos y extraños con sus preguntas sobre el o sobre su paradero. Y cuando al fin se dio cuenta de que no obtendría ningún resultado y de que era evidente que Marcio no pensaba dar señales de vida, se fue dejando atrapar en una profunda y espantosa depresión que la fue hundiendo en la apatía y el abandono mas deplorable. Habituada ya a las píldoras para dormir fue aumentando peligrosamente la dosis, pasando todos los días echada en la cama, soñolienta e imposibilitada completamente para cumplir las mas sencillas labores de su rol de ama de casa y esposa. Javier cada día mas alarmado, decidió consultar con un amigo psiquiatra, el Dr. Suarez, explicándole el estado de Beatriz y pidiéndole su intervención con un tratamiento apropiado. Después de un minucioso y completo examen, que confirmó su adición a las drogas y su profunda depresión, decidieron hospitalizarla, ya que el deterioro de su salud era evidente para todos. Y así, al día siguiente, Javier, ayudado por su madre y una de las empleadas, prepararon a Beatriz y la trasladaron, casi en volandas, al Centro Clínico recomendado por el especialista, dejándola allí recluida para someterla a un intenso y necesario tratamiento psicoterapéutico. La apatía de Beatriz durante el traslado fue impresionante para todos. Solo manifestó una pequeña reacción cuando al entrar en lo que desde ese día sería su dormitorio, manifestando su deseo de que la acostaran lo mas pronto posible: -¡Dormir…dormir…dormir…solo dormir! ¡Sin que nadie me moleste… sin que me despierten…! ¡Por favor…déjenme dormir!!! – repetía soñolienta. Casi un año pasó Beatriz hospitalizada. Al principio no demostraba interés por nada ni por nadie. Sumida casi todo el tiempo en un sueño artificial, era muy poco lo que podía captar de lo que la rodeaba. Se sometió pasivamente a todos los exámenes que le fueron realizando y luego a la psicoterapia, pero sin ningún entusiasmo ni colaboración voluntaria. Los médicos, en los primeros tiempo, no quisieron forzarla, así que continuaron administrándole los fármacos a los que estaba acostumbrada, pero bajo su estricta supervisión y control. Con el paso del tiempo, los electroshoks y demás tratamientos especializados fue mejorando lenta pero apreciablemente. Después de seis meses de internación comenzó a mostrar cierto interés pos sus compañeros de sanatorio y fue estableciendo relaciones de amistad con ellos y con algunos de los integrantes del personal del nosocomio. Mas tarde, demostró preocupación u cariño por las personas de su familia que la visitaban, interesándose también por sus amigos mas cercanos. Y así, cuando se acercaban las Navidades de ese terrible año, Beatriz recibió la maravillosa noticia de que era posible, si continuaba recuperándose como hasta el momento, que estuviese ya de alta para esas fechas y pudiera pasar esas fiestas en su hogar, junto a sus seres queridos. Emocionada y feliz, en una de las entrevistas siguientes, le comentó a su médico que se sentía convencida de que muy pronto, con la ayuda de todos, alcanzaría su completa curación. También, en la misma entrevista le comentó al galeno sus sentimientos hacia Marcio, ese terrible hombre por el cual casi había arruinado su vida y la de su marido. En realidad, el médico no conocía el nombre de Marcio, ya que ella solo se refería a el llamándolo. “ese hombre”. Nunca había permitido que nadie conociese su nombre. Al principio de su tratamiento Beatriz no recordaba nada sobre el ni sobre sus relaciones. Solo sabía que había pasado por una terrible experiencia y que esta le había causado la enfermedad que la aquejaba. Luego comenzó a relacionar una figura masculina con sus terrores y pesadillas, pero sin saber en realidad quien era ni que tipo de relaciones lo habían unido con ella. Mas tarde, mucho mas adelante, había comenzado a recordar todos los acontecimientos de esos meses fatales, toda su locura y su obsesión malsana por ese hombre. Y reviviendo paso a paso con toda claridad, los momentos vividos junto a el, fue perdiendo el miedo y fue sintiéndose cada vez mas segura para poder enfrentar de nuevo la vida y regresar a la normalidad al lado de Javier, su amado esposo, el hombre que tanto amor le había brindado, luchando junto a ella para ayudarla a superar la terrible crisis que casi había acabado con sus vidas. A principios de Diciembre Beatriz logró la seguridad de que recibiría el alta definitiva para las fiestas navideñas. Así que, exultante, fue preparando todas sus pertenencias, muchas, tras una tan larga estadía en el hospital, para estar lista para la fecha convenida. El Dr. Suarez le había prometido que la víspera de navidad podría irse a su casa en compañía de sus seres tan queridos, con el único compromiso de asistir regularmente a una serie de consultas externas durante varios meses mas. Después, ya verían. Según fuese su adaptación a la familia y al mundo exterior, se tomaría la decisión de considerarla totalmente sanada, o no. Tres semanas después, tal como lo habían acordado, la víspera de Navidad Beatriz esperaba ansiosa la llegada de Javier, quien había prometido llegar muy temprano al Sanatorio para llevarla a casa. Y, como siempre, cumplió lo prometido. A las nueve de la mañana entraba feliz en la habitación de su esposa, y tras saludarla cariñosamente con un beso en la mejilla, que mal ocultaba la emoción que los embargaba, se sentaron a esperar la llegada del doctor. Casi sin hablar. Susurrando apenas algunas frases inconexas para engañar el tiempo Poco menos de media hora después llegó el Dr. Suarez con los papeles de salida de Beatriz Tras entregárselos a Javier, se sentó al lado de la pareja, charlando de temas de actualidad tanto política como noticiosa, tratando de esta manera de rompe la tensión emocional que imperaba en la habitación, y facilitar así la partida de su paciente. Tras tocar varios temas intrascendentes, la charla recayó sobre el tema social y médico del momento. La enfermedad del S.I:D:A, la llamada Plaga del Siglo. La nueva y desbastadora enfermedad causada por un virus de trasmisión principalmente sexual, que esta diezemando la población mundial, especialmente en las grandes ciudades de los países desarrollados , en donde el amor libre y las prácticas sexuales desordenadas, sin control y sin protección abonaban un terreno propicio para su difusión. Este espantoso mal ya había sido detectado en Venezuela y según el Dr. Suarez la situación de nuestro país al respecto era peor de lo que las autoridades médicas querían reconocer. Estas aducían que no se debía alarmar a la población con demasiada información, pero en su opinión muy personal, decía, y en la de la mayoría de sus colegas, lo que se necesitaba en realidad era precisamente alarmar muy en serio a la ciudadanía, especialmente al sector juvenil con una inundación de información verídica y responsable sobre el problema, para que así, estando bien informados pudiesen evitar el contagio de la mortal enfermedad. – Lo peor – comentaba el Dr. Suarez - es que este mal puede ser transmitido por personas que, por falta de síntomas y o diagnóstico (las llamadas “O positivas”) ignoran que están afectadas por el mortal virus, lo que motiva que continúen sosteniendo una vida sexual activa, convirtiéndose de hecho en un peligro potencial para sus parejas sexuales y haciendo que las posibilidades de la difusión del mal sean incalculables. Esta enfermedad o plaga – continuó – está afectando especialmente a la joven generación que queriendo demostrar su rebeldía y reafirmar su independencia hacen uso de una libertad sexual mal entendida, llegando hasta la promiscuidad y el libertinaje. Y ese libertinaje y esa promiscuidad se están volviendo contra ellos ya que la única forma real de evitar el contagio y de protegerse contra la enfermedad es la practica del sexo seguro, conociendo perfectamente a su pareja, protegiéndose con preservativos y obviando los contactos sexuales ocasionales con personas poco conocidas – -Entonces – preguntó Javier interesado – la situación es verdaderamente grave? Y en Venezuela es igual que en los demás países? Hay muchos casos? Uno solo sabe lo poco que lee en la prensa o ve en la televisión, presentado generalmente de forma sensacionalista, lo cual le quita, según yo lo veo, seriedad al planteamiento. – - Si Javier. Aquí tenemos también, igual que en el resto del mundo, una situación realmente mala. Son muchos los casos reportados a las autoridades sanitarias, especialmente en las grandes ciudades, y en las zonas costeras, por la gran afluencia de turistas y marinos, mucho de ellos infectados sin siquiera saberlo. Pero al igual que en el resto del mundo el mayor peligro está en la gran cantidad de casos no reportados ni registrados, ya sea porque el enfermo ignore su enfermedad, o porque aunque la sospeche, no haya querido reconocerla públicamente por un sentimiento de vergüenza causado por las connotaciones homosexuales que desde un principio se unieron a la enfermedad, cosa en parte cierta ya que en esa comunidad se detectó primeramente la infección, pero esta también puede ser transmitida durante contactos sexuales heterosexuales y hasta por transfusiones de sangre infectada, o por el uso de jeringuillas infectadas usadas indiscriminadamente por los drogadictos. También está el peligro que corren los médicos, las enfermeras, los odontólogos y los laboratoristas, si no toman las debidas precauciones. Para cuando esta persona descubre su enfermedad, si es que no la conocía, o la acepta y acude en búsqueda de ayuda médica, ya será demasiado tarde para todos aquellos que sostuvieron relaciones íntimas con ellos y que estarán posiblemente infectados del virus mortal- - ¡Que terrible – exclamó Beatriz, impresionada – Y no tiene cura, doctor? – - No, Beatriz. Se está trabajando a nivel mundial, buscando desesperadamente una vacuna, y aunque hay noticias esperanzadoras, aún no hay nada concreto – - Tu has visto muchos casos, Joaquín? ¡Cuéntanos! – añadió Javier, impresionado e interesado. - Pues si, Javier. Precisamente les iba a comentar de un caso que tuvimos en el hospital y que hace pocos días tuvo su desenlace fatal, tras largos meses de crueles sufrimientos. Era un hombre joven que hasta hace menos de un año disfrutaba de una vida activa, feliz y algo desbocada, disfrutando también de la admiración de todas las mujeres que se cruzaban en su camino, por su apostura y habilidad en lances amorosos. ¡Un Don Juan moderno! Y su fallecimiento, debido al S.I.D.A ha causado consternación y alarma entre sus amigos y conocidos. Desde hacía ya algunos meses venía padeciendo algunos trastornos virales, pero solo hace muy poco tiempo, preocupado por el deterioro de su salud decidió colocarse en manos de un especialista. Y al realizarle los exámenes pertinentes se comprobó que padecía la fatal infección. Ya solo restó tratar de aliviarle los síntomas y en lo posible los sufrimientos finales. Y claro, alertar a sus amistades para que tomasen las precauciones del caso… lo que por cierto causó tal pánico entre sus amigos y conocidas que ni al entierro quisieron presentarse…Otras de las derivaciones de esta enfermedad, el miedo que causa, debido a la poca información difundida, y que hace mas solitaria, triste y dolorosa la situación del enfermo, que generalmente mueren en hospitales del gobierno, abandonados hasta de sus mas cercanos familiares por miedo al contagio.- -Y quien era ese hombre, Joaquín? Quizás lo conociésemos…- - Es posible. Por lo que se frecuentaba mas o menos el mismo círculo social que ustedes. Su nombre era Marcio Grau, hombre muy apuesto, de menos de cuarenta años….- - ¡Marcio Grau! – casi gritó Beatriz, aterrorizada, poniéndose violentamente de pie y palideciendo intensamente - ¡Marcio Grau!- - Que te pasa, amor – preguntó Javier, asombrado ante la reacción de su esposa, mirándola interrogativamente – Lo conocíamos? La verdad es que no lo recuerdo…- - No, Javier – contestó ella disimulando su angustia – No creo que lo conociéramos personalmente. En realidad, me sobresalté porque creo habérselo oído nombrar en el club. Pero, no. Nosotros nunca lo conocimos – finalizó realizando un tremendo esfuerzo al sentarse entre los dos hombres, tratando de disimular su consternación y miedo. - Pues, me alegro. – intervino el galeno – Porque todas las personal que lo frecuentaron, pero especialmente aquellas que sostuvieron relaciones íntimas con el, se verán obligadas a realizarse las pruebas necesarias para comprobar que no fueron contagiadas, ya que no puede saberse con certeza desde cuando estaba enfermo ni por cuanto tiempo fue un peligro mortal para sus parejas – - No te preocupes Joaquín . Gracias a Dios este no es nuestro caso. Yo no tengo mucha memoria para los nombres, pero si Beatriz dice que no lo conocimos, así es. Ella nunca olvida ni un nombre ni una cara….- Y mientras Javier y el Dr. Suarez continuaban charlando animadamente, Beatriz, horrorizada, contemplaba la terrible posibilidad de que durante los meses de su loca y culpable pasión, pudiera haberse contagiado de la mortal enfermedad. Y no solo la aterrorizaba la posibilidad de haberse contagiado ella, sino de haber infectado también a su esposo con el terrible virus. Su cabeza parecía un torbellino. Apenas podía pensar. Trataba de recordar todo lo que había leído u oído sobre el S.I.D.A , sus síntomas, sus primeras manifestaciones, etc. Pero el pánico que la invadía le impedía recordar y pensar con claridad. Casi en estado de shock pero procurando disimular para que nadie lo notara, se despidió del médico y del resto del personal de la clínica, acompañada por su marido abandonó esta, para lo que debería haber sido el feliz regreso a su hogar, pero que ahora, con la infausta noticia recibida, se convertía en el comienzo de una nueva pesadilla. ¡La peor de todas las que hubiese podido imaginar!! El terror de la espera era el futuro que se presentaba ante ella! El constante miedo cerval de ver aparecer en ella o en su amado esposo los primeros síntomas de la fatídica enfermedad… Este temor y esta duda signaron los años siguientes de la vida de Beatriz. Cada vez que su esposo o ella padecían alguna infección viral, ella temblaba, espantada, temiendo ver aparecer los síntomas fatales. Pero, nada pasó. Y a medida que el tiempo fue transcurriendo se llegó a convencer de que probablemente había tenido suerte, y que Marcio se había contagiado tiempo después de haber finalizado su relación. Aparentemente, se decía, todo el pánico que la había embargado se debía principalmente a un profundo sentimiento de culpa que, seguramente, la acompañaría durante toda su vida. Y así, se fue calmando su angustia. Y en la misma proporción en que la tranquilidad invadía de nuevo su alma, logró poco a poco, integrarse de nuevo a la rutina de una vida totalmente normal, tal como la que había llevado antes de conocer a Marcio, su consecuente locura y su enfermedad. Asistía en compañía de Javier a múltiples actividades sociales, culturales y deportivas, disfrutando nuevamente de este tipo de relaciones y convirtiéndose rápidamente en uno de los puntales de la elegancia y la cordialidad del grupo social que frecuentaban. Se reincorporó también a las asociaciones de caridad a las que antaño pertenecía, dedicándoles la mayor parte de su tiempo. Y comenzó a practicar de nuevo el tenis y el bowling, deportes que habían sido sus favoritos y en los cuales había destacado, formando pareja con Javier. Pasaron así mas de tres años y Beatriz, habiendo rehecho por completo su vida, disfrutaba de un período de paz y felicidad en su relación matrimonial. Todo estaba definitivamente superado. La salud de ella totalmente recuperada. Ya no quedaba ningún síntoma de su largo padecimiento y había recuperado su antigua alegría de vivir y la felicidad que había perdido. Y Javier, inmensamente satisfecho por su completa recuperación, gozaba de la tranquilidad que da a un hombre un buen matrimonio y un hogar estable y armonioso. Pero entonces, cuando ya no lo esperaba, la fatalidad se abatió ominosamente sobre sus vidas. Javier de pronto comenzó a padecer frecuentes infecciones bronquiales, que nunca sanaban del todo. Poco a poco se fue debilitando hasta llegar al momento de no poder asistir regularmente a su trabajo ni poder cumplir con las mas sencillas obligaciones. Tras consultar, preocupado, con su médico, este, en combinación con un especialista en medicina interna decidió hospitalizarlo para someterlo a un completo reconocimiento. Entre los exámenes realizados estaba el descarte del virus del S.I.D.A. por supuesto. Y este salió positivo. ¡Javier estaba infectado con la terrible y mortal enfermedad! El golpe fue espantoso para los dos. ¡Los dejó totalmente anonadados! Pero especialmente para Beatriz que internamente reconocía su culpa. Pero Javier estaba completamente desesperado. Aterrorizado. Sencillamente, no lo podía aceptar. Apenas recordaba ya cuando había sido la última vez que había sostenido relaciones sexuales extramatrimoniales. Y como eso había ocurrido durante la larga enfermedad de Beatriz, se sentía doblemente avergonzado y responsable de lo que estaba pasando. De inmediato, el Dr. Mendez, el internista, ordenó que le fueran realizados a Beatriz los exámenes necesarios para el despiste del virus. Pero, tal como era de esperar, ella también salió positiva. ¡El pesar de Javier y su dolor fueron indescriptibles! Al conocer los resultados y saber que su esposa también estaba infectada sus remordimientos fueron terribles y conmovedores. ¡Jamás pasó por su mente el que hubiese podido ser ella la que lo hubiese contagiado a el, tal como en realidad había sido! Y ella se cuidó muy bien de sacarlo de su error. Pero la culpa y el conocimiento del espantoso daño que había causado a su esposo estaban minando ostensiblemente su salud mental y física. ¡Sentía como si el peso de todos los pecados del mundo hubiese caído sobre sus hombros! Y la invadía una aterradora desesperación. En compensación, dedicó cada hora, cada minuto y cada segundo de sus días y sus noches, a cuidar amorosamente a Javier, ganándose así el agradecimiento de el y la admiración de todos los que la rodeaban. ¡Nunca una queja afloró a sus labios! Ni un gesto de disgusto, de cansancio, o desmayo se reflejó en su rostro. Fueron pasando los meses, sucediéndose en su interminable cadena de dolor y sufrimiento. Javier cada vez mas enfermo y debilitado, tuvo además que soportar el cruel abandono de sus familiares y mas íntimos amigos que, aconsejados por la ignorancia y el miedo, temían que con el solo contacto de su mano al saludarlo, pudiesen contagiarse de la enfermedad, por lo que fueron alejándose de la pareja, sumiéndolos así en la mas desesperante soledad. Aún antes de que la debilidad le impidiese asistir rutinariamente a su trabajo, tuvo que dejar de asistir a la oficina por exigencia de sus propios compañeros, igual que tuvo que dejar de asistir a la Iglesia y a otros lugares públicos por idéntico motivo.! Y así fue viviendo los últimos tiempos de su vida sumido en mil y un momentos de desprecio y desamor! Todos estos padecimientos gratuitos, anudados a los propios de la enfermedad fueron complicando su caso, sumiéndolo en la mas negra desesperanza, llegando a desear que la muerte, misericordiosa, llegara pronto, liberándolo de los espantosos sufrimientos que lo acosaban. Y mientras el progreso implacable del mal afectaba todo su organismo, agravando cada vez mas su ya desesperada situación. Luego llegaron los últimos meses. Se le diagnosticó una gravísima Neumonía Franca o Lobar que terminó de complicar mas aún el cuadro de la enfermedad. Ya no pudo salir mas del Hospital, imposibilitado de permanecer ni un momento sin los auxilios médicos especializados que solo este podía proporcionarle. Claramente se podía apreciar que el final estaba ya muy cerca. Y Beatriz, fiel a su decisión, no lo abandonaba jamás, brindándole continuamente su compañía, su atención y su amor. Días después, cuando llegó el fin, ella estaba, como siempre, a su lado. Allí la encontró el doctor Mendez cuando, a requerimiento de la enfermera encargada, acudió a la habitación para constatar y certificar el deceso del enfermo. Sentada en el borde de la cama, con una de las inermes manos de su marido muerto entre las suyas, Beatriz esperaba. Cabisbaja. Silenciosa. Sin una sola lágrima ni un sollozo. Tras el triste funeral y el mas aun triste y solitario entierro, en el que solo estuvieron presentes, acompañándola, los desesperados padres de Javier, que no comprendían aún lo que había pasado con su hijo, y los médicos tratantes, Beatriz se despidió, aparentemente calmada, de todos ellos, y dirigiéndose sola a su casa. Al llegar a esta, subió directamente a su habitación, el dormitorio que por tantos años había compartido con su esposo. Y tomando del closet de este el revolver que guardaba para la seguridad de su hogar, sentándose en la gran cama matrimonial, lo dirigió a su boca y disparó. &&& L a R e v i s t a María Esther. . . Cuarenta y dos años de dura vida. Siete hijos. Siete momentos trágicos. Dolientes. Siete amores frustrados. Siete ilusiones. Ella cosa para la calle. Al principio, de joven, trabajó de sirvienta en casas de familia. Pero luego, al comenzar a llegar los hijos, al empezar a complicársele la vida, y cuando ya no consiguió a nadie para que se los cuidase mientras ella trabajaba, comenzó a coses. Nada de lujo. Ni de calidad. Cosas sencillas: faldas, blusas, vestidos de trabajo para gente humilde y pobre de su barrio. Sin pretenciones. Solo para vivir y para sacar adelante a sus siete ilusiones. Una amiga le enseñó lo básico del oficio y la ayudó para comprarse una máquina usada. Y así había sido su vida. Lucha incanzable. Penas. Sacrificios y privaciones. Ahora, ya mujer madura, maltratada y acabada físicamente, vive en paz. Sin pensar en el amor. Ni en los hombres.¡Amor¡ ¡Que de ilusiones y de sueños en su nombre¡ ¡Que de esperanzas fallidas¡ ¡Que de decepciones¡ Y de los hombres ya aprendió a prescindir. Ya no busca uno que la represente. Ni para que la ayude a criar a sus hijos. ¡Ya no¡ Ya sabe que sola se basta. Que sola puede. Que si puede. Esa noche, como todas antes de acostarse recorre el pequeño apartamento que desde hace diez años ocupa en El Silencio, pasando revista a todos sus hijos, cerciorándose de que ya están todos en casa, acostados y bien arropados. De que los uniformes de los colegiales están preparados, listos para el día siguiente. De que la braga de obrero de Ramón está limpia y dispuesta para otro día de dura labor. Y que la cama de Isabel está pronta para cuando esta llegue cansada de su diaria faena. Y mientras recorre los cuartos, recuerda. Hoy está en uno de esos días. Añorante. Reminiscente. Evocadora. Así llega a la mínima habitación que por medio de una división de cartón piedra le ha preparado a su hija Isabel en su propio cuarto, el mas grande del apartamento. Isabel, su orgullo. La enfermera graduada. La profesional. En estos momentos está cumpliendo una guardia nocturna en el Hospital Universitario, donde trabaja desde que finalizó sus estudios. Llegará después del amanecer y dormirá toda la mañana, para recuperarse. Isabelita, su hija mayor. Alta, delgada, elegante, atractiva. Resultado de su primer amor. Ella tenía solamente quince años. El, veintidós. Era el hijo de la casa. El hijo de sus primeros patrones. Alto, blanco, elegante y muy apuesto. Igual que su hija, hoy. ¡Muy apuesto¡ Un príncipe, pensaba ella. Llegó un día poco después después de comenzar ella a trabajar en casa de sus padres, a pasar las vacaciones escolares, pues estudiaba leyes en la capital. Y en cuanto la vio, sus ojos relampaguearon de deseo. La asedió. La persiguió. La acosó constantemente. Y ella, deslumbrada, creyendo aún en los cuentos de hadas, poca resistencia pudo oponer a sus deseos. Inevitablemente se le entregó. Fueron dos meses de locura, de pasión desenfrenada. Noche a noche sigilosamente se colaba dentro de su habitación y la poseía una y otra vez. Sus padres no se dieron cuenta de nada. Y poco después, muy poco tiempo después llegó el momento de su partida. Tenía que regresar a la capital. Ella desconsolada lo vio marchar. Y dos meses después, al notar la falta de su período, supo que estaba embarazada. Le escribió varias cartas que el no respondió. Nunca mas volvió a verlo. Ni a saber nada de el. Y cuando su patrona se percató de lo que pasaba, a gritos de “desvergonzada” y “mujerzuela” la despidió. Cinco meses después nació Isabel. Su Isabel. Su querida, bella e inteligente Isabel. Al salir del cuarto de su hija mayor, María Esther entró en el de al lado, en el pequeño dormitorio, casi un cubículo en donde dormían sus dos hijos varones. En una de las camas estaba Ramón, que dormido profundamente, roncaba boca arriba, descubierto y con el pecho desnudo. Dormía siempre así. Despatarrado sobre la cama. Inquieto. Nervioso. Ramón, su segundo hijo. Un corpachón peludo y fuerte. Pero no muy inteligente. Así había sido Juan Ramón su padre. El camionero que la había recogido y la había llevado desde San Cristóbal, su ciudad natal hasta Caracas, cuando ya desesperada por no encontrar trabajo en donde la aceptaran con su niña, fue contratada por un matrimonio capitalino que vacacionaba en la ciudad andina, con la condición de que llegara por sus propios medios a la ciudad. A Juan Ramón lo había conocido poco antes. Y enamorado como era, le había ofrecido “villas y castillos” para conseguirla. Ofreció llevarla a la capital, reconocerle la criatura, casarse con ella y encargarse de su futuro. ¡Todo lo que ella pudiera desear¡ Pero la realidad fue muy otra. Su pasión y sus buenas intenciones solo duraron hasta que se enteró de que estaba de nuevo embarazada. Después de eso lo vio muy poco. Al quedar de nuevo sola y desamparada, acudió a una amiga reciente para ver si la podía ayudar. Pero el aborto era muy caro y peligroso, realizado por unas personas irresponsables y desaseadas. Y ella tuvo mucho miedo, pensando en su Isabelita, en lo sola que quedaría si a ella le llegaba a pasar algo. Así que acudió a hablar con su patrona, confiándoselo todo. Esta, molesta, le permitió que siguiera trabajando hasta el momento del parto. Pero luego, no. ¡No con dos hijos¡ ¡Imposible¡ Y de esta forma, tras haber nacido Ramón se vio de nuevo sola y sin trabajo. Pero logró salir adelante. Y ahora, veintitrés años después, Ramón trabajaba con tesón pero sin mucha inteligencia como obrero de la construcción, ayudándola en lo que podía en el sostenimiento del hogar. Al volverse hacia el otro lado María Esther vio en la otra cama a Jesús Enrique que dormía plácidamente. ¡Su dulce y tranquilo Jesús Enrique¡ Dieciséis años, magnífico estudiante de bachillerato, ya pronto a graduarse. Delgado, de rostro fino y expresión inteligente y alerta. Buen hijo, buen hermano, buen alumno. ¡El mejor de todos sus hijos¡ El mas colaborador. El mas amoroso. Al verlo, veía claramente en su memoria a su padre, el doctor Francisco, como ella siempre lo llamó. Su verdadero amor. Su único y verdadero amor. A poco de nacer Ramón consiguió empleo como sirvienta en una pensión para estudiantes cerca de la plaza La Candelaria. Era un trabajo fuerte y agotador. Pero el sueldo le permitía alquilar una pequeña habitación y pagar a una vecina para que le cuidara los niños mientras ella trabajaba. Allí luchó por mas de seis años, haciendo de todo. Lavaba, planchaba, cocinaba, acompañaba a la patrona a realizar las compras en el mercado cercano, hacía la limpieza y arreglaba los cuartos de los pensionistas. . . pero vivía. Y sus hijos crecían. Ya Isabelita asistía a la escuela y desde el primer momento se demostró inteligente y vivaz. Y Ramón. . . bueno, Ramón siempre fue igual. Pendenciero. Problemático. Pero, igual, con la ayuda de Dios, salieron adelante. Cuando ya tenía seis años trabajando en la pensión llegó Francisco. Estudiaba el último año de medicina y era un joven serio, de veintiocho años, tranquilo, estudioso y formal. En cuanto se conocieron, se enamoraron. Los dos. Desde el primer momento. Irremediablemente. Fue el amor de sus vidas. Se amaban intensamente. En todas partes. En su habitación. En el cine, a donde la llevaba a menudo. En hoteles baratos. Disfrutaban segundo a segundo el tiempo que podían pasar juntos. Pero nunca le prometió nada. Nunca le ofreció nada. Al graduarse tenía que volver a su tierra. Allí tenía novia. Un compromiso viejo. Serio. Había dado su palabra y el no era hombre de faltar a esta, de quedar mal. Pero, se amaron. ¡Cómo se amaron¡ Poco antes de su partida ella se dio cuenta de que estaba de nuevo embarazada. Pero no le dijo nada. Guardó silencio. No quiso perturbarlo. Sabía que bastante sufría ya por tener que abandonarla. Así que calló. Y meses después de su partida nació Jesús Enrique. Su mejor hijo. El hijo de su gran amor. Tras besar amorosamente la frente de su hijo dormido, María Esther salió cerrando suavemente la puerta de la habitación y así llegó a la pequeña sala en donde, en su sofá y en una camita que noche a noche preparaba, dormían Marianela y Gustavo, sus mellizos, los hijos que había tenido con Evaristo, su marido. El hombre bueno, honesto y trabajador con quien se había casado años después del nacimiento de Jesús Enrique, y que había fallecido en un accidente de trabajo cuando los niños tenían solo dos años de edad. Pero a pesar de todo ella tenía que agradecer a Dios por haberla ayudado a salir adelante. Desde el nacimiento de Jesús Enrique había comenzado a coser y con su trabajo, poco a poco había logrado levantar su familia. Ahora Isabelita ya estaba graduada de Enfermera y tenía un buen trabajo en el Hospital. Ramón, aunque no había querido estudiar mas allá de la primaria, era buen trabajador infatigable y ayudaba con los gastos de la casa. Y Jesús Enrique y los mellizos estudiaban con mucha aplicación. El quería ser médico, y los pequeños, con sus ocho años, estaban cursando ya el tercer grado de primaria y eran además de muy parecidos entre si, muy semejantes a su padre Evaristo, andino merideño de piel muy blanca, ojos verdes y cabellos castaño claro. Si, pensó María Esther. Así eran todos sus hijos. Todos ellos y cada uno, un mundo en si y un pedazo de su vida. Y ella los amaba a todos profundamente. Luego de finalizar su acostumbrada “revista” nocturna, María Esther se dirigió a la minúscula cocina y se preparó un “guayoyito” que al contrario de lo que pensaba mucha gente, a ella la ayudaba a dormir bien. Y mientras lo tomaba, pensaba en su vida, en su futuro y en el futuro de sus hijos. Ya nunca pensaba en el amor. Pero si extrañaba la compañía, el apoyo y el cariño que un buen hombre le podría brindar. Y allí estaba José. El mejor amigo de Evaristo. El compadre José, padrino de los mellizos. Desde hacía mucho tiempo la estaba pretendiendo. De forma discreta, sutil. Paciente. Siempre había estado a su lado. Desde el fallecimiento de Evaristo no los había desamparado jamás. Generoso, amable. Sin exigir nunca nada. Pero demostrando constantemente su amor, su cariño, su perseverancia. Era un hombre ya sesentón, calvo y muy moreno, casi negro. Pero con el alma y el corazón mas grandes del mundo. Y la quería bien. Por muchos años se lo había demostrado. Pero, aún así, ella dudaba. A veces sentía deseos de aceptarlo. En noches como esta, cuando la soledad amenazaba derrumbarla. Para escapar de ella. Para descansar en su amor, en su ternura. Para compartir la vejez. Pero, no terminaba de decidirse. Y continuaba dudando, sabiendo que así como estaban las cosas, siempre lo tendría a su lado. Generoso. Amable. Bueno. Tres días después, extrañando la diaria visita del compadre José, María Esther se dirigió hacia su pequeña habitación de soltero, en el edificio vecino, para averiguar la causa de su ausencia. Y allí, al llegar, se enteró por los vecinos. La noche anterior José había sufrido un infarto y había fallecido camino al hospital. Atontada por la noticia, María Esther se dejó caer en una silla de la humilde habitación y estalló en amargos sollozos. Ahora si que había quedado completamente sola. Sola con sus hijos. Con sus obligaciones y sus responsabilidades. Con su trabajo. Pero terriblemente, desesperadamente sola. Mérida Abril 1991 &&& D e c i s i ó n d e M u e r t e Parada en el andén, mirando angustiada ora a un lado ora al otro, la buscaba desesperadamente. ¡Tenía que encontrarla! Desde esta misma tarde, cuando tras la terrible pelea ella, enfurecida, había salido del apartamento, la venía siguiendo. Y pocos minutos antes había logrado entreverla con su elegante traje verde jade que tan bien hacía resaltar su belleza morena clara, cuando presurosa, entraba en la estación. Corrió tras ella y pudo observarla desde lejos cuando llegaba al andén colmado de gente bulliciosa e indiferente. Pero al llegar allí, ya había desaparecido nuevamente. Y frente a ella, el inmenso tren con sus innumerables vagones, una puerta tras otra cada pocos metros, engullendo pasajeros vorazmente. ¿Donde estaría? ¿En que vagón habría entrado? Solo le quedaba una solución. Rápidamente se dirigió a la boletería y luego de informarse del destino y del costo del viaje, compró un boleto y decidida, abordó el tren. El revisor tomó su ticket y charlando la guió gentilmente hasta uno de los compartimientos del coche cama donde debería pasar las horas nocturnas del largo trayecto hasta la costa. Pero, pensó, el no conocía ni podría sospechar el verdadero motivo de su viaje. Así que, agradeciendo amablemente su atención, se informó como al descuido, de cuantos vagones llevaba el expreso, de cuantos coche-cama y de si viajaban muchas mujeres solas esa noche. Todo esto sin hacer mucho hincapié en su interés, entremezclando sus preguntas discreta y cuidadosamente entre el caudal de información acerca del viaje que el buen hombre le ofrecía. Al quedarse a solas en el compartimiento, se dirigió hacia la butaca que formaba parte del cómodo moblaje del salón dormitorio que ocupaba, sentándose cerca de la ventanilla para observar cuidadosamente a todas las personas que circulaban por el andén o que se acercaban al tren dispuestas a abordarlo. Poco después, cuando este tras un largo y agudo silbido de aviso, se puso en movimiento, se acercó al gabinete tocador, levantando la tapa-espejo que cubría el lavabo. Y al ver su rostro demacrado y pálido reflejado despiadadamente en la luna del espejo, decidió corregir los estragos que las horas y la angustia habían causado en el. Se refrescó con agua helada y sacando de su bolso el estuche de los cosméticos, procedió a retocarse cuidadosamente. Luego, cuando devolvió el estuche al interior de la cartera, se sobresaltó al sentir que sus dedos rozaban una superficie dura y fría, que tras un instante identificó como la Lugger que desde años atrás poseía y que no recordaba haber metido ese día en su bolso. Entonces, con movimientos lentos y seguros la sacó del bolso y sosteniéndola con firmeza entre sus dos manos, comenzó a acariciarla mientras su mirada enigmática se perdía en el infinito, como mirando profundamente dentro de si misma, ensoñadora primero, triste después, y al final, decidida y violenta. Toda su vida pasó por su mente durante esos cortos minutos. Toda su triste, solitaria y desquiciada vida. Desde el lejano recuerdo de cuando niña aún le había tocado presenciar como su padre golpeaba salvajemente a su madre, lo que lo llevó a ser perseguido por la justicia, encarcelado, y luego, pocos años después, a fallecer en la prisión durante un motín que el mismo había provocado. Después la larga y mortalmente aburrida vida junto a su madre, quién, ya viuda, había cambiado de ciudad y de nombre y hacía creer a todo el mundo que su marido había sido un buen hombre que había fallecido en un accidente mientras cumplía con su deber, viajando por todo el país en asuntos de trabajo. Y bajo esta mentira vivía y hacía vivir a su pequeña hija, obligándola constantemente a confirmar sus palabras con innumerables “si mami, así fue” o “si mami, claro que lo recuerdo” etc. etc. etc. Y luego, el resplandor. El encandilamiento. El Amor. Así, con mayúsculas. Porque fue así. Maravilloso. Deslumbrante. Fue TODO. El era un apuesto estudiante de medicina próximo a graduarse. Atractivo. Elegante. Gentil Poseedor de todas las cualidades del mundo. O por lo menos, así lo pensaba ella. Se casaron en menos de un mes. Ella con diez y siete años y el con veintinueve. Todo un hombre ya, pensaba. Maduro. Formado. Eso era algo que la llenaba de orgullo y le daba una gran confianza en su felicidad futura. Pero, no es oro todo lo que brilla. Y el mismo día de la boda comenzó para ella una terrible pesadilla que habría de durar seis interminables años. Su marido se drogaba. Robaba en el Hospital donde cursaba su última pasantía, la morfina que necesitaba desesperadamente para vivir. Y durante las espantosas sesiones de drogas, alcohol y sexo, la golpeaba brutalmente. Y ella, doblegada por su amor, lo soportaba todo. Así siguió día tras día, mes tras mes, recibiendo constantemente su cuota de maltrato y violencia, y escondiendo de su madre y de sus amigos los moretones y las cicatrices que habrían denunciado públicamente la locura de su esposo, haciendo creer a todos ellos, tal cual había aprendido de su madre, que su matrimonio era un rotundo éxito. Poco tiempo después quedó embarazada, ilusionándose su corazón con la esperanza de que esta maravillosa noticia sirviese para calmar la violenta personalidad de su marido. Pero fue todo lo contrario y en una terrible noche decidió hacerle el mismo un “legrado” para librarla de una preñez no deseada ni buscada por el. Y procedió de inmediato, efectuando la operación allí mismo, en su propia casa, en su cama, sin anestesia ni la ayuda técnica necesaria. Fue tan bestial en su cometido que le desgarró el útero provocándole una hemorragia incontenible, que lo obligó a llevarla, ese mismo amanecer al hospital, para ser tratada por “un aborto espontáneo” como informó a sus colegas y amigos del nosocomio, interviniéndola de nuevo el mismo pero esta vez con la asistencia técnica pertinente, pero dejándola mutilada y estéril para el resto de su vida. Poco después de esa noche comenzó para ella el peor calvario que mujer alguna pueda sufrir de manos del hombre que ama. Estando ya tan afectado por los excesos y las drogas que no conseguía excitarse lo suficiente para alcanzar una erección satisfactoria para consumar el coito, su marido comenzó a llevar hombres, buscados en los peores sitios de la ciudad, para que se acostaran con ella en su presencia, humillándola y haciéndola caer en la mas abyecta depravación. Esto continuó año tras año, hasta que una noche, luego de una sesión de alcohol, drogas y licor mas prolongada e intensa que nunca, su organismo debilitado en extremo se negó a soportar mas y sufrió un colapso, falleciendo poco después antes de haber cumplido los treinta y cinco años de edad. Y ella quedó, ¡al fin¡ libre. ¡Completa y absolutamente libre¡ Increíblemente, gloriosamente ¡libre¡ Libre ya de su madre quien había fallecido de un infarto dos años antes. Y libre de la espantosa pesadilla de su matrimonio. ¡Libre¡ Pero todo este sufrimiento, todo ese maremagnun de sexo, violencia, promiscuidad y drogas en el que había estado sumergida, habían causado un profundo cambio en su personalidad, en su psiquis. Habían originado una metamorfosis radical en su alma, en su mente y en su espíritu. Pronto comenzó a darse cuenta de que sentía una profunda adversión por los hombres. Que no soportaba su cercanía. Que los detestaba vehementemente. Muchos, que atraídos por su belleza y por su enigmática mirada, la rondaban con intenciones amorosas pronto se veían rechazados con indiferente y despectivo desprecio. No podía, en realidad, soportar su cercanía. No lograba sentir ninguna atracción, ningún deseo por ellos. Le molestaba su insistencia, su presencia constante, su ocasional roce y hasta su olor. Y un día todo esto se aclaró de repente. Ese día, tan importante para su vida futura se dio cuenta de que estaba locamente enamorada de una compañera de trabajo. Y entonces, supo. Comprendió que el daño que su marido le había hecho había sido mucho mas profundo y permanente que unos cuantos golpes con sus inevitables cicatrices físicas y psicológicas, o la simple violación de su íntimo pudor femenino. El había logrado también trastocar su líbido, empujándola a sentir desprecio y repugnancia por los hombres. Y su alma, hambrienta de cariño, de amor y ternura, los buscaba ahora en seres pertenecientes a su mismo sexo, esperando encontrar en ellas lo que el no había sabido brindarle. Y durante mas de quince años había vivido pasado de un amorío superficial a otro, sin conseguir nunca algo verdadero, un sentimiento que realmente la llenara, colmando sus aspiraciones y satisfaciendo sus necesidades plenamente. Hasta que una noche, en una reunión de fin de año en el club que frecuentaba, conoció a Sharlín. Esa noche, extasiada, la admiró mientras bailaba con unos y otras. Alegre. Feliz. Desenvuelta. Luego, ya tarde, reunió el valor necesario y acercándosele, comenzó a enamorarla. Y, ¡oh dioses¡ ella le correspondió. Al día siguiente, luego de una maravillosa noche de amor, Sharlín se mudó a su apartamento, comenzando así una idílica relación que ya llevaba mas de seis meses de mágica luna de miel. Pero días antes una sombra de celos y desconfianza había comenzado a oscurecer esa brillante felicidad. Accidentalmente había visto como Sharlín coqueteaba descaradamente con un joven cliente de la librería donde ambas trabajaban. Aunque no le quiso reclamar nada en el momento decidió vigilarla cuidadosamente. Y esa misma tarde la había visto salir disimuladamente del negocio, en compañía del joven galán, dirigiéndose juntos al callejón vecino y entregándose allí a las mas apasionadas caricias. Los celos la enloquecieron completamente. Adentrándose en el callejón se abalanzó sobre ellos y tomando a Sharlín por un brazo comenzó a zarandearla violentamente mientras la insultaba con zaña y crueldad. Luego, deteniéndola frente a ella, la abofeteó innumerables veces, sin dejar ni por un segundo de insultarla, hasta que sintió su propia mano inflamada y adolorida por los golpes. Y al ver que el joven enamorado huía aterrorizado, la llevó a empujones hasta su auto estacionado en la acera cercana, ante la mirada asombrada de los peatones que circulaban por el sector. Ya adentro del vehículo, lo condujo a gran velocidad hasta el apartamento que ambas compartían. Al llegar allí, Sharlín que, aturdida por la violencia y lo sorpresivo del ataque no se había defendido, se engrifó como una gata y reaccionó salvajemente. Se dijeron cosas espantosas. Se sacaron en cara lo mas sucio y desagradable de su intimidad. Se ofendieron como solo dos mujeres celosas saben hacerlo. Y luego, Sharlín, dirigiéndose a la habitación, había preparado una pequeña maleta y recomponiendo su ropa y maquillaje, desordenados ambos durante la horrible pelea, había salido del apartamento sin agregar una sola palabra mas. Y ella, ya arrepentida, desesperada ante la posibilidad de no volverla a ver, la había seguido. Y siguiéndola, había llegado hasta la Estación Central, tomando, en su persecución, el tren expreso a la costa. Pero antes de salir de su apartamento, casi sin saber lo que hacía, había tomado la Lugger que había sido de su marido, recuerdo de guerra de un amigo alemán, y luego de cargarla, la había metido casi inconscientemente en su bolso. Y ahora, a medida que recordaba todo mientras la acariciaba casi sensualmente, una terrible sospecha y una mas terrible decisión se iba posesionando firmemente de su alma y de su mente, invadiéndola totalmente, sin dejarle la oportunidad de luchar contra ellas. Y la decisión era de muerte. Poco después el revisor mozo del vagón toco suavemente a la puerta de su compartimiento, avisándole que había llegado la hora de la cena y que podía pasar la vagón comedor. Sobresaltada al momento, al ser sacada bruscamente de sus pensamientos, contestó enseguida agradeciendo la información. Y tras guardar la Lugger nuevamente dentro de su bolso, salió y recorriendo lentamente los cinco vagones que lo separaban del suyo, llegó al vagón comedor. Allí, al entrar, vio su terrible sospecha confirmada plenamente, pues, en una de las elegantes mesas, sentados muy juntos y muy amartelados, estaban Sharlín y su joven enamorado. La impresión la dejó totalmente conmocionada. Su mente quedó momentáneamente en blanco y dejó de pensar. Solo sentía. Sentía un gran dolor que partiendo de su corazón, la invadía totalmente. Y supo que todo había terminado. Que solo quedaba desesperación. Como sonámbula, caminó lentamente hasta detenerse frente a la mesa ocupada por la pareja. Pero estos, estaban tan ensimismados el uno en la otra, tan absortos, que al momento no notaron nada. Luego, cuando al fin sintieron que algo ominoso y cruel se abatía sobre ellos, levantaron la mirada al unísono, fijándola asombrados sobre ella. Pero ya nada pudieron hacer. Ya ella había sacado el arma y mientras los ocupantes de las otras mesas la miraban aterrorizados, apuntó firmemente al hermoso rostro de Sharlín y disparó, atinándole en medio de la frente. En segundos, movió el arma unos pocos centímetros y disparó otro proyectil, esta vez dirigido a la cabeza del horrorizado joven. Y luego, volviéndola hacia ella misma, se disparó en la sien derecha, cayendo su cuerpo ensangrentado al pie de la mesa donde yacían los cadáveres de sus dos víctimas. Margarita Araujo de Vale 1990 V i a j e r o s d e l R e c u e r d o La vio en el momento en que entró en la estación en compañía de sus padres y su hermanita. Ella también estaba allí con su familia: padres, abuelas, hermanos. Ocho hermanos por lo que parecía. Y todos muy semejantes entre si. Pero ella destacaba notablemente por sus cabellos castaño-dorados y crespos, recogidos en dos grandes trenzas que se cruzaban en lo alto de su cabeza como una hermosa corona, haciéndole marco a un rostro dulce y sereno en el que resaltaban los grandes ojos expresivos, castaños también, pero con reflejos verdosos cuando los iluminaba de frente la luz del sol; cejas muy finas y delineadas y una boca de labios rosados y carnosos que se alargaban generosamente cuando sonreía. En cuanto la vio, y oyó su voz y escuchó su risa cantarina, se sintió perdido. Nunca antes, en sus diez y seis años Germán se había enamorado. Pero ahora, al verla a ella, su corazón se había descontrolado extrañamente, paralizándose primero por completo, cansado al parecer de palpitar. Y luego, con un salto, se le había desbocado violentamente haciéndolo jadear de la emoción. Su madre, de pie a su lado, inquieta y nerviosa, cansada por el peso de la bebita que llevaba en sus brazos y preocupada por la gran cantidad de maletas, baúles y maletines que llevaba la familia en su viaje a San Nicolás, igual que todos los años en el verano, a pasar un mes de playa y sol, le repetía: -¡Germán, por Dios¡ . . . presta atención ¿Estás lelo? ¡Tienes que ayudarme, hijo¡ No pierdas de vista el equipaje mientras tu papá está comprando los boletos. . . mira que yo estoy ocupada con la pequeña y no puedo estar pendiente de todo. . . – - Si, mamá, no te preocupes – contestó el saliendo bruscamente de la ensoñación en que había caído, tratando de que su mamá no se diera cuenta de lo que estaba pasando. Poco después se acercó su papá ya con los boletos en la mano y sonriendo aunque sudoroso y cansado, comentó: - Ya se acerca el tren. Tenemos que estar pendientes. Este año va mas lleno que otras veces. Reunamos los bultos y acerquémonos al borde del andén. Y hecho lo recomendado por el padre, Germán y su familia continuaron esperando ya impacientes, al igual que la multitud abigarrada y ruidosa que los acompañaba aquel caluroso y húmedo día de principios de verano, en la antigua y primitiva estación. Esta era una sencilla construcción edificada directamente sobre el polvoroso suelo, formada por una plataforma de madera, un techo inclinado del mismo material y al fondo dos pequeñas habitaciones, flanqueando el corredor de entrada, sirviendo una como oficina del jefe de estación y taquilla para la venta de los boletos y la otra como depósito de los materiales necesarios para las reparaciones de emergencia tanto de la locomotora como de los viejos vagones, también de madera que constituían el tren. Estaba construida exactamente a lado de los durmientes de manera que cuando el tren se detenía frente a ella, las escalerillas de acceso que colocaban los empleados se apoyaban en la plataforma, facilitando así el abordaje de los pasajeros. Momentos después pudieron escuchar todos, a lo lejos pero acercándose rápidamente el sonido característico del tren con su al mismo tiempo que la estela de humo que escapaba de su chimenea anunciaba su inmediata llegada. Hubo movimientos, voces y gritos en la pequeña estación. Los pasajeros, impacientes, se revolvían nerviosos revisando sus equipajes, llamando a sus hijos que revoloteaban por los alrededores y mirando recelosos a los demás, temiendo no poder subir antes que ellos al tren, asegurándose así una buena colocación. Y Germán junto a su padre, mientras su madre le reiteraba la petición de que estuviese pendiente y no se alejase, observaba insistentemente el numeroso grupo formado por la que ya era la “niña de sus pesares” y su familia, procurando no perderlos de vista En cuanto la locomotora se detuvo y el revisor bajó a tierra y colocó la escalerilla de acceso todos los pasajeros se dirigieron hacia los diferentes vagones, semejantes a cajones de madera con ventanas, introduciéndose en ellos con un poco de empujones y un mucho de dificultad causada por los numerosos bultos, grandes cestas de comida para el trayecto y los muchos niños que los acompañaban. Germán y su padre subieron a la parte delantera del primer vagón, acomodando de inmediato el equipaje y la cesta de la comida bajo uno de los bancos basculantes construidos con listones de madera. Enseguida, destrabaron el siguiente colocándolo frente al anterior, buscando que la familia así viajara con mayor comodidad. Y los paquetes mas pequeños los colocaron en la cesta que para ese uso estaba situada encima de las ventanas, directamente bajo el techo de madera del vagón. Luego, tomando en sus brazos a su hermanita que lo observaba todo con sus grandes ojos asombrados, esperó mientras su mamá se instalaba lo mas confortablemente posible con un gran suspiro de alivio, tras haber revisado minuciosamente el acomodo del bagaje familiar. Ya sentada, sacó de su bolso de mano un biberón, la mamila y un termo que contenía el alimento para la bebé, y cuando todos los preparativos estuvieron concluidos, tomó en sus brazos ansiosos a la niña quien de inmediato se aferró glotona a la chupa del biberón, quedándose desde ese momento tranquilamente recostada en el seno materno, sin mas preocupación ni interés por nada de lo que la rodeaba. Al verse por un tiempo libre de obligaciones familiares, Germán, de pie en el angosto pasillo que separaba las dos filas de bancos, indiferente a los empujones y a los golpes que recibía de las personas que aún seguían abordando el tren y lo recorrían arriba y abajo en busca de un lugar adecuado a sus necesidades, trataba de ubicar afanosamente el lugar ocupado por la jovencita que tanto le interesaba y su numerosa familia a quienes había visto abordar el mismo vagón pero por la puerta situada en el extremo contrario. Ya en su mente había analizado ka situación. Si ella y su familia habían tomado ese tren que se dirigía a la costa, en esa fecha y viajando todos juntos, debía ser porque al igual que el y los suyos, viajaban a San Nicolás en plan de vacaciones estivales. Ahora, lo que faltaba averiguar era en donde pensaban hospedarse, si tenían casa propia, o algún familiar que los hubiera invitado. O si llegarían a algunos de los lujosos hoteles que poblaban el litoral. O si, como en el caso de sus padres, tomarían en alquiler una de las casas del pueblo, o varias habitaciones en algunas de las pensiones que abundaban en la ciudad. Pensando en todo esto no lograba quedarse tranquilo, la inquietud por saber lo devoraba. Así que, luego de revisar con la mirada todo el vagón y cerciorarse del lugar exacto ocupado por la jovencita, decidió acercársele de inmediato. Y volviéndose hacia su mamá. Dijo: -Ya vengo mamá. No tardaré mucho. Voy a caminar un poco- y se dirigió al fondo de este, aún antes de que el tren se hubiese puesto en movimiento. Caminó despacio, haciéndose un poco el desentendido, hasta lograr sentarse muy cerca de la banca que ocupaba la joven de su interés. Había escogido ella un puesto junto a una de las ventanas, entreteniéndose con la vista que por esta se le brindaba, pero, con un sexto sentido muy femenino, se volvió hacia el al sentirlo cerca, lo miró y le sonrió amablemente, manifestándole con esa sonrisa que lo reconocía de cuando sus miradas se cruzaron en la estación. En ese momento, tras un largo pitazo de advertencia, el tren se puso en marcha con un brusco sacudón que casi lo hace caer. Estallando en divertidas carcajadas, ella se corrió en la banca y lo invitó a sentarse a su lado. Y así comenzó todo. Así cambió radicalmente su vida, tomando un sentido, una ilusión. Así comenzó a construirse un futuro. Durante el resto del viaje, que duró mas de ocho horas, con innumerables paradas en diversos y pequeños pueblos, algunos con estaciones similares al suyo, pero otras que no poseían ni siquiera una plataforma de embarque y en los cuales el tren se detenía en pleno descampado o en el medio de la población, estuvieron casi siempre juntos. Solo se separaron por momentos cuando el decidió darle una vuelta a su familia para evitar que se preocuparan por su larga ausencia. El resto del tiempo lo pasaron charlando, conociéndose y bromeando mucho al verse todos despeinados por la brisa y sucios y renegridos por la carbonilla que esta traía y que se pegaba en sus rostros y en sus cabellos. Cuando llegó el momento de la comida, espiaron ansiosos y hambrientos para ver que había traído la mamá de Gloria, así se llamaba ella, en la gran cesta que había preparado esa misma mañana, antes de partir. Habían grandes barras de pan casero, horneado el día anterior; tortillas variadas, trozos de queso amarillo, grasoso y de fuerte olor; pedazos de jamón, salchichón y chorizo; papas asadas en su concha, empanadas, pasteles y mil cosas mas, además de un gran termo de jugo de naranjas dulces para atemperar el calor y la consabida sed de su gran prole. Luego de tomar de allí lo que mas les provocó, ante la mirada condescendiente de la sonreída matrona, Germán la convidó para que lo acompañara hasta el sitio ocupado por sus padres, para así revisar la cestas de su mamá, seguro de que allí encontrarían algún buen pedazo de biscocho o pastel y una u otra fruta madura y jugoza para tomar como postre. Como ya los padres de ella lo habían conocido durante las horas que pasó a su lado y la habían encontrado educado y gentil, no pusieron inconvenientes en que Gloria lo acompañara, así que instantes después llegaban al lugar ocupado por sus padres, encontrando que estos habiendo ya comido se habían quedado profundamente dormidos, uno frente a la otra, con las cabezas pesadamente apoyadas en los parales que separaban las ventanas, mientras la pequeñita lo hacía en los protectores brazos de su madre. Moviéndose con mucho cuidado para no despertarlos, Germán sacó la cesta de debajo del asiento, donde su madre la había vuelto a colocar y revisándola, encontró lo que deseaba. Tomó un buen trozo de pastel de manzana y sendas hermosas y jugosas peras en sazón que disfrutaron con deleite, regresando después junto a la familia de ella. Ya cerca de las siete de la noche llegaron a San Nicolás. Luego de despedirse Germán de los familiares de Gloria y de ella misma, con gran tristeza, no sin antes haber intercambiado las respectivas direcciones. Enseguida regresó presuroso al lado de los suyos, para estar junto a ellos en el siempre problemático momento de la llegada. Durante el mes de vacaciones se vieron todos los días. En las mañanas, luego del desayudo, frecuentaban la soleada y muy concurrida playa, disfrutando de los beneficios y muy sabrosos baños de sol y de mar, en compañía de gran cantidad de familias que, al igual que ellos, habían escogido esa bella población costera como lugar de solaz y esparcimiento. Por las tardes, después de una larga siesta, se encontraban, al igual que todos los jóvenes veraneantes, en la plaza del pueblo donde podían paladear unos deliciosos helados, charlando, sentados cómodamente en las acogedoras bancas estratégicamente colocadas a la sombra de los grandes y añosos árboles; o paseando por los bellos alrededores. Poco a poco se fueron conociendo, contándose sus cosas mas íntimas, hablando sinceramente de sus deseos y de sus sueños mas recónditos, de sus ilusiones, de sus anhelos de felicidad. Y el amor, como una flor que se abre lentamente ante las caricias de los rayos del sol, fue prendiendo imperceptiblemente en sus jóvenes corazones. El sentía una extraña embriaguez ante la dulzura de sus ojos, ante la tersura y calidez de su piel y su suave olor a flores frescas. Y ella reaccionaba instintivamente a la fuerte apostura juvenil que ya se manifestaba en el, a su ternura y a su sencillez. Cuando ya solo faltaba una semana para el final de las vacaciones y el regreso a la ciudad, una tarde, las dos familias se encontraron en la plaza. Y mientras los mas pequeños se desperdigaban jugando por los alrededores, agradablemente sombreados por los árboles centenarios que la cobijaban, y los mas grandecitos se iban a tomar sus acostumbrados helados, los adultos se dedicaron con placer a la conversación, entendiéndose maravillosamente bien y haciéndose, a partir de ese día, inseparables, disfrutando desde ese momento de todas las actividades veraniegas en un solo y gran grupo formado por ambas familias. Días después llegó el momento del regreso, pero esta vez, las dos familias ya íntimamente relacionadas, ocuparon un mismo sector dentro del tercer vagón, sentándose juntos y compartiendo todos los incidentes del viaje, intercambiando generosamente los preparados de la cesta de alimentos y ayudándose mutuamente con los equipajes y los niños. Germán y Gloria sonreían felices al verlos tan compenetrados, pero, apartándose discretamente del tumulto familiar, se sentaron en una banca lejana. Y luego de un rato de tranquila conversación ella recostó dulcemente su dorada cabecita sobre el hombro de el, durmiéndose casi inmediatamente. Y el, tras observarla dormir plácida y confiadamente recostada en el, dejó escapar un profundo suspiro con el que, inconscientemente daba gracias a la vida por su gran felicidad. Y recostando su recia cabeza sobre el paral de la ventana, sin hacer esta vez el menor caso ni a la brisa ni a la carbonilla, se quedó, el también, profundamente dormido. _¡Abuelo¡ ¡Abuelo¡ ¡Despierta¡ ¡Ya llegamos. . . ¡ Cuando Germán levantó lentamente los pesados párpados y abrió los ojos, lo primero que extrañó fue la sensación de algo frío y metálico contra su sien y su mejilla. Y mirando asombrado a su alrededor, comprobó que se hallaba en un coche de ferrocarril ultra-moderno, de los que ahora fabricaban en aluminio anodinado, cristales de seguridad y hermosas maderas; con asientos fijos, acolchados y tapizados en piel, acondicionados con apoya-cabezas y respaldos reclinables para mayor comodidad de los pasajeros. Sentía también a su alrededor el ambiente climatizado artificialmente y veía los pasillos y el piso del vagón alfombrados en un color que combinaba armoniosamente con el tapizado de los asientos. Y sobre su cabeza, al alcance de su mano, un timbre para llamar al mozo si se hacía necesario, y dos dispositivos direccionales uno para regular la salida del aire acondicionado y el otro para la luz de lectura. Y al mismo tiempo que escuchaba las voces infantiles que lo llamaban insistentemente, escuchaba en el fondo, la voz de un hombre que comentaba divertido -Ahora papá siempre se duerme en los trenes, ´por mas corto que sea el trayecto. En cuanto se sienta, apoya la cabeza en el respaldar de la butaca y comienza a roncar desaforadamente. . . ¡Y luego, lo que cuesta despertarlo al llegar. . . ¡ Y las voces infantiles continuaban: -¡Abuelito¡ ¡Abuelito Germán¡ ¡Despierta¡ ¡Ya llegamos¡. . . ¡Vamos, abuelito, despierta ya¡ Entonces, al mirar de nuevo a su alrededor con el tardo despertar de los ancianos, Germán vio a su lado a una bella y dulce anciana que lo miraba sonriendo con sus grandes ojos castaño-verdosos bañados por la luz de una gran ternura, y una gran cabellera abundante y rizada tal como la recordaba, pero completamente blanca, que le decía; -Vamos, viejo. . . ¿Qué te pasa? ¿Estabas soñando? Démonos prisa que nos están esperando.- Y frente a ellos, dos niños pequeños. Un varón y una preciosa niña, muy parecida esta a su pequeña Gloria de antaño, que le habían tomado cada uno una mano y tiraban de el, intentando ayudarlo a levantarse y a salir del vagón. Y mientras, veía a través del cristal fijo de la gran ventana del vagón la modernísima estación, construida en concreto, hierro, cristales y maderas finas, en la que los trenes, para comodidad de sus viajeros estacionaban bajo la protección de altísimos y elegantes techos que las hacían semejantes a imponentes e impresionantes catedrales del progreso. Y observaba a su hijo, un hombre ya, de unos treinta y cinco años, alto y apuesto, junto a su joven esposa, bella y elegante mujer. Y entonces, comprendió. Comprendió que había estado soñando. Y que en ese maravilloso sueño había revivido, paso a paso, los días en que durante un encantador e inolvidable viaje veraniego a la costa, en unión de sus padres y hermanos, realizado en uno de aquellos primitivos y ruidosos trenes que recorrían el país gracias a la fuerza producida por el vapor, había conocido a la joven que, años después, se convertiría en su adorada esposa y quién sería, con el correr de los años, la base de una hermosa familia. Mérida. Septiembre 1990 ... Ya tarde en el Otoño “Volviste a mi ya tarde en El Otoño, marchitas ya mis Flores, mis frutos y retoños. Y el manantial de ternura en Mi alma, cansado de Esperarte ya se empezaba A secar” M.L.G. de A.H. Acostada pesadamente sobre la cama hospitalaria de la clínica donde estaba recluida por causa del cáncer que recientemente le habían diagnosticado, Láura miraba atenta el suero que discurría gota a gota hacia el interior de sus venas, amodorrándola y aliviándole el terrible dolor. Y a medida que este alivio daba descanso a su pobre organismo, ella iba recordando su vida, tal como si una película fuese pasando lentamente frente a sus ojos, sin perder ni un solo detalle, por doloroso o terrible que este hubiese sido. A su alrededor, repartidos por la habitación, estaba toda su familia. Su esposo Mauricio y sus cuatro hijos. Los tres mayores ya casi hombres, y el último, un hermoso adolescente. Y todos la contemplaban con ojos enrojecidos por las lágrimas, preocupados, sin saber que hacer para ayudarla. ¡Ayudarla! Ya nadie podía ayudarla. El cáncer había invadido todo su cuerpo y era solo cuestión de días, o quizás de horas, el que Dios, en su infinita bondad la liberase de las terribles cadenas de sufrimiento que la ligaban a esta doliente tierra. Si, el cáncer estaba ya en su fase final, cuando ella había decidido, al fin, hacer caso a los síntomas que venía padeciendo desde hacía bastante tiempo y que tanto la atemorizaban. Entonces, había acudido a la consulta de su médico. Y, ¡que cosa tan asombrosa es el ser humano! ¡Que extraña su actitud ante la muerte! Cuando se comenzó a sentirse mal, se aterrorizó pensando que podía ser algo serio. Y fue ese temor el que no le permitió acudir a tiempo al médico. Pero, cuando al fin lo hizo, obligada por los dolores, casi insoportables que había intentado ocultar ante los suyos, cuando su médico, en consulta con un especialista había confirmado sus peores temores, diagnosticándole un cáncer ya incurable por lo avanzado, entonces, ya no tuvo miedo. Entonces, no sintió nada. Solo la invadió una certeza, un convencimiento de lo irremediable. Una seguridad de muerte. Y cierta añoranza por lo que sabía pronto dejaría. Sus hijos. Su marido. Sus familiares tan queridos. Pero, no había temor. No había miedo. Solo el conocimiento de que ya había llegado su hora. Este conocimiento la hacía sentirse desligada del mundo y de los seres que lo poblaban. De todo. Ahora se sentía libre, deseosa de que el fin llegara pronto para liberarse así del omnipresente dolor. ¡No sentir! Eso era en realidad lo único que ahora le importaba. Moviendo muy lentamente la cabeza miró uno a uno a sus cuatro hijos. Jesús, Francisco, Javier y el pequeño Enrique, como grabando en su alma sus rostros adorados. Luego miró a Mauricio su querido esposo, con una mirada larga y profunda. Después, a su médico y amigo. En seguida, cansada por el esfuerzo, dejó caer el rostro en dirección contraria a donde estaban todos ellos, y cerrando los ojos, se sumió en sus recuerdos. Recordó cómo, cuando tenía solamente dieciséis años, siendo una bella y alegre adolescente de cabellos rubios, piel nacarada y ojos verdes como dos esmeraldas, adorada por sus padres y hermanos, había conocido en el club, en una fiesta navideña, a Mauricio, joven universitario recién llegado de Valencia, con una beca para terminar sus estudios de Derecho, en la Universidad Central. Venía recomendado a una familia amiga con quienes había acudido a la celebración, invitado al mismo grupo que ella frecuentaba. ¡Fue amor a primera vista! Ella, con sus pocos años, quedó fascinada de inmediato por aquel joven apuesto, de veintidós años, alto, moreno claro, abundante cabellera oscura, ojos café y facciones finas y regulares. El contraste con que ella acostumbraba a frecuentar, estudiantes de bachillerato, como ella, o amigos de la infancia, fue decisivo. Y el flechazo, violento. El la conquistó con una sola mirada y una sola sonrisa. Y el quedó cautivado por la belleza rubia de la jovencita, por su aire alegre y desenvuelto y por su personalidad extrovertida y exuberante. Siempre era el centro de las fiestas o reuniones a las que asistía. Y esa noche lo fue mucho mas, excitada y entusiasmada por las sensaciones que el joven universitario despertaba dentro de si, Antes de una quincena ya eran novios formales. Y al año siguiente, cuando solo faltaban tres meses para terminar sus estudios, Mauricio habló con los señores García, padres de ella: -Señor Francisco, señora María, ustedes saben que Laura y yo nos queremos y que llevamos mas de un año de novios. Dentro de muy poco termino mis estudios y tengo que regresar de inmediato a Valencia pues he sido contratado por un prestigioso bufete. Por eso he querido hablar con ustedes, ya que Laura y yo no queremos separarnos y pensamos que lo mejor en este caso es casarnos e iniciar de una vez nuestra vida juntos.- terminó un poco a la carrera por la emoción que lo invadía. - ¡Casarse! – exclamó el papá de Laura, sorprendido – Pero Mauricio, Laura es muy joven aún. ¡Si no ha terminado aún el bachillerato! – y añadió, serio y algo molesto – Yo creo que deberían esperar un poco, tomar las cosas con calma y esperar que la niña por lo menos termine sus estudios. - Quizás si yo no tuviese que irme de inmediato a Valencia podríamos esperar, señor Francisco, pero en estas circunstancias no queremos hacerlo – - Pero, ¡entonces! Es que nuestra opinión no cuenta? ¡Laurita, Que dices tu? Es que están decididos aunque nosotros no estemos de acuerdo? Recuerda que aún eres menor de edad…- - Si papi, ya lo se. Además, jamás lo haría sin su consentimiento. Pero, ¡entiéndanos! Yo no quiero quedarme aquí mientras Mauricio se va a Valencia a trabajar. Mis estudios no importan, de todas maneras nunca pensé estudiar en la Universidad … Yo lo que quiero es estar con Mauricio, casarme con el y acompañarlo a donde tenga que ir – - Entonces, están decididos. – intervino la señora María, mirando suplicante a su esposo, pidiéndole silenciosamente que no contrariara a su niña – Lo tienen ya todo planificado. Y, cuando se casarían? Antes de finalizar tus estudios? – terminó, abrazada a su hija y mirando fijamente a Mauricio. - No señora María. Estos últimos tiempos estaré muy ocupado con los exámenes, la presentación de la tesis etc. Pero si en el fin de semana que queda a finalizar las actividades académicas y el acto del grado. El problema es que en quince días después tengo que presentarme en mi trabajo, así que no podría ser después. En la forma en que Laura y yo lo hemos analizado, si lo hacemos así, tendremos tiempo para una semana para un corto viaje y luego otra para instalarnos en Valencia…- - Bueno, - contestó Francisco – parece que nos presentan un hecho casi consumado y solo nos resta darles nuestra bendición. ¡Jamás permitiría que Laurita se casara sin nuestro consentimiento y nuestra compañía! Que le vamos a hacer. Tu sabes bien Mauricio que nosotros queremos inmensamente a nuestra pequeña y si esto es lo que ella quiere, aunque con el corazón destrozado pues preferiríamos que esperasen un poco mas, la complaceremos, como siempre. Verdad, María?- - Si claro, Francisco. En estos casos es mejor no oponerse. Además nosotros te queremos también, Mauricio, y pensamos que serás un buen marido para nuestra chiquilla y que la harás feliz. Pero lo que dice Francisco es verdad, hubiésemos querido que fuera de otra manera, que Laurita estuviese mejor preparada para enfrentar la responsabilidad de formar un hogar, pero si ustedes lo quieren así, así será.- y sonriendo añadió – En tres meses, si nos damos prisa, hay tiempo suficiente para prepararlo todo convenientemente – Tres meses después, en cuanto Mauricio estuvo totalmente desocupado, se casaron por lo civil. Y al día siguiente de la graduación, lo hicieron por la iglesia, festejando los dos acontecimientos en una sola fiesta en los salones del club donde se habían conocido. Pasaron la noche de bodas en un hotel de la capital y a la mañana siguiente partieron en auto rumbo al estado Mérida donde pasarían la semana de Luna de miel, en un hotel situado en un valle vecino a la capital del estado. Esa semana, recordó Laura, fue la mas feliz y la mas importante de su vida. Feliz porque fue la consecución de un sueño: el casarse con el hombre que amaba y por quien era amada. E importante, porque durante esa semana se hizo mujer. Y siéndolo, conoció la maravillosa realidad de una relación madura entre un hombre y una mujer. Comprendió y agradeció la suerte que había tenido al casarse con un hombre como Mauricio, ese ser maravilloso que ahora era su marido. Durante esos pocos días de la luna de miel, el amor que sentía por el creció hasta volverse inmensurable. ¡Era el hombre ideal! ¡El compañero que cualquier mujer hubiese deseado! No solo por su apostura, su inteligencia, su madurez y su seguridad. Lo que lo hacía mas adorable aún era su ternura, que lo hacía tratar a su mujer, casi niña aún, con gran delicadeza, guiándola por el camino de la sexualidad suave y gentilmente, de manera que el enfrentamiento con esa nueva etapa de su vida no le causase ningún trauma que pudiese afectar su futuro o sus relaciones personales. Fue un amante viril, apasionado y sensible, enseñando a su joven esposa a disfrutar de una relación sexual sana, satisfactoria y libre de prejuicios y tabúes. Y ella, dejándose guiar por el y sus instintos, aprendió rápidamente, convirtiéndose en esos pocos días en la mujer por el soñada. Ocho días después abandonaron, entristecidos, el refugio maravilloso de esa región andina donde tan felices habían sido. Pero al mismo tiempo, exultantes y ansiosos, deseosos de enfrentar y vencer los retos que la vida de casados les depararía. En Valencia los esperaba Gustavo, el hermano de Mauricio, quien en compañía de Beatriz, su esposa, habían agenciado la búsqueda de un apartamento para los recién casados, para que cuando estos regresaran de su viaje, solo tuvieran que escoger entre los que ellos les habían apartado. Al llegar, Mauricio y Laura se instalaron en casa de Gustavo, recibidos con el cariño de este, su esposa y sus hijos, una pareja de mellizos, Juan Carlos y Bea, quienes estaban sumamente entusiasmados por la visita de la pareja. Gustavo y Mauricio, por no tener mas hermanos habían sido siempre muy unidos, unión que se intensificó con la muerte prematura de los padres en un accidente vial, siendo ellos apenas unos adolescentes. Luego de la desgracia habían vivido con los abuelos paternos, hasta que al fallecimiento de estos, varios años antes, Gustavo había contraído matrimonio y Mauricio había conseguido una beca para terminar sus estudios en Caracas. Siempre se habían querido mucho y se cuidaban y ayudaban mutuamente. Ahora, luego de esa separación volverían a estar juntos. Todo fue saliendo a pedir de boca para la nueva pareja. En cuanto escogieron el apartamento y firmaron el contrato de alquiler, se dispusieron a aprovechar los pocos días que le quedaban libres a Mauricio, antes de comenzar su trabajo, para comprar las cosas mas indispensables para amoblar su hogar, para mudarle lo antes posible. Lo que quedase faltando lo compraría Laura en compañía de Beatriz, quien se había ofrecido gustosa para ayudarla -Figúrense, con lo que me gusta a mi hacer compras…mas aún si no es con dinero mío…- Ese fin de semana, el sábado, al terminar la mudanza, se reunieron los cuatro en el pequeño balcón del nuevo apartamento, descansando en el cómodo juego de jardín que allí habían instalado. Y mientras disfrutaban de unas frías cervezas, Gustavo comentó: -En realidad, nunca había visto una mudanza tan rápida como esta…Han trabajado de maravilla – - Si, hermano. Pero sin la ayuda de ustedes no se que hubiéramos hecho – contestó Mauricio, repantigado cómodamente en una de las sillas de hierro forjado. Y volviéndose hacia Laura que estaba sentada en el brazo de la misma, le rodeó la cintura con el brazo y preguntó – Quedó precioso, verdad mi vida? – Y ella, amorosa, mientras se inclinaba hacia el y lo besaba en los labios, algo ruborizada por hacerlo delante de sus cuñados, contestó: - -Precioso es poco, mi amor. Quedó perfecto. Tal como lo soñaba. Y ya verás lo felices que vamos a ser aquí… Y así fue. Desde el principio fueron inmensamente felices. Poco tiempo después de su matrimonio Laura se percató de que estaba embarazada. En compañía de Beatriz fue a la consulta del obstetra y este confirmó el embarazo de dos meses así que, le dijo, dentro de siete meses será usted mamá. La noticia encantó a Mauricio, no así a los padres de ella quienes seguían pensando que era demasiado joven para enfrentar ya esa situación. Pero, no fue así. Y en la fecha prevista y tras una corta labor de parto, nació Jesús, llamado así en recuerdo del fallecido padre de Mauricio. Y Laura sintió que su felicidad se había completado, al sostener entre sus brazos por primera vez su primer hijo, la bendición de Dios para su vida y su matrimonio. Fueron pasando los años. Y a medida que estos transcurrían Mauricio fue progresando en su trabajo, asentándose cada vez mas su fama de excelente profesional. Y su familia siguió creciendo progresiva y felizmente. Dos años después de Jesús, nació Francisco y dos años mas tarde, Javier. Y aunque el hecho de no haber tenido una niña entristecía un poco a la pareja, los dos se sentían orgullosos de su trío de caballeros, quienes iban creciendo sanos, hermosos y tremendos, para delicia y también desesperación de todos sus familiares. Además, decía Mauricio,- Aún somos muy jóvenes y es posible tener mas adelante esa hija que ambos deseamos… Ya no vivían en el apartamento, que se fue haciendo pequeño para sus necesidades. Después del nacimiento de Francisco, el segundo hijo, Mauricio había comprado una elegante y moderna quinta en la misma urbanización donde vivían Gustavo y Beatriz, así que las dos familias seguían tan unidas como siempre. Los dos matrimonios se llevaban muy bien y frecuentaban el mismo grupo social conformado por otros tres matrimonios mas o menos de su misma edad, con intereses y gustos afines, con quienes compartían sus ratos de ocio y esparcimiento. Mauricio había madurado con elegancia y apostura, y a la par, la belleza de Laura se había acrecentado espléndidamente. A sus veinticuatro años era una hermosa mujer a la que los embarazos en vez de restarle le habían añadido belleza y elegancia. Su cuerpo se había redondeado, mostrando una silueta plena y femenina. Eran considerados como una de las parejas mas elegantes y bellas de su entorno social y todos apostaban por su manifiesta felicidad conyugal. La personalidad de Laura también había madurado a la par que su belleza. Seguía siendo alegre y extrovertida, disfrutando a plenitud la vida. Pero, aunque el mundo social le gustaba mucho y ocupaba gran parte de su tiempo libre, había desarrollado también una profunda consciencia social, sintiendo en su alma, que debía, en alguna forma, retribuir la inmensa felicidad que la vida le había obsequiado. Así que había decidido dedicar una buena parte de su tiempo a obras sociales, especialmente las que se ocupaban de socorrer a la niñez enferma y abandonada, labores que decía, la llenaban de una gran satisfacción. De esta forma tranquila y convencional fueron pasando los años para esta pareja. Rodeados por sus hijos, parientes y amigos, todo se presentaba pleno de felicidad, pareciendo esta, indestructible. Pero Mauricio, al igual que la mayoría de los maridos vivía una doble vida que al parecer creía completamente normal y a la cual consideraba tener pleno derecho. En su trabajo y en su hogar, era un hombre modelo. Serio, trabajador y responsable, amante esposo y padre dedicado. Todas las amigas envidiaban a Laura la suerte de tener un marido tan apuesto y además, cosa casi increíble, fiel. Pero tras esa vida ejemplar, Mauricio vivía otra. La del conquistador compulsivo, la del marido infiel, hipócrita, embustero. Con la gran diferencia respecto a sus congéneres de que el había puesto gran empeño en ser muy discreto, y hasta el momento, había tenido mucha suerte. Laura jamás había tenido ningún motivo de duda y nunca había sospechado que las reuniones de trabajo que se prolongaban hasta altas horas de la noche, o los viajes por motivos de negocios que ocupaban también los fines de semana, pudiesen tener otros motivos que los que su marido les daba. Y como cosa increíble, no hubo nunca un “alma caritativa” que le informara de la falsía de su esposo, ella seguía viviendo en un paraíso artificial, rodeada del amor de sus hijos y segura de una felicidad que no sabía basada en la mentira y el engaño. Pasó así el tiempo. Y el día de mediados de febrero en que Laura cumplía sus treinta y dos años, observó encantada las señales de un nuevo embarazo. Este la llenaba de mayor felicidad que cualquiera de los tres anteriores, ya que estos habían sido tomados como algo natural, resultado de su amor y sus relaciones íntimas. Algo esperado y bien recibido dada su edad y su activa vida sexual. Pero esta buena nueva, después de que su hijo menor tenía ya diez años la llenaba de gran regocijo. Desde su último embarazo había estado esperando que esto sucediese, pero sin motivo aparente y a pesar de los chequeos de rutina que le confirmaban su perfecto estado de salud, no había logrado quedar de nuevo embarazada. Esto la hacía sentirse descorazonada y algo triste. Acostumbrada a las grandes familias, siempre había soñado el tener también una propia, similar a la que había disfrutado en el hogar de sus padres. Y la suya, de solo tres hijos, le parecía lamentablemente pequeña. De forma que esta promesa de un nuevo hijo la complacía de manera indescriptible. Sabía que Mauricio, aunque no hubiese pertenecido a una gran familia, pensaba igual que ella y anticipaba su emoción y contento. Esa mañana, después de que su esposo partiera hacia su trabajo, Laura se dirigió, ilusionada, a la consulta de su obstetra, quién luego de los exámenes de rutina, le confirmó su embarazo, y respondiendo a una inquietud que ella manifestara, le aseguró que no esperaba ningún problema durante la gestación o parto, por el hecho de haber pasado tantos años desde su último embarazo. Ella estaba en perfectas condiciones y su edad era perfecta para sostener una nueva gestación, con toda felicidad. Tranquilizada así en sus temores, y emocionada, decidió ir de inmediato al bufete de su marido, para comunicarle la buena nueva. En cuanto llegó al piso de las oficinas, entró directamente en la de su marido, tras saludar rápidamente a la secretaria, sin esperar que esta la anunciara, deseando compartir lo antes posible, con el, la maravillosa noticia. Pero al abrir la puerta, quedó completamente paralizada por el asombro, pues, allí estaba su marido, en brazos de su secretaria, besándola apasionadamente mientras con manos ansiosas le levantaba la falda y acariciaba las nalgas, cubiertas apenas por unas diminutas pantaletas. La sorpresa la inmovilizó por unos instantes, muriendo en sus labios las palabras felices que había comenzado a pronunciar. Luego, con un gesto de angustia infinita, giró sobre sus zapatos y salió corriendo del despacho, corriendo como una loca. Bajo las escaleras y se dirigió, aturdida por las lágrimas y los sollozos, a su auto, estacionado frente al edificio . La pareja sorprendida in fraganti, se separó apresuradamente y luego de una expresión soez de disgusto y tras ordenar sus ropas, Mauricio salió corriendo en persecución de su esposa. Cuando llegó a la planta baja ya ella había desaparecido de la avenida, así que, informando por teléfono a su oficina de que se había presentado una emergencia familiar, y que ya no regresaría ese día, se dirigió al sótano del edificio donde abordó su automóvil para ir tras su esposa. Mientras conducía hacia su casa, Mauricio pensaba desesperado en como solucionar el tremendo problema que se había suscitado. El quería mucho a Laura, adoraba a sus hijos, y jamás pondría voluntariamente en peligro su matrimonio ni su hogar. Por eso siempre había sido muy cuidadoso en no tener nunca ningún enredo en su oficina o en cualquiera de sus lugares de trabajo. Ni había tenido nunca una relación amorosa establecida, que le pudiera traer problemas familiares. Pero esta vez se había descuidado. Esta jovencita lo tenía verdaderamente loco. Ya llevaba varias semanas tras ella y nunca le había hecho el menor caso. Y esta mañana la había encontrado con las defensas bajas y había visto la oportunidad para lograr sus propósitos. Y justo, cuando había decidido actuar por no encontrar resistencia, y lograba satisfacer sus deseos, sucedía esto. ¡Laura, quien jamás se presentaba en la oficina y menos sin avisar, abría la puerta y lo encontraba en plena faena! Y ahora, tenía que solucionar el grave problema que se le presentaba.- ¡Animal! – se llamó mentalmente -¿ ves lo que has causado? – y siguió analizando la situación mientras conducía – Ahora tengo que ver como arreglo esto. Como convenzo a Laura de que me perdone, que fue algo sin importancia, un impulso desafortunado que no puede ser causa de una tragedia familiar y de poner en peligro su hogar…Tengo que convencerla de que nunca me había pasado algo así, que la chica es muy coqueta y me hizo caer en tentación, pero ¡que por nuestros hijos le juro que nada así volverá a pasar! ¡nunca mas! – Mientras, Laura, horrorizada por lo que había visto, lloraba desesperada dentro de su auto, estacionado en un parque vecino de su casa, ya que las lágrimas y los sollozos no le permitían conducir. Estaba terriblemente lastimada. Asombrada. Ofendida. Sentía que su vida tal como la había vivido hasta ese momento, había terminado para siempre. Que su felicidad había sido cruelmente destrozada. Que ya no tenía nada. Que su matrimonio se había convertido en una farsa maligna, basada en el engaño y la mentira….!Quien sabe desde cuando Mauricio actuaba así! ¡Quien sabe desde cuando la engañaba arteramente! – pensaba. ¡Su esposo, el mas correcto de los esposos la engañaba miserablemente con su secretaria! –¡ El dolor la traspasaba como una puñalada directa a su corazón! ¡Quizás la engañaba desde siempre, desde el comienzo de su matrimonio…y ella, ingenua, enamorada y crédula, jamás lo había sospechado! ¡Siempre había creído en el, a pesar de las tantas cosas que escuchaba entre sus amigas y conocidas sobre el comportamiento de los esposos….Ella pensaba: ¡No, Mauricio no. El no es así! Y nunca dudó. Que vulgar y que corriente le parecía todo esto. Jamás podría perdonarlo. ¡Jamás olvidaría! ¡Jamás! La espantosa escena que acababa de presenciar quedaría grabada indeleblemente en su alma, hiriéndola hasta lo mas profundo de su ser. Mientras todos estos pensamiento hervían en su mente, sin darle descanso ni serenidad recordaba el motivo que la había llevado hasta el bufete de su marido, y la tristeza se intensificaba dentro de su corazón, ya que sentía que había perdido toda ilusión, que ese niño nacería en un hogar destruido y sin amor, y que no se criaría, como los tres mayores, en un hogar pleno de felicidad y armonía. Y todo por culpa de la doblez e hipocresía de su marido. ¡Que tonta, pero que tonta al pensar que el era distinto a los demás hombres…No, era igual que todos. ¡Uno mas del montón!- y sus pensamientos giraban vertiginosamente dentro de su cerebro, agotándola, dejándola débil, sin fuerzas ya ni para llorar , preguntándose desesperada que debía hacer ahora. Logrando serenarse un poco, se dirigió temblorosa a su casa, deseosa de llegar cuanto antes para encerrarse en su habitación y dar rienda suelta a su dolor. ¡Gracias a Dios – pensó – que los chicos no estarán allí – Los había enviado con la niñera al club para que pasaran el día en la piscina, aprovechando el feriado escolar… así que podría estar a solas en medio de su sufrimiento, pensar en lo que había sucedido y tomar una decisión. Al llegar a la casa, entró silenciosamente, procurando que la empleada domestica no la viera para que no se percatara del lamentable estado en el que llegaba, y dirigiéndose hacia su habitación, se encerró en esta y ya sin fuerzas, se tiró sobre la cama matrimonial, escenario de innumerables y apasionados encuentros amorosos con su marido, llorando desconsoladamente, sintiéndose terriblemente ofendida y traicionada en su dignidad de mujer y en la sinceridad y profundidad de su amor. No sabía que hacer. No lograba coordinar sus pensamientos para tomar una decisión sobre la actitud a tomar ante lo sucedido. ¡Nunca pensó que en algún momento de su vida ella tendría que enfrentarse a una situación como esta! Aunque estaba perfectamente enterada de que esto era algo casi normal en la mayoría de los matrimonios, siempre pensó que el suyo era distinto, que Mauricio en verdad la quería y la respetaba, y que estaba dispuesto a dar en su relación lo mismo que ella: amor, honestidad, fidelidad. Siempre habían estado de acuerdo de que en el caso de alguno de los dos dejara de amar al otro, lo diría frente a frente. Honestamente. Que jamás, por ningún motivo, acudirían al engaño, la traición o la infidelidad. Fuese lo que fuese, lo hablarían sin tapujos, para entre los dos, encontrar la solución adecuada y sincera, que los lastimara a ellos y a sus hijos, lo menos posible…!Pura palabrería, se decía ahora! – Ella jamás había aceptado la teoría que aducen los hombres de que la relación sexual para ellos no tiene importancia, que no implica nada, que no intervienen los sentimientos. No. Eso no era así, para ella, por lo menos. Y así lo había dejado bien claro en sus íntimas conversaciones. Ella siempre había exigido lo mismo que había dado en la relación matrimonial. Consideraba la fidelidad y el respeto requisitos indispensables para una buena relación de pareja. Y una falta, sea quien sea de los dos el que la cometa, tiene siempre la misma importancia, es igualmente grave y genera las mismas terribles consecuencias. Y ahora, ella, tan ufana y segura de su matrimonio, se encontraba ante esta dolorosa situación, cuando atravesaba los primeros meses de un nuevo embarazo, sin tener ni idea de que actitud debía tomar….!Y los sollozos la ahogaban, impidiéndole respirar! Momentos después escuchó como el auto de Mauricio entraba en el garaje, y luego, como este subía las escaleras y se dirigía presuroso al dormitorio en común, donde, al encontrar la puerta cerrada con llave, comenzó a llamarla en tono cariñoso y angustiado: -¡Laura! ¡Abre, mi amor!....Tenemos que hablar…1Abre, por favor!!! Pero ella no quería verlo ni hablarle. Por lo menos, no por ahora. Pero ante su insistencia y temiendo que el servicio se percatara de lo que estaba sucediendo, decidió abrir la puerta. Cuando Mauricio entró trató de tomarla entre sus brazos, pero ella, zafándose bruscamente, le dijo: -¡No me toques! ¡No te atrevas! – y mirándolo con los ojos plenos de lágrimas, preguntó – Y, que quieres hablar? Acaso hay algo que decir? – Y secándose el rostro con un manotazo, como una criatura, se sentó muy erguida en el borde de la cama, con su hermosa faz descompuesta por el dolor. Mauricio, al contemplarla así, tan abatida se sintió preso de gran arrepentimiento. El quería mucho a su mujer. !La adoraba! Jamás estuvo en sus planes hacerla pasar por estos momentos tan terribles. Esos encuentros sexuales, para el, no tenían la menor importancia. No significaban nada. ¡ Tendría que convencerla de eso! Por el bien de ella. Por el bien de los dos y de su matrimonio. De sus hijos. ¡Tenía que alcanzar su perdón! Y sentándose a su lado, comenzó a hablarle con expresión contrita, diciéndole todo lo que había pensado mientras conducía desde la oficina hasta la casa. Reconociendo todo lo que había pasado…(negarlo era imposible, dadas las circunstancias), pero, “ insistiendo en que era la primera vez que caía en una tentación como esa. Que no sabía que era lo que le había pasado. ¡Que estaba arrepentidísimo! Que le juraba ¡por los hijos! Que algo así jamás volvería a suceder. Que la amaba, adoraba a sus hijos y tenía como lo mejor de su vida su matrimonio y su familia. Y que jamás pensaría poner todo esto en peligro por algo que era ¡nada!” -¡Perdóname, Laura, mi amor! Yo no se si tu me crees. Pero todo lo que te he dicho es la verdad. ¡Jamás antes te había faltado! ¡Nunca! Ya me habían dicho que esa joven era muy coqueta, pero como yo nunca les hago caso, no pensé que significara ningún peligro para mi… para nosotros. ¡Pero ya vez lo que pasó! Mañana mismo la despido. ¡No la quiero tener mas cerca de mi!.....!Perdóname! ¡Te amo mucho, tu lo sabes! ¡Perdóname! ¡Te juro que nada sí volverá a pasar! – Y sí siguió, inundándola con mil frases de amor y promesas de contrición. Laura le escuchaba, y al verlo tan arrepentido y avergonzado, pensaba, tal cual deseaba en su fuero interno, que todo debía haber pasado tal como el lo decía. Pero, estaba muy dolida, eso no lo podía cambiar. El recuerdo de la terrible escena que había presenciado, cuando su marido besaba apasionadamente a esa mujer, mientras la acariciaba lujuriosamente, estaba marcada “al fuego” en su mente. Y sabía que jamás la podría olvidar. ¡Fue un impacto tan grande, un shock tan tremendo que quedaría para siempre grabado en su corazón y en su mente. Pero, lo seguía escuchando, luchando entre el amor que por el sentía y la rabia y la incredulidad que la invadía. Pero al final, triunfó el amor de su corazón. Mauricio, con su insistencia de arrepentimiento y sus promesas, logró su objetivo. Y ella, cansada, lo perdonó. Tal como mil esposas, día a día, perdonan las infidelidades de sus maridos. Por amor. Por sus hijos. Por conveniencia. Por debilidad. Por miedo a enfrentar un cambio drástico en sus vidas. Y quizás, por un algo de masoquismo. Jamás se puede saber, realmente, por que. Ayudándola amorosamente a desvestirse y a recostarse cómodamente en la cama, y abrazándola con dulzura, volvió a prometerle que al día siguiente despediría a “la fulana” en cuestión, terminó de convencerla. Ya mas calmada ella le contó el motivo de su visita intespectiva y poco protocolar al bufete, cosa que no era su costumbre, pero que había sido para informarle, plena de ilusión y alegría, su nuevo embarazo. Mauricio, al escucharla, se sintió doblemente arrepentido por el dolor causado a su amada esposa en un momento que debió ser lleno de felicidad para ambos. Avergonzado profundamente, demostró su alegría por la noticia, sintiendo dentro de si temor por lo que estas angustiosas horas últimas hubiesen podido causar a su nuevo hijo que ya percibía todos los sentimientos y humores de la madre que lo llevaba en su vientre. Volvió a pedirle perdón, mas compungido aún que antes, asegurándole mientras la abrazaba mas tiernamente, que jamás la haría pasar de nuevo por momentos como los que había tenido que soportar en ese día. Y su arrepentimiento fue tan evidente, profundo y real, que, al final, Laura se vio precisada a consolarlo. Y como siempre pasa, la vida siguió como antes. Como siempre. Pero, no. No como antes. No igual. Algo era distinto ahora. Algo se había roto en esa encantadora relación, que hasta ese día aciago había sido ejemplo de armonía y amor. Algo faltaba. Laura había creído en el arrepentimiento de su marido y seguía sosteniendo con el sus apasionadas relaciones sexuales, su cariñoso trato, manifestándole constantemente su amor. Pero, de hecho, aquella horrible escena que había presenciado en el despacho de su esposo, no se borraba jamás de su mente. La rondaba constantemente, atormentándola. Tenía que mantener una lucha feroz con su imaginación, cada vez que el se le acercaba cariñoso e incitante, buscando su respuesta habitual, para apartarla de su mente y poder corresponderle con el amor y apasionamiento acostumbrado. Luego, con el paso del tiempo logró arrinconar ese mal recuerdo en un lugar oscuro y escondido de su cerebro. Sabía que debía mantenerse en las mejores condiciones físicas para poder culminar con éxito su nueva maternidad. Todas sus fuerzas vitales, anímicas, espirituales y corporales estaban abocadas a la maravillosa obra de la gestación, y la sabia naturaleza no podía permitir el que ella disgregara fuerzas, recordando aquella dolorosa escena. Pero allí, escondida en su subconsciente, el conocimiento de que su marido era un hombre como los demás, poco digno de confianza, traicionero e hipócrita, y no el hombre honesto y fiel que ella había creído, se mantuvo intacto. Aquietado. Latente. Pero vivo. Y ese conocimiento, esa seguridad fue causando un daño profundo e irreparable. Durante los meses de embarazo y luego, en los primeros tiempos de vida de su pequeño hijo, Laura se comportó como si nada hubiese pasado. Su actitud era la normal de una mujer joven y feliz que espera un hijo y luego que lo está criando. Pero, al paso del tiempo, la semilla que aquel desagradable y doloroso momento había plantado en su corazón fue creciendo e inconscientemente fue marcando e influyendo en todas las acciones de su vida. La principal consecuencia fue que Laura ya no creía en su marido. Lo seguía queriendo. Lo amaba desesperadamente. Pero, dudaba de el. No le creía nada. Cuando Mauricio le decía que tenía que quedarse hasta tarde en el bufete, por algún trabajo especial, no le creía. No le decía nada, pero se quedaba inmersa en un mar de dudas que iban amargando, poco a poco su antes dulce y agradable carácter. No se atrevía a llamar por teléfono para comprobar si era verdad lo que le había dicho. Pero, no le creía. En el fondo de su corazón, dudaba de todo lo que el decía. ¡Sufría terriblemente! Actuaba como si le creyese, pero no lograba de nuevo confiar en el. Y Mauricio, aunque aquel terrible día había hablado con gran sinceridad, no había hecho, en realidad, ningún esfuerzo para cambiar de vida. Al contrario. Sin comprender que la pasividad de Laura se debía mas a la sabiduría de la naturaleza que la protegía, para que la terrible desilusión que había sufrido no afectase de ninguna forma a la criatura que estaba gestando, que a una fe incondicional en el, se felicitaba a si mismo por lo bien que había sabido salir de ese trance, al constatar las pocas o ninguna consecuencia que había tenido en su vida familiar. Para el, como para muchos, el mal no estaba en la falta, en el engaño o el adulterio sino en el haberse dejado sorprender. El pecado era permitir que los demás se dieran cuenta de que lo había cometido, no el hecho de cometerlo. No la acción, sino las consecuencias. Si no había estas, no había aquel. Y a pesar de sus promesas quizás sinceras en aquel momento, jamás se le ocurrió, en verdad, despedir a la joven secretaria. Al contrario, se dejó enredar en una relación que se fue complicando cada vez más y que, al final, le costó mucho terminar. Pero, como siempre, le acompañó la buena suerte y logró que ni Laura ni nadie supiera que la relación había continuado por varios meses más. Cuando al fin, se cansó de la joven y sus exigencias, logró que fuera transferida a una sucursal, ascendiéndola profesionalmente para que no pudiese rechazar el traslado. Y como esta doble vida de engaños y mentiras se había hecho, desde hacía mucho tiempo, una costumbre para el, de inmediato se enredó en otra relación adultera, ejerciendo el derecho que muchas personas creen tener a sostener relaciones extramaritales, empantanándose en una vida de falsedad y desamor. Laura, aunque no tenía pruebas ni certeza del hecho, sabía que su marido la estaba engañando. Al principio pensó hacerlo seguir por un detective privado, pero la desilusión y la tristeza fueron tan grandes, que descartó la idea y decidió seguir haciéndose la ignorante, la ingenua, pensando así salvar lo poco que quedaba de su matrimonio. Creía que tomando una actitud de aceptación e ignorancia, quizás con el tiempo su marido reaccionaría y volvería a ser el hombre fiel y cariñoso de los primeros años de matrimonio. Pero, no fue así. Nunca lo es. Nunca logra una persona, en base de aguantar humillaciones y engaños, hacer cambiar a su pareja. Todo lo contrario. Lo que se logra es establecer como normal un sistema de vida de engaños, recriminaciones, pleitos y violencia cada vez más degradante y destructivo. Cuando el engaño se apropia de una relación, es indudable que se ha perdido todo amor y respeto. La persona que engaña ya no ama. Ni respeta. Y allí ya no hay nada que salvar. Nada por hacer. Ya no queda nada. Pero Laura insistía en su actitud pensando ingenuamente que algún día lograría hacer cambiar a su marido. Al no obtener el resultado deseado, su carácter fue cambiando, convirtiéndose de la hermosa, dulce y alegre mujer que había sido, en una persona sumida en una profunda depresión, sintiéndose humillada y abandonada al constatar que ni por el difícil embarazo que estaba pasando, por su estado emocional, Javier la trataba con algo de cariño y consideración. No. Todo lo contrario. Al ella aceptar la situación y no reclamarle mas por sus ausencias y su frialdad, el sintió que ya todo estaba solucionado. Y volvió a ser el hombre indiferente y ausente que había sido en los últimos años. ¡No soportaba los ocasionales arrebatos de lágrimas y reclamos de laura, y se lo hacía ver claramente. Cuando nació el bebé Laura y Javier tuvieron un corto acercamiento, causado mas por la apariencia social que tenían que presentar ante sus allegados y amigos, que a una reconciliación verdadera. Por eso, no duró mucho. Y al poco tiempo, ya el se había incorporado a su vida normal de hombre infiel e indiferente. Y Laura, cada día mas amargada y frustrada, apenas lograba cumplir con sus obligaciones de madre, así que muy pronto contrató una niñera para que se ocupara del recién nacido, cosa que jamás había hecho con ninguno de sus otros hijos. Y sintiéndose constantemente humillada y maltratada, se fue hundiendo en la depresión y la amargura total. Su antes alegre personalidad la abandonó, dejándose llevar por el mal humor y la apatía. Se retiró de las muchas actividades sociales y caritativas que tanto la habían llenado antes, apartándose hasta de sus familiares y amigos mas cercanos, encerrándose en su casa, y casi totalmente en su cuarto, para rumiar y revolcarse en su dolor. También fue abandonándose físicamente. No acudía regularmente, como antes, al salón de belleza, permitiendo que su hermosa cabellera creciese descuidadamente, perdiendo así su belleza y lozanía. Su cutis se avejentó, marcándose cruelmente en el las arrugas de la amargura. Y sus ojos, de tanto llorar pronto se vieron rodeados de mil líneas, perdiendo al mismo tiempo que la alegría, la luz de la salud y de la felicidad. Su carácter cambió completamente. Ya no fue nunca más aquella mujer alegre y extrovertida, centro y origen de la felicidad de todos los que la rodeaban. Ahora era molesta, desagradable, difícil de tratar. Además, se dejó engordar ya que parecía que la única satisfacción que conseguía en la vida era el comer. Y se dedicó a atiborrarse de dulces, chocolates y pastas. En fin, que se convirtió, antes de los cuarenta años, en una arpía a quien ni sus hijos podían casi soportar. Todo el mundo la evitaba y ya ni Beatriz, quien al principió le daba la razón y se compadecía de ella, la quería visitar. -No hay razón – decía Beatriz a su esposo – para que una mujer adulta, bella e inteligente se deje acabar de esa forma solo porque ha descubierto que su marido es un sinverguenza – Y como el ser humano no es muy adicto a las penas, los dolores y la quejas continuas y prolongadas, cada vez se fue viendo y sintiendo más sola y abandonada. También, comenzó a beber. Al principio fue algo muy leve. Que no llamaba la atención. Cuando aún acudía a reuniones sociales en compañía de Mauricio este comenzó a notar que en muchas ocasiones ella se achispaba un poco mas de lo conveniente. Pero como al estar en estas condiciones su carácter mejoraba notablemente y era algo más soportable, el no quiso reconvenirla y la dejó hacer. Pero cada vez las cosas se fueron haciendo peores, llegando a causar escándalos en los clubes o fiestas particulares a los que asistían, causando que Mauricio al ver que sus palabras no lograban que ella rectificara su actitud, terminó ignorándola y no invitándola nunca más a sus compromisos sociales. Y cuando se encerró definitivamente en su casa, en compañía de su tristeza y su amargura, el dejó totalmente de preocuparse por ella. En realidad, casi ni se veían, no compartían ni las horas de comidas. Y como hacía ya tiempo que el se había mudado de dormitorio, ya no tenían ningún contacto verdadero. El además tenía tantos problemas para organizar su trabajo, su vida social y sus andares de mujeriego que no tenía tiempo para preocuparse por la vida y milagros de una mujer que ya era en su vida mucho menos que un cero a la izquierda. Cumplía su obligación de proveedor; estaba más o menos al tanto de sus hijos, y eso era todo. Y a cuanta persona le preguntaba por ella le contestaba que tristemente Laura se había convertido, sospechaba el que por la menopausia, en una neurótica insoportable que mejor estaba así, encerradita en su casa, sin causarle demasiadas molestias. Jamás se le ocurrió pensar que si esta antes hermosa mujer no hubiese tropezado en su vida con un hombre falso, cínico e hipócrita como el, quizás no se hubiese convertido, con el paso de los años y las desilusiones, en el desecho de mujer que ahora era. Jamás pensó en tratar de cambiar su conducta, ni pensó que quizás si el modificara su sistema egoísta de vida, ella podría recuperar su alegría de antaño, su autoestima y hasta su belleza y el brillo de su encantadora personalidad. Pero como jamás pensó en esto, jamás cambió. Y Laura, dejándose llevar por la desesperación fue cayendo cada vez más profundamente en ese submundo terrible y degradante del alcohol. Cada día bebía más. Mantenía ocultas en su habitación y en otros lugares de la casa las botellas de licor, para tener siempre a su alcance la satisfacción del cada ver más acuciante deseo. Y fueron pasando los años para este desgraciado matrimonio que seguía unido solo por las conveniencias sociales y económicas, por comodidad y apatía. Y por la lástima que Mauricio comenzó a sentir por ella. El, el brillante abogado, magníficamente conceptuado en los círculos profesionales y sociales, era públicamente compadecido por todos por la mujer que, por mala suerte, decían, le había tocado en suerte.. Y ella, avejentada, gorda y desagradable, seguía hundida en el terrible vicio que era su única compañía y solaz, y que la hacían insoportable hasta para las personas que mas la habían querido. Y sola. Completamente sola en su desventura. Pasó el tiempo. Y cuando Mauricio, años más tarde, arribó a su cumpleaños numero cuarenta y ocho, comenzó a sentir un cambio en su personalidad, en su vida, en sus deseos y aspiraciones. Tarde, pero ¡al fin! le llegó la madurez. Tal como le llega a todos los seres humanos cuando ven aparecer hilos plateados en su cabellera. O cuando se dan cuenta de que una nueva y joven secretaria o colega, a quien comienzan a enamorar, es hija o sobrina de un viejo amor. O cuando se sienten ya cansados para mantener esa doble vida que ha sido hasta el momento, su norma. Cuando ya no tienen cabeza para recordar todas las mentiras que acostumbraban usar. Entonces, se miran detenidamente al espejo y constatan que el tiempo ha transcurrido inexorablemente, que ya son hombres maduros, envejecidos y cansados. E inadvertidamente, comienzan a cambiar. Ya no quieren salir todas las noches, luego de las largas horas de trabajo. No sienten ya deseos de cortejar a toda mujer que pasa por su lado. Lo que desean es llegar a sus casas, sentarse a leer un buen libro y comentar con su compañera las visicitudes del día o las noticias de la prensa. Ver una película en la televisión o máximo, reunirse con unos pocos amigos para compartir una sencilla cena. Ser ellos mismos. Sin tener que aparentar que son los apuestos y sempiternos conquistadores de antaño. Pero entonces comprenden que están solos. Que no tienen a su lado la complaciente y comprensiva mujer que desearían, que les quiera de verdad, por ellos mismos. A quienes no les importen sus arrugas, ni su doble mentón o la flacidez de sus músculos abdominales. Y miran a su alrededor buscando ansiosos la compañera que por tanto tiempo abandonaron. La mujer que los ha esperado incansable, a través de largos años de soledad. Algunos la consiguen. Indemnes. Enamorada aún. Resignada y sufrida, pero amorosa. Otros no tienen tanta suerte Mauricio no la tuvo. Horrorizado contempló, vio realmente, en lo que se había convertido su antes adorable esposa. ¡Era un desecho viviente! ¡Una piltrafa humana! Un cuerpo maltratado, que aparentaba tener por lo menos diez años más de lo que en realidad tenía. Una mente trastornada por los celos, el alcohol y el sufrimiento constante. Embotada. Casi embrutecida. En fin, un ser enfermo y entregado al vicio y el dolor. Entonces, aunque algo tarde, sintió el arrepentimiento que Laura tanto tiempo había esperado. Se espantó de lo que con su desidia y desamor había permitido. Y de inmediato, lleno de compasión, se abocó a la tarea de tratar de salvar lo que aún hubiese por salvar, de su mujer. Se convirtió en un marido modelo. Cariñoso. Fiel. Enamorado. Buscó ayuda profesional para tratar de apartarla de su terrible vicio. Y ella, agradecida y enamorada aún, se dejó ayudar, colaborando en todo, inmensamente feliz y maravillada al ver que su adorado esposo había vuelto a ella, tal como por tantos años había soñado. Este hecho, en si, fue determinante para su total recuperación. Hizo progresos asombrosos. Pronto se notó en su rostro como iba desapareciendo el abotargamiento característico del vicio que la había dominado. Su cara, aunque jamás recuperó la belleza y la juventud perdidas, se fue dulcificando, suavizando hasta tener de nuevo la apariencia agradable de antes. También, perdió peso. No mucho, porque la obesidad es una enfermedad de difícil curación, sobretodo a su edad, pero su apariencia se adecentó. Ya no era un ser desagradable y molesto de tratar. Y sus amigos y familiares viendo el resurgimiento casi milagroso de su antigua y encantadora personalidad, comenzaron a frecuentarla de nuevo, disfrutando, en su compañía, de ratos de agradable y emotiva felicidad. Y Laura revivía. Sentía que en su organismo, en su psiquis, en su corazón, estaba realizándose un milagro. Sentada al lado de su esposo, tomados de la mano, como cuando eran novios, disfrutando de una película en el televisor, o de un rato de amena charla con un grupo de amigos, sentía que era mucho lo que tenía que agradecer a la vida. ¡A Dios! ¡Era de nuevo feliz! Tenía de regreso el amor de su esposo, quien vivía pendiente de sus más ínfimos deseos para complacerla, tratando de resarcirla así de los amargos y solitarios años que había vivido. Sus hijos, cariñosos y atentos y sus familiares y amigos mas íntimos, cercanos y solidarios. Todo parecía conformar una nueva y eterna felicidad. Pero la vida no es así. Las cosas no son tan perfectas ni tan predecibles, ni los milagros tan completos y verdaderos. Todo tiene sus consecuencias. Todo hay que pagarlo. Y en esos momentos, las consecuencias de tantos años de dolor, estaban ya minando silenciosamente el organismo de Laura, amenazando la maravillosa felicidad que Mauricio creía haber conquistado. Su “sacrificio” había sido tardío. Su amor, su compasión, llegaban demasiado tarde a la vida de su mujer. En el Otoño de su vida, ya sin tiempo para disfrutarlos. La felicidad tan tardíamente recuperada no podía protegerla de las funestas consecuencias de tantos años de soledad, abusos, frustraciones y sufrimiento. Sus fuerzas vitales estaban minadas y por más voluntad que ella tuviese para disfrutar estos años que la vida le regalaba, maravillosos, no tendría ya ni energía ni salud para ello. El mal que invadía su organismo, silencioso pero mortal; el cáncer aun no diagnosticado, no se lo permitiría Cuando Mauricio notó que tras aquella triste y larga mirada con la que los había envuelto a todos, Laura había cerrado los ojos y se había quedado muy quieta durante un tiempo desusadamente largo, se sobresaltó Y dirigiéndose hacia ella, la llamó, repitiendo cariñosamente su nombre: -¡Laura, mi amor…..! ¡Laura! Pero ella ya no respondió. Misericordiosamente había caído en un coma profundo y media hora después, falleció. ____________&&&____________ Margarita Araujo de Vale Julio de 1.989 D e c i s i ó n d e Amor Al salir del baño esa mañana, Jenny, deteniéndose frente al espejo de cuerpo entero que ocupaba parcialmente una de las paredes de su habitación, se despojó de la bata de toalla con la que se cubría y observando su cuerpo, con mirada crítica, desde todos los ángulos, pensaba en el problema que se le había presentado y del cual solo se había enterado el día anterior, en su última visita a su ginecólogo. Lo que veía en el espejo la satisfacía plenamente. Con sus treinta y seis años, había logrado conservar en perfectas condiciones un cuerpo esbelto y juvenil, que conformaba un todo muy atrayente. Unas piernas largas y bien torneadas, caderas rotundas, una pequeñísima cintura resaltada magníficamente por un turgente y bien desarrollado busto y un alto y elegante cuello que culminaba en un hermoso rostro de facciones armoniosas y atractivas, orladas por una abundante cabellera castaño-dorada, hacían que en cualquier lugar donde ella apareciese, los hombres contuvieran la respiración, admirados, y las mujeres la contemplaran con mal disimulada envidia. Esta apariencia agradable y elegante la había ayudado para, al finalizar sus estudios de aeromoza de aviación, aprobados con magníficas calificaciones, haber logrado un muy preciado puesto en los vuelos internacionales de la principal línea aérea de su país. Y en esa empresa llevaba ya mas de quince años prestando sus servicios y siendo considerada, además de una de las mas eficientes, la mas bella entre todas sus colegas…. A pesar de la gran cantidad de jovencitas que, como taritas locas atraídas por una luz, ingresaban día a día en la profesión, con la intención de encontrar un marido y solucionar sus vidas. ¡los aviadores tenían tanta fama respecto a lo apuestos que eran y los sustancioso de sus ganancias!!! Pero eso nunca había sido su idea de “solucionar su vida” Era aeromoza porque le encantaba su profesión y disfrutaba de su trabajo a plenitud. Pero ahora, ya en la cumbre de su magnífica carrera profesional, se le presentaba esta delicada situación que podía dar al traste con toda su trayectoria, su futuro y su magnífico y cuidado cuerpo, al que tantos esfuerzos y sacrificios había dedicado y del que estaba tan justificadamente orgullosa. Hacía dos semanas, en un vuelo a Europa, había conocido a un elegante y encantador hombre de negocios, algo mayor que ella, con quien había sostenido una casual pero apasionada relación. Luego, no había sabido nada mas de el. Además, no le había interesado saber. Desde el primer momento supo que era casado y muy apegado a su familia, así que también, desde el primer momento conoció que esta relación sería algo casual y sin futuro. Algo del momento, que cubría una necesidad mutua de los dos. ¡Cosas de la soledad! Siendo el un hombre muy apuesto, gentil e inteligente y habiéndose ella sentido intensamente atraída, se dejó llevar y disfrutó del “flirt” tal cual se lo presentó la vida: intrascendente y sin expectativas ni consecuencias futuras. Pero ahora, meses después y debido a diversos síntomas que la aquejaban había acudido a la consulta de su ginecóloga y se había enterado de que estaba embarazada. Y que si habían habido consecuencias…. ¡Embarazada! ¡Eso era el colmo! Pensó. Una mujer como yo, con mi experiencia, mi edad; casi al final de mis años de fertilidad y sin ningún deseo de maternidad…ni “de formar un hogar estable” como decían las viejas”…. Y de pronto, tras una relación totalmente intrascendente y sin importancia, se encontraba en esta situación, igual que una quinceañera inexperta y asustadiza… Y le quedaba menos de un mes para tomar la decisión de poner fin a ese embarazo que ella consideraba, en ese momento, inadecuado e inoportuno. Mientras cubre de nuevo su cuerpo con la bata de felpa, tras buscar en el las ineludibles señales de la deformación causada por el embarazo, que aún no aparecen y que ella tanto teme, recuerda como el día anterior, al conocer la noticia, le había pedido de inmediato a su amiga y médica, que realizase enseguida el curetaje necesario para interrumpir de una vez el embarazo no deseado. Pero esta, tranquilizándola, le había dicho: -Espera Jenny, no te precipites. Tienes tiempo para pensar con calma y analizar los pro y los contra de la situación, antes de tomar una decisión drástica y definitiva – - No tengo nada que pensar, Rebeca. Esto lo he decidido desde hace ya mucho tiempo y no necesito pensarlo de nuevo. Mi decisión está tomada. ¡ No quiero ni he querido nunca tener un hijo! Ni casada ni soltera. No tengo instinto maternal. Y no voy a cambiar ahora, a estas alturas de mi vida. He vivido siempre de acuerdo a mis ideas, con las que me ha ido muy bien. No quiero de ninguna manera enfrentar, este tipo de responsabilidad, ni sola ni acompañada. Si estuviese casada quizás hubiese aceptado tener un hijo, ya que es una posibilidad muy factible dentro del matrimonio…pero, ¡soltera y a mi edad….jamás! No quise antes. No quiero ahora, ni querré dentro de tres semanas…. ¡Por favor, programa todo lo necesario para que sometas lo antes posible a lo que ustedes, eufemísticamente llaman, un “aborto terapéutico”. Y si no puedes, si se presenta algún problema profesional o de consciencia, dilo con franqueza que yo puedo trasladarme al extranjero y realizármelo allá tranquilamente- - ¡No hables así, tan fríamente, Jenny ¡ No me gusta. Además, no eres tu. ¡Tu no eres así! ¡Además, como se nota que no te imaginas, ni remotamente, lo que siente una mujer cuando se acepta con amor y alegría la posibilidad de tener un hijo! Tampoco, en este momento, aprecias la suerte, y la bendición que te ha dado Dios al presentarte esta maravillosa oportunidad de tener, a tu edad, un hijo a quien dedicar tu vida.! Alguien que pagaría tus desvelos con amor y devoción y que sería el consuelo y la compañía de tu vejez! ¡ Y tampoco puedes imaginar la inmensa felicidad que se siente al dar a luz un hijo! Solo cuando se vive, se puede conocer. Y perdona que te hable así, pero siento, por la amistad que nos une, que tengo no solo el derecho sino el deber de hacerlo. – - Pero, Rebeca, no me ataques de esta forma. ¡No es para tanto! Y tampoco te disculpes…claro que me puedes hablar tal como lo sientas, siempre sabré que lo haces por cariño y por mi bien… - Si, Jenny. Así es. Es que me horroriza pensar que tomes esta situación muy ligeramente, sin darle la importancia vital que tiene para ti y para ese otro ser que ya se desarrolla dentro de ti. Quiero que comprendas realmente lo vanos y fútiles que resultan los demás objetivos de la vida ante la maravilla de ser madre, de criar un niño y de disfrutar profundamente la belleza de la relación íntima y espiritual que se forma entre la madre y el niño… - Si, ya se. Pero… - Sin peros, Jenny. Todo es tal cual te digo. – y tras una corta páusa, continuó – Mira, Jenny, te voy a proponer algo. Prométeme que pensarás esto con mucha tranquilidad u detenimiento, analizando todo a profundidad, con todo el corazón, mas que con el razonamiento. Porque, me aterra que tomes una solución apresurada que anule la magnífica posibilidad de ser madre que te está brindando la vida. Yo te aconsejo que te tomes unos días y vayas a un lugar solitario y tranquilo, y analiza tu vida. Piensa detenidamente en toda esta situación, tan sorpresiva para ti, piensa en tu futuro, en lo que realmente deseas. Luego, dentro de tres semanas, regresa a conversar conmigo. Y yo te prometo entonces, respetar tu decisión. Si es negativa, la aceptaré sin ningún comentario y en los días siguientes te realizaré la operación necesaria y muy pronto podrás reintegrarte a tu vida normal. ¿Aceptas?- - ¿Es una promesa, Rebeca? – Y Jenny miraba fijamente a su amiga, tratando de leer en el fondo de sus ojos sus verdaderas intenciones – Yo se que queda poco tiempo para realizar esa operación sin riesgos graves. Pero si es una promesa, yo acepto. Tengo confianza en ti. Nunca me has fallado – - ¡Claro que lo es! – contestó la doctora, levantándose y abrazándola cariñosamente. Y añadió – Y ahora, vamos, ya terminé la consulta así que vamos a la cafetería, nos tomamos un cafecito y olvidemos por un rato esto que tu llamas problema….!cuéntame los últimos chismes de la línea…! – Y así charlando amigablemente, pero sin volver a tocar el controvertido tema que de todas formas no se apartaba de sus mentes, pasaron el resto de la tarde. Al día siguiente, tras su baño matinal y el escrutinio que sometió Jenny a su cuerpo, salió para realizar algunas compras y visitar a sus padres, con quien había pautado almorzar en su compañía. Durante las muchas horas que esa noche había pasado desvelada, había tomado la resolución de escaparse por unos quince días a una cabaña que poseían sus padres en la orilla de la playa, y que en esa época del año, por no ser época vacacional, debía estar completamente solitaria y tranquila. Allí podría pasar un tiempo en absoluta paz y serenidad, analizando su situación, tal cual había prometido a Rebeca, y decidiendo su destino. Esa tarde, al regresar a su apartamento y tras darse un relajante baño de inmersión con agua muy tibia y sales aromáticas, extendió sobre su cuerpo una rica crema hidratante y colocándose el antifaz que usaba para dormir confortablemente durante el día se tendió en su cama para disfrutar de las cuatro horas de sueño profundo que acostumbraba siempre que tenía vuelo nocturno, preparándose siempre mentalmente para despertarse a la hora exacta alerta y sin pereza. No acostumbraba a usar despertador pues su reloj biológico funcionaba perfectamente, pero esta tarde debido a la mala noche anterior y al problema que la agobiaba, colocó su pequeño reloj despertador en hora y se dispuso a descansar, quedándose pronto profundamente dormida. Esa tarde, al llegar al aeropuerto una hora antes de lo acostumbrado, se dirigió primeramente a la oficina de su jefe inmediato y solicitó un permiso de tres semanas en base a una prescripción médica, el cual consiguió de inmediato gracias al magnífico record de trabajo y responsabilidad que tenía en la compañía. Ya solucionado ese punto se dirigió al lugar de reunión del personal de vuelo de la Línea Aérea, para esperar, junto al resto de la tripulación, la llegada del momento de embarcar, departiendo amigablemente con sus compañeros, con quienes la unía una cálida y sincera amistad. Cuarenta y ocho horas después, Jenny, en su moderno auto de dos piezas, se dirigía, bajo un torrencial aguacero, al litoral del Estado Carabobo, a ocupar la cabaña playera de sus padres, cabaña que usualmente usaba solamente los fines de semana o en temporadas vacacionales, acompañada con algunos familiares y amigos, pero que esta vez le serviría de refugio en absoluta soledad y bajo condiciones anímicas completamente distintas a las habituales. Aperada de todo lo que pudiera necesitar durante esos próximos días, se dirigía allí, sola, decidida a usar ese tiempo libre para tomar la decisión mas importante de su vida. Ni sus padres conocían su paradero, ya que les había dicho que iba de vacaciones al extranjero y que como no tenía itinerario fijo, ella los llamaría a menudo para reportarse y tranquilizarlos por su lejanía. Pero su viaje no era de vacaciones ni de trabajo. Era de meditación y análisis de ella misma, de lo que quería en realidad para su futuro y de llegar a una decisión tomada desde el corazón, sobre la vida del ser que ya se desarrollaba en su interior. Miraría en lo mas profundo de su alma, sin engaños, sin mentiras, sin temores ni prejuicios, para tratar de llegar a la verdad de sus sentimientos y sus deseos. Este autoanálisis la llevaría a tomar la decisión trascendental que tenía ante si y que afectaría profundamente tanto su vida, como la de sus padres, su futuro y sus años de vejez. Todo esto lo pensaba Jenny durante su viaje de casi tres horas hasta el litoral carabobeño. Transcurrido este tiempo llegó ¡al fin! a la cabaña de la playa. Situada esta en la bahía de Cata, en una zona paradisíaca, estaba rodeada de bosques, frente a una hermosísima playa de arenas doradas y límpidas aguas color turquesa, aún virgen de turistas y visitantes. En sus cercanías se encontraban otras cabañas, muy pocas, todas solitarias, y una minúscula aldea de pescadores. Allí, en esa zona agreste y solitaria deseaba Jenny tener su encuentro consigo misma y decidir su futuro. Ella siempre había sido fanática del sol y el mar. Pero también y principalmente de su privacidad y su tranquilidad. Por eso cuando quiso regalarle a sus padres un retiro a orillas del mar, no buscó en los lugares de moda, cercanos a la capital y famosos mundialmente. Aconsejada por un amigo fue a conocer esta bella y casi desconocida bahía de la cual quedó inmediatamente enamorada y donde consiguió comprar, a un precio razonable, un pequeño terreno donde mandó a construir la cabaña, acondicionándola con lo mas indispensable para la comodidad pero en un estilo completamente rústico y sencillo. Quizás el hecho de ser hija única, pensaba, la hacía ser un poco egoísta y poco amiga de los grandes grupos bulliciosos o de compartir con muchas personas sus ratos de ocio e intimidad. En cuanto Jenny llegó frente a la cabaña, estacionó el auto en el garage techado construido a un lado de la construcción, y respirando satisfecha el aire salino con olor a lluvia que la envolvía, sacó del vehículo los víveres y el bolso de ropa que llevaba y se dedicó a acondicionar la cabaña ya que hacía mas de tres meses que no la visitaban y estaba algo desarreglada y con el olor a encierro que tanto la molestaba. Luego de finalizar las tareas mas apremiantes, se duchó, vistiendo ropas mas cómodas y frescas. Mas tarde cenó un sandwich de queso y un jugo de frutas y salió a caminar por la orilla de la solitaria playa, contemplando extasiada el hermoso atardecer. Mas tarde, cuando ya sintió el efecto relajante del paseo y del silencio, roto solamente por el rumor de la marea, y comenzó a oscurecer, regresó a la cabaña y allí, escuchando música instrumental, su preferida y de la que siempre llevaba un buen surtido de cassetes, se retiró a dormir. Y así, en una tónica de mucho descansar, caminar por la orilla de la playa, escuchar música relajante y uno que otro chapuzón en el mar, cuando el tiempo lo permitía, se dedicó a pensar, dejando hablar a su corazón en interminables diatribas con su intelecto y razón. Así fueron pasando lentamente los días. Analizando su vida, pensando detenidamente en lo que en realidad había logrado en el transcurso de su vida y lo que realmente quería para su futuro, a corto y largo plazo, buscando profundamente en su interior la verdad, para no tener que enfrentarse en el provenir con ningún tipo de frustración o arrepentimiento. Así había sido siempre. Era su modo de actuar. De ser. Nunca consultaba con nadie, ni con sus padres, a quienes adoraba y por quienes se sabía realmente amada, ninguna decisión verdaderamente importante para su vida. Pensaba que la única responsable de esta y de sus actos era ella misma, y no quiso nunca permitirse, que en un futuro, tuviese la tentación de dejar caer culpas por situaciones difíciles a personas que realmente no tenían nada que ver en su decisión. Durante su primera juventud, cuando terminó un romance ya convertido en compromiso serio, al verse tan cerca de una boda realmente no deseaba aún. Sabía que aunque quería profundamente a su novio, no estaba realmente enamorada de el y al comprender esto, finalizó su compromiso sin dar explicaciones ni pedir consejos a nadie, a pesar de la consternación que causó en las dos familias. Igual, cuando siguiendo sus deseos, dejó la carrera de Ciencias Políticas y entró a la de Aeromoza, dando un giro total a su futuro. Y también cuando rompió con aquel joven compañero de la Línea Aérea que le insistía para casarse y formar un hogar, instándola a dejar definitivamente su trabajo de Aeromoza. Nunca se había arrepentido de estas decisiones. ¡Nunca! Estaba muy feliz y satisfecha de su vida actual y de sus triunfos profesionales. Ahora, cuando estaba en la cumbre de su carrera, siendo desde ya hacía tiempo, jefa de la Tripulación de Cabina, en vuelos internacionales, y teniendo la posibilidad de un ascenso para dedicarse al trabajo administrativo o a la dirección de la Academia de Aeromozas. Ahora, cuando ya pensaba que tenía su vida resuelta y planificada a muy largo plazo, y que ya no tendría que enfrentar sorpresas ni imprevistos , se le presentaba este embarazo no deseado ni buscado, que habría nuevas perspectivas a su vida futura. Ahora, como las otras veces, sería ella sola la que tomaría la decisión. La mas importante de su vida. No. Ahora en su decisión estaba involucrado el destino y la vida de un ser del cual ella era absolutamente responsable. Un ser diminuto, ya creado, que, alojado en su vientre, esperaba su decisión de vida o muerte. Eso era en realidad, lo mas importante. Lo crucial. Espeluznante, casi. Porque con su decisión afectaba a alguien mas. Alguien que no había pedido venir Que según todos sus conocimientos, estaba vivo, extraordinariamente vivo y feliz, evolucionando y creciendo, preparándose con todo el impulso de su biología para su incorporación a la vida, a la humanidad. Que era consecuencia de un acto suyo, independiente y voluntario y que en sus manos estaba el si tenía la ocasión de vivir o si su destino era morir, antes de haber vivido. Si. Todos estos factores hacían de su decisión algo trascendental y definitiva. Este embarazo en principio no deseado ni planificado, era, pensaba ahora Jenny, tras varios días de meditación y análisis, un regalo divino. Un aviso. Una oportunidad que ya no volvería a presentársele. De nuevo tenía ante si una nueva encrucijada en su vida. Y tenía que tomar una decisión ahora mismo, en estos pocos días. Una decisión definitiva, sin posibilidad de retroceso, de arrepentimiento. ¡No habría marcha atrás! Lo que ella resolviese en esos momentos decidiría las dos vidas mas importantes para ella. La propia y la de ese ser que se formaba en su interior. Y sabiendo esto, comprendía que su responsabilidad era ahora tremenda, con terribles implicaciones éticas, morales, religiosas y hasta psicológicas Por eso tenía que sopesar todo muy bien y no dejarse llevar por el miedo a nuevas y desconocidas responsabilidades. Pero, tampoco, por el instinto maternal que conlleva el hecho de ser mujer y que cuando hace su aparición, destruye, disuelve, cualquier otra consideración. Todo esto lo analizaba Jenny durante sus largas y solitarias caminatas por la orilla del mar y en los tantos momentos de tranquilidad y sosiego que disfrutaba durante esos días en la cabaña de la playa. Analizaba su vida actual y las dos opciones que se le presentaban para su vida futura. Dentro de su profesión ella había alcanzado un gran éxito y su triunfo era reconocido a todo nivel, tanto entre sus jefes y los ejecutivos de la línea aérea donde prestaba sus servicios desde hacía tanto tiempo, como entre todos sus compañeros de labores. También le era reconocido que había alcanzado tan alto nivel ejecutivo debido a su propio y solitario esfuerzo, su tenaz voluntad y su magnífica preparación, sin permitirse nunca un “desliz” ni solicitar tampoco ninguna “ayuda extracurricular” valiéndose de sus atractivos físicos o cualquier tipo de padrinazgos. Había sido siempre un número muy importante en la lucha social y gremialista que habían tenido que sostener las aeromozas de su época en el país, para lograr les fuese reconocido los derechos e igualdades que por ley les correspondían, pero que les eran negados por las actitudes machistas y excluyentes de las “cúpulas dirigentes” esencialmente masculinos de las directivas de todas las líneas aéreas de país, y del Ministerio de Transporte y Comunicaciones. Pero, gracias a la unidad y a las luchas sinceras y honestas, habían logrado sus objetivos y en la época actual su trabajo era considerado como un profesión seria, honesta, liberal e igualitaria, con paridad de oportunidades y sin distinción de raza, religión o sexo, tal como lo consagra la Constitución del País y las Normas mundiales. No había sido fácil, pero tras años de arduas luchas en las que ella había participado con toda su voluntad y su inteligencia, se había logrado. Y así, ella había alcanzado el nivel mas alto de su carrera, pudiendo ahora elegir en cual de sus ramas quería ahora continuar, o si prefería buscar colocación en una línea aérea extranjera que tuviera mas rutas internacionales, mas vuelos y mas posibilidades de promoción. Y también se le presentaba, a este nivel, el trabajo en tierra, administrativo, que le permitiría cuidar mas a sus viejos padres y tomar con mas ligereza y tranquilidad sus labores. ¡Allí estaban las dos opciones! Y estaba en sus manos tomar la decisión correcta. Pero, pensaba Jenny una de las tranquilas y frescas noches de su retiro, sentada perezosamente en la orilla de la playa. Ahora, con este inesperado embarazo se le presentaba la ocasión de darle un vuelco total a su vida… y a la de su misma familia. Sabía que era una oportunidad única, irrepetible, debido a su reloj biológico. Y este factor tenía mucho peso en sus pensamientos y en su corazón. ¡Nunca había pensado en ser madre, pero ahora que la vida, a esta edad límite, le presentaba esa maravillosa oportunidad, dudaba. Sentía miedo a la nueva realidad que sería su vida si aceptaba el embarazo. Un miedo que jamás había experimentado. Pero veía ante si los dos caminos que la vida le presentaba insistentemente. En uno se le presentaba una vida de lucha, árida y egoísta para lograr un mayor éxito en su vida profesional, a la que circunscribiría todos sus esfuerzos y todos sus anhelos. Quizás en países extranjeros, rodeada de amistades ocasionales y generalmente superficiales. Y aunque conservaría su tan preciada libertad y su independencia, estaría cada vez mas sola. Sus padres, ya mayores, no la podrían acompañar por mucho tiempo mas y al no tener hermanos ni parientes cercanos, su vida estaría rodeada, en su vejez, de la mas grande y dolorosa soledad. En cambio, la otra vida que se presentaba ante su corazón, el otro camino que se abría ante ella, el de aceptar esta sorpresiva maternidad como lo que era, como un regalo divino, le presentaba una vida plena de nuevos retos y nuevas alegrías. Podía cambiar su existencia en lo necesario para dedicarse por entero a ese hijo o hija que la providencia le regalaba, cuando ya no lo creía posible. Podría disfrutar con el corazón de la maternidad, del nacimiento de un maravilloso ser, su hijo, y luego dedicarle amorosamente su vida para educarlo de tal forma que fuese en el futuro su orgullo y compañía, compartiendo junto a el las penas y alegrías de su crecimiento y dándole además a sus padres el mayor regalo que podría hacerles en su vida: un nieto, tan esperado pero que ya parecía para todos, incluso hasta para ella, tan inaccesible. También pensaba Jenny que en realidad, no había nada verdaderamente importante o significativo que se opusiese a que ella tuviese ese hijo. No había ninguna razón valedera para que ella, voluntariamente, suprimiera esa vida que ya palpitaba en su seno, llenándola de una inefable felicidad. Era cierto que era soltera, pero también era cierto que había infinidad de mujeres solteras (la mayoría de las madres latinoamericanas lo eran, o habían sido abandonadas por sus parejas o esposos, quedando en la misma situación) por diferentes motivos, que criaban solas a sus hijos, haciendo de ellos hombres y mujeres de bien. Y ella sabía que contaba con la ayuda incondicional de sus padres, para quienes sabía, además, que la noticia los llenaría de una gran felicidad y la apoyarían con todo su corazón en la aventura de criar un hijo. Su trabajo tampoco se resentiría, pues, aceptando cualquier de los dos servicios en tierra que desde hacía algún tiempo le estaban ofreciendo, tendría todo solucionado, pues tendría el tiempo necesario para dedicar a su hogar y a su hijo. Y mientras pensaba en todo esto al frescor de la noche marina, Jenny sonreía para si misma, pues, en realidad, ya estaba completamente convencida de lo que deseaba hacer. ¡Ya había tomado su difícil decisión! Y esta era tener a su hijo por encima de todo, de cualquier inconveniente que se le pudiese presentar, de cualquier cosa…!y disfrutar así de esta maravillosa oportunidad que la vida le deparaba! Así que, al día siguiente, poco antes de cumplirse el plazo de dos semanas que se había dado a ella misma, para tomar su decisión, Jenny abandonó la cabaña de la playa, dirigiéndose directamente a casa de sus padres para comunicarles la maravillosa noticia de su maternidad, y decirles al mismo tiempo que por eso mismo, se mudaría de nuevo a su casa, dándole así cumplimiento a otro de los grandes deseos de sus viejos. Quería estar consentida y cuidada durante su embarazo y sabía que nadie sabría hacerlo mejor que ellos. Inconscientemente, estaba un poco preocupada por su gestación, temiendo que su edad fuese causa de algún inconveniente o problema. Y al haber decidido tener la criatura, quería tomar rodas las precauciones necesarias para proteger y llevar a buen término su embarazo. En casa de sus padres todo fue alegría. Los viejos estaban exultantes al pensar en la llegada de ese nieto que ya casi habían desistido de esperar. Y la decisión de su hija de mudarse junto a ellos para esperar el nacimiento de su hijo, colmaba toda expectativa de felicidad que hubiesen albergado. Mas tarde, desde allí mismo llamó a su amiga Rebeca, para participarle también a ella su decisión, y fijar de una vez la cita para la primera consulta para el control normal de su embarazo. Al día siguiente Jenny se dirigió a las oficinas principales de la Línea Aérea, para comunicarles su aceptación del puesto de Instructora Jefe de la Academia para Aeromozas, solucionando así otro de los puntos necesarios para iniciar el nuevo rumbo que voluntariamente le estaba imponiendo a su vida. El transcurso del tiempo demostró que todo estuvo bien planificado y todo salió perfectamente bien. Ocho meses después nació Tomás, su hijo. Un bebé precioso de tres kilos y medio de peso. Una cosita maravillosa, ridículamente parecido a su madre. Cuando Jenny se recuperó de la anestesia y le fue entregado su hijo para que lo amamantara por primera vez, asombrada y enternecida lo examinaba y acariciaba y con los ojos cuajados de lágrimas de alegría agradecía silenciosamente a Dios por haberla llevado a tomar la decisión correcta ocho meses atrás. Cinco días después les fue dada de alta tanto a la madre como al niño. Y en compañía de los orondos abuelos, que no los desamparaban ni por un segundo, partieron hacia el apartamento de estos, donde iniciarían, los cuatro, una nueva vida que esperaban fuese plena de felicidad. Antes de dos meses, Jenny, ya completamente restablecida, se incorporó a sus labores en la Academia de Aeromozas. Y mientras ella trabajaba, Tomás quedaba al cuidado de una niñera y bajo la atenta supervisión de sus amorosos abuelos. Pasaron felizmente los años. Tomás, a los siete comenzó a asistir a la escuela y fue en todo, motivo de orgullo y alegría para los suyos Cuando en cierto momento preguntó por su padre, Jenny, en una seria pero cariñosa conversación le contó como había sido concebido durante una hermosa pero ocasional relación amorosa y como ella, al saberlo en camino, había tomado la decisión de tenerlo, pero asumiendo sola la completa responsabilidad sobre su vida. - Tu padre – le dijo – siendo habitante de otro país, no se enteró de tu nacimiento. He pensado que con el tiempo, cuando ya seas un hombre, lo buscarás y resolverás si quieres ponerte en contacto con el. Es un buen hombre, serio, honesto, trabajador y de muy buena posición, tanto económica como social, en su país. Pero cuando lo conocí ya tenía compromisos familiares adquiridos y no quise causarle problemas de consciencia enterándolo de tu existencia y complicándole la vida. Cuando ya no necesites nada de el y tu lo decidas, podrás buscarlo y ser su amigo, si eso quieres. Pero por ahora – finalizó, despeinando con un gesto cariñoso los cabellos rubios de su hijo – no lo necesitamos. Y estando tan lejos, es muy poca la atención que te podría brindar…. Entiendes, hijo?- -Si mami, claro. Y tuviste razón. Con los abuelos y contigo, no necesito a nadie mas. Pero es bueno saber quien es el papá de uno y saber también que es una buena persona.- -Si no hubiese sido así no hubiese habido la menor posibilidad de que fuese tu padre… Y allí finalizó la conversación, para alivio de los abuelos, que, habiendo asistido a esta, se sentían un poco nerviosos por los métodos tan modernos y directos de su hija. Pero al ver los resultados y la reacción del niño, comprendieron que ella tenía razón y le brindaron, como siempre, su incondicional apoyo. Cuando Tomás, a los dieciocho años salió del bachillerato, decidió, luego de consultarlo con su madre, inscribirse en la Academia Norteamericana de Aviación Civil, para graduarse de piloto. Así que, ayudado por las amistades de Jenny consiguió pronto una beca y partió para los Estados Unidos, acompañados de los temores y las bendiciones de sus abuelos y de las mil y un consejos de su madre. Para el, desde que tenía uso de razón, aparte de su familia, no había nada mas importante en el mundo que los aviones y la aviación. ¡Era la pasión de su vida!. Desde muy pequeñito lo habían fascinado estos inmensos aparatos, lentos y pesados en tierra, que, obedeciendo extrañas leyes físicas, se elevaban en el aire y se convertían en airosos pájaros que surcan los cielos a increíbles velocidades, uniendo a los seres humanos, acortando las distancias y poniendo al alcance de todos regiones lejanas y desconocidas. Así que, cumpliendo el sueño de su vida, Tomás abandonó la casa de sus abuelos y su madre para enfrentarse con una nueva y desconocida existencia, pleno de entusiasmo y alegría, decidido a lograr coronar con éxito sus estudios y regresar convertido en todo un señor piloto. Cuatro años después, cuando ya estaba cerca el día de su graduación, Tomás recibió una triste carta de su madre informándole de fallecimiento, con un mes de diferencia, de sus abuelos. El, tras una penosa pero corta enfermedad, y ella, un mes después, aparentemente de dolor. Jenny estaba muy deprimida, sintiéndose terriblemente afectada por esta doble pérdida. -Pero – le decía en su carta a su hijo – No temas que por esto no asista a tu graduación, hijo. Allí estaré junto a ti. ¡No me la perdería por nada del mundo! Seré la madre mas orgullosa de la academia, acompañándote en el día mas importante de tu vida- Tres meses después llegó el momento tan esperado. Jenny se trasladó puntualmente a los Estados Unidos y estuvo durante todo el tiempo acompañando, orgullosa y feliz, a su hijo y compartiendo al mismo tiempo con Kitty, la joven americana novia de Tomás, a quien Jenny había conocido ya en una visita el año anterior y con quien Jenny había congeniado de inmediato.. Luego de la ceremonia y de la consiguiente celebración. Se dirigieron juntos a cenar en el hotel donde Jenny se hospedaba, durante la cual conversaron sobre el futuro de los jóvenes, principalmente. Kitty, hermosa e inteligente muchacha de origen italiano, estaba terminando su último año de Relaciones Públicas y ella y Tomás pensaban casarse en cuanto ella se graduara y el encontrara trabajo, y deseaban, dijeron, que Jenny viniese a vivir junto con ellos. - No, hijos. Se lo agradezco mucho, pero, tu sabes Tomás y así se lo debes haber comentado a Kitty, que yo soy muy independiente y que nunca me gustó vivir con nadie. Cuando regresé a casa de mis padres fue porque el – y acarició amorosa, la mano de su hijo – estaba en camino y necesitábamos ambos de su ayuda, por mi trabajo. Y luego, ya grande Tomás, nos quedamos junto a ellos para acompañarlos durante sus últimos años de vida. Pero, solo por eso. Además, -añadió sonriendo – los recién casados necesitan su soledad y su intimidad sin límites y yo no será un “buen tercio”. Sobretodo no habiendo necesidad. Pero no se preocupen, les prometo vivir lo mas cerca posible de ustedes para ayudarlos en la crianza de mis nietos…- - Está bien, mamy – sonrió Tomás – ya se lo había advertido a Kitty, pero ella quería hacerte, de todas maneras, el ofrecimiento. Pero ya sabes, quedas comprometida a vivir muy cerca de nosotros para poder estar siempre en contacto y poder estar atentos a tus necesidades, cuidarte y acompañarte…O.K?- - Claro, hijo. Por supuesto. Ya lo prometí. Y lo hago por mi misma también, porque no quiero sentirme lejos de ustedes, de sus vidas, sus alegrías y sus necesidades. Y ahora, pasemos a otro punto que quiero hablar con ustedes. Tengo pensado realizar un viaje por Europa, saliendo dentro de dos semanas de Nueva York, y quisiera que ustedes me acompañaran. Será un viaje de descanso y placer, y sin restricciones de tiempo. ¿Qué les parece? ¿Me acompañan? Yo correré con todos los gastos, por supuesto…- - Será maravilloso, mamy – contestó Tomás, entusiasmado – pero tendremos que ir tu y yo solos. Kitty no podrá acompañarnos- - ¿No puedes? – preguntó Jenny algo desencantada mirando interrogativamente a la novia de su hijo. -No, Jenny. Para mi es completamente imposible, aunque se que me pierdo de algo maravilloso. Pero, en menos de tres meses tengo los exámenes finales y por ahora tengo que dedicar a estudiar las casi veinticuatro horas del día. Y luego, viene la tesis… como ves, para mi es imposible. Pero me viene muy bien que tu te lleves a Tomás lejos de mi. Si lo tengo cerca no me va a dejar estudiar con seriedad y todo sería mas difícil.- contestó Kitty sonriéndole cariñosa al joven que tenía su mano cálida aprisionándole la de ella, sobre la mesa. – Así que ustedes realicen su viaje y yo me quedo aquí muerta de envidia, pero dedicada con ahínco a mis estudios, para que nos podamos casar lo mas pronto posible… ¿Verdad, amor? – concluyó con una mirada tierna y los ojos llenos de lágrimas de ternura. - Si Amor. Así es- Y Jenny, tras abrazar conmovida a su futura nuera, miró a su hijo y preguntó: Entonces hijo, quedamos así? - Claro, mamy. Realizaremos ese viaje juntos y le enviaremos muchas tarjetas a la “sacrificada estudiante”, para que nos extrañe un poco mas cada día…- Y así finalizó la conversación, con Tomás abrazando cariñoso a sus dos mujeres y riendo muy divertido tras la última broma. Dos semanas después partieron Jenny y su hijo, tal como lo habían planificado, en un vuelo internacional directo a Londres, capital donde habían decidido comenzar sus vacaciones en el viejo continente. Jenny estaba muy ilusionada con este viaje que le permitiría disfrutar por largo tiempo la compañía de Tomás, con quién, por sus estudios e U.S.A. y su trabajo, no había compartido mucho últimamente. Pero ese no era el único motivo ni el único fin del viaje. Tenía la intención de aprovechar este para conversar íntimamente con su hijo sobre las circunstancias de su nacimiento y descubrir si existía la posibilidad de que quisiese buscar y conocer a su padre. Ella había tenido informes, por medio de ciertas amistades londinenses de que Steve, el padre de su hijo había enviudado recientemente. Y que su familia actual estaba constituida solamente por un hijo casado, la esposa de este y dos sietecitos. Sabiendo que el ya debería estar muy cerca de la sesentona, pensaba que había llegado el momento oportuno, si Tomás lo deseaba, para que ellos dos se conocieran, sin causar dolor gratuito a nadie. Y pensaba también que era justo que Steve conociera la existencia de este hijo que por tanto tiempo le había ocultado. Ese era el motivo de que ella hubiese escogido la capital de Inglaterra, lugar de residencia de Steve Collins, como primera escala de este viaje. Y así, aprovechando el largo vuelo, luego de la consabida cena con la que la línea aérea brindó a sus pasajeros, disfrutando ya de un sabroso pousse-café, se dispuso de manera inmediata a tratar el tema que tanto le interesaba. Captando rápidamente la atención de su hijo, lo fue enterando de todo lo concerniente a su nacimiento y las circunstancias que lo habían rodeado, explicándole también el motivo que había tenido para ocultarle su existencia al que había sido su padre. Luego de todas estas explicaciones (parte de las cuales ya Tomás conocía someramente por conversaciones anteriores sostenidas cuando, siendo un adolescente, se interesó por saber el por que su padre no vivía junto a ellos) le comentó también las últimas noticias que habían llegado hasta ella sobre la vida de Steve, su lugar de residencia y lo fácil que sería para ellos contactarse con el en cuanto estuviesen instalados en el hotel. La reacción de Tomás fue, tal como ella esperaba. -Si mami. Estoy de acuerdo en todo contigo. En realidad, yo también pensaba aprovechar este viaje para hablarte de este tema y tu solo te me has adelantado. ¡Claro! Yo no sabía que mi padre fuese inglés, aunque si tenía la idea de que era europeo, por algunas conversaciones tuyas y de mi abuela que alguna vez escuché. Y estoy completamente de acuerdo contigo en que ya llegó la hora de que el sepa de mi existencia y no conozcamos. En cuanto lleguemos al hotel has las diligencias necesarias para comunicarte con el y hacer una cita para que nos encontremos- -De acuerdo, hijo – apretando cariñosamente las manos de su hijo que tenía entre las suyas, desde que comenzara la conversación- Mañana mismo haré las llamadas necesarias y me comunicaré con el. Se que al saber que estoy en Londres, querrá verme, así que haré una cita para esta misma semana. Ese día tu esperarás en el hotel mi llamada para avisarte el momento en que te reúnas con nosotros. O.K? - y añadió sonriendo cariñosamente – Se que todo saldrá bien – Así, al día siguiente, al mediodía, Jenny realizó las llamadas necesarias y luego cuando Steve la llamó esa misma noche, encantado y algo extrañado por su contacto después de tanto tiempo, quedaron citados para la hora del almuerzo del día siguiente. Tras ponerse de acuerdo en hora y sitio, se despidieron amigablemente. La mañana del día siguiente, Jenny muy bien arreglada y algo nerviosa, se dirigió caminando hacia un restaurante cercano al hotel, donde se había citado con Steve, el hombre con quién hacía veintitrés años había sostenido una apasionada relación amorosa, la cual había tenido como consecuencia el nacimiento de su adorado hijo Tomás, de cuya existencia el padre no tenía ni la mas ligera idea. En verdad, se sentía bastante nerviosa y emocionada. A pesar de que era una mujer muy bien conservada ya que el paso de los años no la había maltratado demasiado, era, como es de esperar, una mujer muy distinta a la joven de hacía tantos años, cuando se conocieron y se amaron. Claro que el hecho de que para el era igual, la tranquilizaba bastante. Pero, como mujer, no quería perder demasiado en la comparación, por demás inevitable, que el haría, con sus recuerdos. De todas formas, pensó para si, no voy a una cita amorosa. Y aunque yo no lo haya olvidado nunca y recuerde con mucha ternura nuestro pasado en común, es posible que el apenas se recuerde de mi. Concentrada en sus pensamientos, de pronto se sorprendió al darse cuenta de que ya estaba frente a la entrada del restaurante. Así que, apartándolos de su mente, aspiró profundo y entró en el local. De inmediato lo localizó. Allí, sentado ante una de las mesas del lugar, en un sitio tranquilo y acogedor, estaba Steve. Lo reconoció al instante. Era el mismo de años atrás. Alto, elegante, con su rostro de facciones armoniosas, su cabello negro y su apostura de siempre. Tras observarlo de lejos, por unos momentos sin que el la notara, ella se acercó lentamente, apreciando al hacerlo que en realidad, si había cambios notables en su aspecto. Sus cabellos, aunque aún abundantes, estaban surcados por abundantes hebras de plata, y el rostro, cruzado por profundas arrugas que lo envejecían bastante, estaba cubierto por una expresión de profunda tristeza. Al llegar junto a el, le dijo -¡Hola Steve! Veo que llegaste temprano…- - ¡Hola, Jenny! – contestó el, vivamente, poniéndose de pie para recibirla - ¡Bienvenida ¡ Es un verdadero placer verte de nuevo – agregó mirándola admirativamente y estrechando con sus manos la que ella le extendía - ¡Estás bellísima! Añadió mientras le daba un cariñoso beso en la mejilla y la guiaba gentilmente hacia la próxima silla – Ven, siéntate. Te esperaba…- concluyó, sentándose frente a ella. - Gracias - contestó ella, satisfecha por su recibimiento – Y tu tampoco has perdido tu gentileza – - Nunca, Jenny. Y menos ante una mujer como tu. Además no es galantería. Es solo una gran verdad. Estás quizás mas bella que antes…- Y en ese tenor agradable y algo superficial, continuó la conversación por un tiempo mas, entre noticias sobre conocidos antiguos y recuerdos de los tiempos pasados. Pero, a pesar de que las palabras brotaban fluidas y naturales, se notaba en lo profundo una cierta timidez que denotaba la inseguridad que los embargaba al verse de nuevo frente a frente, después de tantos de separación y silencio. Pero poco a poco la tirantez fue cediendo y a poco, se estableció entre ellos la corriente de simpatía y afinidad que años atrás los había unido. El contó sobre su vida, sus éxitos profesionales, sus alegrías y sus penas. Le habló del fallecimiento de su esposa Mary, dos años atrás, luego de una penosa y larga enfermedad. - Y a pesar de que nuestro matrimonio no había sido muy afortunado – dijo – siempre existió entre nosotros un gran cariño y un profundo respeto. Y sus sufrimientos y luego su dolorosa muerte, fueron un terrible golpe para mi. Pero, solo hemos hablado de mi – añadió - de mi vida. Cuéntame, que ha sido de la tuya durante todos estos largos años? Seguiste como aeromoza? Que haces ahora?- - No Steve. Hace mucho que dejé de serlo. Trabajé co la misma compañía aérea pero en funciones administrativas y académicas por mucho tiempo, pero hace un tiempo solicité y obtuve la jubilación. Desde entonces me he dedicado a descansar y a viajar. Mi vida ha sido, en realidad, muy tranquila. Hace pocos años tuve la desgracia de perder a mis padres. Pero eran ya muy ancianos, y aunque los extraño con todo mi corazón, una está mas o menos preparada para eso, por ley de vida. Pero, claro, la tristeza siempre está allí, presente.- y parpadeó rápidamente para disipar las lágrimas que, ante el resiente dolor, inundaron sus ojos. - Bueno, amiga, así es la vida. Todo dolor y muy pocos y contados momentos de alegría. Y dices que murieron juntos? Un accidente, acaso? – - No, gracias a Dios. En realidad, papá sufrió una gravísima pero corta enfermedad y falleció en menos de quince días. Y mamá, pobrecita, lo siguió antes de un mes, pensamos que de tristeza. Fueron muchos años de amor y felicidad, y siempre rogaron al Señor que su partida fuese al mismo tiempo, para no tener que sufrir ninguno de los dos, la ausencia del otro. ¡Y Dios los complació… - Para una pareja unida, la muerte juntos debe ser maravillosa. “Unidos hasta en la muerte”. Bello epitafio. Jenny. Y la muerte de los ancianos, como tu dices, es algo que todos esperamos, que sabemos que está cerca, que es inevitable mas pronto o mas tarde. Es natural. Pero, la de los jóvenes…!Que injusta es! ¡Que terrible e inexplicable! – agregó con voz cortada por el sentimiento - Recientemente tuve que pasar por ese profundo dolor y aún no me he podido recuperar.- - De que hablas, Steve? De que muerte? - De la de mi único hijo, Jenny. De su muerte y la de su familia. Bueno, no toda, gracias a Dios- -Pero, cómo? Que pasó? Cuéntame…- - Fue hace casi un año, Jenny. John viajaba con su esposa y su hijo mayor, de vacaciones a la costa francesa, y en un accidente de aviación, fallecieron todos. No hubo sobrevivientes. . Y solo me quedó su pequeña hija, mi nievecita, que, por ser tan pequeña, decidieron dejarla aquí, conmigo, a mi cuidado. ¡Fue un golpe terrible!- añadió con un rictus de dolor en su rostro – Aún no me resigno y creo que nunca lo haré. Lloro todos los días por su ausencia, Jenny, por sus vidas tan jóvenes y prometedoras, acabadas en un segundo por la fatalidad…. Y lloro por mi soledad. ¡lo extraño tanto! Fue un hijo maravilloso, que solo nos dio a su madre y a mi motivos de orgullo y satisfacción. ¡Y terminar así…! – terminó con la voz deformada por un ronco sollozo – Perdona Jenny – dijo avergonzado, recuperando con gran esfuerzo, la compostura – No lo puedo evitar. ¡Jamás me conformaré! Y para colmo, ahora, lo de mi nievecita… mi pobre niña… - ¡Que horror, Steve! No tenía la mas mínima idea – y colocando su mano sobre la de el, en gesto cariñoso y de consuelo, preguntó - -Y que es lo de tu nievecita que te tiene tan acongojado? Respóndeme, estoy verdaderamente acongojada por ti…- - Mi nievecita está muy enferma, Jenny. Eso fue lo que me impidió verte ayer mismo. Tuve una cita con un especialista que me recomendaron, uno nuevo. Uno mas de la larga lista que he consultado. Pero, como siempre, de nada sirvió. Nada nuevo pudo decirme. Mi niña tiene cáncer. Cáncer en la Médula Ósea… Está sufriendo mucho y nadie puede hacer nada por ella. Yo ya no lo resisto. Lo único que tengo en el mundo es esa preciosa criatura, y tengo que ver, impasible e impotente cómo se consume lenta e irremediablemente. En realidad – repitió – ya no lo soporto- - ¡Dios mío, Steve! ¡Cuánto siento lo que te está pasando – repitió Jenny, trastornada e impresionada hasta lo mas profundo, acariciando suavemente la mano del hombre que aún tenía entre las suyas, tratando de llevar un poco de consuelo a su corazón – Pero,- añadió - ¡no te desesperes! Las investigaciones sobre el cáncer están muy avanzadas. Algo se podrá hacer. Algún tratamiento nuevo, cualquier cosa…- - No. No hay nada que hacer, Jenny. Claro que existe un tratamiento para ese tipo de cáncer. Pero no para mi Sandra. Para ella es como si no existiese. Es imposible… - Imposible? Pero de que me hablas? Por que es imposible para ella? Cual es ese tratamiento Steve?- -Lo único que podría salvar a mi Sandra es un transplante de médula ósea, realizado de un pariente consanguíneo directo y cercano. Y la pobre criatura el único pariente que tiene en este mundo, soy yo. Y a pesar de que daría gustoso mi vida por ella, estoy descalificado como donante por mi edad y por mi estado de salud. Así que no tenemos ninguna esperanza. Jenny. Ninguna. Y eso me está matando…- - Y encontrar un donante, aunque no fuese pariente…?- -Claro, hay esa posibilidad. Pero es tan mínima y remota, que no constituye una posibilidad real. Los rechazos son casi siempre seguros e importantes, y el tiempo que se pierde mientras se espera que aparezca el donante, trabaja contra ella, que se va debilitando a ojos vista. Ya no nos queda mucho. Mi niña se está muriendo y yo muero con ella…- Mientras Jenny escuchaba toda esta larga explicación una idea se iba apoderando rápidamente de su mente. La idea clara y diáfana de que, aunque Steve no lo sabía, su nieta si tenía un pariente consanguíneo cercano que tanto necesitaba y del que dependía su vida. ¡Su hijo Tomás era tío de la niña! ¡Era su pariente consanguíneo directo! Pero, también le pasó rápidamente por su mente el que si Steve lo llegara a saber, su hijo único, su adorado hijo tendría que someterse a un procedimiento quirurgico.…!Y esto la llenaba de terror! No tenía conocimientos médicos de cómo se realizaba ese transplante, pero entendía que era algo serio y de cuidado.! Y su Tomás que nunca había estado enfermo de gravedad! ¡Nunca había estad hospitalizado! ¡Nunca! Pero, a pesar de todas estas consideraciones, y de todos estos temores, ella sabía que nunca podría quedarse callada y ocultar esta posibilidad al hombre que frente a ella, se consumía de dolor. Conocía cual era su deber. Además, estaba segura de que en cuanto su hijo se enterase de lo que estaba pasando, su reacción sería la de ayudar en lo que pudiese., a salvar la vida de esa pequeña niña. Todo esto pasó en segundos por la mente de Jenny, y al llegar a la anterior conclusión, dijo a Steve: -Steve, y si yo pudiera ayudarte…?- - Ya me estás ayudando, querida. El solo hecho de estar aquí y que me escuches con tanto cariño, es una gran ayuda para mi. En otra forma, ya vez, nadie puede hacerlo…- - No Steve. No me refiero a una ayuda moral. Me refiero a una ayuda real, efectiva. A una forma de colaborar para salvar la vida de tu nievecita…- - Pero, cómo Jenny? No vez que nadie puede hacer nada ya? No vez que es imposible? Nadie, ni tu ni nadie puede hacer nada. Solo un milagro la salvaría y tu sabes como yo que esta no es época de milagros…- terminó con gesto amargo. - Pues, a lo mejor, yo soy tu milagro…- - ¡No lo tomes a broma, Jenny, por favor!- dijo, mirándola asombrado y algo disgustado por lo que consideraba superficialidad ante un tema tan doloroso para el. - No bromeo, Steve. ¡No podría! Pero, escúchame. Yo se algo que tu no sabes. Algo que te puede ayudar definitivamente. Algo que quizás ayude a tu niña y que sea la respuesta a tu oraciones – - De que hablas, Jenny? Que es lo que tu puedes saber que pueda ayudarnos? En realidad, no entiendo nada…- -Escúchame Steve. Pon mucha atención. Lo que yo se nos atañe a los dos. Se refiere a nuestra antigua relación, a nuestro viejo romance…- -Y – dijo el, con una triste y melancólica sonrisa de desilusión – Cómo es que algo sobre nuestro viejo romance puede ayudarme ahora?- - Si Steve. Algo que pasó hace tanto tiempo viene ahora en tu ayuda. Atiéndeme bien, amigo. Ese viejo romance que tanto nos apasionó años atrás, tuvo consecuencias….- - Consecuencias? Que quieres decir? Que tipo de consecuencias? – preguntó asombrado - Pues, las consecuencias acostumbradas en esas relaciones….- - Pero, a que te refieres, Jenny? A un hijo? Un hijo nuestro? Habla de una vez, por favor… - Si, amigo. Me refiero a un hijo. Nueve meses después de nuestro apasionado romance, nació un hermoso muchacho, que ha sido durante todos estos años, mi orgullo y mi felicidad. - Pero, Jenny…Tu nunca me dijiste…nunca me hiciste saber…- - Si, ya se. Es que decidí mantenerlo en secreto para ti, Steve. Tu eras un hombre casado y yo lo sabía desde el mismo momento en que te conocí. ¡Nunca me lo ocultaste! Así que pensé que no era justo complicarte la vida. Pero ahora ya es un hombre y tomamos juntos la decisión de venir a Inglaterra para ponernos en contacto contigo y enterarte de su existencia y si era tu deseo, que se conocieran personalmente. Este ha sido en realidad, le motivo principal de nuestro viaje.- - Y que sabe el de mi? Que le has dicho sobre nosotros? – preguntó aún asombrado Steve. - Pues, solo la verdad. Que nos conocimos y nos amamos, pero que tu tenías compromisos familiares previos y que por eso yo no quise participarte su nacimiento. Que eres un hombre bueno y honesto y que de el partiría la decisión de conocerte o no. Al principio, cuando me enteré de mi embarazo, pensé someterme a una operación quirúrgica para interrumpir el embarazo, pero luego lo pensé mejor y decidí tener el bebé y aprovechar la maravillosa oportunidad que me brindaba la vida para darle un sentido real a mi existencia. Y me dediqué de lleno a su crianza y educación, asumiendo sola la responsabilidad de su vida. Aunque sola no, ya que tuve la invaluable ayuda constante de mi padres. Luego, cuando tenía cerca de once años, me preguntó por su padre, y yo le expliqué sucintamente nuestra historia, sin entrar en demasiados detalles, pero con toda sinceridad. Y el quedó satisfecho con la explicación y jamás volvió a hablar del tema. Ahora, hace unos quince días se graduó en los Estados Unidos en una Academia de Aviación Civil, y cuando fui a la ceremonia de grado lo invité a realizar este viaje con la intención de abordar el tema y sugerirle que te buscásemos al llegar aquí, lo cual aceptó encantado. Y cual no sería mi sorpresa Steve cuando te escucho hablar de la terrible situación que estás pasando. La enfermedad de tu nietecita y el hecho de que su única posibilidad de salvación sería la existencia de un pariente consanguíneo directo…!No lo ves, Steve! ¡Nuestro hijo, nuestro Tomás es tío de tu nieta…! ¡Reúne tocas las condiciones exigidas para un donador! ¡Es posible que pueda ayudarla!.....Entiendes ahora por que yo te decía hace unos instantes que podría ser tu milagro?- - ¡Un hijo! ¡Un hijo tuyo y mío! ¡Un tío de mi Sandra! ¡Una posibilidad para ella…! – casi gritó el, asombrado, estupefacto – Aún no entiendo todo lo que me has contado, Jenny. Estoy aturdido, conmocionado…Pero lo que si he comprendido perfectamente es que quizás haya una esperanza de salvación para mi Sandrita…- Y mirando fijamente a la mujer que sentada ante el, sonriendo dulcemente, le estaba asegurando que quizás había una nueva luz en el túnel oscuro y terrorífico en el que se había sumergido a raíz del diagnóstico de cáncer de su nieta- ¡Perdóname, querida! – prosiguió, recuperando la sensatez y el comedimiento – Soy muy egoísta. Solo he pensado en lo que significa para nosotros, para mi nieta y para mi la existencia de ese hijo nuestro. Pero, dime, donde está? Quisiera conocerlo ya, en este mismo momento. No solo por el significado de su existencia para este momento de mi vida, sino también por la emoción que siento al saber que tengo un hijo contigo, que nuestro amor produjo ese maravilloso regalo y que el destino lo coloca ante mi, ahora, en este momento de mi vida de tan grande soledad y sufrimiento, como un regalo de amor. Donde está? Estoy tremendamente impaciente por conocerlo…- - Muy cerca de aquí, Steve. En el hotel. Y el también está impaciente por conocerte.- - Entonces, vamos, que esperamos. Vamos ya…- Y tomados de las manos, como dos novios, luego de cancelar el almuerzo que habían dejado casi intacto, salieron juntos a reunirse con su hijo. En cuanto Tomás y su padre se conocieron, de inmediato se estableció entre ellos una corriente de amor y confianza que solo se extinguió años después, a la muerte de Steve. ¡Parecía que se hubiesen conocido de toda la vida! Y en cuanto el joven se enteró de las dolorosas circunstancias por las que su padre estaba pasando, se brindó de inmediato, tal como su madre había sabido que haría, para hacer lo necesario para salvar la vida de la pequeña sobrina que el destino le acababa de regalar. De manera que, a la mañana siguiente, mientras Jenny se quedaba con Sandrita, estableciendo las bases de lo que sería en el futuro una hermosa relación cimentada en el cariño y la admiración, Steve y Tomás se entrevistaron muy temprano con el médico encargado del caso de la niña. Y durante todo ese día y los siguientes, este último se sometió a todas las pruebas médicas necesarias para constatar si era posible el deseado transplante y si su médula era compatible con la de su sobrina. Al final de esa misma semana, tras varios días de angustiosa espera, recibieron la esperada noticia de que las pruebas habían sido favorables y que si era factible la intervención. Dos semanas después se realizó esta y con el paso de los días se pudo comprobar que el transplante había sido un éxito completo y que la pequeña estaba en vías de una absoluta recuperación. Jenny y Tomás prolongaron su estadía en Londres para compartir y conocer mejor a Steve, por quien ya Tomás sentía un profundo afecto. Semanas mas tarde recibieron la visita de Kitty, quién enterada de todo lo sucedido por su novio y preocupada por este, había emprendido el viaje en cuanto había terminado, con todo éxito, sus exámenes, deseosa de estar a su lado. De inmediato decidieron contraer matrimonio allí mismo, así que, luego de realizar los trámites necesarios y de esperar el arribo de los familiares de la novia, se celebró la boda en un acto muy sencillo y conmovedor, en donde Jenny y Steve compartieron por primera vez, el rol de padres. Luego de la ceremonia Steve ofreció un brindis en su residencia de las afueras de Londres, quedando todo muy elegante y lucido. Cuando la reunión finalizó, partiendo los novios para su viaje de novios y quedó todo de nuevo tranquilo, Steve, tomó dos copas de champaña y acercándose galantemente a Jenny, le ofreció una de ellas, preguntándole: -Y ahora, querida….que piensas hacer? Cuales son tus planes? - Planes? En realidad no los tengo. No he pensado en nada. Han sido tantas cosas seguidas, tantas emociones y sentimientos, que no he tenido tiempo de pensar. Los chicos me pidieron que viviera con ellos, pero, figúrate, ¡que horror! La suegra viviendo con los recién casados….!Jamás! Sería algo espantoso- terminó riendo picadamente. - Entonces?- insistió el - Pues, en verdad no se. Lo decidiré mas adelante. Entonces el, mirándola con ojos inundados de amor y agradecimiento, preguntó: -Por que no te vienes a vivir aquí conmigo? - Contigo?- preguntó ella entre divertida y asombrada. Y continuó – Estás loco Steve? Me estás haciendo, a estas alturas, una proposición indecorosa? A nuestra edad?- - No Jenny querida. Indecorosa, no. Simplemente te estoy proponiendo que te cases conmigo. Que reinventemos lo nuestro y me ayudes así también a criar a Sandra, que ahora también es algo nieta tuya…Que me dices?- Y Jenny, luego de mirarlo profunda e interrogativamente mientras sopesaba en segundos la extraordinaria proposición, decidió, en contra de lo que había sido siempre su norma, actuar impulsivamente y aceptar. Así que antes de que los chicos regresaran de su viaje de de novios , ellos ya estaban casados, instalados en la hermosa mansión de Steve, viviendo ellos también, su luna de miel, en compañía de una encantadora, convaleciente y feliz criatura, salvada de la muerte gracias a una trascendental decisión de amor que una joven mujer, años atrás y en un país lejano, había tomado. &&& E l S h o w Cuando July se bajó del taxi y se dirigió a la entrada del centro nocturno, Riccio, quien la esperaba sentado en uno de los taburetes de la barra, le hizo una imperceptible seña a su amigo el cantinero, quien, prevenido, preguntó: - Es esta? - Si, contestó lacónico. - Una preciosidad. . . como todas - Ya está todo preparado? Preguntó Riccio, sin ningún otro comentario. En cuanto termine el show quiero mi plata en efectivo. - Por supuesto, Riccio. Todo está listo. Sabes que nunca hemos tenido problemas a ese respecto. - Y las luces? Y la videograbadora? Quien se encarga esta vez? - Creo que es Rodrigo, pero en realidad no importa. Todos son buenos. Ya lo sabes . . . siempre lo mejor. Y mientras finiquitaba rápida y discretamente estos últimos detalles, Riccio apuró el contenido de su copa y bajándose del taburete preguntó cuando ya comenzaba a caminar hacia la entrada del local - Y la droga? Ya te la entregaron? Es la misma de siempre? -¡Claro que es la misma, hombre¡ Ya la conocemos bien y sabemos como las calienta. . . y eso es lo que queremos, verdad? Que las ponga a volar. . . Estaré pendiente de tu señal y entonces, la pondré en su bebida. -O.K. – respondió Riccio Y sin añadir nada mas, con una leve sonrisa de bienvenida se dirigió a recibir a la bellísima jovencita que, detenida a la entrada, miraba inquieta a todos lados, buscándolo. En cuanto lo divisó, sonrió aliviada y acercándose presurosa lo saludó con un apasionado beso mientras decía: - Hola, amor. Ya comenzaba a preocuparme porque no te veía. Sabes que no tengo la costumbre de venir a estos lugares y me asustaba el pensar que no estuvieras esperándome. - Pero, belleza, como se te ocurre algo así? – respondió el contestando zalamero a su saludo. Y pasando su brazo por la menuda cintura de la joven la estrechó violentamente contra su cuerpo, mientras añadía - ¡Como piensas que no te voy a estar esperando, cielo, si me tienes loco. . . no hago mas que pensar en ti, recordarte, desearte. . . Hace ya mas de una hora que te espero – y apasionadamente, allí mismo, acercó su boca exigente a la de ella y presionando sus labios con los suyos le dio un húmedo y sensual beso que la dejó avergonzada y desfallecida. - Ay Riccio, amor. . . no hagas eso. . . no aquí. Me da pena delante de toda esta gente. . . -Vamos tontita – contesto el, estrechándola con mas fuerza aún – No ves que nadie pone atención a nada? Ven, vamos a sentarnos un rato en la barra. . . para mas tarde tengo una mesa reservada. . . Y llevándola fuertemente apretada contra el la guió hacia el mismo lugar que momentos antes ocupaba donde la ayudó a acomodarse en una de las altos banquetas, quedándose el de pié a su lado, encargando al cantinero que se había acercado obsequioso, sendas bebidas. De inmediato se dedicó a la charla intrascendente comentando con su joven acompañante como buen conocedor y señalándole las personas famosas que asistían esa noche al lugar; sus amigos y conocidos, añadiendo detalles graciosos y curiosos sobre estos y sus acompañantes, logrando de esta forma tranquilizar en algo a su nerviosa pareja. Ella, aún ruborizada por el beso se había acomodado lo mejor posible sobre el incómodo taburete de la barra, procurando estirar al máximo la mínima falda del lujoso pero excesivamente corto traje que el le había regalado especialmente para esa ocasión. Era un vestido hermoso pero muy atrevido, de encaje negro, con un escote en V muy pronunciado que dejaba casi al descubierto sus menudos pero bien formados senos, abotonado al frente por una hilera de pequeños broches que imitaban brillantes y que llegaban hasta el comienzo de sus muslos, donde finalizaba la minúscula falda con una elegante y sugestiva punta bordada. Realmente, era demasiado corto, pensó ella de nuevo, tratando de estirar lo mas posible la falda que tan indiscreta era al sentarse. Sus blancos muslos relucían en claro contraste con el negro del encaje, y sus piernas, realzadas por las plateadas sandalias de tacón muy alto, se veían esplendorosas. Pero ella, acostumbrada a vestir sus catorce primaveras de forma mas púdica y sencilla, se sentía avergonzada y demasiado llamativa. Y así se lo había expresado a el cuando esa mañana, al encontrarse para confirmar la cita nocturna, le había entregado el traje y las sandalias. - Pero Riccio, mi amor, no era necesario. . . además, no creo que mamá me deje salir con un traje como este. . . – mientras lo miraba impresionada y algo escandalizada. - Eso no es problema July. Ya lo tengo todo pensado. Sales con otro vestido llevando este en un bolso, junto con las sandalias y los enseres de maquillaje que te compré ayer. Y luego te cambias en casa de una amiga o en cualquier otra parte. ¡No me digas que no, Nenita, tu sabes como deseo verte vestida así, como toda una mujer. . . como la mujer que eres para mi!! Quiero que esta noche, la de tu primera salida nocturna, sea algo muy especial. Que estés tan bella y llamativa que todo el que nos vea me envidie – y mirándola fijamente a los ojos, añadió – Espero que no me vayas a desilusionar. . . – - Claro que no, amor- exclamó ella ya completamente convencida - ¡Por nada del mundo! Esta noche seré la mujer que tu quieres que sea. Tu Mujer. La que te hará sentir orgulloso de llevarme a tu lado – Y besándolo, se abrazó a el, ruborizada, pero dispuesta a hacer lo que fuese necesario para complacerlo en todo. Y así lo había hecho. Sin atreverse a mostrarle a su mamá el llamativo atuento lo guardo en un viejo bolso junto con las demás cosas necesarias para su arreglo. Y cuando salió de su casa vestía el sencillo traje de muselina estampada que esta le había hecho para su último cumpleaños. Salió, como siempre que lo hacía con Riccio, diciendo una mentira de que iba a pasar la noche estudiando en casa de su amiga Mercedes. Luego, en el baño de una cafetería se cambió y maquilló de acuerdo a las instrucciones de Riccio, haciendo resaltar con las diversas pinturas la generosa curva de sus labios, la tersura de su aún infantil tez y el brillo de sus grandes ojos café. Al terminar, cuando se vio reflejada en el espejo, casi no pudo reconocerse- ¡Tenía razón Riccio, pensó. Así parezco toda una mujer! Y sintiéndose orgullosa aunque algo cohibida, tomó un taxi y se dirigió al centro nocturno donde el la esperaba. Todo esto lo recordó July mientras, sentada al lado del hombre que amaba, observaba curiosa a su alrededor. Tras ella pasaba la barra de caoba oscura, lustrosa y pulida tras los largos años de uso y abuso, alargándose en unos tres metros de longitud por sesenta centímetros de ancho, hasta la curva final. Y tras la barra el cantinero, rodeado de los implementos propios del oficio, teniendo a sus espaldas el consabido estante con fondo de espejo donde artísticamente, se apilaban las diversas botellas de licor. . . Y frente a ellos se extendía el salón ocupado casi en su totalidad por gran cantidad de mesas pequeñas y redondas, adornadas todas ellas con un pequeño velador y rodeadas de cómodas y originales sillas. En una esquina discretamente ubicada se encontraba una pequeña tarima sobre la cual se afanaba un moderno conjunto musical. Al notarlo, entusiasmada, preguntó: -Y esos músicos Riccio. . . se baila aquí? Porque no veo pista. . . – - No, amor. No se baila. La música es lo que llaman música de fondo, para dar un ambiente mas agradable y acogedor. Además, acompañan también la presentación de algunos show en días especiales. Recuerdas que te comenté que algunas noches se presentan algunos espectáculos con magníficos artistas?- -Si, recuerdo- -Pues esta noche estamos de suerte porque me han dicho que habrá una de esas presentaciones – y continuó con una cínica y enigmática sonrisa en la que ella en su inocencia solo captó amor – Así que tu iniciación en la vida nocturna de la ciudad va a ser inolvidable, ya verás – finalizó acercándose y dándole otro apasionado beso que comenzó en las sienes , pasó a sus pequeñas y rosadas orejitas, por los ojos y finalizando en la boca temblorosa y turgente de la joven, llenándole al mismo tiempo los oídos de mil experimentados halagos. Y mientras mas la acariciaba y estrechaba contra su cuerpo, decía en tono de apasionada desesperación -¡July! ¡July! Realmente me tienes loco. Que voy a hacer conmigo? Ya no puedo mas. Al verte, al tenerte cerca, al estrechar tu maravilloso cuerpo contra el mío, enloquezco de pasión. Pierdo el control – y acercándose mas a ella oprimió su cuerpo contra sus muslos haciéndole sentir la potente y evidente erección de su miembro. - Pero ¡Riccio! – exclamó ella enrojeciendo violentamente, aturdida y asustada por las emociones que las caricias de su novio la hacía sentir - ¡Por favor. . . nos están mirando! – pero tras estas tímidas palabras con un profundo suspiro se entregó a la pasión que la invadía y contestó con vehemencia al beso y a la presión ejercida contra su joven e inexperto cuerpo. Momentos después, reaccionando avergonzada, se separó de el y dijo toda temblorosa - No amor. Pórtate bien, por favor. Si no, tendré que irme. No me gusta nada esto en público – y cuando vio la cara enfurruñada de el, agregó cariñosa y preocupada – No es que no quiera, amor.¡Compréndeme! Es que moriría de vergüenza si alguien nos viera, si alguien notara algo. . . - Está bien nena, tienes razón. Discúlpame. Es que me dejé llevar. Pero claro, no es el lugar ni el momento. Además, - asistió con una sonrisa- tenemos toda la vida por delante para disfrutar nuestro amor. . . ¡Perdóname¡ Y ahora ven, vamos a sentarnos a nuestra mesa para tener un poco de privacidad y poder conversar mejor sobre nosotros, sobre nuestro amor y nuestro futuro – Y así, tomándola del brazo guió a la jovencita ya tranquilizada a la mesa que tenía reservada, situada en el mismo centro del salón, donde, tras ayudarla galantemente a tomar asiento y colocar las copas que traía frente a ella, arrimó su silla a la de ella y abrazándola, se dedicó a hablarle con profundo entusiasmo y voz susurrante de su profundo amor, su apasionamiento, diciéndole que era la única mujer que realmente había despertado el verdadero amor en el, etc. Etc. Etc. Y así, entre palabras dichas a media voz, tragos y besos apasionados fue pasando rápidamente el tiempo, casi imperceptible para la joven que, enamorada y seducida por las ardientes palabras del hombre, no lograba oponerse a las cada vez mas atrevidas caricias con las que este las acompañaba. Luego, cuando Riccio consideró que ya había llegado el momento y que la joven ya había alcanzado el grado de excitación que el deseaba, hizo la señal convenida al cantinero, y este en el próximo trago que les sirvió a la jovencita, vertió la poderosa droga que le permitiría alcanzar sus propósitos. Pronto llegó la una de la madrugada, hora en que el centro nocturno ofrecía el especialísimo show que tan famoso lo había hecho. Siempre era un show sorpresa. Siempre, atrevido. Osado. Audaz y espectacular. Y siempre era Riccio el encargado de organizarlo y montarlo. Y también, de actuarlo. Esa era su especialidad. En realidad, era su idea, “su show” vendido a muy alto precio al dueño del local. A medida que el tiempo pasaba July iba sintiendo como el efecto del licor y de las apasionada caricias de Riccio la iban excitando cada vez mas, haciéndole sentir un intenso calor que se extendía a todo su cuerpo, desde sus muslos y genitales hasta llegar a sus pequeños senos, endurecidos por el deseo, y a su rostro, acalorado y enrojecido por la pasión que la invadía. Y Riccio, en nada ajeno a lo que le estaba sucediendo a su joven compañera, acrecentó sus manejos con habilidad y profundo conocimiento de la sexualidad femenina, acariciando sus muslos, besando su garganta y su boca, introduciendo al mismo tiempo sus manos por el amplísimo escote hasta alcanzar los turgentes pezones, hasta hacerla contorsionarse y gemir de pasión descontrolada y desconocida para ella. Sin interrumpir ni un momento sus caricias, colocó firmemente el brazo en su cintura poniéndola suavemente de pie y al estar completamente seguro de tenerla plenamente dominada, oprimió disimuladamente el interruptor colocado disimuladamente bajo la mesa, haciendo que la plataforma de madera sobre la que estaba esta colocada se comenzara a elevar lentamente, hasta alcanzar la altura de un escenario, al mismo tiempo que potentes luces de diferentes colores dirigían sus rayos hacia el lugar que ellos ocupaban, quedando el resto del local en la mas completa oscuridad. Entonces, comenzó el show. El espectáculo tan impacientemente esperado por la concurrencia. El show que tanta fama había dado a lugar. Nitidamente, las fuertes y cálidas luces iluminaban a la pareja formada por Riccio y July que, a la vista de todos, desinhibidos y ajenos por completo a su presencia, hacían el amor. El desabotonó lentamente el traje de la jovencita, desvistiéndola, permitiendo hábilmente que el público pudiese observar y admirar el hermoso y virginal cuerpo. Enseguida procedió a desnudarse rápidamente con gran pericia, sin por eso dejar ni por un instante de acariciar y besar apasionadamente a su compañera. Y al estar los dos totalmente desnudos, le hizo el amor llevándola expertamente, ante el impresionante silencio de los espectadores al mas alto paroxismo de placer. Una hora después, todo había terminado. Y una July, aturdida y casi completamente ignorante de lo que había sucedido, fue dejada, por un Riccio indiferente, frente a la puerta de su casa, despedida con un superficial beso en la mejilla, tras haber introducido en su cartera una pequeña cantidad de dinero, diciéndole: -Para que te compres otro traje, Nena. Este quedó un poco maltrecho. . . – Y con un brusco acelerón de su lujoso vehículo, se alejó, apartándose de su vida para siempre. Mérida Noviembre 1991 ! P o b r e J u a n i t a ! Merida, Mayo de 1.989 -Juana, llama al señor González y dile que amanecí con fiebre….. que no puedo ir a trabajar…. Que voy pal seguro… ¡Y dame algo pa este dolor de cabeza del coño que me está matando…..! - Pero, ¡tampoco vas a ir a trabajar hoy, Ramón? Acuérdate de todo lo que debemos, ¡párate hombre, no seas flojo….!Vamos, párate, anda…. Y tomándolo por un brazo la mujer trataba de levantarlo del catre donde estaba tirado, y que hacía las veces de cama matrimonial, desde que, hace ya dos años, se vieron en la necesidad de vender todas sus cosas y mudarse a este rancho inmundo de una sola pieza donde ahora mal vivían ellos dos, sus dos pequeños hijos y Susanita, la hija de ella, quien con sus doce años cumplidos ya era casi una mujercita. Todos juntos en este cuarto miserable donde duermen, cocinan y hacen sus necesidades, en un hacinamiento y una promiscuidad espantosa. Mas tarde, dada por vencida en su lucha por, Juanita, recostada en la triste mesa que sirve para separar aunque sea un poco su catre del de los tres niños, y que junto con sus cuatro sillas es el único mobiliario del rancho, mira entristecida al hombre que enratonado, ronca sobre el catre, se deja caer, agotada por el eterno cansancio de sus ocho meses de embarazo, el excesivo trabajo y la mala alimentación en una de las sillas y recostando su cabeza entre los brazos apoyados en la superficie rugosa y manchada de la mesa, se deja llevar por sus recuerdos, los tristes hechos de su vida que a través de tantos sufrimientos la han traído hasta ese momento. Recuerda como hace trece años, teniendo ella solo diecisiete, había llegado a este país desde su pueblo natal de la costa colombiana, atraída por las noticias de los fabulosos sueldos que aquí pagaban a las empleadas domésticas. Así que, acompañada por una amiga se había escapado de su casa y por las “trochas” había pasado a Venezuela, llegando enseguida a Maracaibo. Allí habían trabajado juntas en un hotel de esos “malos”, tratando de reunir lo suficiente para pagarse el pasaje hasta Caracas, la capital de la República, el “sueño dorado de todas las sirvienticas colombianas” Tras varios meses de trabajo agotador, había conocido a Jacinto, chofer de un camión de mercancías. ¡Jacinto! Hermoso mulato con cuerpo de boxeador, sonrisa espléndida de dientes muy blancos y grandes, boca carnosa y ojos pícaros que enamoraban. ¡Y que labia! Siempre la convencía de todo lo que quería, sin que ella pusiese nunca en duda sus palabras. Le había dicho que era dueño del camión que manejaba y ofrecido llevarla a Caracas y establecerla allí en una buena casita en donde vivirían los dos una eterna felicidad….. ¡Y ella le había creído! Y no había podido resistirse a sus deseos. ¡Que va! Y además, para que? Ella lo deseaba tanto o mas que el a ella y no veía motivos para no creerle ni para no entregársele con todo amor. -Nos vamos pa´ Caracas, negra. Y allí te busco un buen trabajo… pero no pa´ quedarte a dormir, claro. Yo te quiero juntico a mi todas las noches – le decía, y ella, ruborosa y enamorada, había aceptado, diciendo a todo que si. Habían viajado en el camión, pero tardaron mas de tres días en recorrer los 800Km mas o menos que separaban las dos ciudades, porque el se detenía a cada pueblito o caserío, para buscar una pieza y hacerle el amor….Quería estar “jugando” como decía, todo el tiempo con ella. Y Juanita, admirada y cada vez mas enamorada de ese hombre ¡tan hombre!, lo complacía orgullosa y apasionada. Cuando al fin llegaron a la capital, encontraron a un amigo de Jacinto, según este, pero que los esperaba impaciente y disgustado, reclamándole de mala manera la tardanza y el hecho de que por su culpa había perdido un nuevo encargo y había quedado mal con la entrega pautada con un cliente muy importante. Entonces fue cuando Juanita se enteró de que Jacinto no era el dueño del camión y de que le había dicho muchas mentiras. Pero ya, locamente enamorada nada le importó. Ni sus mentiras ni sus engaños. Al final, el dueño del camión le pagó a Jacinto solamente la mitad de lo acordado, dándole apenas lo suficiente para una noche de hotel y algunas comidas. Al día siguiente, luego de otra apasionada noche de amor, salieron juntos en busca de un trabajo para Juanita. Pero, según el le comentó, sus planes ya habían cambiado totalmente. -Mira Juanita, - le dijo- por ahora no tengo plata pa´ ponerte el rancho que te prometí. Ya viste con lo que me salió mi compadre. Así que tendremos que buscarte un empleo con cama adentro. Pero, no te pongas así – continuó rápidamente al ver el gesto de tristeza que ensombrecía los rasgos casi infantiles de Juanita - Será por poco tiempo. Ya verás que pronto encuentro una buena “chamba” y podremos instalarnos juntos tal como lo hemos planeado – y dándole un tremendo beso que aflojó las piernas de la negrita, añadió poniéndose serio – Y ahora, vámonos Tenemos mucho que caminar pues hoy mismo tenemos que conseguirte ese trabajo. ¡Yo no tengo plata ni para una noche mas! Ah, y mira que voy a decir que somos hermanos… Si saben que soy tu marido, seguro no te dan el trabajo – - Ajá. – Contestó Juanita, aceptando todo lo que el decía. Y salieron en su búsqueda. Caminaron y caminaron hasta que la suerte los llevó hasta un abasto, donde el dueño les comentó, al enterarse de su intención, de una de sus parroquianas que esa mañana le había comentado que necesitaba urgentemente una empleada. Enseguida les dio la dirección, y hacia allí se fueron ilusionados Jacinto y Juanita. Era muy cerca, y al tocar el timbre los atendió una señora blanca, gorda y mal encarada. -Que quieren? – - Buenos días, señora – contestó Jacinto con una tímida sonrisa – nos dijeron que usted está necesitando una muchacha para trabajar, y como mi hermana está recién llegada y está buscando trabajo…- - Tu hermana? – y la señora miró desconfiada a la pequeña Juanita, con su piel renegrida y su pelo prieto, y luego, escrutadora, miró a Jacinto, atractivo, mulato claro, fuerte y pelilacio - Seguro que son hermanos? - Claro, señora – contestó este con una gran sonrisa desvergonzada. - Y, quien les dijo que yo necesitaba una sirvienta?- - El dueño del abasto de la cuadra siguiente, señora. Y también nos dio la dirección – - Si, es verdad. Yo hablé ayer con el – contestó la doña suavizando un poco la expresión de su rostro – Está bien, pasen para que hablemos – Y así consiguió Juanita su primer trabajo en la capital. Le pagaban bien pero tenía que trabajar muy duro. La señora alquilaba piezas a hombres solos, y Juanita, además de la cocina y de la limpieza de toda la casa, tenía que atender también el lavado y planchado de la ropa de todos los inquilinos. Pero ella no le tenía miedo al trabajo. Y menos, teniendo el incentivo de que el dinero que ganaba ayudaría para que su hombre pudiese ponerle pronto el rancho que le había prometido. Y mientras tanto, todos los domingos se reunían en casa de unos amigos de Jacinto y allí, tras el almuerzo y la siesta que disfrutaban, le hacía el amor apasionada y violentamente, como era su costumbre, enloqueciéndola cada vez mas de amor. Cuando ya habían pasado mas de dos meses desde que empezó a trabajar, una mañana Juanita se levantó sintiéndose muy mal. Estuvo vomitando toda la mañana, mareada y sin lograr retener nada en el estómago, pero cuidando mucho de que su patrona no se percatase de nada. No sabía por que pero instintivamente comprendía que no podía esperar compasión ni ayuda de su parte. Al pasar los días y seguir sintiéndose muy mal, Juanita recordó que desde que estaba con Jacinto, no había tenido la regla, así que, asustada, comprendió que estaba “preñada”. Fingiendo ante su patrona logró que esta no se diera cuenta de nada, y ese domingo, cuando se encontró con su mulato, mientras estaba entre sus brazos, le dijo: -Jacinto – comentó confiada en el amor de su hombre – Vas a tener que darte prisa con lo del ranchito, porque estoy preñada…vamos a tener un hijo…- - ¡Preñada!!! – casi gritó el hombre.- ¡Pero, mujer, que mal momento escogiste para esto!!! - ¡Preñada!!!- y sacudía la cabeza como si no pudiera creer lo que la negrita le decía. Pero al observar la desolación y tristeza que se plasmó en el rostro de la pobre muchachita, enmendó y agregó, recomponiendo el suyo – Vamos, no te pongas así. No te preocupes. ¡Todo saldrá bien! Yo me encargaré de todo!!!- Y abrazándola de nuevo apasionadamente, le hizo de nuevo el amor. Luego, antes de separarse, tal como siempre, Juanita le entregó la quincena que acababa de cobrar. El siempre le decía con tono de gran sinceridad, que esa platica era sagrada para el, ya que era el pequeño aporte que ella insistía en darle para colaborar con la instalación de su “nidito de amor”. Y la pobre Juanita, después de esas maravillosas palabras y del hermoso rato de apasionado amor, regresaba a su trabajo sintiéndose cargada de nuevas fuerzas para luchar cada vez mas para ayudar a su Jacinto en la consecución de sus sueños. Pasaron los meses y llegó el momento en que Juanita ya no podía esconder su incipiente barriga. Y la patrona, mujer avisada y maliciosa, observándola un día con mas atención, le preguntó: -Juanita, ¿Qué te está pasando? Cada día estás mas gorda. ¿Es que estás comiendo mucho? Voy a tener que poner mas cuidado pues parece que te estoy sobrealimentando…?- Terminó con sonrisa irónica y maligna. Y al momento, una luz de comprensión brilló en sus ojos. Y mientras la miraba escrutadora, esperando una respuesta, que ya adivinaba. Pero Juanita, avergonzada, bajó la cabeza y no respondió nada. Ante lo cual la patrona dejándose ya de indirectas, la atacó de frente - ¡Ya se lo que te pasa, negra sinverguenza! ¡Es embarazada!!! ¿Verdad…? ¡Contesta, mujer! – añadió ante el silencio de la muchacha. - Si señora – respondió la pobre criatura, encogiéndose aún mas ante la furia de su patrona. - ¿Y que? ¿Ahora sientes vergüenza? ¡Ya para que! – la ripostó con ironía y desagrado la mujer, y agregó, incisiva – Pero lo que si te voy a decir es que no cuentes conmigo para apoyar esta sinverguenzura. Y entiende bien esto porque te voy a poner de una vez los puntos sobre las ies. Desde este momento solo te pagaré la mitad de tu sueldo pues en estas condiciones cada día harás menos de tu trabajo…!Ya has desmejorado bastante! Y nada de venirme con que te sientes mal o que tienes nauseas o que se yo que te intentes inventar, porque te pongo de patitas en la calle…. Así que, ¡ya sabes! Te pones las pilas porque ni no, ¡te vas!- Y la pobre Juanita, callada, asintió, aceptando todas las condiciones que le imponía la patrona. Pensaba, para consolarse, que esto sería por poco tiempo, ya que no debía faltar mucho para que su Jacinto le cumpliese lo que le había prometido. Pero, ese domingo, cuando se encontró con el, estaba de nuevo con el camión. Tenía, según le dijo, que emprender un viaje que ¡ahora si! Les dejaría lo suficiente para acomodarse por una buena temporada. Y con gestos de cariño y amor le pidió lo que tenía de la quincena, añadiendo, que sería solo para los primeros gastos, que en quince días estaría de regreso con el dinero suficiente para instalarse definitivamente. Ella no quiso comentarle nada de lo que le estaba pasando en su trabajo, para no mortificarlo y amargarle el viaje. Así que le entregó el dinero que le pedía, como siempre. Y con un beso y una caricia, se despidió de su amor. Y esa fue la última vez que lo vio. Durante mas de un mes la pobre Juanita se dirigía todos los domingos, religiosamente, a su lugar de reunión. Y allí molestaba a todo el mundo preguntando por Jacinto. Que si lo habían visto. Que si no habría tenido un accidente. Que si no sabían nada el, etc. etc. etc. Pero al fin se resignó y comprendió que había sido engañada como una tonta. Y que además de haberla engañado Jacinto en sus sentimientos, le había quitado malévolamente, todo el dinero fruto de su trabajo. Y ahora la había abandonado dejándola sola y desamparada cuando esperaba un hijo que tendría que criar y levantar sin ninguna ayuda. Y lloró por días, desconsolada. Pasaron los meses, y cuando llegó el momento del parto Juanita fue llevada a la maternidad por una amiga cuyo novio era taxista. Allí todo fue fácil y a las pocas horas nació una hermosa niña, renegrida como su madre pero de pelo lacio y ojos grandes, avellanados y brillantes como su padre. Juanita lloró cuando se la pusieron entre sus brazos, cual un pedacito de carbón reluciendo entre las blancas sábanas. Y desde ese momento su vida se vio signada por el intenso amor que su negrita despertaba en su corazón. Cuando salió de la maternidad con su niña en brazos, se dirigió presurosa hacia la pensión, pensando reintegrarse de inmediato a su trabajo, pero al llegar al abasto de don José este le contó que su patrona le había recogido todas sus pertenencias en una paquete y se lo había enviado a el, para que se lo entregara cuando ella regresara después del parto, pidiéndole que le advirtiera que no quería verla mas por su casa Y que no se le ocurriese ir a cobrar la última quincena pues como ella había abandonado el trabajo sin aviso previo, no le debía nada y había además perdido todos sus derechos. La pobre Juanita tomó en sus manos la bolsa con sus pertenencias y tras despedirse del bueno del señor José quien la veía marchar con ojos llenos de tristeza, , se echó a la calle buscando desesperada un trabajo donde la aceptaran con su niña, aunque fuese solo por un cuarto y la comida, pues no tenía ni siquiera donde pasar esa noche. Caminando lentamente, aún adolorida por el reciente parto, comenzó a tocar en las puertas de las casas cercanas, buscando cobijo para las dos. Dentro de todo, tuvo suerte. Ya mediada la tarde luego de mucho caminar llegó a una casa de gente buena donde fue contratada de inmediato y donde la trataron, desde un principio con consideración y cariño. Allí trabajó por mas de diez años, sintiéndose amparada y apreciada. Pero jamás olvidó el daño que le había hecho aquel “mal nacido de Jacinto”, como lo nombraba siempre. Y eso la resguardó, pues como dice el viejo refrán popular…”a quien lo pica culebra, le tiene miedo a bejuco…”, y durante todos esos años se dedicó exclusivamente a su trabajo y a criar a su negrita adorada, sin poner atención a ninguno de los tantos hombres que se le acercaban para “calentarle la oreja” -¡Déjame! – les decía – Yo no quiero nada con hombres. El daño que me iban a hacer, ya uno me lo hizo. Y no habrá otro que pueda decir que me lo volvió a hacer – Y mirándolos retadora se alejaba del susodicho, dejándolo con cara de idiota desilusionado y hambriento, pues con los años y el trabajo Juanita se había convertido, como todas las de su raza, en una real hembra. Así fueron pasando los años, llenos de trabajos y satisfacciones. Su hija crecía cada día mas bonita y mas buena. Y su patrona, mujer de gran bondad se había encariñado profundamente con la chiquilla y se había hecho poco a poco cargo de su educación, enseñándole a Susanita, que así se llamaba la niña, las letras, los números y los principios morales y religiosos de una instrucción cristiana, hasta llegar a prepararla para que realizara su primera Comunión, momento emotivo y clave en la vida de la niña. Todo era paz y tranquilidad en la vida de Juanita y su pequeña. Y ella, firme en su resolución, no permitía que nadie la distrajese de su meta de seguir trabajando seria y responsablemente para asegurar su futuro y el de su pequeña Susanita. Luego, un día, hacía ya de eso casi cuatro años, se le acercó su patrona, confiándole, como siempre, una de sus frecuentes preocupaciones: -Mira Juanita, ya tu sabes que estamos pensando remodelar la casa y ahora necesito un favor. Justo hoy, cuando tengo una cita en el salón de belleza, me llama el señor Juan para decirme que esta tarde viene a la casa el representante de una compañía constructora para hablar conmigo sobre los cambios que queremos realizar en la casa, revisar la construcción y elaborar el presupuesto para el trabajo. Yo no quise decirle que ya tenía planeado salir, tu sabes como se pone y que no entiende lo que cuesta encontrar cita en este salón de belleza, entonces se me ocurrió que yo te explico a ti todo lo que queremos, de todas maneras tu has escuchado nuestras conversaciones y tienes ya una idea clara de todo, y tu me atiendes al señor, le muestras toda la casa, todo lo que quiera ver y le das todos los informes que te solicite. Yo trataré de llegar lo mas pronto posible y el si puede que me espere. Pero, eso si, negra, no lo vas a dejar solo ni por un minuto. Vas todo el tiempo con el, lo acompañas constantemente. Recuerda que no se puede confiar en nadie y mas vale ser precavidos. Entiendes?- - Si, señora María. No se preocupe por nada. Vaya tranquila que yo me encargo de todo.- Y así fue como Juanita conoció a Ramón Morales. Margariteño de cuarenta años, serio, formal y trabajador. Lo primero que le gustó a Juanita fue lo respetuoso que era. Educado, decente y también, por que negarlo, muy bien plantado. Ojos grades y aguarapados, cuerpo fornido, templado por el duro trabajo, cabello castaño muy abundante y aunque mulato también, mucho mas claro que aquel “mal nacido de Jacinto”. Ramón tuvo que frecuentar la casa diariamente por mas de tres meses pues el trabajo de remodelación de esta era largo y complejo, y el era el encargado y albañil principal de la obra. Así que poco a poco fueron conociéndose y la simpatía que desde el primer momento brotó entre ellos se fue convirtiendo paulatinamente en algo mas profundo y serio. Juanita se sentía emocionada por el respeto que el le manifestaba y el trato cariñoso y paternal que usaba para su pequeña Susanita. Poco después, cuando ya se acercaba el final de los trabajos en la quinta, una tarde, luego de concluidas las labores de ambos, se sentaron Ramón y Juanita, tal como acostumbraban, a tomar un cafecito y charlar un rato en la mesa de la cocina. Ese día el le habló seriamente. -Mira Juanita, tu sabes lo que siento por ti. Yo quisiera que me aceptaras y que nos casáramos. Yo te quiero mucho y quiero también a tu hija, y creo que lo nuestro podría resultar muy bien. Soy bastante mayor que tu, ya lo se, pero dicen que así es mejor. Tengo una buena casa en un barrio decente y aunque es algo pequeña, es cómoda y bonita. Allí podríamos ser felices los tres. También tengo un buen trabajo y soy muy apreciado por mis jefes, tu lo has podido constatar, ya que tienen completa confianza en mi. Y tu si quieres, podrías seguir trabajando aquí, con esta familia que te aprecia tanto. ¿Qué me dices? Si necesitas tiempo para pensarlo, toma el que quieras. Yo estoy dispuesto a esperar lo que sea necesario…- - ¡No seas tonto, Ramón! Yo no tengo nada que pensar. Ya está todo pensado y consultado con la señora María. Mas bien – añadió con sonrisa pícara – teníamos una apuesta para ver cuanto tiempo tardarías en hablarme….!claro que acepto! Tu también me gustastes desde el primer momento y a la señora María y a mi nos pareces hombre en el que se puede confiar …- - ¿Aceptas, Juanita? - ¡Que bueno, mujer, que bueno! – y tomándole las manos por encima de la mesa, añadió – Ya verás que nunca te arrepentirás. ¡Te lo prometo! Voy a comenzar mañana mismo los trámites legales para que nos casemos lo antes posible. Y también comenzaré a arreglar los papeles necesarios para adoptar a Susanita, para que no quede ningún cable suelto y seamos una verdadera familia – -¿De verdad, Ramón? ¿Harás eso por mi hijita? – preguntó ella con lágrimas en los ojos . - ¡Claro, mujer! ¿ No te he dicho ya que la quiero como si fuera mía? – Y levantándose ambos, emocionados, se estrecharon en un fuerte y cariñoso abrazo, quedando sellados así sus futuros. Quedó así todo acordado. Cuando hablaron con la señora María, esta, después de felicitarlos de todo corazón. Aceptó que Juanita trabajara a partir de la boda, como servicio externo, para que pudiese regresar a su casa todas las noches, y además, ofreció aumentarle el sueldo para ayudarlos en los comienzos de su vida en común. También pidió ser la madrina de boda, lo que Juanita y Ramón aceptaron orgullosos y agradecidos. Poco después, cuando los papeles estuvieron todos en regla, se casaron. Y entonces, comenzó una nueva vida que se auguraba plena de felicidad y paz para la ahora “señora Juanita” Al comienzo todo salió bien. Ramón era un marido cariñoso y un padre amoroso y responsable para su hijastra. La casa, situada en un barrio humilde pero muy decente, tenía las comodidades mínimas necesarias para vivir feliz una familia unida y feliz. . Y Ramón aprovechando unos materiales sobrantes que consiguió en una construcción donde trabajaba, le realizó, para agrandarla y hacerla mas cómoda, un porche trasero que por lo fresco y lo acogedores convirtió en el lugar preferido de la familia. La pareja era ejemplo entre sus vecinos y amigos, sintiéndose muy estimados por todos. Algunos meses les sobraba algún dinero que ellos aprovechaban para darse un pequeño gusto, como el de ir a ver alguna película o reunirse con sus amigos en un bar cercano para tomarse unas cervecitas y charlar un rato. Pocas, porque a Ramón no le gustaban las bebidas. Su padre había muerto alcoholizado a los treinta años, después de haber hecho pasar a su esposa y a su hijo por terribles momentos de violencia y dolor, cosa que el jamás había podido olvidar, marcando su psiquis infantil para siempre. Y algunos domingos por la tarde iban los tres a visitar a la señora María, quién siempre preguntaba por Susanita y reclamaba que se la llevaran de vez en cuando para disfrutar de su compañía. A los tres meses de casados Juanita se dio cuenta de que estaba embarazada, y un poco temerosa se lo comunicó a su marido. La alegría de este fue indescriptible: - Pero, ¡Juanita! ¡Un hijo! ¡Que alegría, mujer! Yo pensaba que ya no tendría familia, no por mi edad, claro, sino porque aunque he tenido mujeres en el pasado, nunca supe que ninguna saliese embarazada….!Que alegría!- finalizó, abrazándola estrechamente e incluyendo a Susanita en el abrazo.- Gracias, Negra, gracias por este maravilloso regalo…!Gracias!- Y ella, comparando esta reacción con la que había tenido el “mal nacido de Jacinto” en idéntica oportunidad, se echó a llorar como una tonta y elevó una oración silenciosa, agradeciendo a Dios por su inmensa felicidad. A su debido tiempo llegó el momento del parto, y sin ningún problema nació un hermoso varón al que pusieron el mismo nombre de su padre. La pareja desbordaba de felicidad y Susanita, orgullosa, paseaba a su hermanito, mostrándoselo a sus vecinos y sintiéndose ya una madrecita cuando ayudaba a su mamá en el cuidado diario del bebé. Tras varios meses de trabajo y felicidad, Juanita volvió a quedar embarazada, naciendo al cabo del tiempo otro hermoso varón a quien bautizaron con el nombre de Juan, por su mamá y por el patrón de esta, el esposo de la señora María, quienes tan generosos habían sido siempre con ellos. Este nacimiento los incomodó un poco pues ahora la casa se les hacía un poco pequeña, al igual que los sueldos. Pero la felicidad de Juanita y el agradecimiento a Dios por sus hijos tan bellos y sanos, y por el amor de su marido era tan intensa que no le permitía temer al futuro, y pensaba que nada ni nadie podía romper la armonía y la felicidad de su familia. Meses después, cuando Juanito ya tenía casi siete meses de edad, la desventura se abatió sobre el hogar de la negra Juanita. Ellos siempre habían oído hablar sobre “la mala situación que se avizoraba en el país”, “sobre la inflación”, término que no comprendían del todo, “la deuda externa etc. etc. etc” y muchas cosas mas. Pero para ellos estos problemas eran ajenos a su realidad, extraños y lejanos. Siempre habían sido pobres y para el pobre nada de eso tiene demasiada importancia. Claro, sabían que la comida estaba cada vez mas cara y que los sueldos ya no alcanzaban para vivir. Pero como gente acostumbrada a los sacrificios, “se apretaban un poco mas el cinturón”, estiraban aquí, dejaban de gastar allá y así iban saliendo del paso sin mayores perjuicios. Pero, ese día, cuando Juanita salió de su trabajo vio a Ramón que la esperaba en la esquina de la casa de sus patrones. De inmediato supo que algo malo había sucedido. -Y tu, que haces aquí, Ramón? ¿Qué pasa?- preguntó angustiada. - Tengo malas noticias, Juanita. – contestó el, cabisbajo – Me despidieron del trabajo…- - ¿Te botaron? Y ¿por qué? Que pasó, cuéntame…- - Bueno, tu sabes como están las cosas. El señor Perez dice que no es por mi culpa ni por mi trabajo, que este sigue siendo excelente, que es por la mala situación. No consiguen contratos suficientes y dice que la construcción está…..colapsada – añadió lentamente sin seguridad en estar pronunciando bien esa extraña palabra que no comprendía, y que si las cosas siguen así tendrá que cerrar la compañía y despedir a todos los empleados. Ahora, para empezar, despidió a los que mas ganábamos, que somos siete, esperando así poder con la nómina, pero no está seguro de nada…!Figúrate, Juanita! Siete empleados despedidos al mismo tiempo. Se formó un zaperoco pero no hubo nada que hacer. Además, todos sabemos que los que nos dicen es verdad y que últimamente las cosas han ido muy mal - Bueno hombre, no te mortifiques – le contestó Juanita, tratando de tranquilizarlo mientras yo tenga mi trabajo no hay que desesperarse. Y tu, conseguirás otro muy pronto. En el ramo todos te conocen y saben lo bueno que eres. ¡Ya verás que tengo razón¡ Y ahora, vamos pa´casa que los muchachos nos esperan – Y así, con los corazones entristecidos, pero sin perder el optimismo, regresaron juntos a su casa para atender las últimas labores del día. A la mañana siguiente, muy temprano, se levantó Ramón y le dijo a su mujer: - Tenías razón anoche, negra. No nos debemos preocupar demasiado. ¡Estoy seguro de que hoy mismo consigo empleo! Yo tengo muy buenas relaciones y se que mis amigos me ayudarán a conseguir trabajo muy pronto, y así todo volverá a ser igual que siempre. Ahora me voy. Deséame suerte – y con gran confianza se despidió de Juanita y los tres niños con cariñosos besos y salió a la calle en busca de trabajo. Pero las cosas no salieron tal como Ramón pensaba. En todas las compañías y las construcciones que preguntaba, el cuento era el mismo. Que habían tenido que despedir personal por la mala situación, que no había contratos y que pasara la semana siguiente para ver si había algo para el. Ya a las cinco de la tarde regresó a esperar a la negra cerca de la casa de sus patrones, para enterarla de las malas noticias. Los días fueron pasando, luego las semanas y los meses. Y el calvario continuó. El carácter de Ramón se fue amargando poco a poco de tal forma que ya su regreso a casa era esperado con temor por Juanita y los niños. ¡Nunca estaba satisfecho con nada! Le disgustaba la comida que la negra preparaba con lo poco que podía comprar; le molestaba el ruido que hacían los niños con sus juegos; el sonido de la televisión etc. Días después tuvieron que comenzar a vender algunas de las cosas que con tanta ilusión habían comprado cuando se casaron. Primero fue la radio, luego la licuadora y hasta el juego de ollas que Ramón le había regalado ese año por el día de la madre. Y así fueron saliendo, poco a poco, de todos los enseres de la casa. Hasta que llegó el momento en que solo les quedaban las camas y la mesa de la cocina con sus cuatro sillas. Y el televisor, que por ser el único medio de distracción con que contaban lo habían conservado hasta el final, especialmente por los niños. Al final tuvieron que vender este también y las camas, comprando entonces los desvencijados catres con que las habían suplido. Ramón seguía saliendo todos los días en busca de trabajo. Pero ya no se limitaba a buscar solo en las constructoras o compañías del ramo. Ahora buscaba en cualquier parte, cualquier trabajo, de lo que fuese. Como jardinero, camionero, cargador de bultos en el mercado, guachimán etc. Cualquier cosa la aceptaba agradecido. A veces encontraba algo para quince días o un mes. Pero esto era solo una solución momentánea, no resolvía nada definitivamente. El lo que necesitaba era algo que le brindara la estabilidad que anteriormente disfrutaba. Pero, justamente, eso era lo que no encontraba. Se fueron llenando de deudas en el abasto cercano ya que el sueldo de Juanita no les alcanzaba ni para mal vivir. Al llegar a este punto tuvieron que decidirse a abandonar la casita que tanto querían y donde tan felices habían sido, y buscar algo mas barato, que ella pudiese pagar. Una tarde, cargando en un carro prestado las pocas cosas que aún les quedaban, se mudaron para el mísero rancho, de una sola habitación y sin instalaciones sanitarias, que un amigo de Ramón les había alquilado y que era por el momento lo que podían pagar. Juanita llena de vergüenza, tuvo que comunicarle la mudanza y los motivos a su patrona, y esta, dolida por la situación que vivía la negra que tanto quería, le regaló una pequeña cantidad de dinero. Ellos también estaban siendo golpeados por la dura situación económica del país y para colmo el esposo de la señora María se había enfermado gravemente del corazón y lo poco que podían ahorrar era para gastarlo en medicinas y consultas médicas. Luego llegó el día en que cuando Juanita regresó a las ocho de la noche de su trabajo (ahora se quedaba hasta después de la cena, para ganar un poco mas) encontró a los tres muchachos solos ya que Ramón no había regresado aún de su diario vía crucis. Con el paso de las horas Juanita se preocupó pues no era costumbre de su marido llegar tan tarde, así que salió a preguntar a sus nuevos vecinos. Y cual no sería su sorpresa cuando le dijeron que lo habían visto desde temprano bebiendo en el botiquín de la esquina. Hacia allí se dirigió la asombrada Juanita, confirmando al llegar lo que le habían dicho. Allí estaba Ramón completamente borracho, riendo a carcajadas de los malos chistes de un grupo de amigos, todos igual de borrachos que el, mientras trasegaban cerveza tras cerveza. Disgustada Juanita lo increpó: - ¡Ramón! ¿ que es esto? ¿Así es como buscas trabajo ahora? ¿Desde cuando estás aquí? ¡Vamos pa`la casa ahora! – - ¡Déjame negra!¿ No ves que estoy celebrando? Conseguí un trabajito en el mercado…¡vamos, déjame celebrar!....- - Pero Ramón, si mañana tienes que levantarte temprano para ir al mercado, es mejor que te vengas a acostar ahora…Ya es muy tarde…- - ¿Tarde? Y, ¿Qué hora es? - Son mas de las doce, Ramón. Ven, vamos pa`la casa – - ¿Las doce? Si, en verdad que es tarde. Tienes razón negra. Es mejor que no vayamos pa`la casa a dormir – y volviéndose hacia sus compañeros de mesa - ¡Adiós, amigos! Y, gracias por los tragos- y apoyándose trabajosamente en su mujer, se dirigió trastabillando y farfullando hacia su mísero rancho. En ese último trabajo estuvo solamente quince días pues era solo una suplencia. Al pasar estos días quedó de nuevo en lo mismo. Sin trabajo. Sin esperanza. Ya su carácter había perdido la firmeza y la seguridad de antes y cuando salía a buscar trabajo no lo hacía, como antes, a primeras horas de la mañana. Solo salía luego del mediodía y al caer la tarde, cuando se cansaba de caminar, se reunía con sus amigotes en el botiquín a tomarse unas cervezas, y allí amanecía, retirándose casi a la salida del sol, totalmente borracho, despertándose, como era de esperar, cerca del mediodía del día siguiente enratonado y de terrible humor. La pobre Juanita no podía creer lo que estaba pasando.¡Después de tanto como el había hablado en contra del abuso del alcohol y todo lo que había contado sobre su padre, ahora el, lo poco que ganaba en los contados trabajos ocasionales que conseguía, se lo gastaba todo, emborrachándose noche a noche¡ Y Juanita no le tenía paciencia. Cada vez que lo veía en esas condiciones le formaba unos pleitos tremendos, reclamándole lo que estaba haciendo con ella y con toda la familia. Y estos pleitos y esta desagradable situación, aparentemente sin remedio, fueron acabando con el amor y el respeto que siempre habían sido la base de su relación, llegándose el caso, cada vez mas frecuente, de que el la agrediera físicamente golpeándola con los puños entre el escándalo de ellos mismos y los gritos aterrorizados de los muchachos. Todo esto fue convirtiendo en insoportable la vida en el rancho, siendo motivo de chismes y burlas de mal gusto entre los vecinos. También los patrones de Juanita sospechaban algo pues ahora era muchas las veces que ella faltaba al trabajo, con excusas diversas, presentándose al día siguiente llena de moretones y rasponazos que ella trataba infructuosamente de esconder con la ropa y algo de polvo facial. Pronto llegó el día en que después de faltar varias jornadas a su trabajo, Juanita se presentó un día a sus labores con toda la cara amoratada, una venda de yeso cubriéndole la nariz y un brazo en cabestrillo pues en el último pleito , Ramón, con un golpe le había fracturado el tabique nasal y le había causado una pequeña fractura en la muñeca de la mano izquierda, siendo auxiliada Juanita por unos vecinos que la llevaron hasta el puesto de salud mas cercano donde le habían realizado las curas necesarias. En cuanto sus patrones la interrogaron Juanita estalló en amargo llanto y les contó toda la verdad sobre su terrible situación actual, verdad que ya ellos comenzaban a sospechar. Horrorizados los buenos señores la reconvinieron por no haber hablado antes con ellos contándoles todo lo que estaba pasando. Y luego, prometieron ayudarlos. De primer momento el señor Juan le dijo que se regresara a la casa, que así en esas condiciones no podía trabajar. Y que enseguida le enviara a Ramón para hablar con el y tratar de encontrarle un buen trabajo. Y antes de que se fuera para su casa le regalaron algo de dinero para las mas urgentes necesidades. Juanita, agradecida por la generosidad de sus patrones salió presurosa hacia su rancho, esperando encontrar a Ramón antes de que este saliera a su diario peregrinar y a emborracharse como todos los días. En cuanto llegó le contó todo a su marido. Y este, conmovido al ver su carita negra donde resaltaba el blanco del yeso que cubría su nariz, y su brazo enyesado también, y espantado por el ratón moral al contemplar lo que había hecho a su mujer, se sintió profundamente avergonzado y disculpándose le explicó que lo enloquecía el hecho de que fuese ella sola la que estuviese manteniendo la casa ante su imposibilidad para encontrar un empleo fijo, y que en el alcohol era en lo único que encontraba olvido y consuelo. Pero que estaba totalmente horrorizado de haber caído en este terrible vicio viendo lo que lo llevaba a hacerle. Y entre lágrimas de arrepentimiento le prometió que si el señor Juan le conseguía el trabajo que le había prometido a ella todo iba a cambiar y a volver a ser lo que al principio de su matrimonio había sido. -Entonces, Ramón – le dijo ella, entusiasmada – prepárate y ve a hablar con el señor Juan, que me dijo que te esperaba hoy mismo para hablar – - Si negra, me baño y me voy de una vez – Y así fue. El señor Juan, luego de una seria y larga charla con Ramón lo envió a hablar con un amigo suyo que tenía una fábrica de calzados, y este, atendiendo a su pedido, le dio a Ramón un trabajo por tres meses de prueba, prometiéndole que si demostraba ser formal y cumplido lo contrataría y lo metería en nómina. Estaba necesitando una persona para una labor de absoluta confianza y su compadre Juan lo había recomendado de manera especial. Ramón llegó esa tarde a su casa desbordando felicidad, cargado con un gran mercado que había sacado fiado en el abasto cercano. Ya se sentía tranquilo y seguro del futuro, de nuevo, confiado en sus capacidades y en su propósito de enmienda. Estaba seguro, le dijo a la negra, de que lo peor ya había pasado y que lograrían ser dichosos otra vez. Y en el rancho todos sonreían, agradecido por esta nueva oportunidad. Ramón tomó muy en serio su nuevo trabajo. Juanita lo veía y le parecía que todo ese tiempo terrible que habían pasado había sido solamente una oscura pesadilla que no se repetiría jamás. Semanas mas tarde Ramón llegó con la noticia de que su patrón el señor Gonzales estaba tan satisfecho de su trabajo que ya lo había contratado en firme y le había ofrecido para muy pronto un aumento de sueldo.¡Todo era felicidad y alegría en el rancho de Juanita! Especialmente para ella que veía como su marido, poco a poco, volvía a ser el hombre bueno, serio y responsable que ella había conocido y de quien se había enamorado. Solo tenían unos enemigos. Los amigotes de farra de Ramón, que no perdían oportunidad para burlarlo, llamándolo “varón domado” y que le gritaban cada vez que lo conseguían por las calles del barrio: ¡Ah Ramón!......Ahora si que me lo tienen pisao……¡Quien lo hubiera dicho……! Pero Ramón se les reía en la cara y les contestaba : -¡Déjenme tranquilo! Si ustedes tuviesen a su lado una familia como la mía y amigos que solo se les acercan para ayudarlos, también hubiesen aprovechado esta oportunidad, como yo. ¡Déjenme, déjenme solo, que así estoy bien!- Y seguía fiel a su propósito de mejorar de vida y hacer de su hogar, nuevamente, un lugar feliz para vivir. Tiempo después, cuando ya Ramón tenía casi un año trabajando en la fábrica de zapatos, Juanita se dio cuenta de que estaba de nuevo embarazada. Ramón, aunque se preocupó un poco al saber la noticia, ya que la situación no estaba por completo solucionada y el no había logrado aún sacar a su familia de ese barrio desagradable y peligroso, tal como era su deseo, demostró mucha alegría y trató de tranquilizar a la pobre Juanita diciéndole que un hijo siempre era una bendición y que ya vería ella como pronto todo se terminaría de normalizar en sus vidas y que para cuando naciera el bebé ya estarían instalados en la nueva casa que el buscaría en un barrio mas decente, tal como le había prometido. De tal modo pasaba la vida de estos seres humanos que, luchando contra las adversidades, trataban de crear, bajo las mas adversas condiciones, un mundo decente en el que vivir. Ramón perseveró en sus buenas intenciones por un tiempo mas. Pero en cuanto Juanita estuvo barrigona y muy deformada por este tercer embarazo, se comenzó a notar cierto cambio en el. Ya no pasaba mucho tiempo en casa, demostrando una marcada adversión hacia la pobre mujer, a quien la gestación en tan malas condiciones de salud y de higiene, no favorecía mucho. Así que fue tomando de nuevo la costumbre de al regresar de su trabajo, detenerse en el botiquín cercano para charlar con los antiguos amigos. No es que emborrachase como antes. No. Eso no. Eso solo lo hacía los sábados por la noche de forma que el lunes ya amanecía bien para ir a trabajar. Constantemente les decía a sus amigos y a su mujer que el cuidaba mucho ese trabajo porque no quería pasar de nuevo meses tan terribles como los que había vivido y había hecho vivir a su familia. Así que durante esos ratos que pasaba con sus amigos conversaba mucho y se tomaba algunas cervezas, pero luego se marchaba a su casa a dormir tranquilo. Pero como siempre pasa, sus buenos propósitos se fueron relajando, dejándose llevar por la desidia, la irresponsabilidad y la abulia, bebiendo cada día mas y recomenzando la antigua rutina de su peor época, faltando constantemente al trabajo y enviando a Juanita para que inventara alguna excusa plausible que evitara que su jefe lo despidiera de una vez. Y ella, cada vez mas desilusionada contemplaba el derrumbe moral de su marido, sufriendo de nuevo las torturas que el año anterior habían hecho de su vida una pesadilla y que ahora amenazaban de nuevo con destruir su tan difícil recuperada tranquilidad. Así pasaba las noche esperando el temido regreso de Ramón o yendo ella misma, en compañía de Susanita a buscarlo en la madrugada al botiquín, en donde siempre se formaba tremendo escándalo entre los insultos de el, que no quería regresar a su casa, las burlas de los amigos y el llanto de las dos mujeres por los golpes que recibían durante la lucha por sacarlo de allí. Y así llegamos al comienzo de esta historia. El día en que la pobre Juanita intentaba levantar a su marido para que fuese a trabajar, tras una noche de especial parranda y desafuero.. Lo agarraba por un brazo y tiraba de el haciendo el poco esfuerzo que su avanzada preñez le permitía, diciéndole desesperada: -¡Vamos, Ramón,¡ ¡Levántate¡ Ya es tarde. Te van a votar, y con este otro niño en camino, no se como vamos a hacer….- ¡Levántate, hombre¡- - No me jodas mas, Juana. ¡Déjame tranquilo¡ Ya te dije que no voy. ¡Me siento muy mal¡ Y si no quieres que me boten anda y llama al señor González e invéntale una buena excusa…si no, será peor para ti, ¡bruja¡ Yo tengo sueño y voy a seguir durmiendo.- Y safándose de un fuerte tirón, la estrelló contra la esquina de la endeble mesa que se rompió y ella cayó despatarrada entre sus maderas, cruzando sus brazos sobre su abultado vientre, gritando: - ¡Carajo, Ramón¡ ¡Que golpe me has hecho dar…ojalá no tenga consecuencias…Así si que pondríamos la torta completa…- Al verla tirada en el suelo, como una muñeca de trapo, quejándose lastimosamente, rodeada por los dos chiquillos y la muchachita que lloraban desconsolados, Ramón se condolió de la pobre mujer y levantándose, la ayudó a ponerse de pie, acostándola enseguida en el catre mas cercano, mientras, arrepentido, le pedía disculpas por su brusquedad. Luego viendo que Juanita no se recuperaba y comenzaba a sentir dolores muy fuerte, haciendo sospechar que el parto se había adelantado debido a la caída, salió en busca de ayuda para llevarla hasta la maternidad, después de haber dejado a la pequeña Susanita encargada del rancho y de sus hermanitos. Una hora después dejaba instalada a su mujer en la sala de pre-parto del hospital y luego de suplicarle, de nuevo, su perdón por su brusquedad y mal genio, perdón que ella nuevamente le concedió, partió rápidamente hacia su empleo, arrepentido realmente de sus malas acciones para con esa buena mujer que tanto le había soportado. Y allá quedó la pobre Juanita, sola en su cama de hospital, esperando el nacimiento de su hijo y pidiéndole a Dios que los golpes y los sufrimientos no tuviesen consecuencias en la salud de la criatura que estaba por nacer. Al llegar a su trabajo, Ramón le explicó a su patrón lo acontecido, sin entrar en muchos detalles, claro está, de forma que este no le reclamó su tardanza en llegar. Y ya tranquilizado a ese respecto, Ramón se abocó a su tarea, trabajando con toda seriedad y eficiencia durante todo el día. Al salir, a las seis de la tarde, se fue directamente a la maternidad, donde se encontró con la noticia de que era nuevamente papá de otro varoncito que, aunque había nacido prematuramente, estaba en perfecto estado de salud. El médico le comunicó que por las condiciones del parto tanto el niño como la madre tendrían que permanecer por varios días en el hospital, así que hasta el domingo no se los podría llevar a casa. Juanita es taba muy mortificada por esto ya que la angustiaba dejar solos por tantos días tanto a su Susanita como a los otros dos pequeños. Pero Ramón la tranquilizó, convenciéndola de que tenían que hacer caso a lo que el médico decía ya que era por la salud de los dos. Que no se preocupara por nada ya que el se encargaría de que todo fuese bien tanto en el rancho como con los niños. Y que también le avisaría a su patrona para que supiese lo ocurrido. De esta forma tranquilizada, Juanita se resignó a estas vacaciones forzadas y a las siete, cuando finalizó la hora de visita, se despidió de su marido con un cariñoso beso, partiendo este lleno de las mejores intenciones. Al llegar al barrio y pasar frente al botiquín Ramón se encontró con sus amigos quienes lo invitaron a entrar para festejar el nuevo nacimiento del que ya estaban enterados. El aceptó y se dispuso a tomarse unas cuantas cervecitas para festejar el hecho, siendo felicitado por todos los presentes. Pero, muy consciente de la promesa que había hecho a su mujer, luego de acompañarlos con tres brindis, se despidió de todos, dirigiéndose al rancho para acompañar y cuidar a sus hijos. Al día siguiente, jueves, siguió la misma rutina. Su trabajo, la visita al hospital y luego las dos o tres cervecitas con sus amigos, antes de dirigirse al rancho a cuidar de su familia. Todo marchaba perfectamente bien, en apariencia, para la pobre mujer hospitalizada. Luego, el sábado por la tarde, Ramón no se presentó a su cotidiana visita al hospital, pero esto no preocupó demasiado a Juanita ya que el le había comentado que era posible que se quedase a trabajar horas extras para ganar algún dinerito de mas, que tanta falta les hacía. Así que pensó que eso era lo que había sucedido. Sin angustiarse, se dedicó a preparar todas sus cosas para estar lista para su salida al día siguiente. Ya el Doctor le había firmado el alta y temprano en la mañana podría irse a su casa. Pero las cosas no habían sucedido tal como ella se las imaginaba. Ese sábado al mediodia, cuando Ramón llegó al barrio, sintiéndose muy ufano por lo bien que se había portado esos días anteriores, se detuvo como siempre en el bar para tomarse las consabidas cervecitas con sus amigos. Pero, esta noche las cosas se le fueron de las manos y las tres cervezas se convirtieron primero en seis, luego en doce y al final, ya no llevó la cuenta. De esta forma comenzó a recorrer la ruta ineludible hacia la tragedia. Hacia el mas profundo y doloroso abismo. Cuando Susanita se dio cuenta de que ya eran mas de las once de la noche y Ramón no había regresado, preocupada se acercó al botiquín, en donde lo encontró completamente borracho. Valientemente aunque atemorizada, entró en el lugar y llegándose hasta el le pidió que la acompañara al rancho, que sus hermanitos estaban solos y que ya era muy tarde. Pero Ramón la despachó entre maldiciones e insultos, gritándole que no lo fastidiara. Pero ella insistió, como tantas veces había visto hacer a su madre, recordándole que sus hermanitos ni ella habían comido nada desde el almuerzo y que los pequeños se habían dormido llorando de hambre. Pero Ramón de un empujón la dirigió hacia la puerta, haciéndola casi caer y gritándole que lo dejara en paz, que ella no era quien para decirle la hora en que debía acostarse y que bastante tenía con aguantar a la bruja de su madre para que ahora ella viniera también a molestarlo. Ante esto los amigotes estallaron en groseras carcajadas, felicitándolo por “romper las cadenas” con que la negra Juana lo tenía amarrado. Y así entre bromas groseras y risas de borrachos fueron empujando a la niña hasta sacarla del local. Y ella llorando aterrorizada, se dirigió hacia su rancho, donde, abrazada a sus hermanitos se durmió de nuevo, entre sollozos y suspiros, con el sueño fácil de los niños. Ramón siguió bebiendo desaforadamente. Ya ningún pensamiento de consideración o remordimientos cruzaba por su mente alcoholizada, así que con un despectivo encogimiento de hombros, decidió quedarse allí y seguir la parranda con sus amigos. De esa forma fueron pasando las horas sin que en ningún momento ese hombre, otrora tan honesto y bueno, recordara a su pobre mujer y a los hijos que tenía abandonados en el cercano rancho, solos, sin dinero y sin nada para comer. Mas tarde, mucho mas tarde, Susanita despertó de nuevo atormentada por el hambre y decidió acercarse de nuevo al bar para tratar de llevarse al marido de su madre a la casa. Pero, no fue un hombre lo que esta vez encontró. Fue una bestia. Al suplicarle, llorando, algo de dinero para comprar comida para los niños, lo que recibió fue un tremendo puñetazo en el medio de la cara, con el que la lanzó contra una esquina de la habitación. Luego, la fiera se volvió hacia sus amigos que festejaban la salvajada con brutales risotadas y continuó bebiendo, en los ratos en que la inconsciencia alcohólica se lo permitía. Cuando Susanita se recuperó del golpe, salió del botiquín casi arrastrándose, sollozando lastimosamente y se dirigió al rancho donde se acomodó de nuevo en el catre, entre sus dos hermanitos tratando de calentarse mutuamente e intentando dormir para que el sueño le hiciese soportar los tormentos del hambre que atenazaban sus intestinos. Faltando poco para el amanecer se presentó Ramón en el rancho, completamente trastornado y envilecido por la bebida. Arto ya de alcohol, acosado por el hambre y exacerbados sus peores instintos por la intoxicación, llegó dando grandes gritos, buscando algo de comer, despertando bruscamente a Susanita para que lo atendiera. Al no conseguir nada de alimentos, se dirigió vacilante al catre donde los tres niños lo miraban aterrorizados y tomando a la pequeña por un brazo, la levantó en vilo, sacudiéndola brutalmente. Paralizada por el terror, Susanita solo atinaba a balbucear medias palabras, pero el hombre, enloquecido por no poder satisfacer sus necesidades, la emprendió a golpes contra la pobre criatura, ensañándose con su endeble y pequeño cuerpo, mientras pensamientos lascivos y lujuriosos invadían su trastornada mente. El domingo por la mañana, muy temprano, Juanita despertó sobresaltada sin motivo aparente, sintiendo una nefasta premonición, como si una sombra tenebrosa se posara sobre su alma. Después de la visita del médico de guardia, quien le confirmó su alta para ella y su bebé, se dispuso a esperar la llegada de su marido, tal como habían acordado. Pero al pasar las diez de la mañana y este no aparecer, decidió no seguir esperando. Y tomando a su hijo en sus brazos se dirigió, aún maltratada por el parto hacia la casa de sus patrones, quienes vivían muy cerca de allí, quienes, como siempre, la recibieron con gran cariño y tras felicitarla por el hermoso bebé, le dieron una lata de leche que ya le tenían, algunos pañales y algo de dinero para los primeros gastos. Y luego la embarcaron en un taxi para que la llevara rápidamente a su rancho. Y ella, agradeció, desesperada ya por llegar estar entre sus hijos. Eran ya cerca de las doce cuando llegó al barrio. En medio del silencio dominical se dirigió a su rancho, sintiendo nuevamente como la angustia atenazaba su corazón. Extrañaba no ver a sus pequeños hijos jugando en la calle en compañía de sus amiguitos, aprovechando el poco tráfico del día de asueto. Al llegar y entrar al rancho, le costó acostumbrar la vista a la penumbra reinante ya que los postigos de las ventanas estaban cerrados. Cuando al fin sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, vio que reinaba allí un gran desorden. Los catres estaban volcados y destrozados; la mesa y las sillas patas arriba y todos los enseres del hogar tirados por el suelo en gran confusión. Luego divisó a sus dos muchachitos temblorosos y acurrucados en un rincón, con los ojos muy abiertos cuajados de lágrimas y casi en estado de shock Mas allá, en el rincón opuesto vio a su marido tirado en el suelo, despatarrado boca a bajo, roncando ruidosamente, rodeado de un espero hálito alcohólico. Dominada por el pánico, buscó desesperada a su Susanita a quién no lograba ver en ninguna parte. Se acercó a su marido para despertarlo y preguntarle que había pasado allí y donde estaba su hija, cuando aterrorizada vio que bajo la inmensa humanidad del hombre asomaba el pequeño cuerpo de su hija, desnudo, con la entrepierna sangrante y el rostro contraído en un terrible rictus de dolor y asombro, con los ojos muy abiertos, como interrogando a la vida sobre lo que le estaba pasando. Juanita se inclinó sobre el cuerpo maltratado de su hija y al tocarle amorosamente la infantil carita deformada por el sufrimiento, sintió el frío intenso de la muerte que traspasaba sus manos y llegaba a su corazón. Entonces comprendió lo que había pasado. Y sin dejar escapar ni un sollozo de su garganta ni permitir que una lágrima brotara de sus ojos, se volvió lentamente, colocó al bebé que aún llevaba en sus brazos al lado de sus hermanitos, en el suelo, protegido por unos trapos. Enseguida se dirigió hacia la volcada mesa y asiéndose fuertemente a una de las patas, la arrancó de cuajo con un solo movimiento. Y con ella en las manos se dirigió de nuevo hacia el rincón donde su marido había perpetrado el horrendo crimen, y con todas sus fuerzas descargó el duro madero una y otra vez sobre la cabeza del hombre, deteniéndose solo cuando se convenció de que ya estaba muerto. Cuando los vecinos entraron poco después, acompañados por la policía, atraídos por los gritos de los pequeños, la encontraron sentada en el suelo junto a sus hijos, amamantando al recién nacido y diciéndole a los pequeños que aún lloraban aterrorizados: -ssshhh, ssshhh, ya todo pasó. ¡Tranquilícense! ¡Ya todo terminó!- La policía le quitó los niños, entregándolos al Consejo Venezolano del Niño para que viera de su futuro. Los encargados se llevaron los cadáveres a la morgue donde les sería realizada la necropsia de ley. Y la pobre Juanita fue llevada a una institución de salud mental donde deberá pasar el resto de su vida pagando el precio por haber dado muerte a su marido para vengar el alevoso e imperdonable crimen cometido en contra de su adorada hija Susanita. &&& L e y R e b e c a - ¿Estoy bien, mamy...? - Si, mi amor. ¡Bellísima! Y Daniela, observando como su hija terminaba de arreglarse para la fiesta que tenía esa noche en casa de su mejor amiga, le costaba aceptar que la hermosa jovencita de trece años cumplidos, menuda y rubia como ella pero con el carácter extrovertido y alegre de su padre, fuese aquel precioso bebé que una ya lejana madrugada de Diciembre pusiera entre sus brazos el Dr. Arena, luego de un laborioso y muy doloroso parto. Esa noche estuvo en peligro de muerte y luego de casi setenta y dos horas de labor sin ningún resultado, los médicos, en consulta con José, su esposo, habían decidido realizarle una operación cesárea. Así les habían salvado la vida a ambas. A ella y a su preciosa muñequita. Días después les dieron de alta, comenzando, en compañía de su amado esposo la maravillosa aventura de criar y educar a su hija. Todo había salido bien. Daniela, luego de pasar unos años que consideraba cruciales, dedicada exclusivamente a su hogar, su esposo y especialmente a su hija, había decidido concluir sus estudios universitarios de Derecho, interrumpidos cuando deseó casarse y formar una familia. Para ello contó con el apoyo irrestricto de José quien ya graduado y muy bien ubicado en un conocido bufete, le brindó su completa colaboración tanto en lo referente en asesoría y guía profesional como en el cuidado de su hija y de su hogar. En menos de tres años culminó sus estudios y logró hacer realidad otro de sus sueños de juventud. Una de las cosas que no logró concretar en su vida fue la de formar una familia numerosa. Habían querido ella y José tener por lo menos tres hijos, y así lo habían planificado de novios, siendo aún estudiantes. Pero el destino quiso otra cosa. El parto de Rebeca fue tan complicado y peligroso que los médicos les aconsejaron evitar un nuevo embarazo. Sin embargo, años después lo habían intentado de nuevo, sufriendo a los cinco meses de gestación u aborto espontáneo que los había dejado tan traumatizados y deprimidos que de mutuo acuerdo habían decidido no intentarlo más. Además, tenían a Rebeca. Y ella los llenaba de tal felicidad y satisfacción que nos les hacía falta nada más. Ahora, cuando su nacimiento parecía que hubiese sido “ayer” la “señorita” se arreglaba para su primera fiesta nocturna. Bueno, lo de nocturna era un decir. A las diez de la noche volvería a casa en compañía de su amiguita, la cumpleañera y su papá, el Sr. Pérez. Esta había sido la condición de Daniela para permitirle asistir, ya que José no estaba en Caracas y a ella le asustaba salir de noche sin su compañía. La ciudad se había vuelto muy peligrosa y era riesgoso, para una mujer sola o acompañada por una niña, aventurarse a salir a la calle ya tarde, aunque fuese solamente por unas cuantas cuadras, como en este caso. Así que se había puesto de acuerdo con el Sr. Pérez y este se había comprometido a recoger a Rebeca a las seis y treinta de la tarde y traerla de regreso, el mismo, hasta entregársela a Daniela en las puertas del edificio, cerca de las diez de la noche, al finalizar la fiesta. - Entonces, mamy, ¿se nota? – preguntó la niña, colocándose muy derechita, dando el perfil de su cuerpo, tanto hacia su madre como hacia el espejo. Daniela sonriendo enternecida, le contestó que no. Que estaba perfecta, que lucía bellísima y que sería la jovencita mas linda de la fiesta. Rebeca estaba muy emocionada, no solo por asistir por primera vez a una reunión que se prolongaría hasta las diez de la noche, sino porque ese día había logrado que su mamá le permitiese estrenar un diminuto sostén que guardaba desde hacía ya tiempo. Con sus instintos femeninos comenzando a florecer, se sentía a la vez orgullosa y apenada de usarlo. Apenada, por la timidez propia de su extrema juventud. Y orgullosa porque ¡al fin! usaría la tan deseada prenda. Desde hacía ya algún tiempo varias de sus compañeritas, notablemente mas desarrolladas que ella, la usaban. Y esto le causaba gran preocupación. Le parecía que “el tiempo pasaba…pasaba… y en ella…no pasaba nada” como le decía a su mamá. Todos los días examinaba su cuerpo ante el espejo pero no notaba cambio alguno. Y a pesar de que su mamá le explicaba pacientemente que eso era natural, que a pesar de haberse desarrollado a los once años “era completamente natural el que sus senos no se hubiesen desarrollado con la misma precocidad” y que además, el factor hereditario era también determinante, y tanto su abuela materna como ella misma, eran de senos pequeños, ella no lograba conformarse. Y Rebeca se desesperaba cada vez más. Al final Daniela, unos meses atrás le había comprado un pequeño sostén y esa tarde se lo estaba estrenando, cosa que la llenaba de una gran felicidad, pero al mismo tiempo, de una profunda ansiedad. - Pero, no se nota nada, verdad, mamy?- - No muñequita. No te preocupes. Nadie se va a dar cuenta de nada – - Nadie? – preguntó la niña con algo de desilusión en su voz - Al escucharla, Daniela, riendo divertida, la abrazó cariñosa y la interrogó: - Entonces, hija, al fin, que es lo que quieres? Que se te note o que no?- Y Rebeca, mientras su rostro infantil se tornaba rosa por el intenso rubor, contestó: - No lo se, mamy. La verdad es que no lo se.- - Bueno, mi amor. No te preocupes. Olvídate de eso y trata de divertirte mucho, pero recordando siempre todas mis recomendaciones. Al regreso, ya sabes, me llamas antes de salir para esperarte en el vestíbulo. ¡Por ningún motivo te vengas sola o acompañada de amigos! ¡Solo puedes regresar acompañada por el señor Pérez! ¿ Entendido?- ¿Todo claro?- - Si mamy. Todo claro.- Entonces, salieron juntas del dormitorio y al llegar al salón encontraron que ya Mariía y su papá las estaban esperando, atendidos por Juanita, la empleada. Así que tras otras mil recomendaciones Rebeca se despidió con un beso y un “chao mamy” y en compañía del señor Pérez y su hija abandonó el apartamento. Luego de su marcha y la de Juanita a quien Daniela dabas la noche libre cuando José viajaba, esta se preparó un sándwich y un vaso de leche, que comió en la mesita de la cocina, y luego se dirigió a su habitación. Tras ducharse y vestirse con una bata casera, se acomodó en la cama, rodeada de libros de leyes y expedientes y se concentró en su lectura. Minutos antes de las nueve, llamó José, quien asistía a un congreso de penalistas en la cercana Barquisimeto. Luego de los cariñosos saludos habituales, preguntó por Rebeca. Al enterarse de que siempre le había permitido asistir a la fiesta, se mostró muy preocupado. -La recogió Pérez y la traerá de vuelta? -Si José. Nos pusimos de acuerdo en todo. El la traerá hasta el edificio al terminar la fiesta, cerca de la diez de la noche y yo estaré esperándola. Quedamos en que ella me llamará antes de salir para yo bajar y estar pendiente – - Bueno. Eso me tranquiliza. Pero, recuerda Daniela, me llamas en cuanto suban, para así poder dormir tranquilo. ¡Tu sabes como me pongo cada vez que tengo que dejarlas solas…!- - Si, mi amor. Ya lo se. No te preocupes. Te llamaré enseguida que lleguemos. Hasta entonces. ¡Chao!- Y cuando ya colgaba el aparato, escuchó la voz de José que repetía…… ¡No te olvides…!- Luego de finalizar la conversación con su marido, Daniela apartó de su lado todos los implementos de su trabajo que invadían su cama, y encendiendo el televisor se dispuso a disfrutar de la novela de las nueve, mientras esperaba la llamada de su hija. Y al mismo tiempo que atendía la trama de la novela, pensaba. Ella siempre se había reído un poco, interiormente, claro está, de José y sus nervios, y de la gran cantidad de recomendaciones que les daba a ella y a Rebeca, cada vez que tenía que viajar. Pero, en realidad, comprendía que el tenía razón, que no exageraba nada. En estos tiempos, había que tener mucho cuidado, las cosas estaban terribles y todos los días una se enteraba, tanto por la prensa como por sus relaciones profesionales, de gran cantidad de desastres y tragedias que sucedían en la ciudad. Atracos, robos, asesinatos, violaciones y muchos delitos mas, causando miles de víctimas inocentes que veían así destrozadas sus vidas y su futuro, cuando no resultaban muertas por los delincuentes. Si, pensó. José tenía mucha razón. ¡Ahora había que tener más cuidado que nunca…! De pronto, la sobresaltó el timbre del teléfono que repicaba insistente a su lado, en la mesita de noche, sacándola violentamente de sus pensamientos. Al contestar escuchó la voz de su hija que le comunicaba que dentro de muy pocos minutos saldría de la casa de su amiguita en compañía de esta y de su papá, tal como habían acordado. Luego de asegurarle a la niña que bajaría de inmediato para esperarla en la entrada del edificio, Daniela colgó la bocina y calzándose unas pantuflas, se pasó un peine por los cabellos y se dirigió presurosa a la salida del apartamento, para tomar el ascensor y llegar rápidamente a la planta baja. Justo cuando salía de la cabina del aparato en el vestíbulo, vio el auto del señor Pérez que se estacionaba frente al edificio, y al llegar ella a la doble puerta vidriera, ya Rebeca y sus acompañantes se acercaban a esta. Abrió. Y recibiendo a su pequeña con un abrazo y un beso, saludó: - Buenas noches, señor Pérez. ¿Cómo se portaron estas señoritas? ¿Todo estuvo bien? – - Hola, señora Morán.- contestó el señor Pérez, sonriendo – Todo perfectamente bien. Las damitas se portaron de maravilla. Y ahora, cumpliendo con lo pactado, le entrego a su hija sana y salva – finalizó con un guiño de alegría. – Feliz pero algo cansada. ¿Verdad Rebeca?- - Si, señor Pérez – contestó la jovencita, entre bostezos, recostándose en su mamá.- Hasta mañana – Y se inclinó para darle un beso en la mejilla a su amiguita, añadiendo – Chao, Maritza, hasta mañana – Daniela, sonriendo agradeció: - Muchísimas gracias de nuevo, señor Pérez por traérmela hasta el edificio. Ya usted sabe como están las cosas y si no hubiese sido por usted, Rebeca no hubiera podido acompañarlos en esta fiesterita, que significaba tanto para ella. Yo, como le comenté, no salgo sola después de oscurecido y como José no está, pues ya usted ve…- - No hay de que, señora Morán. Tiene usted razón. Ahora no hay precaución excesiva. Otra vez lo harán ustedes por mi Maritza. Y ahora, hasta mañana, que estas niñas ya se están cayendo de sueño.- - Si – sonrió Daniela viendo las caritas de las dos criaturas – Hasta mañana. – Y tras besar cariñosa a la pequeña Maritza, cerró la puerta vidriera, repitiendo – Y gracias de nuevo…- De inmediato, Daniela, estrechando el abrazo sobre su hija, que se recostaba perezosa sobre ella, la encaminó hacia el ascensor. Entrando en este, comentó: - Entonces, hija, ¿te divertiste mucho? ¿estuvo muy bonita la fiesta…? Por lo menos, cansada estás. ¡Te caes de sueño! Subamos pronto a la casa para que tras llamar a tu papá que debe estar desesperado por saber que ya estamos en casa, te acuestes. Mañana tenemos que madrugar pues el llega en el primer vuelo – - Si mamy. Vamos a casa. Mañana te cuento como estuvo todo – contestó la niña, casi con los ojos cerrados Mientras conversaba Daniela había oprimido el botón del ascensor, llamándolo insistentemente. Luego de unos segundos de espera, se encendió la luz indicadora, avisando que ya la cabina bajaba. En cuanto las puertas se abrieron, entraron y ella marcó el número correspondiente a su piso. Pero cuando apenas el aparato comenzaba a subir, se detuvo repentinamente. Daniela instintivamente estrechó su abrazo sobre su hija, retirándose hacia el fondo de la cabina, abriendo mas espacio para las personas que subieran. Cuando se abrieron las puertas, vio aterrada como dos hombres, relativamente jóvenes, entraban violentamente portando en sus manos sendas navajas, y gritando obscenidades las empujaban contra la pared del fondo de la cabina. Daniela trató infructuosamente de esconder a su hija, escudándola con su propio cuerpo, pero uno de los hombres la tomó bruscamente por un brazo, halándola hacia el. Cuando el otro vio que ella trataba de proteges a su pequeña, se volvió enfurecido y dándole un tremendo bofetón con el reverso de su mano, la estrelló contra la pared, golpeándole la cabeza contra esta. Daniela sintió que se ahogaba, que el aire no fluía libremente a sus pulmones. Y luego, mientras como música terrorífica de fondo escuchaba los gritos aterrorizados de su hija, con un gemido sintió que las rodillas se le doblaban y caía al piso, viendo, a través de las brumas de la inconsciencia que la envolvían, los ojos de Rebeca, desorbitados por el terror. Luego, la oscuridad lo cubrió todo. ¡Señora Morán!.....!Señora Morán!......!Despierte, por favor!....!Señora….! Como a través de una gran distancia Daniela escuchó la voz que la llamaba insistentemente. Y aún, antes de recuperar completamente el conocimiento y abrir los ojos, la reconoció como la voz del señor Juan, el conserje del edificio. Con alivio infinito, pensó: “Gracias a Dios. Todo fue una espantosa pesadilla” creyendo estar en el apartamento y que el viejo la llamaba a través de la puerta. Pero, al abrir los ojos y darse cuenta de que estaba tirada en el piso del ascensor y escuchar que el señor Juan le hablaba con tono angustiado, comprendió que la pesadilla había sido una espantosa realidad. Aterrorizada, escuchó de nuevo la voz del pobre hombre que le decía: - ¿Qué le pasó señora Morán?....?Que ha sucedido?... ¿Qué hace usted aquí? Su esposo me llamó por teléfono, encargándome que la buscara, ya que usted no lo había llamado de nuevo tal como habían convenido, ni contestaba el teléfono del apartamento. Y al tratar de subir a su piso, la encontré aquí, en este estado…?Que pasó, señora?- Al escucharlo Daniela recuperó por completo el uso de sus facultades e incorporándose aún aturdida, miró fijamente al viejo y preguntó aterrada: - ¿Y mi hija? ¿Dónde está mi hija? ¿Qué han hecho con ella? ¿Dónde está, señor Juan? - ¿Su hija? ¿La niña estaba con usted? – preguntó azorado el pobre viejo – Yo no la he visto…- - ¡Por Dios, señor Juan! ¡Ayúdeme! Vamos a buscarla…si, ella estaba conmigo, pero nos asaltaron…!ayúdeme, por favor! Apoyada en el viejo conserje, se levantó y juntos comenzaron la búsqueda desesperada de su hija, gritando por todo la planta baja del edificio: - ¡ Rebeca…! ¡Rebeca…! ¡Hija, donde estás…! ¡Rebeca…! ¡Rebeca…! Desesperada corría por todo el piso en angustiante búsqueda, ayudada por el pobre señor Juan que trataba de tranquilizarla. Recorrieron todas las instalaciones de la planta baja del edificio, buscando en el oscuro y cerrado salón de fiestas, en el depósito y en el otro ascensor, sin encontrar nada y sin percibir ninguna respuesta a los gritos de Daniela. Luego bajaron al estacionamiento, situado en los sótanos de la construcción. El señor Juan encendió todas las luces para facilitar la búsqueda y después de recorrer aterrada casi todo el perímetro del lugar, gritando constantemente el nombre de la pequeña, escucharon de pronto un débil gemido que provenía de un oscuro rincón, tras los depósitos de la basura. Entonces, la encontraron. Rebeca estaba tirada sobre un manto de desperdicios, semi-inconsciente, con la ropa destrozada, la cara y el cuerpo magullados por los golpes y la entrepierna sangrante. No hablaba. No reconoció a su madre cuando esta, desolada, se inclinó sobre ella. Solo gemía. Daniela, sin decir una sola palabra, pero con el rostro deformado por el dolor y el llanto, se arrodilló junto a su lastimada hija, y tomándola en sus brazos la acunó como había hecho infinidad de veces cuando era solo un bebé. Y el señor Juan, acongojado por lo que sus viejos ojos habían tenido que presenciar, se alejó cabizbajo para ir en busca de ayuda y llamar a la policía, tal cual era su deber. Al día siguiente, en el primer vuelo, llegó José. De inmediato se trasladó a la clínica del este de la ciudad, donde estaba ingresada su hija. Al llegar a la habitación de esta, el cuadro que se presentó ante sus ojos, le terminó de desgarrar el corazón. Rebeca, su hija, su adorada muñequita, tendida en la cama hospitalaria, viéndose mas pequeña aún de lo que era, mas infantil, mas niña. Inmóvil. Sumergida en un profundo sueño inducido por los médicos, para dar tiempo a que su organismo y su mente se recuperaran del tremendo shock sufrido. Y Daniela, sentada a su lado, con una de las manitas de su inconsciente hija entre las suyas, pronunciando constantes palabras de consuelo y amor, sin parar mientes en su rostro amoratado, su labio partido, su ojo inflamado y su ropa y su cabello en completo desorden. Aparte del terrible dolor que lo embargaba, y la angustia que ofuscaba sus pensamientos ante el cruel y despiadado ataque perpetrado contra su esposa y su hija, lo que mas lo impresionaba en ese momento y le demostraba la magnitud de la tragedia que se había cernido sobre ellos, era el aspecto desarreglado y sucio de su esposa. ¡Ella, tan pendiente siempre de su apariencia, tan pulcra y cuidadosa, se presentaba ante sus ojos y ante los ojos de todo el mundo, en ese lamentable estado. ¡Que terribles sentimientos de impotencia, rabia y dolor lo invadían, al verlas allí, su mujer golpeada, magullada, con cortes ensangrentados aún, sumida en el dolor y la desesperación. Y su hija, su adorada niña, ultrajada, golpeada y violada con la mayor crueldad y el mayor ensañamiento! ¡Un ser maravilloso, que lo único que había hecho en su vida había sido llenar de luz y amor a todos los que la conocían! ¡Y ahora estaba allí, tendida, inconsciente en el dolor! En cuanto Daniela sintió la presencia de su marido cerca de ella, se levantó violentamente y se abrazó fuertemente a el. Y entonces, y solo entonces, estalló en desgarrador llanto, un llanto desesperado que salía de lo más profundo de su alma. Y sollozando desahogó el terrible dolor que desde la noche anterior contenía. Luego, acercándose juntos a la cama donde yacía su adorada hija, la contemplaron amorosamente, transidos por la rabia y el dolor. Poco después, ya algo mas tranquilos, Daniela le contó a José detalladamente todo lo sucedido, interesándose el principalmente en los aspectos médicos y legales del caso. - Pero, que dice el médico respecto a ella, amor? Cuando saldrá del shock? Cuando volverá en si? – preguntó, abrumado por todo lo que su esposa acababa de contarle, dejándose caer agotado en la silla abandonada por su mujer. - Hay que tener paciencia, amor. El trauma ha sido espantoso y el shock es una defensa del organismo para dar tiempo a la recuperación. El doctor me informó que físicamente no quedarán daños irreparables ni consecuencias posteriores. De momento tuvieron que intervenir quirúrgicamente – un sollozo interrumpió sus palabras – para corregir desgarros internos y externos; ahora ya está en vías de recuperación. Pero, claro, queda el daño psíquico que según el, en personas tan jóvenes y vulnerables, es incalculable. – y estallando de nuevo en desgarradores sollozos añadió – Solo nos queda rezar y esperar. ¡Y dar gracias a Dios porque está viva…! - ¡Mi Dios! - gimió José, cubriéndose el rostro con las manos y con los hombros estremecidos por el llanto incontenible - ¡Que horror, amor, que horror !!! Y que podemos hacer? Que puedo hacer yo por ella? Cómo la podemos ayudar? – - Solo con nuestro amor, José. Con todo nuestro grande y profundo amor. Y mucha paciencia… - le contestó Daniela, arrodillándose frente a el, estrechándolo en un tierno abrazo. Luego de unos momentos en silencio, José preguntó: -Y la policía, Daniela? Que dice la policía? Ya te interrogaron? – - Si amor. En cuanto llegamos a la clínica se presentó un inspector y me tomó declaración. Por cierto, no fue mucho lo que pude decirle, ya que los miserables me dejaron inconsciente casi al mismo instante de entrar en el ascensor, por lo que apenas los vi. Y además, en esos momentos, el miedo y la angustia – añadió, cortándosele las palabras con un profundo sollozo – son tan terribles que una no logra fijarse en nada, en ningún detalle. Lo único que yo deseaba era esconder con mi cuerpo a Rebeca, para que no la vieran ni le hicieran ningún daño – terminó estallando en llanto incontrolable. Luego tras unos momentos, continuó – A rebeca por supuesto no han podido interrogarla, pero el médico forense la examinó, constatando la agresión….- Mientras Daniela hablaba, José contemplaba su rostro magullado y maltratado que no había recibido aun ningún cuidado médico, así que tras consolarla con un fuerte abrazo, al terminar ella sus explicaciones, le preguntó: - Y tu, amor, como estás? Han hecho algo para atenderte esos golpes? Te vio ya el médico? Yo creo que en el labio vas a necesitar unos puntos de sutura…está muy feo!!! - Si. Ya el doctor me examinó. Pero no quise moverme de al lado de Rebeca y dejarla sola. Ahora que tú estás aquí, aprovecharé a la enfermera para que me lleve a la sala de curas…- Y ayudada por su esposo, se puso de pie y con los hombros hundidos por el dolor que la embargaba, se dirigió a la sala de enfermeras para pedir la asistencia necesaria. Luego Daniela se fue a su casa para asearse y prepararse para pasar varios días con su hija en la clínica. Al día siguiente, al llegar José le tenía la maravillosa noticia de que Rebeca ya había salido del profundo shock en el que permanecía sumida desde el atentado y descansaba tranquilamente bajo el efecto de los sedantes que le habían suministrado. Así fueron pasando los penosos días, durante los cuales la pequeña Rebeca se fue recuperando de sus lesiones físicas y gracias al amor incondicional y constantemente manifestado de sus padres, familiares y amigos íntimos, fue recuperando en algo, la tranquilidad necesaria para considerarla ya fuera de peligro y le fuese otorgado el alta. Ese día sus padres, reunidos con el médico tratante, amigo personal de ellos, se sentaron a conversar sobre las acciones y la actitud que debían tomar ante lo sucedido, previendo siempre el menor daño psíquico y emocional posible para su adorada hija, una vez que la pudieran llevar con ellos a casa. Ambos, como profesionales del Derecho tenían gran cantidad de relaciones y amigos tanto en el ámbito policial como en el judicial, y estaban decididos a lograr, por los medios que fuesen necesarios, que los desalmados delincuentes que habían abusado de su pequeña fuesen capturados, juzgados y condenados a la pena máxima. Estaban completamente decididos a no descansar ni dejar descansar a las autoridades hasta que esto fuese logrado. ¡Este crimen no quedaría impune! Pero había otro tema que deseaban tratar con el médico. Un tema muy delicado el cual ambos habían examinado exhaustivamente y en el cual estaban totalmente de acuerdo Y aunque sabían que su realización era no solo necesaria sino imprescindible para alcanzar el bienestar futuro de su pequeña, les constaba que sería difícil llevarlo a cabo. Y rogaban a Dios para que, debido a las circunstancias tan terribles que rodeaban este caso, el médico tratante estuviese dispuesto a ayudarlos. - Entonces, amor, estás decidida? – preguntó José, demostrando en su expresión y en su voz el dolor que lo embargaba, justo cuando llegaba a la habitación de su hija, aun dormida. - Claro que si, José. Hoy mismo vamos a hablar con Eduardo. Porque, ¿lo haremos juntos, verdad? Tú me acompañarás en todo. No? Y si el se niega, buscaremos, buscaremos hasta encontrar un doctor humanitario y comprensivo que haga lo que hay que hacer…- - Por supuesto amor. Lo haremos todo juntos. Tendrá mas fuerza la petición si la hacemos los dos, si ven desde el primer momento que estamos totalmente de acuerdo. He pensado que no debemos bajar al consultorio de Eduardo, sino que lo esperemos aquí, así Rebeca no quedará sola ni por un momento… te parece? - Si, claro. Además, Eduardo debe estar al llegar para su visita matinal. Entonces, cuidando que Rebeca no escuche, hablaremos con el – Muy pronto, tal como esperaban, llegó el Dr. Gomes, encargado del caso de Rebeca desde su ingreso. Tras realizar el chequeo de rutina, cuando ya se despedía, José lo detuvo, pidiéndole unos minutos de su tiempo para hablar con el. -Con mucho gusto, señor Morán. Estoy a sus órdenes… - contestó amablemente el galeno. Y guiándolos hacia una especie de salita para acompañantes, que había al final del corredor, los invitó a sentarse y haciendo lo propio, agregó: - Ustedes dirán…- - Bueno, doctor – comenzó titubeante José - lo que queremos pedirle es algo muy delicado, quizás difícil de solicitar en otras circunstancias, pero en este caso tan terrible que estamos viviendo, pensamos, mi mujer y yo, que es lo mejor que podemos hacer …y creemos que usted estará de acuerdo con nosotros… – Espera, José – interrumpió Daniela, impaciente y decidida – Te has vuelto un rollo y al final no has dicho nada. Déjame a mi – y volviéndose hacia el doctor, mirándolo fijamente a los ojos, añadió – Lo que nosotros queremos, doctor Gomes, es que usted le realice a nuestra Rebeca un curetaje o raspado, como se llame esa operación, para evitar que si por mala suerte ella concibió durante el ataque vil y criminal al que fue sometida, ese embarazo llegue a prosperar. ¡Usted sabe que eso es posible! – continuó rápidamente, evitando que el doctor la interrumpiera – Tanto por la naturaleza del hecho como por la edad de nuestra niña, sería desastroso que tuviera además que soportar algo así … No podemos permitir ni usted ni nosotros que eso ocurra… ¡No! ¡No después de lo que ha pasado, de lo que ha tenido que sufrir mi pobre criatura…!- terminó, desconsolada, estallando en sollozos, como tan a menudo le sucedía. - Pero ¡señora! Lo que usted me está pidiendo es una locura… ¡Me está exigiendo, a mi, que realice una operación ilegal! – respondió el doctor, poniéndose de pie violentamente, con gesto molesto.- En verdad, deben estar ustedes muy trastornados para atreverse a pedir algo así. Entiendo como se están sintiendo, pero, ¡eso es completamente imposible!. Quítese esa idea de la cabeza, señora Morán…!es una completa locura! Los disculpo por todo lo que están pasando. Si no, su atrevimiento sería imperdonable. ¡Sin saber siquiera si la jovencita está embarazada…!Que locura!- - Pero doctor, ¿es que usted no entiende? Mi hija no puede tener que pasar por algo así…!No lo resistiría! No, después de todo lo que ha pasado. ¡Todo eso fue mas que suficiente…! Quizás su vida esté definitivamente destrozada! Pero si además tuvo la mala suerte de concebir…!no se lo que podremos hacer por ella! – decía Daniela desesperada, tomando por el brazo al doctor, mirándolo suplicante, mientras su marido trataba infructuosamente de calmarla. Pero ella, incontenible, continuaba. – ¡Y usted puede salvarla, doctor! ¡Usted puede ayudarnos….! – - No señora – contestó el doctor, tratando de soltarse de la férrea mano que lo sostenía - ¡De ninguna manera! No siga con eso. ¡Es completamente imposible! Y ahora, déjeme ir. Tengo mucho trabajo por delante. Cuando estén más calmados, lo pensarán mejor y se darán cuenta de la locura que me piden.- Y sacudiendo la cabeza con un gesto violento, terminó - ¡Imagínense! ¡Realizar un aborto, una operación ilegal! ¡Jamás!- - ¡Un crimen! – preguntó desesperada Daniela - ¡Eso es lo que se cometió con nuestra pobre hija! ¿Qué peor crimen quiere usted que el de violar a una criatura tan pura e inocente como nuestra Rebeca? Y ahora, nosotros, ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo podemos ayudarla? En cambio, usted doctor, usted si puede, si quisiera. Usted en realidad es el único que puede…que nos puede ayudar – Y arrodillándose frente al doctor, con el rostro bañado en amargas lágrimas, decía - ¡Se lo suplico, doctor. ¡Ayúdenos, por favor! – - ¡Levántese, señora – exclamó el hombre, impresionado y molesto - ¡No vuelva a hacer algo así! ¡Nunca mas! Ya le dije que yo no puedo hacer nada. ¡Lo siento! Pero, así es. No se desespere de esta forma, ¡por Dios! – añadió conmovido por el dolor de esos padres – Tengan fe en Dios. Lo que ustedes temen puede no haber pasado. Es mas, lo probable es que no pasó nada. Y recen, recen mucho que Dios los escuchará.- - ¡Rezar! – contestó Daniela, sentándose desolada, abrazada por su marido - ¡Rezar! Mas aun? ¿ Sabe usted doctor cuanto reza una madre? Pero Dios está sordo. No escucha. A pesar de todos mis rezos, no me oyó. ¿No lo ve? ¿Acaso protegió a mi pequeña aquella terrible noche? ¿Y, acaso lo hace ahora? Podría iluminarlo a usted para que nos ayude. Sin temores. Sin cobardía. Pero, no. Usted se niega. Y allí está nuestra hija, nuestra niña adorada, mancillada, escarnecida y señalada para toda la vida…!Y nosotros sin poder hacer nada para ayudarla! Pero, a pesar de todas las súplicas no pudieron convencerlo. Se negó rotundamente a ayudarlos. Y además, les avisó de que lo que estaban haciendo era muy peligroso, que su caso había tenido mucha publicidad, y que el médico que hiciese lo que ellos pedían pondría en peligro su carrera y su prestigio profesional, recomendándoles que no insistieran en buscar ese tipo de ayuda porque no lo conseguirían. Y así fue. Por mas que hablaron con gran cantidad de médicos, tanto amigos personales como desconocidos, todos contestaron lo mismo. Que no podían ayudarles. Que tuviesen confianza en Dios, que probablemente la niña no había concebido…etc. etc. etc Y que si lo peor pasaba, ya tendrían tiempo para tomar una decisión. En último caso podrían entregar el niño en adopción. No lograron hacerlos comprender que lo que ellos querían, necesitaban, era que la pobre niña no se diese cuenta de que podía haber quedado embarazada. Que en su ser íntimo no quedase unido el acto maravilloso de concebir un hijo con el espantoso y humillante ataque al que se había visto sometida. Pero todo fue inútil. Nadie los quiso ayudar. Dos semanas después Rebeca fue dada de alta y sus padres se llevaron a la casa el ser atemorizado y traumatizado en que se había convertido su antes feliz y encantadora hija. Estaba casi completamente curada de los daños físicos que había sufrido. Pero ahora quedaban por tratar los psíquicos y los morales. Tendrían que ponerla en manos de un psiquiatra especializado en casos de violaciones a menores, para tratar de ayudarla a salir del marasmo en que la tragedia la había sumido. ¡No lograba olvidar aquellos espantosos momentos! Al dormir, padecía terribles pesadillas que la despertaban gritando desesperada y la dejaban exhausta y aterrorizada. Y al estar despierta no soportaba que sus padres la dejasen sola ni por un instante. Ni siquiera estando en la habitación, rodeada por sus objetos personales, tan queridos para ella. Y si por casualidad una persona desconocida se le acercaba (un nuevo médico, enfermera o empleada) era acometida por un profundo estado de pánico que la obligaba a gritar desesperadamente pidiendo ayuda, costándole mucho a sus padres calmarla y regresarla a la normalidad.. En fin, que lo que Daniela y José llevaron a su casa fue una niña inválida, una pequeño ser asustadizo y traumatizado. Una criatura enferma y avergonzada. Con el paso del tiempo y rodeada en su casa de sus padres y parientes mas cercanos, que la arropaban con su amor, fue alcanzando cierto grado de tranquilidad y normalidad, logrando distraerse a ratos con los programas de televisión o la visita de sus familiares mas queridos, especialmente la de sus abuelos paternos a quienes la había unido siempre un gran amor. Pero no lograban que aceptase visitas de ningún tipo, ni siquiera la de sus amigos más íntimos del colegio o sus vecinos, compañeros antiguos de sus juegos infantiles - No puedo, mamy. Me muero de vergüenza…- contestaba cada vez que Daniela insistía para que recibiese a algunas de estas personas que esperaban en la sala, deseando saludarla. Y Daniela no encontraba argumentos para convencerla. Además, su ánimo no mejoraba satisfactoriamente. Seguía padeciendo crisis sorpresivas de llanto diurno y nocturno, acompañadas de pesadillas donde se repetía vividamente todo lo que le había pasado. Se alimentaba mal y no había forma ni manera de convencerla para que saliese del cuarto, hiciese algún ejercicio, caminara y tomara un poco de sol y aire, dominada por una profunda depresión. Y mientras, Daniela y José desesperados, espiaban el paso del tiempo, temerosos de lo que este les podría traer. Luego, al mes de la agresión, el último golpe despiadado se abatió sobre Rebeca y sus padres. Tras uno de los rutinarios exámenes que semanalmente le realizaba el doctor a la pequeña, se confirmó que la niña estaba embarazada. Para Daniela y José la noticia fue una nueva tragedia que se cebaba sobre ellos y sobre su pobre hija. ¡Su pequeña Rebeca! ¡Su adorada niña! Con apenas trece años, y cuando aun no lograba recuperarse del terrible dama que había tenido que vivir, drama que marcaría para siempre su vida y su personalidad, ahora tendría que enfrentar un embarazo indeseado, resultado de la terrible agresión a la cual fue violenta y criminalmente sometida. ¡Pobre hija… No tendría fuerzas para soportarlo….! ¡No debería tener que soportarlo!!! Cuando el doctor Gomes les comunicó la noticia, Daniela habló nuevamente con el, pidiéndole desesperadamente que le realizara a su querida niña el aborto que necesitaba: -¡Por favor, doctor! Usted es padre. Sabe lo que estamos pasando, lo que estamos viviendo. Ha visto el deterioro de la salud mental y física de nuestra pobre niña, en lo que se ha convertido una niña otrora extrovertida y feliz, por la tragedia que se abatió sobre ella, sobre nosotros…!por favor!!! ¡Se lo imploro!!! Libérela de este maldito embarazo!!! ¡Ayúdela!!! ¡Ayúdenos!!! – y como la vez anterior, en la clínica, se arrodillo ante el médico, desesperada. Pero este, inconmovible, la levantó, contestándole con disgusto: - ¡No lo haga de nuevo, Daniela ¡ ¡Levántese, por favor! – y tras levantarla ayudado por José que la abrazaba cariñoso, la sentaron en una de las butacas de la sala, continuó - ¡Entiendan! Yo no puedo hacer lo que ustedes quieren. ¡Lo siento! ¡No lo puedo hacer. No lo he hecho nunca y no lo haré ahora – y repitió - ¡Lo siento! – - Pero, y nuestra hija? ¿Qué podemos hacer? Es que a nadie le importa lo que pasa con ella? Usted conoce el estado deplorable en que se encuentra. ¡ Apenas ha salido del shock que le acusó el ataque al que se vio sometida! ¡No sale del cuarto! ¡No se alimenta! ¡No quiere ver a nadie! ¡LLora todo el tiempo! Se siente sucia, avergonzada. No quiere nada. No hace nada. Y ahora, cuando se entere de esto, ¡que será de ella! ¡Que será de nosotros! ¡Cómo la podremos ayudar! ¡Por favor, doctor…! Si no puede ayudarnos usted, indíquenos al menos quien puede hacerlo, a donde podemos ir…!Ayúdenos, por favor, se lo suplico!- Pero el, tras mover negativamente la cabeza, salió del apartamento, dejando a José y a Daniela silenciosos, sumidos en la mas negra desesperación. Pasados unos minutos, se miraron a los ojos, anegados en amargas lágrimas y abrazándose estrechamente, José dijo: -¡Tenemos que hacer algo, amor.! ¡No podemos permitir que esto le pase a nuestra Rebeca!- - ¡Claro, mi amor. !Claro que lo haremos! ¡Moveremos cielo y tierra hasta conseguir alguien que nos ayude!.- Y así lo hicieron. Comenzaron una búsqueda infructuosa y desesperada. Hablaron de nuevo con todos los profesionales de la medicina con quien ya lo habían hecho anteriormente, explicándoles que las circunstancias habían cambiado para mal, que el peligro era ya real, que ya había sido confirmado el embarazo de su pequeñá y que la ayuda que solicitaban para interrumpir este era ahora algo urgente. Pero, todo fue inútil. Recibieron siempre la misma respuesta: una negativa contundente. Algunos les aconsejaron trasladarla al extranjero, donde ese tipo de operaciones fuese legar, pero el estado de Rebeca, su debilidad y el profundo trauma psíquico que sufría, hacían irrealizable esa solución. Luego, un conocido le habló a José de una pareja que se especializaba en realizar esas operaciones ilegales, por una fuerte suma de dinero. Sabían que el tiempo trabajaba contra ellos, que si dejaban que el embarazo de Rebeca progresara, sería imposible realizar la operación sin un considerable riesgo para ella. Así que de inmediato, dejando la niña al cuidado de su abuela, se dirigieron ese mismo día a la dirección que les habían indicado para entrevistarse con la pareja, fijar la fecha de la intervención y dar un vistazo a lugar donde la realizarían. Pero, al llegar al lugar, quedaron abrumados por lo que vieron. Era un apartamento situado en un viejo edificio del centro de la ciudad, sucio, inadecuado totalmente para el uso que le daban. Y los “médicos” que allí atendían, les hablaron con un tono de complicidad, desconfianza y avidez, que, mirándose horrorizados de pensar en poner la vida de su hija en sus manos, se excusaron rápidamente y abandonaron el infecto lugar casi corriendo entre sollozos silenciosos y una profunda desesperación , hasta llegar a su auto, estacionado en la cuadra anterior. Al entrar en este, sintiéndose ya algo protegidos contra el horror que acababan de ver, se miraron angustiados sabiendo que jamás podrían exponer la vida de su adorada hija en un lugar tan espantoso como ese. Entonces, se dijeron, no hay nada que hacer. Tendrían que permitir que su niña sufriera la lamentable gestación, ayudándola amorosamente en todo lo que pudieran, y mas tarde, ya cerca del parto, realizarían las diligencias pertinentes para entregar el niño en adopción. Así darían punto final a esta terrible etapa de sus vidas. Y con amor, paciencia y dedicación, se abocarían entonces a ayudar a su querida pequeña a olvidar y rehacer su vida. Así, resignados y apesadumbrados, regresaron a su hogar. Fueron pasando los meses plenos de dolor y sufrimiento. Al principio no tuvieron valor para explicar a Rebeca las consecuencias desastrosas del ataque que había sufrido. Pero con el paso del tiempo y al observar la niña la falta de su mestruación y los cambios físicos de su cuerpo, no pudieron mentirle más . Y un día, sentados José y Daniela frente a ella, en su pequeña y virginal habitación, le explicaron la terrible verdad. Al principio, Rebeca no entendía nada. Los miraba con sus grandes ojos dorados fijos en sus rostros demudados y tristes, evidenciando su falta de comprensión. Pero luego, cuando a través de sus palabras, la cruel realidad se fue abriendo paso en su mente y entendió la situación, grandes lágrimas comenzaron a fluir, incontenibles, de sus horrorizados ojos, corriendo por sus mejillas, sin que ella hiciese ningún esfuerzo para enjugarlas. Y luego, sin una palabra ni un gemido, se quedó muy quieta, mirándolos sin verlos, silenciosa. Completamente apartada de la realidad. Ausente. Y así quedó definitivamente. Desde ese momento no volvió no volvió a hablar. No lloró más. No manifestó ningún dolor ni sufrimiento, ni físico ni moral. Nada. Hacía lo que le indicaban. Obedecía sin oponer resistencia, dejándose lavar, alimentar, bañar etc . Pero jamás volvieron a ver sus acongojados padres que ella realizase algo, expresase algún deseo, por propia voluntad. Los médicos, al examinarla diagnosticaron que había caído en un estado catatónico y que no había nada que hacer Solo esperar. Ya después del parto se vería que tratamiento la podría ayudar. En ese desolador estado continuó la vida para Rebeca. Apática, indiferente, silenciosa. Aislada totalmente de la realidad. Casi un vegetal. Luego, poco después de haber cumplido los seis meses de gestación, una madrugada, se le presentó un parto prematuro con intensos dolores y fuertes contracciones. Después de varias horas de terribles sufrimientos, su corazón debilitado por los padecimientos, la falta de felicidad y de deseo de vivir, no soportó más. Pocos minutos después del nacimiento de su hijo muerto, ella falleció. El entierro de Rebeca fue muy concurrido. José y Daniela se vieron acompañados por gran cantidad de personas, aparte de sus familiares y amigos mas cercanos, que, aunque no los conocían personalmente, se habían enterado de su trágica historia y deseaban acompañarlos sinceramente en su dolor. Y Rebeca en su blanca urna parecía una niña de muy poca edad, conmoviendo a los que se acercaban con su clara y dulce faz infantil, su límpida frente y su dorada cabellera esparcida sobre la luctuosa almohada. El tiempo, que todo lo suaviza fue pasando inexorable, ejerciendo su labor bienhechora sobre las vidas de Daniela y José, quienes, ayudados por su mutuo amor fueron sobreponiéndose poco a poco a la terrible tragedia que había enlutado sus vidas para siempre. ¡Pero jamás podrían olvidar! Diariamente, minuto a minuto, recordaban a su hija. ¡La lloraban ahora y la llorarían siempre! Pero la vida continúa y había que seguir viviéndola. Mas, al regresar a su casa, por las noches tras una dura jornada de trabajo agotador en el cual se sumergían buscando algo de olvido, luego de cenar, casi siempre en silencio, se sentaban frente al televisor, o con un libro entre las manos, como antaño. Pero ahora era diferente. Nada les distraía. Nada les interesaba en realidad. Ya no entablaban aquellas polémicas interesantes sobre cualquier tema que les apasionara y en el cual no estuviesen de acuerdo, enriqueciendo sus personalidades y profundizando su cultura. No. Sentados allí frente a la iluminada pantalla, o con el libro olvidado sobre las piernas, recordaban, cada uno en silencio, a su pequeña y adorada hija, procurando que el uno no se percibiera del sufrimiento del otro. Y así lloraban silenciosamente su ausencia. Mas tarde, en la mente de Daniela fue tomando forma algo que había pensado mucho durante los largos meses de dolor y sufrimiento , una idea que fue madurando lentamente hasta que cierto día, casi un año después del fallecimiento de Rebeca decidió comentarla con su esposo. - José, amor, he estado pensando mucho en todo lo que nos ha pasado, en la tragedia que hemos vivido, que nos ha destrozado el corazón, y he tomado una resolución. Espero que estés de acuerdo…- - -¿ Una resolución, Daniela?- preguntó el, apartando la vista del televisor, dirigiéndola intrigado hacia su esposa - ¿Qué tipo de resolución?- - Pues, mira, amor. Nosotros no hemos podido hacer nada por nuestra hija porque nos enfrentamos a una ley dura y dogmática, que no tomó en cuenta las circunstancias particulares del caso de nuestra Rebeca. Y además, porque no teníamos tiempo. Lo que queríamos hacer, lo que necesitábamos hacer por nuestra pequeña había que realizarlo rápidamente. Si no, sería imposible, tal como lo fue. Pero ahora que todo terminó yo quiero hacer algo en su memoria. Algo que ayude y proteja a las miles de víctimas de ataques similares al que ella sufrió y que la llevó a la muerte – un sollozo incontenible la interrumpió, y al dominarlo continuó – y les permita recuperarse totalmente y rehacer sus vidas.- - Te entiendo, amor. Pero, qué es lo que se te ha ocurrido? ¿Que piensas hacer? ¿Qué puedes hacer tu? O nosotros? La Justicia hace lo que se puede por esas personas. Se busca exhaustivamente a los violadores, hasta que como pasó con los que atacaron a nuestra pequeña, los descubren, son encarcelados, juzgados y les aplican todo el peso de la Ley. Y las víctimas tienen atención médica y psiquiátrica gratuita en todos los hospitales y centros de salud del país. Entonces, ¿qué podemos hacer nosotros?- - Mucho, José. Mucho más. Que dices de las pobres mujeres que quedan embarazadas, tal como le pasó a nuestra hija, tras una violación? Las que además del terrible ataque al que se ven sometidas tienen que enfrentarse después a un embarazo odioso, recordatorio constante de la agresión sufrida y luego dar a luz un hijo, no del amor sino de la violencia, del odio, engendrado por la maldad en un acto criminal? Esa situación tiene que cambiar, amor. ¡Ya basta de víctimas inocentes castigadas durante toda su vida por algo que no han hecho y de la cual no son responsables! ¡Eso es criminal! Tan criminal como el acto de la violación misma. ¿Y el hijo? Un niño que va a saber como fue concebido, que va a ser mirado siempre como el recuerdo terrible de un acto violento? Todo eso es inhumano, amor. Y yo quiero hacer algo. Si no lo pude hacer por mi hija, quiero hacerlo en su nombre, por ella y todas las demás víctimas inocentes como ella.- Y tal como lo planificaron, así lo hicieron. Al día siguiente comenzaron a estudiar todo lo referente a las Leyes . Su estructura, su elaboración y la forma de lograr su discusión en el Congreso para lograr su aprobación y aplicación. Ya Daniela tenía en su mente lo que quería lograr, así que pasaron meses preparándose. Y luego, cuando ya se sintieron perfectamente preparados para dar la batalla y ganarla, se lanzaron a ella con todas las fuerzas de su corazón. El día del segundo aniversario del fallecimiento de su hija, hicieron celebrar una Misa Solemne de difuntos en la Catedral. Y allí citaron a todos los representantes de la prensa hablada y escrita mas importantes del país he hicieron su declaración. Contaron su historia y comenzaron su campaña por una nueva Ley pensada especialmente para proteger a las mujeres violadas de un posible embarazo, consecuencia indeseable de la terrible agresión. Interesaron en ella a todos los Colegios de Profesionales; lograron el apoyo de políticos influyentes pertenecientes a todas las tendencias, gobernadores, ministros, médicos, abogados, jueces, educadores etc. Consiguieron entrevistarse con el Presidente de la República, quien, conmovido hasta lo mas profundo de su ser por la historia de Rebeca, prometió ayudarlos en todo lo que estuviese en su mano, siendo el quien por primera vez aplicó a la Ley que ellos promocionaban el nombre de “Ley Rebeca” tal como sería conocida a partir de entonces. José y Daniela continuaron su campaña a nivel nacional, visitando las principales capitales de los Estados, conversando con todas las autoridades competentes en estas entidades, tanto políticos, como sociales y culturales; con la prensa, la radio y con toda persona natural o jurídica que les pudiese brindar su apoyo. Dedicaron a “su cruzada” como la llamaba Daniela, cada momento de sus vidas, cada esfuerzo de sus corazones. Vendieron su apartamento y otra pequeña propiedad que tenían en el litoral central y luego de apartar lo estrictamente necesario para su subsistencia, lo invirtieron todo junto con sus pequeños ahorros en una gigantesca campaña publicitaria nacional. En fin, lo hicieron todo. Lo probaron todo. Y al final, lograron su objetivo. Consiguieron que un Diputado del Congreso, cuya familia, años atrás, había vivido una tragedia similar, aceptara proponer el anteproyecto de Ley ante la Cámara. Y luego, tras las sucesivas discusiones, fue aprobada y enviada al Presidente para que este le pusiese el consabido “Ejecútese” A partir de ese momento dentro del Código Legal del País se encontraría la llamada Ley Rebeca, Ley que ordenaba que “a toda mujer violada, fuese cual fuese su edad o condición, se le realizase un Legrado durante el examen médico legal que ordenaba la justicia, para evitar un posible embarazo causado inconscientemente en el momento del ataque.” Y así, tres años después de la muerte de su adorada hija, se encontraron José y Rebeca frente a su sepultura, en compañía de sus familiares y amigos más cercanos, junto a algunos representantes de la prensa, con el obsequio mas preciado que aún podían brindarle. Llevaban en sus manos el texto de la nueva Ley, recientemente aprobada por el Congreso. Ley, que si hubiese estado vigente tres años atrás hubiese podido salvar su vida. Mandaron a esculpir una placa de mármol con el título y la fecha de aprobación de la nueva Ley, y esta fue colocada , como epitafio, sobre la tumba de Rebeca. R e q u i e m p o r u n a v i d a -Entonces, viajas esta noche? -Si, Teresa. Tengo que ir a oriente por unos cinco días por lo menos. Tengo allí varios negocios pendientes por encargo de la compañía. Esta misma noche, al salir del trabajo tomaré el Expreso a Barcelona, así que, por favor, me preparas una maleta con todo lo necesario-Y mientras decía estas palabras Juan Ramón se estiraba perezosamente en la cama mientras observaba complacido los gráciles movimientos de su esposa que, con sus treinta y dos años cumplidos y tres partos, no había perdido aún la esbeltez y el atractivo de su cuerpo, mientras cumplía diligentemente los ritos mañaneros. En ese momento, vestida ya con la ropa interior, pasó muy cerca de el, bordeando la cama para llegar hasta el closet, momento que el aprovechó para alcanzarla por un brazo y hacerla caer en el lecho, casi encima de el. -Ven acá, preciosa – dijo, mientras comenzaba a besarla y acariciarla apasionadamente - ¡Deja, Juan Ramón¡ Los niños ya deben estar despiertos y nos podrían oir – lo interrumpió ella, soltándose de su abrazo y levantándose de la cama. Mientras sonreía complacida. -¡Coño¡ - exclamó el, disgustado. Y sentándose con un gesto de fastidio, añadió – Estoy loco por que lleguen las vacaciones y se vayan de una vez por todas para ese campamento en Miami y así, poder hacer en mi casa lo que me provoque, cuando y donde me provoque. . . -Si, Juan Ramón, yo también lo deseo. Pero, por ahora, levántate que se te va a hacer tarde – contesto ella, saliendo ya completamente vestida, de la habitación. Una hora después, la familia desayunaba en el pantry colocado en medio de la gran cocina americana. Juan Ramón, Teresa y sus tres hijos, Juan, Ramón y Teresita, de siete, nueve y once años respectivamente. Formaban una feliz familia de clase media alta. Tenían su propio hogar, una lujosa quinta situada en una de las mejores urbanizaciones de la periferia de la ciudad, que les había regalado el padre de Teresa con ocasión de su matrimonio y que Juan Ramón había hecho remodelar totalmente hacía menos de dos años, adecuándola a las necesidades de la familia y al “status” social alcanzado gracias a su habilidad comercial y a sus cumplidos negocios en la Compañía de Publicidad propiedad de su suegro. Tenían dos autos europeos, una pequeña casa de playa en Tucacas, Estado Falcón, a pocas horas de Maracaibo, y viajaban todos los años al exterior. Y sus hijos estudiaban en los mas exclusivos y prestigiosos colegios de la ciudad. Juan Ramón estaba muy orgulloso de lo logrado. Pero así como estaba orgulloso de ello, estaba también muy consciente y reconocía la innegable ayuda de su suegro Fernando, a quién debía una parte muy importante de sus triunfos. Sentía una verdadera admiración por este hombre fuerte y generoso que habiendo llegado al país al finalizar la guerra civil española, en el ¡39, desde su natal Galicia, había logrado en muy pocos años labrarse una magnífica posición dentro de la comunidad marabina, creando a la vez una gran fortuna para seguridad de su familia y especialmente de su hija Teresa. Desde el momento en que lo había conocido había sentido el impacto de su fuerte personalidad y había visto en él el apoyo y la base de su propio futuro. Y así había sido. Y ahora, tras quince años de matrimonio, a sus cuarenta cumplidos se sentía inmensamente satisfecho de si mismo y complacido por no haber nunca defraudado “al viejo” como cariñosamente lo llamaba. Esa mañana, desayunando en la lujosa cocina acondicionada para contrarrestar el tórrido clima exterior, observaba satisfecho a su familia y trataba de intervenir apaciguador, en las eternas pendencias establecidas entre sus dos hijos varones. Pero en ese momento un desagradable pensamiento cruzó por su mente oscureciendo el hermoso color de rosa con que había pintado en su imaginación su vida actual y su futuro. Recordó molesto el fastidioso problema en que, como un tonto adolescente, se había metido, y que en los próximos días tendría que resolver. Muy pronto lo sacó de sus pensamientos la voz de su esposa que preguntaba:-Juan Ramón, ¿ a que hotel piensas llegar en Barcelona? Aún no me has dado tu itinerario completo, ni los nombres de los hoteles. . . -Es que aún no lo se, Teresa. No llevo reservaciones hechas. Ya sabes como es este viaje. Solo estaré en cada ciudad el tiempo estrictamente necesario, así que me hospedaré en el hotel que mas a mano tenga. Ya te llamaré yo todos las noches- - Entonces, no sabré a donde llamarte si tengo alguna urgencia? -¿Qué urgencia, Teresa? Te estoy diciendo que te llamaré todas las noches. Y además, aquí queda tu papá, que, como siempre, te solucionará cualquier cosa imprevista que se presente. . . como siempre – concluyó con brusco gesto. Pero al mirarla a los ojos, pudo apreciar la mirada inquisitiva y extrañada de su esposa fija en su rostro, poco acostumbrada a esos desplantes. El se la sostuvo por unos instantes, aparentando tranquilidad e inocencia, pero sintiendo en lo profundo un gran temor ante la terrible posibilidad de que ella llegase siquiera a sospechar algo de lo que estaba pasando. Luego Teresa desvió la mirada, distraída por la charla incesante e impaciente de su pequeña hija. Tras despedirse de su esposa y de sus hijos, Juan Ramón se dirigió a su oficina, donde tuvo un día muy ocupado, preparando, junto a su secretaria, la agenda del viaje. Almorzó cerca de la oficina, para regresar de inmediato a esta y ya a las ocho de la noche se dirigió en un taxi a la estación Bella Vista donde abordaría el Expreso a Oriente, el nuevo tren que, recién inaugurado y formado por vagones ultramodernos construidos en aluminio nodinado y cristales de seguridad con hermosas líneas aerodinámicas, recorría el país desde Maracaibo, atravesando el Lago por un nuevo puente, especialmente construido para ese uso, hasta Barcelona, capital del Estado Anzoátegui a gran velocidad, tardando unas ocho horas en su recorrido y cruzando los ramales de la Cordillera de los Andes y de la Costa que conseguía a su paso gracias a inmensos e impresionantes túneles y viaductos. Este tren era una maravilla de la tecnología contemporánea que, gracias a una inversión realmente multimillonaria y a un acuerdo político entre los dos partidos mas poderosos que se alternaban en la Presidencia de la República, había unido, muy pocos años atrás, los dos extremos mas alejados del país y que hacía del antes pesado viaje un innegable placer. En sus magníficos vagones articulados se encontraban diferentes tamaños de compartimientos, desde el mas pequeño, apropiados para un solo pasajero y que recordaban, en mucho, los antiguos compartimientos de mediados de siglo, hasta lujosas suites de dos o mas habitaciones, amoblados lujosa y confortablemente, con baño privado y sala de recibo incorporada. Contaba también con varios vagones acondicionados como salas de estar, de lectura o trabajo y sala de fumar; un coche-bar con amplia y magnífica barra de caoba pulida y silletas de madera y cuero y un grupo de pequeñas mesas con sus sillas, apropiadas para los mas diversos juegos y para la agradable conversación; además de los diferentes coches-comedor, donde brillaban enceguecedores los cristales, los candelabros y la cubiertería de plata, las porcelanas mas finas y las maderas mas lujosas, dando, como todo el resto del tren, una impresión de elegancia, lujo y solidez. A las ocho y media abordó Juan Ramón el expreso. En cuanto subió a bordo interrogó al revisor en cuanto al compartimiento reservado a su nombre y este lo guió amablemente hasta uno de mediano tamaño equipado con cama matrimonial, baño privado y un elegante aunque pequeño recibo, colocado al pié de la clásica ventanilla de cristal. Al entrar se encontró frente a frente con Marina, la joven secretaria de su suegro y querida suya desde pocos meses atrás, con quién pensaba compartir este viaje. Marina era el “desagradable problema” que había recordado intespectivamente esa mañana. Y a pesar de que era una jovencita extraordinariamente bella, dulce y atractiva, había ya decidido firmemente terminar la apasionada relación que los unía. No es que tuviese problemas de conciencia en lo referente a tener relaciones extramaritales. Ni que esta hubiese sido la primera. El, como la mayoría de los hombres consideraba que tenía perfecto derecho a sostener ese tipo de relaciones con quien se le antojase, con tal de no causar escándalo que pudiese humillar públicamente a su esposa y a sus hijos; o mientras no los desatendiese, dándoles motivos para un justo reclamo. Y así lo había hecho durante todos los años de su matrimonio. Pero nunca había tropezado con una joven tan ingenua, honesta y pura como Marina. Si, pura, aunque causase extrañeza escuchar ese adjetivo en esta época. Sus mujeres siempre habían sido jóvenes liberales y experimentadas, que, conociéndolo y sabiendo desde el primer momento sus compromisos familiares, aceptaban sus condiciones, disfrutando junto a el momentos agradables y apasionados, sin obligaciones ni expectativas por ninguna de las dos partes. Pero Marina era diferente. Desde que la conoció comprendió que era otro tipo de mujer. Era buena, humilde, sencilla e inteligente. Y sensitiva. Extremadamente sensitiva y frágil. Y ya se había dado cuenta de que la joven estaba realmente enamorada de el. Y el, ante todo no quería complicaciones, así que estaba completamente decidido a terminar sus relaciones de forma elegante y delicada, procurando herirla lo menos posible y ofreciéndole su ayuda incondicional para todo lo que ella pudiese necesitar. En cuanto entró en el compartimiento, Marina, que lo esperaba impaciente sentada en el sofá, se puso rápidamente de pié y acercándosele lo miró con ojos que denotaban adoración y abrazándolo con pasión apenas contenida le ofreció amorosamente los labios mientras le decía: -¡Hola, amor. Al fin has llegado ¡ El correspondió cariñoso al saludo y luego, separándola suavemente, se volvió hacia el mozo que esperaba discretamente a la puerta, y sacando unos billetes del bolsillo, se los entregó, diciéndole: -Muchas gracias. Y por favor, en cuanto comience a funcionar el coche-comedor, nos avisa. . . me estoy muriendo de hambre.- -¡Gracias a usted, señor¡ y no se preocupe. Ya la señora hizo todos los arreglos y dio las órdenes pertinentes. En cuanto todo esté listo, les avisaré.- -¿En cuanto todo esté listo? – preguntó Juan Ramón extrañado, mirando interrogativamente a su joven acompañante. - Si, mi amor. Es que te tengo una sorpresa. Ya verás. Y además, pensé que sería mejor no ir al comedor sino cenar aquí en el compartimiento. Ya lo encargué todo. . . para algo conozco también tus gustos y preferencias. . . – - Bien. Si lo prefieres así, está bien. Yo lo que quiero es que sea rápido. Sabes que cuando almuerzo en la calle lo hago mal y poco, así que. . . – -No te preocupes, amor, todo está ya listo. Ya debe estar por llegar la cena. . . – concluyó Marina dándole otro beso. Mientras esperaban, Juan Ramón tomó un baño y cambió sus ropas por otras mas frescas y cómodas. Cuando salió del baño, encontró a Marina que ya lo esperaba junto a unos helados y provocativos aperitivos que tomaron charlando animadamente. Luego llegó la cena impecablemente preparada y servida. Y a un lado de la mesa, en una cuba llena de hielo, se enfriaba una botella de champagne, escoltada por dos elegantes copas de cristal. -¿Champagne? –preguntó intrigado - Si amor. Hay algo maravilloso por lo que tenemos que brindar- contestó ella, sonriendo enigmáticamente. Terminada la deliciosa cena y ya calmado su apetito, Juan Ramón se arrellanó cómodamente en la butaca y mirándola fijamente, luego de haber destapado la botella y servido las copas, preguntó: -Entonces, linda, estoy esperando por el motivo de este brindis.- Ella le devolvió la mirada con los ojos húmedos por la emoción. Y acercando la copa a sus labios, murmuró con voz temblorosa: -¡Brindo por nuestro futuro, Juan Ramón¡ ¡Por nuestro futuro y por nuestro hijo, que ya palpita en mi vientre¡ - y tras una corta pausa - ¡Y brindo por nuestro amor¡ - y apuró la copa hasta el fondo. - ¿Qué has dicho, Marina? – casi gritó el, poniéndose de pie bruscamente y derramando parte del contenido de la copa sobre sus ropas - ¿Te has vuelto loca? ¿Qué hijo? ¿Qué futuro? Ella, mirándolo angustiada ante tan violenta reacción, dijo casi sin voz Que pasa, Juan Ramón? ¿Por qué te pones así? ¡Por favor. . . me asustas¡ Yo solo he brindado por nosotros y por nuestro hijo. . . pensé que la noticia te pondría feliz. . . ¡No te entiendo¡ Siempre me dijiste que te encantaban los niños, por eso dejé de tomar precauciones, para darte la alegría de un hijo nuestro. . . ¡Y ahora, reaccionas así¡. . . ¡No entiendo nada. . . ¡- terminó con el rostro bañado en amargas lágrimas, dejándose caer sobre la butaca mientras dejaba la elegante copa vacía sobre la mesa de la cena. -Pero, ¡Marina¡ Yo creo que de verdad te has vuelto loca. Uno habla muchas tonterías cuando está con una mujer que le gusta. ¡Eso lo deberías saber¡ Pero, ¡yo no quiero mas hijos¡ Me basta con los que tengo, los que me ha dado mi mujer. ¡Nunca tuve intenciones de tener hijos contigo¡ ¡Y tu lo has debido comprender así¡ Ya no eres ninguna niña. . . desde el primer momento supiste que era casado y nunca, óyelo bien, nunca te ofrecí nada. ¡Nunca te ofrecí nada¡ - repitió enfáticamente – Todo esto te lo has inventado tu sola. Yo amo a mi esposa. Amo a mis hijos. Y amo mi hogar. Y nunca he pensado hacer nada que los pueda lastimar.- - Pero, tu dijiste que me amabas. . . que te hacía feliz. . . Y yo te creí. Pensé que te querías casar conmigo. . . – -¡Casarnos¡ Desvarías, Marina – replicó el, caminando nervioso por el compartimiento - ¡Nunca¡ Tu sabías desde el primer momento cuales eran las condiciones de nuestra relación. Además – añadió al ver su carita compungida – Tu, como secretaria de mi suegro sabes mejor que nadie que dependo completamente de el. Que he dedicado mi vida a su compañía y que si me llegase a separar de Teresa perdería en un instante todo lo que he logrado en años de esfuerzos y sacrificios. . . ¡No¡ ¡Jamás, Marina¡ ¡Olvídalo¡- - Pero. . . – solo atinaba a responder ella – Tu me dijiste que me amabas. . . y yo creí. . . – - Pues, creíste mal. Ya te lo dije muy claro. Nada te ofrecí y nada te debo. Y además – añadió cruelmente aunque sin proponérselo – Tienes que quitarte de la cabeza la idea de tener ese niño. . . ¡de ninguna manera¡ No lo puedes tener. Yo no me voy a exponer a tener un hijo contigo y que luego Teresa o mi suegro se enteren. ¡No¡ - sacudía la cabeza reafirmando sus palabras – En cuanto lleguemos a Barcelona haré las averiguaciones necesarias y solucionaremos ere problema – Y mientras hablaba y hablaba, pendiente solo de “su problema” y de las consecuencias que tendría para el que trascendiese, y de cómo solucionarlo sin mayores prejuicios para si mismo, no podía apreciar la terrible expresión de dolor y desencanto, de sufrimiento, en el rostro de la joven. Luego cuando al fin puso su atención en ella y se dio cuenta, consciente de su llanto desesperado, se acercó a ella conmovido y abrazándola cariñoso trató de consolarla, convenciéndola al fin de que debía acostarse y descansar, y que al día siguiente hablarían con mas calma y encontrarían una solución juntos. Luego que logró su objetivo, retiró la mesa de la cana para el pasillo exterior y se acostó el también, a su lado, en la gran cama matrimonial. Momentos después, estaba haciéndole el amor como si nada hubiese pasado, como si nada de lo que se había dicho esa noche tuviese la menor importancia. Y al finalizar, cayó en un profundo sueño, totalmente indiferente a lo que pudiese pasar a su alrededor. Pasó la noche. A la siete de la mañana, cuando el mozo tocó a la puerta del compartimiento, avisándoles la proximidad de su destino, Juan Ramón, sentándose en la cama, llamó varias veces a Marina tratando de despertarla. Pero, al notar que no respondía, se volvió hacia ella tomándola por un brazo para sacudirla suavemente. Al sentirla fría y rígida, y contemplar su pálida tez, comprendió horrorizado que la joven estaba muerta. A su lado, sobre la mesa de noche, un vaso de agua a medio tomar y un frasco de barbitúricos totalmente vacío. Y junto a ellos, una pequeña hoja de papel con dos líneas: “Lo siento amor. Así no tendrás nada por que preocuparte” Al momento Juan Ramón no pudo reaccionar. Sentado en la cama, al lado de la joven muerta, trataba de entender lo ocurrido. Pensaba aturdido en todo lo que había pasado la noche anterior. Pronto lo comprendió todo. Comprendió lo cruel que había sido con la inexperta criatura. Al comprender los resultados de sus acciones, con una sensación de náuseas, se vio a si mismo tal como había sido: despiadado, brutal, insensible. Y se sintió terriblemente culpable. Culpable por el daño irreparable que había causado a esa pobre mujer y a su hijo por nacer. Culpable por el dolor de su esposa y de sus hijos; por su suegro, ese hombre bueno que había confiado totalmente en el. Por su futuro, que había echado por la borda sin pensar siquiera en las posibles consecuencias. Y escondiendo desolado el rostro entre las manos, lloró. Lloró como un niño. Lloró por el desperdicio de esas dos vidas. Por el desastre en el cual había convertido su vida. Lloró por su mujer. Por sus hijos. Y lloró por el. Mérida. Noviembre 1990 &&&& Este usuario no tiene textos favoritos por el momento
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