Aunque te he podido observar detenidamente en muchas ocasiones, cuando los demás me preguntaron, nunca pude describirte. Pero, hoy, que la luz te enfoca con un tono sutilmente diferente, tus dos ojos parecen pesar más que dos bolas de acero. Tu cuerpo se inclina, no puede mantenerse erguido sobre su eje. Yo me preparo por si pudiera, de alguna forma, frenar su caída con la palma de mis manos.