May 02, 2024 Apr 29, 2024 Apr 28, 2024 Apr 22, 2024 Jan 08, 2019 Jan 07, 2019 Mar 02, 2011 Jan 12, 2011 Jan 09, 2011 Dec 29, 2010 Dec 17, 2010 Dec 15, 2010 Dec 10, 2010 Dec 09, 2010 Dec 01, 2010 Nov 28, 2010 Nov 23, 2010 Nov 20, 2010 Nov 05, 2010 << Inicio < Ant.
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Embrollo. Para vender hay que empaparse de una sutilidad "mercurial", escoger las palabras y cuidar los conceptos, adular con circunspección, conversando de lo que no se piensa ni cree, entusiasmarse con una bagatela … (continúa.) I John, que se llamaba Juan, prefería su nombre en inglés. Necesitaba 20 obras del pintor uruguayo Nelson Gimenez para la muestra que el director del Museo de Paris le había comisionado. Viajó al Río de la Plata para visitar a sus contactos en las galerías de Buenos Aires donde se vendían las obras del artista montevideano y encontrarse con algunos coleccionistas. La tentación amiga de los ambiciosos aceleraba las palpitaciones del corazón de los marchands d’art y coleccionistas quienes trataban de adivinar los beneficios que obtendrían si sus cuadros viajaban a la Ciudad Luz, sin sospechar que John tenía otras ideas. El trabajo de persuadirlos para que le prestaran los cuadros por 6 meses fue agotador, no obstante, los fue convenciendo. Acumuló las obras en el departamento de un amigo de Buenos Aires y simultáneamente fue buscando en los mentideros del mundo del arte de Londres un falsificador. Cuando concluyó la exhibición que tuvo gran éxito de prensa y público, John volvió a Bs As a devolver los cuadros a galeristas y coleccionistas. Juan, que se hacía llamar John, engañó a ambos, entregándoles unas pinturas falsificadas por un Marsellés y él se quedó con los óleos auténticos. II Agustín se despertó quitándose los fantasmas que lo acosan. Aún con los ojos legañosos fue a sentarse frente a la computadora, con la intención de distraerse. La revolución que había perseguido se escurría como el agua entre los dedos hasta desaparecer, no importaban sus discursos de coherencia impecable. María equivocada. Juan equivocado. Sofía equivocada y prostituida. Agustín fracasado, incapaz de las intrigas necesarias para ser un activista político. Sin embargo, habían tejido una realidad ilusoria convencidos de que se estaban organizando para transformar la sociedad. Buscó en el portal de internet de YOUTUBE, La Muerte del Cisne, interpretado por la bailarina Ana Pavloska. La rusa apareció en la pantalla de la computadora extendiendo sus brazos al cielo, los contorsionaba como si fueran alas volando y los dedos plumas agitadas por el viento, mientras que la punta de sus pies la mantenían levitando en el aire en un espacio mínimo, pataleando desesperada para no ahogarse sobre las tablas del escenario. Por culpa de los cartílagos que lo habían abandonado, se sintió fastidiado con el dolor en las junturas de los huesos, se enojó con la rusa que volaba de una punta del escenario al otro. Apagó la computadora. —Basta de Cisnes — Al entrar al baño, notó que tenía una barba incipiente que debía afeitar, no pudo evitar las titilaciones suicidas mientras se enjabonaba con la yema de los dedos las mejillas. La máquina de afeitar dibujaba la letra T, en la parte superior tenía varias hojas de acero inoxidable, tres para ser exacto. Sabía que al contacto con su piel producirían un ruido imperceptible como cuando despojas a la computadora del volumen y aunque de ella no brote ningún sonido, sabes que detrás del silencio hay un ritmo latiendo. Apoyó las tres hojas de afeitar en el límite que divide los cabellos de la patilla y la piel de su cara, empujó hacia abajo la máquina de afeitar, recorriendo las incipientes arrugas de su mejilla y se detuvo al llegar al cuello, tragó saliva, un escalofrío sacudió su cuerpo, era una fantasía lejana. Cobarde, pensó. Imaginó el capullo de una planta carnívora que al cerrarse va escondiendo el cisne entre sus pétalos. Sería más poético que todas las carreras disparatadas de La Rusa, sonrió. Le pareció una imagen interesante, hasta que recordó que no hace mucho tiempo había leído los Cuentos de la selva de Horacio Quiroga. Y le estaba robando la idea a la historia de la abeja y la víbora. Para entretenerse mientras esperaba que llegara Sofía, se sentó a escribir. Sus dedos descendieron sobre las teclas buscando con curiosidad adonde lo llevaría la escritura automática. Una coma, después una C mayúscula, después siempre hay un después… C de Cisne continuó, éste se esconde al escuchar el sonido de los remos de una canoa atizando plácidamente la superficie sucia del Río Lee. El cisne es un ave trágica, un animal violento. Tiene una cabeza redonda de plumas cortas que desembocan en un pico amarillento, siempre alerta. Siguió escribiendo. El Cisne padece de cierta belleza. Sofía entró al departamento, dejó su bolsa sobre la mesa del hall y suspirando dijo—No puedo más Agustín. —Paciencia. Sabes que es cuestión de tiempo hasta que consiga algún asunto interesante, ganemos bastante dinero y nos iremos a vivir al paraíso. Mis promesas no tenían ningún sustento. III Se acostó sobre el sillón del living y suspirando dijo—hoy, un tal José Ramos, uno de mis clientes regulares, atendió el teléfono mientras se vestía acomodándose la camisa debajo del pantalón. Dejó en suspenso nuestra conversación para atender el llamado, le escuché decir —para qué vas a comprar un caballo de carreras, cuesta una fortuna, tenés que mantenerlo, necesitás establos, alguien que lo cuide y encima se mueren con facilidad. Es una inversión enorme para arriesgarse a terminar viudo del caballo, mejor te compras una pintura de alguien famoso, cuesta menos y no se te muere nunca. Ésta es una oportunidad de hacer un negocio —dijo Agustín Afuera la lluvia caía incesantemente mientras que el viento hacía volar las hojas que el otoño había desparramado por las calles. A Sofía le gustaba el otoño, los días son de un color grisgrisgrís, mañanatardenoche. —¿Qué vamos a hacer? IV Sofía estaba enamorada de Agustín, pero tenía miedo de sus furias, sabía que la violencia no le era ajena. Habían decidido que ella se prostituiría para ayudarlo a él a concentrarse en la revolución. A él, la imagen de ella en la cama con otros hombres lo perseguían. Con frecuencia sus celos estallaban en disputas verbales. —¿Te dan el dinero en la mano o lo dejan sobre la mesa de luz, te piden un descuento o son generosos? ¿Gozás?—preguntaba agresivamente. Sofía desentendiéndose contó, —Hoy vino Francisco. Sí, el pianista. Como siempre que viene, se sentó en la silla que está al lado de la cama. Una vez más, trato de convencerme que ésto no era la vida, que no debería seguir así, que esto no era para mí. Me dejó desnuda esperando el contacto de sus manos sobre mi piel sin embargo solo predicó y predicó. Cuando ya estaba harta de escucharlo, lo miré, ví gotas de transpiración que le corrían sobre la frente, tenía los ojos hundidos en sus cavernas, el esfuerzo para reprimir el deseo le hacía temblar todo el cuerpo. Su voz sonaba a chispas huecas. —La impotencia lo enloquecía. —dijo Agustín. V John apretó la perilla del timbre en la puerta de entrada del departamento. John era obeso, sus cejas se unían sobre sus ojos, tenía un aspecto repulsivamente atractivo y una voz clara. Era un gordo sonriente sin que se pudiera saber con certeza a que se debía esa bonhomía. Era lo contrario de lo que Agustín había imaginado, plantado sobre sus piernas gruesas. Sostenía entre sus labios la risa fácil de los satisfechos. Sofía los presentó —Mi primo Agustín —mintió y continuó —John. Conversaron hasta que John sin perder su sonrisa dijo —No vine hasta aquí para que me cuenten sus naderías así que veamos, ¿qué quieren? —Me enteré que usted organizó una exhibición de Nelson Gimenez en Paris, nosotros tenemos un cliente interesado en comprar —dijo Agustín. John preguntó —¿Saben lo que quieren? —Cualquiera de las pinturas que represente la comunidad afro-uruguaya bailando Candombe. John los miró con la desconfianza sobre la piel. —Entienden que esas pinturas cuestan mucho dinero. —El precio es irrelevante —intervino Sofía. —Entonces tengo varios —dijo John —Les puedo ofrecer una obra donde en el centro de la pintura hay una mujer afro uruguaya con la cabeza agachada, mientras que sus manos sujetan el vestido blanco-amarillo al mismo tiempo que lo levanta del suelo. A su izquierda, un hombre de pantalón marrón y camisa blanca, extiende su brazo derecho y parecería tener una rosa en el cabello. Del otro lado hay una mujer de pollera verde con líneas marrones y amarillas. Detrás del hombre con el pañuelo en el cuello hay dos hombres más, uno de ellos tiene una camisa amarilla y un pañuelo rojo. Es un torbellino de movimientos, con una paleta de colores infinita mientras que en el fondo, cubriendo las paredes, unas cortinas de diseños simples esconden los ladrillos al aire. Podría haber sido en un Tangó en el barrio de Montserrat en Buenos Aires donde se reunía la comunidad afro argentina, sin embargo la escena que representa es en Montevideo. Lo traigo mañana. VI Sofía llamó por teléfono a José Ramos. —Hola, tengo un cuadro importante para vender. La obra de Nelson Gimenez pasó de las manos de Juan que le gustaba que lo llamaran John a Sofía y Agustín. José Ramos fue con su amigo al departamento de ellos, el hombre era de aspecto vulgar con un tic nervioso que le hacía mover la cabeza hacia la derecha. José lo convenció que era un buen negocio. —Éste no se te va a morir —dijo. El hombre se llamaba Jerry Mendoza y prometió volver al otro día con un experto para comprobar la autenticidad del cuadro. Acordamos que solo aceptaríamos cash. Jerry Mendoza apareció al otro día por la mañana temprano con un señor serio de traje gris oscuro que después de examinar con detenimiento el cuadro, pidió que lo separemos del marco. El hombre de traje gris aprobó la legitimidad del óleo con un movimiento imperceptible. Jerry salió del departamento y al rato volvió con dos valijas que puso sobre la mesa del living, fijó el cuadro dentro del marco y levantándolo lo colocó debajo del brazo izquierdo y se fueron. Agustín le dijo a Sofía —Están blanqueando el dinero— VII John recibió su pago y se borró. Agustín y Sofía se fueron de Londres a Barcelona dejando la revolución abandonada. La Monarquía inglesa tenía las espaldas muy anchas, capaz de sostener la explotación del pueblo que seguía soñando con el pasado imperial. Una noche de borracheras y reproches que había comenzado con murmullos de acusaciones mutuas, degeneró en violencia. Ella le miró los pies, vio que andaba semidescalzo, llevaba puesto un zapato mientras que el otro se había quedado entre las patas de la mesa abandonado en la oscuridad que las sombras de las sillas y el mantel proyectaban. Lo vio arrastrar el zapato que carraspeaba sobre las baldosas mientras que la media acariciaba el suelo perdiendo bollos de lana a cada paso. Él avanzaba hacia ella ciego de celos, ella comprendió qué sucedería retrocediendo atemorizada. Sintió los dedos de él atrapándole la muñeca, agitando sus brazos, trató de desligarse mientras en su rostro se fueron dibujando muecas de dolor. —Déjame —gritó sacudiendo violentamente el cuerpo con la intención de separarse. Un puño cerrado voló hacia ella haciéndola caer sobre el suelo. Entre el miedo y las lágrimas, se irguió sobre sus piernas temblorosas y mordiéndole la mano se liberó de él. Estiró el brazo apoderándose de una caja de metal que estaba en un rincón de la mesa y cuando él se acercó amenazante giró sobre sí misma esquivándolo al tiempo que lo golpeó con una fuerza insospechada en la cabeza. La superficie de la pared se manchó de sangre roja. Agustín se derrumbó. Las hojas morían en otoño, descansando a los pies de los árboles. VIII Jerry Mendoza, antes de caer preso, tuvo tiempo de entregar el cuadro de Gimenez a un medio hermano. —Cuídalo hasta que salga de la jaula—dijo. Cuando salió de la cárcel, fue al encuentro de lo único que poseía, el cuadro de Nelson Gimenez. Lo envolvió con burbujas de plástico y se dirigió hacia la casa de subastas, en Mayfair. Entró por la puerta que conducía a un hall inmenso, detrás de un mostrador había una joven que atendía con una inmensa sonrisa a los clientes que se aventuraban a pasar por ahí. —Puedo ayudar? la escuchó preguntar. —Sí, quiero que estimen el precio de esta pintura. —La quiere vender? —Depende, primero quiero saber su valoración y después decidiré. —Quién es el autor de la obra? — Nelson Gimenez, pintor uruguayo. —Un momento voy a llamar a un experto en pintura sudamericana—dijo ella. Desapareció detrás de una puerta que estaba detrás de su espalda y regresó con un joven desgarbado que le extendió su mano y lo invitó a seguirlo por uno de los pasillos que se abrían desde el Hall, hasta que llegaron a una puerta con un cartel que decía Óleos. El cuarto tenía una computadora sobre una mesa y varias sillas alrededor. El joven tomó el paquete de plástico y lo abrió con un cuidado excesivo, se puso un par de guantes blancos y lo levantó con ambas manos desde los bordes del marco, se acercó a la ventana buscando la luz natural y lo examinó en silencio. Una palidez enfermiza se fue dibujando en la cara del joven. Repentinamente salió de la habitación dejando a Jerry solo. Después de media hora, regresó. —Mi nombre es James Towers —dijo el joven empleado y continuó, —¿Qué sabe de la procedencia de este cuadro, tiene idea de quienes fueron sus dueños anteriores? Jerry mintió diciendo que lo había heredado de una tía que apenas conocía, —La respuesta es simple, no sé nada. James Towers, nervioso, caminaba de una pared a la otra ignorando todo a su alrededor. Jerry quería saber el valor del cuadro sin entender que pasaba. —¿Cuánto estima que vale? preguntó en un murmullo apenas audible. James tartamudeó incongruencias hasta que se le escapó una explicación —Miré, no sé, lo que sé es que vendimos un cuadro idéntico hace 6 meses y que uno de los dos es falso porque los dos no pueden ser auténticos. No sé quién es el impostor, usted o el otro que nos dio el cuadro anterior, pero eso es irrelevante porque está en juego el prestigio de la compañía y mi reputación de experto en arte sudamericano y si ésto se descubre arruinaría mi carrera y dañaría el prestigio de nuestras subastas. Solo podemos hacer dos cosas destruir este cuadro y comprar su silencio. Mientras Jerry contaba el dinero, James, armado de una navaja, destrozo la pintura. Jerry salió a respirar las brisas del otoño, decidido a que Sofía y Agustín le expliquen. …sufrir pacientemente el tiempo, los semblantes agrios y malhumorados, las respuestas rudas e irritantes, sufrir para poder ganar algunos centavos, porque "así es la vida" Robeto Arlt, Los siete locos. La farsaMario Flecha Muertos, ¿qué muertos? I Cuando el tren cruzó la frontera comprendieron que no regresarían.Mariela dormía entre ellos.Sabían que Pedro los esperaba en la estación de trenes y los albergaría en su casa. II —Mejor no pensar —se dijo Juan Diego Albarracín.Estaba de vacaciones y aprovecharía para componer música.Preparó las valijas, dobló las camisetas sobre sí mismas para hacerlas más pequeñas; hizo lo mismo con los calzoncillos y shorts. Puso las sandalias en una bolsa de plástico. Comprobó si tenía todo lo necesario, buscó otra valija para la computadora, iPod y todas las chucherías electrónicas.Abrió el baúl del coche y, después de acomodarlas, se fue a descansar antes de partir. Saldría por la madrugada para evitar el tráfico.El viaje fue un placer de unas dos horas. Entró a la casa, deambuló por la cocina, los dormitorios y se fue a dormir. Cuando se despertó, los cuartos estaban invadidos por el sol de agosto que se colaba por los intersticios de las puertas y ventanas.Los muros de piedra y las baldosas de los patios quemaban. A él se le humedecían las rodillas y le transpiraban las manos. Todos los veranos cuando esto ocurría (y ocurría todos los veranos) se inquietaba. “Angustia creativa”, le había dicho una vez Pepita. Él lo llamaba sofocación meteorológica. Envidiaba a los gatos que dormían tirados en los rincones escondiéndose del sol. Estaba sentado en el patio oscuro, donde el olor a humedad penetraba lentamente, primero por el olfato, para llegar con insidia hasta los huesos. Pensó en componer un homenaje a John Cage, al concierto 4’33” en total silencio. Sonrió con exagerada complacencia. Contó los segundos en silencio, cerró los ojos para no distraerse. 1, 2, 3... hasta llegar a los sesenta segundos. Repitió el 1, 2, 3... Al llegar a ciento veinte no se detuvo, continuó hasta ciento ochenta, decidió dividirlos por sesenta y le dio exactamente tres minutos, pero al detenerse perdió el ritmo y debió comenzar de nuevo. Está vez se molestó porque entre el segundo dieciocho y el diecinueve se había detenido más de lo necesario.Golpeó la mesa con el puño cerrado. Necesitaría de alguien que controle en silencio su silencio. Necesitaría del silencio, mientras él descubría su significado y lo transformaba en sonido.¿Quién podría ayudarlo? Recorrió sus posibilidades hasta que las redujo a tres: Juan, Francisca o Pepita. Juan es puro nervios. Francisca se reiría, pensando que era una estupidez. Solo quedaba Pepita, la que fuera su novia en los veranos de su adolescencia. Pepita la fea.A Juan Diego le gustaban sus ojos humedecidos de risas, el tamaño desproporcionado de la nariz y los labios tan húmedos como sus ojos.Pepita se jactaba con arrogancia de que en Francia para saludar se daban dos besos, uno en cada mejilla.—Saludo francés —decía con placer.Ella era ideal para sentarse a su lado en silencio por cuatro minutos y treinta y tres segundos.La llamó por teléfono invitándola a almorzar el domingo al mediodía.Pepita vestía de domingo. Un traje azul masculino y un sombrero de paja de ala muy ancha para protegerla de la tormenta de verano que habían anunciado.En los arcos de la calle principal entraron al restaurante La Farsa, y se sentaron al lado de la ventana que da a la calle. No hablaron de las transformaciones del pueblo; ella con felicidad, él con indiferencia.—Pepita —dijo de pronto Juan Diego.Se sorprendió al escuchar su nombre.—Sí.—Necesito pedirte un favor.—¿Dinero o sexo? —dijo con sorna—. Lo primero no tengo, y lo segundo debería pensarlo, aunque todavía me gustas. Sin embargo creo que te diría que no.—Quiero que te sientes a mi lado con un cronómetro. Yo estaré en silencio por cuatro minutos y treinta y tres segundos. Vos marcarás cada segundo.—¿Para qué?—Quiero sensibilizarme, para poder describir la esencia del silencio y componer una pieza musical en homenaje a John Cage. Necesito meditar sin ser interrumpido durante cuatro minutos y treinta y tres segundos.—¿Cuántas veces?—No sé. Imagínate un alquimista que repite las mismas acciones hasta que el material que está manipulando se transforma en oro. Por decirlo de alguna manera…A Pepita se le dibujaron pequeños hipos en los labios hasta que no pudo contener la risa. Entonces dijo:—El significado del silencio está subordinado a las circunstancias en que se produce. Es la ausencia del ruido. Puede expresar diferentes vivencias. Si te reclaman un minuto de silencio por la muerte de alguien, es para interrumpir la dinámica de la vida y entrar en un espacio de dolor. Por otro lado, podés ingresar al silencio con placer después de hacer el amor.Juan Diego se sintió incomprendido.—¿Lo harás o no?—Sería inútil.Salieron del restaurante separados por silencio. Para evitar la tormenta de verano, se refugiaron debajo del paraguas.Los persiguió una joven africana con la cara hinchada de lágrimas y un bebé en sus brazos. Caminó al lado de ellos mientras con la voz entrecortada y urgencias intentaba comunicarles algo que no alcanzaban a descifrar.Desconcertados, miraron al bebé que dormía y se pusieron uno de cada lado de ella protegiéndola.—¿Qué te pasa?Barajaron todas las posibilidades.Llegó aquí después de una travesía infinita que la llevó por varios continentes; está en el país ilegalmente; si la descubren los de inmigración la suben a un avión y la devuelven a su país. ¿Cuál país?Quizás cayó en manos de una banda de traficantes humanos que la empujan a prostituirse o la explotan en los sudaderos; tal vez fue usada por contrabandistas de drogas como mula, ella se escapó, y ahora la abandonan a su suerte. Tal vez es inocente y está asustada del futuro.—Ayúdenme —dijo ella con cierta claridad—. Vienen por mí.—¿Quiénes? —preguntó Pepita.Al doblar en la esquina...—Ahí están —gritó ella, dándole el bebé a Pepita y lanzándose a correr bajo la lluvia.Antes de que pudieran reaccionar se fue perdiendo detrás de la cortina de agua. Allá a lo lejos pudieron distinguir las siluetas de dos hombres que la forzaban a entrar en un coche. Escucharon gritos y el rugir del motor del auto antes de desaparecer.—Vamos a devolver el bebé.—¿A quién? ¡Ahora es mío! —dijo Pepita—¿Qué decís?—Que es mío o, mejor dicho, es nuestro.—No, mío no es. Dejémoslo en el hospital.—¿Cómo lo vamos a explicar?... Una señora nos siguió, depositó el bebé en mis brazos y se fue corriendo; vimos cómo la introdujeron por la fuerza en un coche sin identificación para luego desaparecer. Eso no es creíble.—No lo sé.—Tienes miedo de que el bebé interrumpa tu silencio.Ella lo apretó entre sus brazos, buscaron un testigo que los ayudase, pero las calles estaban desiertas.—Podemos ir a la policía.—No entiendes: nos preguntarán el nombre de nuestros abuelos, no creerán ni una palabra. Ser policía es tener la virtud de revolver mierda. Nos interrogarán para saber qué hicimos con la madre del bebé ¿Dónde está? No podemos decirles que desapareció adentro de un coche. Nos preguntarán por el color, la marca y el número de matrícula del coche, cuántos hombres la forzaron a entrar al auto, cómo estaban vestidos, si tenían uniforme o estaban vestidos de civil. Estoy segura de que nuestras descripciones serían contradictorias y nos meteríamos en un lío. ¿Quién nos va a creer? Te repito, tenemos que buscar un testigo si querés deshacerte del bebé, alguien que haya visto todo y nos dé una coartada.—Mirá, no hay nadie. Lo podemos dejar aquí e irnos.—Andate con tus silencios y dejame sola; yo me las arreglaré.—No seas pendeja, en esto estamos juntos, nos guste o no.El bebé lloraba.—Tiene hambre.Encontraron una farmacia de turno.La empleada desconfió. ¿Qué hacían ellos con un bebé negro?—¿Cómo se llama el bebé? —preguntó al pasar la farmacéutica.—Pedro —dijo la Pepita, sin darse cuenta de que el manto que lo cubría era de color rosa.—Creí que era una nena —dijo la farmacéutica.En casa de Pepita, la bautizaron Mariela.La farmacéutica llamó por teléfono a la policía para advertirles que una pareja de jóvenes actuaban sospechosamente. Han comprado cosas elementales para el cuidado de un bebé. El policía de guardia escuchaba y anotaba en un libro con la neutralidad de quien había perdido la facultad de asombrarse.—¿Y qué piensa usted que han hecho?—No lo sé.—Gracias —dijo el policía terminando la conversación.El inspector estaba furioso, se les había perdido la hija de la inmigrante que habían arrestado. Las órdenes de actuar con discreción se veían comprometidas. Debían evitar cualquier publicidad negativa y expulsarlas discretamente.“La farmacéutica del pueblo nos ha dado un indicio, les vendió a una pareja que llevaba un bebé de origen africano. ¿Es posible que sea nuestro bebé?” —se preguntó el inspector.Desde las oficinas de la comisaría se podía escuchar a la africana murmurando en francés, mientras se golpeaba contra las paredes y lloraba con todo su cuerpo. Cuando se calmó, la hicieron compartir la celda con dos hombres recién arrestados.El inspector estaba organizando un grupo de agentes de civil para ir en busca del bebé, cuando escucharon gritos y golpes provenientes de la celda, y vieron a los jóvenes golpeándola ferozmente. Ella tirada sobre el suelo, cubriéndose la cara con las manos; ellos pateándola indiscriminadamente por todo el cuerpo.Al escuchar los pasos de los carceleros se retiraron a un rincón de la celda.—¿Qué hicieron?—La matamos.—¿Qué? ¡Locos de mierda! ¿Por qué lo han hecho?—Vienen al país a robarnos, a prostituirse. Decidimos darle una lección —dijo uno de ellos—. En nuestro país no queremos este tipo de gente.—Ustedes son un par de asesinos.—Gente como ella no merece vivir.Desesperado, el inspector los envió a otra comisaría, mientras decidía cómo deshacerse del cuerpo de la víctima.¿Cómo presentar la muerte bajo su custodia sin despertar sospechas de brutalidad policial. Sin ser acusado por la prensa opositora al gobierno de utilizar métodos violentos para controlar la inmigración?—Mierda, ¡esto tenía que pasarme a mí!Juan Diego y Pepita alimentaron a Mariela, y discutieron como deshacerse de ella y resolver el misterio de la mujer raptada. Decidieron que él iría a la comisaría a denunciar la desaparición de la mujer, y luego ella, a entregar el bebé al hospital.Juan Diego se presentó a la comisaría. —¿Nombre? —Juan Diego Albarracín. —¿Profesión?—Músico. —¿Número de documento?—022247680 —¿En qué puedo servirlo?Sorprendido, el policía de guardia dedujo que ocultar el crimen iba a ser más complicado de lo esperado. Creían que nadie los había visto raptarla. Se equivocaron, porque del otro lado del mostrador había un hombre denunciando el secuestro.—Perdón, ¿usted está acusando a la policía del rapto de una mujer?—No, no estoy seguro de quién lo hizo; he visto a dos hombres arrebatarla de la calle y desaparecer antes que pudiese reaccionar.El policía lo abandonó sin responder. Pretendió ocuparse de otros asuntos, salió y entró varias veces de la oficina, ignorándolo.Entre entradas y salidas, Juan atisbó el cuerpo de la mujer sobre el piso del pasillo. —¡Es ella! —dijo.—¿Quién?—Ella, la mujer; está tirada ahí sobre el suelo.El policía se desentendió y salió nuevamente. Al rato volvió.—¿En dónde estábamos? —En el cuerpo que está en el pasillo.—No entiendo, en el pasillo no hay nada.—Yo la he visto.—Mire, usted asegura que vio cuando la raptaban y no puede describir nada, no sabe la marca, ni siquiera el color del auto, y ahora dice que está en el pasillo. Puede pasar y comprobar que no hay nadie. Me parece que usted tiene alucinaciones… —sonrió, abriéndole la puerta.Se asomó y el corredor estaba vacío.Descubrió un jirón de la tela del vestido que ella llevaba puesto, y lo escondió en su bolsillo.—El bebé lo… —trató de decir.—Me parece que usted está fatigado —dijo con desprecio—. Tal como comprobó, aquí no tenemos a nadie. Por favor váyase, me está haciendo perder tiempo.Juan Diego apretó el pedazo de tela que había levantado y salió de la comisaría.“Puto silencio” —pensó de camino a la casa de Pepita.—La vi tirada sobre el suelo; después la hicieron desaparecer, pero no del todo; se olvidaron de ocultar un pedazo de tela de su vestido que tengo aquí —dijo abriendo la mano y mostrándoselo a Pepita que escuchaba aterrorizada.—¿La mataron?—Es posible.—Tienen todos tus datos.—Sí.Mariela dormía. Ellos, agotados, se sentaron en el sofá frente a la televisión.Una locutora leía ininterrumpidamente la mezcla de informaciones y desastres cotidianos.—Últimas noticias: “Esta mañana fueron encontrados los cuerpos de dos jóvenes drogadictos, posiblemente baleados por narcotraficantes. En la vivienda también se hallaba el cadáver de una inmigrante ilegal. Se sospecha que los jóvenes asesinaron a la mujer tras una pelea. La naturaleza del enfrentamiento no podrá ser determinada hasta nuevas investigaciones”. Prohibido prohibirGraffiti. Paris, Mayo 1968 La lectura es previa a la palabra Ernesto de SousaMi padre es carpintero como lo fue mi abuelo. Teníamos un taller al final del jardín de nuestra casa que olía a madera recién cortada y a cola de carpintero.El día que cumplí 17 años, sin comprender por qué, me encontré en el taller de mi padre sujetando un pedazo de papel de arena entre los dedos. Recuerdo su voz diciéndome: - Teo, tienes que lijar esta mesa hasta que la superficie quede suave al tacto. Debes pasar la yema de los dedos para sentir la lisura de la madera porque los ojos suelen engañar y no se puede confiar en ellos. Debes comenzar con los grados de lija gruesos y terminar con los más finos. Elige un trozo de madera que tenga uno de los lados bien liso, sostienes el papel abrasivo con la misma, sin presionar demasiado haces movimientos circulares sobre la superficie y poco a poco lograrás allanarla. No debes apurarte.Lo explicaba mientras me mostraba como debía hacerlo.Mi vida cambió bruscamente. Pasé de ser estudiante a aprendiz en sólo una noche.Estoy seguro que mis padres dudaron de mi inteligencia y pensaron que sería un gasto de mi tiempo continuar con mis estudios.La monotonía de reiterar el mismo trabajo me aburría, sin embargo fui aprendiendo el uso de las herramientas y comencé a gozar de las pequeñas victorias cotidianas que me permitían ir resolviendo los problemas.Mi padre advirtió mis progresos. Sin duda sería un buen carpintero como lo era él y también su padre. Comenzó a llevarme con él a ver a los clientes para que oficiase de su asistente.Siempre estaba nervioso el día que íbamos a tomar un nuevo trabajo. Llevaba una libreta de color negro y un lápiz sin punta. Anotaba la descripción del mueble que le encargaban y se ocupaba de reconocer el espacio que ocuparía en la habitación. Dándome un metro de cinta de acero, me hacía medir las dimensiones del cuarto donde iría el mueble que nos encargaban.Mientras, diseñaba los muebles de acuerdo a lo que él había interpretado. Me sorprendía la capacidad instantánea de responder a las necesidades del cliente. Cuando se lo comentaba su respuesta era - Experiencia.Esquematizaba varios diseños y se los mostraba al comprador quien sugería algunos cambios mínimos, quizás para sentir que estaba colaborando o para demostrar que era él quien decidía.Después de intercambiar ideas, hacía los cambios y ajustes necesarios. Me hacía medir en abstracto las dimensiones del mueble que fabricaríamos, anotándolas en su libreta negra.- Para mantener las proporciones bajo control, –decía.Cuando regresábamos al taller, se dedicaba a calcular los costos y las posibles ganancias.Nuestra vida transcurría sin sobresaltos. Yo aprendía el oficio de carpintero y a veces accidentalmente me martillaba los dedos. El dolor que estos errores me producían, aunque infrecuentes, era insoportable. Para espantarlo, sacudía la mano con violencia. Por la mañana de un día tranquilo, mientras realizábamos la rutina diaria, uno de los clientes de mi padre lo llamó para recomendarle que vaya a ver a un Señor extranjero llamado Malik, quien necesitaba una mesa de comedor. Comentó vagamente algo sobre la dificultad de entenderse con él porque no hablaba nuestro idioma.Como siempre en estos caso, mi padre llevó su libreta negra y a mí. Al llegar a la casa, nos atendió un hombre elegante de aspecto norafricano, quien con un gesto nos invitó a pasar. Los tres permanecimos parados en el medio de una habitación enorme, sonriendo en silencio.Yo comencé a tomar las medidas del cuarto mientras mi padre las anotaba.El señor Malik caminó hacia una esquina de la habitación, apoyando su espalda sobre la pared para permitirnos hacer nuestro trabajo, pero quedándose por si necesitábamos algo.Cuando mi padre terminó de dibujar distintos diseños se acercó al Señor Said Malik, que así se llamaba, para mostrárselos. Al mismo tiempo recitó el discurso que suelen articular los vendedores. Exaltó las virtudes de tal o cual madera al tiempo que desarrollaba teorías sobre la textura y el color de las paredes, y el por qué estas dictaban la necesidad de una madera dura de color rojo. El estilo sería definitivamente inglés, Sheraton para ser más preciso, ya que se imaginaba la mesa con patas muy finas.El señor Said Malik lo escuchaba atentamente aunque era claro que no comprendía. Mi padre se detuvo unos segundos. Entonces él aprovechó la interrupción para salir de la habitación y al regresar lo hizo con una adolescente, quien nos saludó respetuosamente.Escuché su nombre como un murmullo lejano.- Samina.- Mi hija.Después de mirar los dibujos por un tiempo interminable, conversaron en su idioma.Ella acercándose a nosotros, apoyó el dibujo sobre el suelo. Se sentó sobre la alfombra y esperó que nosotros hiciésemos lo mismo. Una vez instalados, desechó varios de los diseños hasta que eligió dos de ellos. Los colocó uno al lado del otro y nos hizo entender con sus dedos extendidos sobre el papel, que quería combinar las patas de uno con la superficie del otro.Mi nombre es Samina, estoy cansada de huir. Mis ojos esperan volver a ver las dunas acercándose al Mar Mediterráneo, sentir el calor de la arena entre los dedos de los pies mientras corro para evitar quemarme y allá a lo lejos el horizonte acariciando la caída del sol sobre las olas.Hoy, deambulando por los cuartos de esta casa sentí que estaba despojada de todo vestigio humano. En esta casa nadie jamás ha sentido ninguna de las urgencias de la vida. Aquí veníamos en verano a descansar y a refugiarnos. Nos brindaba la libertad y seguridad que necesitábamos, por eso viajábamos interminables horas en avión.La casa carecía de objetos innecesarios o necesarios, porque mi madre se las arreglaba para que todo desapareciera al final de las vacaciones.Escapamos varios años de país en país. Nunca supe cuales eran los motivos de esta vida en movimiento continuo y mis padres evitaban hablar de nuestra situación.- Está mal pensar y es aún peor escribir poesía –solía decir mi padre–.Mis hermanos se establecieron en lugares remotos donde sería difícil localizarlos y ahora que mi madre murió, mi padre decidió vivir en esta casa, porque de esta manera el pasado nos abandonaría.Cuando entré al cuarto y ví los carpinteros, tuve que contener mi risa. Teo, que así se llamaba el joven, era flaco, alto y desgarbado con una sonrisa fácil. Contrastaba con la seriedad de su padre quien parecía estar permanentemente preocupado.Bastaron apenas unos instantes para comprender que Teo fue el primer hombre que deseé. Intercambiamos silencios y el calor de su mano estremeció la mía al pasarle los diseños que su padre había dibujado.Pasaron varios días antes de que mi padre estimara el costo para la fabricación de la mesa para el Señor Malik. Cuando lo terminó, decidió que lo mejor sería ir hasta la casa y entregársela en mano, ya que llamar por teléfono iba a ser complicado y no sabíamos como nos respondería a una carta. Puso todas las páginas en un sobre marrón y me dijo: - Teo, entrégale ésta carta al Sr Malik. El diseño y el precio están incluídos, esperemos que acepten.Subí a mi bicicleta y fui hasta la casa de fachada blanca y estilo indefinido.Ella abrió la puerta y tomándome del brazo, me hizo pasar al hall desde donde podía ver varias puertas y escaleras que desaparecían en la penumbra. Vi la sensualidad de su rostro mientras me preguntaba a donde llevarían cada una de esas puertas.Le entregué el sobre que traía conmigo, pensando en esas películas norteamericanas de historia europea, donde el mensajero era acusado de traidor o criminal porque la carta traía malas noticias. En el mejor de los casos lo ahorcaban en represalia o si se sentían bondadosos, lo mandaban a una prisión repulsiva donde se quedaba hasta que la humedad le comiera los huesos y los piojos el cerebro.Sin abrir la carta, se fue por uno de los pasillos desapareciendo en la oscuridad. Me atreví a mirarla.Luego de unos minutos volvió con los dibujos en la mano y con un gesto afirmativo me dio a entender que su padre había aceptado.Cuando Teo trajo la carta, yo estaba sola. Pretendí que mi padre se encontraba en alguna parte de la casa porque tuve miedo de mí.Él se quedo en el medio del hall de entrada inocentemente.Cuando se fue, lo vi montarse a la bicicleta. Mis ojos lo siguieron hasta que fue un punto que desapareció en la distancia.Mi padre tuvo que salir del país. Yo me quedé en la soledad de ésta casa recorriendo los cuartos, escuchando el resonar de mis pasos nerviosos.Evitaba salir a la calle. La timidez y el desconocimiento del idioma local hacían que mi vida cotidiana se centrase en una prisión abstracta, donde los limites de la cárcel estaban en mi imaginación y me impedían gozar de la libertad que me fue impuesta.Hay días en que me animo a viajar en el subterráneo. Me divierte la oscuridad de los túneles, estar sentada alrededor de toda esta humanidad silenciosa de pasados y presentes inasibles, sospechas de allá en Africa en Asia o América. De los limites y monotonías de sentirse condenado al tedio circular de viajar todas las mañanas y las tardes en un círculo donde no hay principio ni fin.- Necesito ver a Teo.Aprendí las palabras que me serían útiles para comunicarme con él. Le escribí una carta larguísima contando la historia de mi familia en caractéres árabes y al final arriesgue simplementeTeo, ven…No podía dejar de pensar en Samina, su presencia me perseguía, era absurdo, la había visto sólo unos minutos sin embargo fueron suficientes para soñar, aunque comprendía que las distancias entre ella y yo eran insalvables.Por la mañana, antes de ir al taller para comenzar mi labor, recibí un sobre. Lo abrí con desdén ya que nunca nadie me escribía una carta. Para mi sorpresa, caractéres arábigos se desplegaban indescifrables sobre el papel. Adiviné el origen y me puse a girar las páginas para averiguar donde estaba el principio de la carta. Sabía que se leía al revés que nuestra lengua y me detuve al leer: Teo, ven. Samina.Temblé de incertidumbre y la escondí entre los libros en la biblioteca de mi cuarto. Por las noches ponía las páginas sobre mi cama e intentaba descifrarlas. Poco a poco, ante mis ojos se fueron transformando en un objeto visual. Ya no veía las palabras separadas por los espacios sino que eran una unidad cada vez más bella e incomprensible. Había dejado de ser un texto misterioso para transformarse en un dibujo develador.Decidí contestarle. Le escribiría una carta tan extensa como la de ella, donde le contaría la historia de mi familia.Aprendería a escribir ‘Te Amo’ en su idioma y lo pondría al final de la carta.Quería que mi carta replicase la de ella, que aunque careciera de significado aparente, se transformara ante sus ojos en un dibujo magnífico.Salté sobre mi bicicleta y me dirigí a la casa de Samina. La fachada blanca y extensa estaba frente a mí. Miré hacia las ventanas, vi que ella estaba detrás de las cortinas. Al verme, golpeó el vidrio de la ventana, haciendo un gesto para que esperara. Escuché sus pasos bajar las escaleras corriendo, abrió la puerta y me hizo entrar.Nos quedamos avergonzados, el uno frente al otro cuando sentí su mano acariciar mi cara y su respiración entre mis dedos.Nos amamos con las furias y la inocencia de la juventud.La carta que él traía quedó sobre el suelo del hall de la entrada.Cuando entró a la casa, lo tomé del brazo bruscamente y entre su aturdimiento y el mío se habrá caído de sus manos sin que lo advirtiéramos. Caminamos en la oscuridad del pasillo, corrimos escaleras arriba hasta llegar a la Torre.La Torre era mi habitación siempre que veníamos aquí.Es un cuarto pequeño, con ventanas a cada una de las paredes. Desde allí veía la ciudad. Nos sentamos uno frente al otro separados por una mesa absurda, comprendí que el tiempo es la suma de los silencios.Me escuché hablando con Teo, su respuesta fue una sonrisa de confusión, porque sabíamos que nuestras palabras eran incomprensibles para el otro y jugamos a escucharnos. Yo decía algo que él pretendía entender y me contestaba cosas que no tenían ningún significado para mí más allá del placer de estar con él.Impulsivamente mis manos acariciaron su cara, después todo fue un caótico frenesí de adolescentes.Cuando Teo se fue, levanté la carta y al abrirla reconocí los signos indescifrables de significados misteriosos. Sólo al final descubrí dos palabras mágicas “Te amo”. La sonrisa más bella que jamás tuve me persigue desde entonces.¿Teo vendrá mañana?No podía dormir, ni parar de tocar las páginas de la carta con la yema de mis dedos. Sentía su piel erizarse en cada movimiento.Exhausta me dejé dormir.Varios días después mi padre regresó. - Debemos irnos ya. Se están acercando, descubrieron dónde estamos y es peligroso.No pude despedirme de Teo, todo fue silencio, confusión. Viví toda la semana en estado de elación. Sentía que ya era tiempo de ver a Samina nuevamente. Al terminar la jornada de trabajo con mi padre, le di alguna excusa para escaparme sin tener que explicar demasiado. Decidí caminar porque así tendría más tiempo de gozar las incertidumbres y felicidades que me acosaban.Al llegar frente a la casa de Samina, dudé si tocar el timbre o no. Me preguntaba qué le diría el Señor Said si justo me atendía él.Di vueltas esperando que Samina se asomara a alguna de las ventanas o por accidente encontrarnos en la calle.Después de un tiempo infinito, oscureció y no pude contenerme más. Impulsivamente toqué el timbre, esperando escuchar los pasos bajando la escalera.Nadie atendió mi llamado. Todo es silencio y confusión. Juan PilkingsMi nombre es Juan Pilkings. Nací en Sudamérica a orillas del Río de la Plata, comparto un cuarto de estudiante en Londres con José Teruel, hijo del famoso cantor de tangos destruido por las circunstancias. Cuando nos conocimos dibujé un mapa del cuarto sobre un papel blanco, marcando su territorio y el mío. José, hijo de los suburbios de Buenos Aires, sonrió, se puso la mano derecha en el bolsillo del pantalón y sacó una tiza con la que trazó sobre el suelo una línea dividiendo el dormitorio en dos. El jamáscruzó a mi lado y yo estaba aterrorizado de ir al suyo, sólo nuestras voces se movían con libertad. Todas las mañanas viajo en el subterráneo desde Highbury e Islington hasta Victoria. Me entretengo mirando a la gente o acercandome a alguna pasajera atractiva. Hay días que bajoimpulsivamente en una estación cualquiera para caminar. Ayer, paseando, ví un par de zapatos muy bellos. Eran angostos de cuero negro y con una hebilla dorada. El deseo de poseerlos fue creciendo lentamente durante la noche, debo comprarlos pensaba, pero en realidad no me alcanzaba el dinero ni para un zapato. Compartí mi problema con José - si me ayudas lo podemos comprar a medias – dije. Él pensaba y yo para qué quiero un par de zapatos que te gustan a vos ? - Con esos zapatos las mujeres se vuelven locas - dije - y qué garantías tenés? - Todas. Podría decir que el carácter de las personas está por el suelo, los zapatos que usan describen quienes son, qué hacen cómo viven.Todo lo demás es insignificante (ropas, maquillajes, perfumes, anteojos) con esta ventaja le podés hacer el verso a cualquiera que te guste. - Estás volado, la mejor manera de seducir a una inglesa es con un gato abajo del brazo.Nos levantamos al mismo tiempo, desde mi ventana veo el cielo gris que proyecta una atmósfera de identificables desagrados: el frío, la lluvia, y la ausencia de colores. La vida en blanco y negro, o peor, con distintos tonos de grises, los amaneceres de invierno en Londres tienen la peculiaridad de ser un desafío a los deseos de vivir. Corrimos hacia a la estación para evitar la mojadura. Una vez adentro del subte yo comencé a definir a los pasajeros a través de una observación profunda de los zapatos - pareja de clase media, gorda, sexo indefinido, banquero, puta bellísima - le fuí diciendo a José. Bajamos en la estación de Green Park y de mala ganadecidió que compraríamos los zapatos. Yo los usaría lunes, miércoles y viernes, él martes, jueves y sábados mientras que el domingo descansarían. El viernes caminé con satisfacción, subí al subte, me senté y crucé laspiernas mostrando al mundo el par de zapatos nuevos. Me escondí detrás del diario. Percibí los ojos pesados de una mujer hermosísima mirándome.Bajé rápidamente en Euston confundiéndola. Sabía que le sería difícil reconocerme en otro momento ya que lo único visible habían sido mis zapatos.El Sábado José se puso los zapatos negros de hebilla dorada y nos fuimos juntos a tomar el subte, reconocí a la mujer que ayer me había estado observando, la miré a los ojos y sonreí buscando su atención, ignoró mis esfuerzos mientras le miraba los pies a José. Bajamos en Green Park. José dijo - tenías razón - y se fue con ella. Pezones envenenados"Todo es veneno, nada es sin veneno. Sólo la dosis hace el veneno",.Theophrastus Bombastus von Hohenheim. Usted sabe que está mintiéndo, viene a verme y cuenta una historia de un mar celeste de olas gigantescas, a lo lejos frente a un pueblo de pescadores se ve el horizonte. Nosotros estamos tratando de armar un rompecabezas de un paisaje campestre con olor a bosta de vacas. Sin pueblo ni horizonte.Por favor!!!Ésta mañana recibí un email inesperado. Era de Isabel, Isabel Padilha, el contenido era aún menos esperado.Leí - Llego al aeropuerto de Girona a las 10 de la mañana del Domingo. Estaré en tú casa alrededor de las 11.30. Besos.Isabel.Désde entonces estuve imaginando nuestro encuentro. La esperaría en la pequeña terraza del frente de la casa, atento a los ruidos de la calle.Cuando llegue, arrastraremos las valijas para subir por la escalera. Ella describirá el viaje en avión. De las 13 horas de vuelo. Lo que durmió o de lo que no pudo dormir. De las incomodidades de los asientos que le impedían extender sus piernas.Sé que éstas situaciones comienzan inocentemente y terminan de cualquier manera, no seremos tan vulgares como para hacer algo que tendríamos que haber hecho hace mucho tiempo. Tal vez nos sentiríamos culpables de cometer el crimen de vivir, de respirar de ser arropados por el violencia de la Tramontana en la Plaza de Cuatro Vientos en Madremanya.La llevaré hasta la habitación que preparé para ella.Por la tarde, subiremos a la terraza para ver el sol hundirse en las nubes anaranjadas y nos quedaremos en silencio suspendiendo la vida, que comenzará en cualquier instante.Trataremos de atrapar nuestras historias con palabras, nombrando los hijos que tuvimos, las separaciones, los amigos, las felicidades y tristezas y terminaremos hablando de trabajo, ese castigo que ocupa nuestras vidas y de como fuimos empujados a un costado de la historia. Ella enseñando geografía en un Colegio secundario , yo perdido en un pueblo del Ampurda escribiendo cuentos que nadie lee.Cuando el sol desaparezca, iremos a cenar a la cocina y recordaremos vagamente el día que nos conocimos.Le contaré que por entonces me entretenía con un juego que había inventado, El Perseguidor que consistía en cazar una idea, entre los libros que compraba furtivamente en las librerias de la calle Corriente. Leía hasta encontrar una oración de significación incomprensible que me persiguiera.Ese día, antes de ir al café, había comenzado a leer Los pintores del ocio de Juan Cruz Lombardini. Era un texto carente de matices, narraba la vida de un grupo de bohemios en una ciudad sin nombre. Lo que más me intrigaba de su narrativa eran los encuentros sexuales. Los describía como quien esta mirando el reloj para saber la hora, sólo se entusiasmaba cuando hablaba de los ojos, ojos que acariciaban, ojos llenos de odio ojos, ojos con miradas como cuchillos, ojos atractivos, ojos negativos... ojos verdes, azules, marrones, arco iris...Hasta que llegé a el capítulo titulado El Gran Masturbador. Mi satisfacción se confundía con las titilaciones sexuales que le producirían a Lombardini escribir tanto disparate. "La luz tenue reflejaba los objetos, Él, el gran mastubador sentado en su cama se miraba al espejo, la lengua le colgaba entre los labios, una baba burbujeante le recorría los límites de la lengua mientras las burbujas estallaban.Él, el Gran Masturbador era el poeta cósmico, atrapado en las locas crispaciones de sus nímias fantasías aéreas." . Nímias fantasías aéreas???"La baba del universo, eran las palabras, eran Ella, era el sentado sobre su cama masturbandose, mirándose mirarse, la imagen de ella se va adueñando de su imaginación mientras la agitación crece hasta sacudir su cuerpo como una hoja en el viento, desesperado de desesperación tácita.Mientras sus mano libre busca escribir un poema de sonidos alucinados que inscriban en la columna vertebral del tiempo su nombre, Isabel.Guau.Me detuve al leerEn la Torre de la Calle Arroyo, vive Isabel la de los pezones envenenados.Anote en la contratapa del libro algunas variacionesEn la Torre de la Calle Arroyo, la pasión envenenara los pezones de Isabel.Isabel la de la Torre de la Calle Arroyo tiene las lolas envenenadas.Recordaremos que nos conocimos una mañana de otoño sin sol ni lluvia. Un día anónimo, cuando los jacarandas y los palos borrachos se deshojaban .En el Bar del Socorro frente a la Iglesia Nuestra Señora del Socorro, en la calle Arenales. Fue el día que El Teniente General Eugenio Aramburu, uno de los jefes de la revolución Libertadora había sido secuestrado por un grupo de militantes políticos desconocido, el significado histórico de lo sucedido se le escapaba a mi arrogancia mientras tomaba café y trataba de descifrar el mensaje del texto que había leído.La ví llegar con Olegario Aniue.Entraron al Bar como si buscaran a alguién. Cuando llegaron frente a mí él apoyo sus manos abiertas sobre la mesa sosteniendo el peso de su cuerpo sobre sus palmas, comenzó a hamacarse levemente miéntras hablaba como un adolecente apurado. Entendí que debía salir por media hora o menos y si era posible que ella se quede conmigo.- Isabel- dijo a modo de presentación. Antes que le pudiese responder, se fue. Nos quedamos en silencio, mirandonos, yo con curiosidad ella con indiferencia.Sus párpados caídos indicaban tristeza, nunca supe si era real o ficciones de la naturaleza.La bautice, La Bizantina.Estuvimos alejandonos sin haber estado nunca cerca. Hasta que ella se levantó y con un gesto me indico que la siguiera. Zigzagueamos entre las mesas y sillas buscando la salida. Caminamos sobre las baldosas rotas y flojas, tuve que contener mis deseos de escaparme como había hecho Olegario. Al llegar a la intersección de la Calle Esmeralda y Juncal, seguimos la leve curva que lleva hacia la calle Arroyo. Se paró frente a la antigua torre y me preguntó - querés ver Buenos Aires? Isabel, la torre...- Tú nombre es Isabel ? pregunté perturbado.Ella me contestó moviendo la cabeza afirmativamente.- Padilha con ache no doble l, mi abuelo era portugués.Subimos acompañados por el ritmo del ascensor destartalado, al llegar al piso 14 bajamos del mismo, faltan tres pisos para llegar a su departamento ascendimos por la escalera de mármol. Tuve miedo.Me asomé por la ventana que descubría la estación de trenes del Retiro, al reloj de la Torre de los Ingleses , víun paisaje urbano incoherente, techos destruidos por las inclemencias del sol, las lluvias y la húmedad, edificios de ladrillo al aire que había construído el arquitécto Enrique Kanstestein a lo lejos las viejas grúas al costado de las dársenas. Isabel se abandonó sobre una silla de cuero, cerrando los ojos me pareció escuchar su voz por primera vez. Hasta entonces nuestros diálogos fueron murmullos a los que no les preste ninguna atención.- La cocina está a la derecha del pasillo - dijo Me senté frente a ella entreteniéndome con la idea que sería la Isabel de Lambordini, una mujer peligrosa, inspiradora de poemas burdos y pasiones solitarias.Tomó una de mis manos, las aprisionó entre las suyas y nos quedamos así. - Olegario vino a despedirse porque voy a casarme con Juan Cruz, planeamos irnos a vivir a Paris por unos años.Olegario se enfureció, discutimos al principio civilizadamente después decidimos caminar para calmarnos. Cuando llegamos a la esquina de Arenales y Juncal, te reconoció en el Bar.- Celos.- Sí, era amigo de mí hermano. Los espíaba mirándose en los espejos, peinándose los cabellos con la palma de la mano. Ellos salían y yo me quedaba en casa inventándoles aventuras.Con el tiempo comencé a sudar sexualidad, olía a provocación, fue entonces cuando los hombres dejaron de ignorarme.- Y después?- Una tarde calurosa Olegario vino a buscar a mi hermano. Yo estaba sola en la casa, pretendimos pelearnos, con la torpeza que suele tener el deseo comenzamos a empujarmos. La tensión entre nosotros fue creciendo, al principio parecía un juego donde nos tocabamos sin tocarnos cierto grado de violencia se fue colando entre nosotros, nos caímos sobre el suelo y su lengua invadió mi boca. Después solo me acuerdo del después, me quedé con los fuegos artificiales en mi cabeza y el dolor que me causo entre las piernas. Mantuvimos nuestra relación en secreto, por razones que ahora comprendo. Crecímos juntos, hasta que llegó un día en el que nuestra relación se murió, dejamos de compartir las cosas cotidianas y las conversaciones se transformaron en monosílabos. Nos quedaba el placer sexual hasta que eso también desapareció.Recuerdo la angustia que me producía nuestro silencios, la impotencia de nos sentir igual que ayer.Nos separamos lentamente y nos prometimos no amar a nadie otro.El, me acusa de haber roto mi promesa. Está equivocado, yo sé que no amo a Juan Cruz. Es hora que te vayas.- dijo Aturdido baje las escaleras de mármolEn la torre de la calle Arroyo...Pasaron 20 años sin vernos. En Buenos Aires nunca fuimos amigos y sin embargo alimente algunas fantasías.La lectura de Juan Cruz Lombardini el día que la conocí fue un enigma que me persiguió en Buenos Aires, Londres, Budapest y después aquí en Jafre, ese juego que comencé y que aún espera el final. Ella viene a Jafre y tal vez ... Escuche el chirrido de las gomas del taxi al frenar.Baje las escaleras de piedra corriendo para abrir la puerta de entrada y ayudarla con el equipaje. Estaba parada con una valija en cada mano en el medio de la calle. Parecía una de esas postales de emigrantes italianas que llegaron al Río de la Plata a principio del siglo XX, con la felicidad en los labios por haberse escapado de vaya uno a saber que horrores, La Bizantina altiva de cabellos negros y piel cetrina soltó las valijas y corrió hacia mí, atine a extenderle mis brazos mientras ella saltaba sobre ellos.En la terraza con el vaso de vino en la mano como me había imaginado, nos contamos nuestra vidas, los hijos, los divorcios.Nombró a Olegario recordando el día que nos conocimos - Él me contó que te encontró en la Estación de trenes de Constitución.En el hall de la estación estaba caminando hacia la boletería cuando advertió que vos estabas haciendo la cola, contabas las monedas que jugaban en la palma de tu mano.Era inevitable que se encontrarían frente al tablero de partida en el centro del viejo edificio.Caminaron por el hall. Hasta que fue imposible ignorarse y pretendieron una falsa alegría seguida de una falsa amabilidad. - Voy a Adrogué- Yo también, mejor nos separamos. .Su voz se fue atenuando - Olegario fue asesinado durante la Masacre de Ezeiza. Los Montoneros fusilaran al Teniente General Aramburu.Los Generales desfilaban sobre la casa Rosada. El General Onganía fue reemplazado por el General Levingstone, quien a su vez fue reemplazado por el General Lanuse quien fue substituido por el Tío Cámpora seguido por el ex General Perón...- El decía que eras un desubicado. - Porqué?- Porque nosotros estabamos militando, pensabamos que la revolución estaba a la vuelta de la esquina y teníamos el deber moral de ir a buscarla mientras vos te evadías con tus fantasía hipposas y uno que otro porro.- Yo tenía mis razones.- Tus razones?- Yo era uno de los oprimidos que ustedes querían liberar, digo ustedes pensando que como hijos de los opresores sentirían la culpa de haberse beneficiado.- Seguís siendo un hijo de puta.- Hay algo más, no podía creer que Jesús, Perón, Marx o Mao tenían todas las respuestas, cuando escuchaba las certezas de los militantes, las justificaciones de la violencia, la intolerancia militar que se alimentaba de muerte, me parecía estar en una película donde todos eramos culpables y todos perderíamos.- Y cual era el final de tu película.- Todos sufrirían la violencia de sus intolerancias.La Bizantina sonrío - Vine a matarte.- Dijo.- Está escrito que voy a morir entre tus tetas.- Contesté. Isabel se rió con toda su cuerpo mientras susurraba - Mis tetas asesinas, pensé todas las cosas que todas las mujeres piensan de sus tetas, que son pequeñas aunque no tanto que son mas grandes que las de... pero jamás que podrían ser criminales.- Juan Cruz Lombardini, lo leíste?- No.- Escribió el libro que yo estaba leyendo el día que te conocí. Hablaba de Isabel y de la Torre de la calle Arroyo, Isabel tenía los pezones envenenados y había un Poeta masturbandose mientras que con la mano libre escribía una oda cósmica a Isabel y encima el autor se llamaba Juan Cruz.Ella no pudo esconder su sonrisa.- Recuerdo una obra de teatro en que el Duque de un pueblo quiere ejercer el derecho de Pernada con una doncella, ella antes de acostarse con el viejo duque se suicida y su novio luego de envenenar los labios de la muertita, la coloca en la cama de un cuarto oscuro, invita al duque a que venga a ejercer su derecho con la esperanza que al besarla el también se muera.- Vaya venganza. - Isabel tenía los pezones envenenados, porqué, para qué?- Nunca lo supe después de leer esa oración abandoné la lectura con la certeza que el tiempo me haría comprender el significado. Cuando te conocí pensé que me darías la clave que eran demasiadas coincidencias tu nombre, la torre y si asociaba todas las circunstancias me llevarían a una respuesta.- Vine a matarte Pedro - Repitió con amargura.- Porqué ?- Siempre sospeche que eras un cobarde.- Los cobardes raramente mueren asesinados.- No vine a matarte por cobarde sino por traidor.- Isabel a quien traicione?- A vos pero es irrelevante. Isabel la de la Torre de la calle Arroyo viene a dar una respuesta al juego inconcluso y no es la que yo esperaba.Tomó mis manos entre sus manos y nos quedamos callados.La Bizantina mantenía siempre la belleza de su lado. No importaba que estaba haciendo, tenía una seguridad que afirmaba a cada movimiento. - No serán mis pezones envenenados los que te maten.Sentí un golpe seco en el pecho y me desplomé.Escuché sus pasos bajando la escalera mientras intentaba parar la sangre que se escurría entre mis dedos, Isabel la de la torre ... murmuré - Mierda! - antes que la ausencia le ganara a la vida.Londres 2009 Los secretos sólo existen en la imaginación. No hay dolor mas atroz que ser feliz. Alfredo Zitarrosa. Cerramos la puerta del garaje con llave, se la entregamos a la empleada de la agencia inmobiliaria. Arreglamos como nos pagarían la comisión y fuimos al aeropuerto para regresar a nuestro país. Escuchamos el golpe seco de pelota de fútbol en el jardín. No pasó mucho tiempo hasta que sonó el timbre de la puerta de entrada. Abrí la puerta y allí parado había un chico de unos 10 años, quien me pidió que le alcanzara la pelota que estaba en el jardín. Le dije que esperara en la calle y yo le pasaría la pelota por encima de la pared. Cuando me dio la espalda para bajar la escalera,le pregunté - cómo te llamas?. Charlie- dijo sonriendo. Fui hasta el jardín y encontré la pelota. Del otro lado de la muralla los chicos corrían gritando. - Ahí va.Por la mañana del 18 de Enero, caminé junto Enidia, mi mujer, esquivando el viento invernal de Londres. El día había comenzado con sorpresas. La dueña de nuestro cuarto nos saco de la cama para decirnos que teníamos 48 horas para desalojar el dormitorio e irnos con todas nuestras baratijas. Estaba tan agitada que se olvido de reclamarnos las semanas que debíamos. Quise decirle que era una hija de puta, pero la pobre no tenía la culpa que nosotros fuéramos unos parias. Eramos incapaces de mantener un trabajo por más de dos semanas, siempre nos arreglábamos para aborrecer cualquier actividad y aceptábamos cualquier excusa para abandonarlo. Salimos a la calle a pasear, concientes que el futuro se nos escapaba. - y ahora qué? - hacemos squating? - Con todos los locos que viven bordeando la miseria, no, para eso nos volvemos. Llegamos a la ventana de Patel, el vendedor de diarios, la vidriera cubierta de papeles absurdos y un panel de Anuncios donde algunos desesperados como nosotros escribían notas indescifrables con proposiciones complejas, y los colgaban adentro de unos sobres de plástico transparente. “Cambio lecciones de Español por lecciones de Farsi.” Otro estaba escrito sobre un papel amarillo (me imagino para llamar la atención) se leía: “Alquilo cuarto a lesbiana, vegetariana en lo posible que carezca de interés en comunicarse”. “Mujer atractiva 40, necesita hombre profesional para ir al cine.”No pudimos contener la risa. -Te imaginas el encuentro? -Si, ella es alta y muy flaca con aires de soy hermosa no me toques. -No, ella es morena y muy pequeña y es una obsesiva sexual. -Como quieras. Cómo sería el diálogo? -El la llama por teléfono y le dice. Soy profesional, te gustaría ir al cine? -La flaca diría. Te encuentro a la entrada de Screen on the Green, sí el cine que está cerca de la estación de subterráneo de Angel, a las 3 de la tarde. Vení con un sombrero negro. La morena sería menos precavida , le diría, vení a buscarme a casa y tomamos un café. Si me gustas, te hecho sobre mi cama y si no vamos a aburrirnos al cine. Los diarios estaban en una hilera sobre un estante destartalado. Desde la calle podía leer los titulares, las naderías de los pasquines siempre ocupados en la vida sexual de los famosos en particular y la de todos en general contrastaban con los horrores de la guerra en Irak en los otros diarios. Acostumbrábamos a ir a las inmobiliarias, de Upper Street, en Islington. Con las narices apretadas contra el vidrio de los escaparates soñábamos con los ojos abiertos al ver fotos de inodoros blanquecinos, cocinas resplandecientes de paredes lisas y colores atractivos. Distraíamos el destino que se nos acercaba peligrosamente. Enidia señalaba con un dedo los precios de las casas mientras se reía de nuestras imposibilidades. Veíamos a los empleados detrás de escritorios, rodeados de un caos de papeles, todo controlado por sus memorias prodigiosas. La empleada más cercana a la ventana nos conocía porque yo la saludaba todos los días que pasábamos. Nos miraba por encima de sus anteojos y movía la cabeza una sola vez, de arriba hacia abajo, nosotros repetíamos el mismo movimiento y nos íbamos, pero el frío de la mañana y la incertidumbre nos detuvo más de lo necesario hasta que ella se levantó dirigiéndose hacia la puerta de entrada nos invitó a pasar. La seguimos hasta su escritorio, acercó dos sillas y sentándose del otro lado del mismo nos miró sonriendo. - Los veo todas las mañanas mirando los anuncios. Me imagino que están buscando algo para comprar.- dijo. - No, curiosidad, es una manera de pasar el tiempo. Pensé que mi respuesta sería suficiente para que nos mostrara la puerta de calle. Sin embargo, la vi juntar los dos brazos enfrente de su cuerpo y apoyarlos sobre el escritorio, tirando su cabeza hacia adelante murmuró – -dónde viven? - Cerca de aquí. - Alquilan un departamento. - Un cuarto en un departamento, lo compartimos con otra pareja. Nos miró en silencio, mientras un vaho de perfume se escapaba de su cuerpo. Les gustaría vivir en una casa ? Intenté levantarme para irme, no andaba para chistes, pero Enidia me detuvo agarrándome con violencia la pierna, inmovilizándome. Disimulé el dolor y dije - Sería interesante. - Si, pero es un poco difícil ahora mismo. dijo Enidia. - Yo podría ayudar. - Cómo? pregunté recuperando mi desesperación. - Bueno, ustedes saben que Islington está plagado de zorros. - Entonces? - Tenemos una casa que la podría vender fácilmente si desalojamos a los zorros que viven en el jardín. - Porqué no contratan a un cazador? - Porque nuestra compañía considera que es inmoral matar, cazar o como quieran llamarlo. La casa está desocupada hace ya varios meses y ustedes podrían vivir con una sola condición: que le hagan la vida imposible a los zorros, así se van. Les daríamos tres meses de alquiler gratis y una comisión cuando se venda… La proposición nos convenía. Podríamos hacer nada sin preocuparnos. -Tenemos un problema, los zorros saldrían de su madriguera durante la noche y ese sería el momento donde tendríamos que acosarlos, perseguirlos, esto nos tendría bastante cansados durante el día impidiéndonos trabajar. - Qué quieren, dinero? dijo levantándose bruscamente y desapareciendo detrás de una puerta que tenía el cartel de DIRECTOR. - Volvió sonriendo.. - Les adelantaríamos el dinero de la comisión. - No, gracias. Queremos £200 por semana más la comisión. Como se dará cuenta, trabajaríamos 10 horas por día cada uno, siete días a la semana que sumarían 140 horas. Si lo dividimos, estarían pagando £ 1.40 por hora, casi tres veces menos el salario mínimo. - Está bien - dijo ella resignada. Fuimos hasta la casa en cuestión en su automóvil. - Es en la próxima esquina - nos dijo frenando el coche para estacionarlo. - La calle era simple, con esas caras limpias que suelen tener las Terrazas Victorianas. Todos los frentes iguales, para ahorrar dinero y no por falta de imaginación, discusión recurrente entre Enidia y yo. - El ahorro es la base de la fortuna de los Puritanos - - Nash construyó las casas de Regent Park con los materiales más baratos posibles para ahorrar, aunque tal vez lo hizo para vengarse del Príncipe Regente que se acostaba con su mujer. Escuchamos el golpe seco de pelota de fútbol en el jardín. No pasó mucho tiempo hasta que sonó el timbre de la puerta de entrada. Abrí la puerta y allí parado había un chico de unos 10 años, quien me pidió que le alcanzara la pelota que estaba en el jardín. Le dije que esperara en la calle y yo le pasaría la pelota por encima de la pared. Cuando me dio la espalda para bajar la escalera,le pregunté - cómo te llamas?. Charlie- dijo sonriendo. Fui hasta el jardín y encontré la pelota. Del otro lado de la muralla los chicos corrían gritando. - Ahí va. Abrió la puerta. Entramos a un hall que era un pasillo angosto sin decoraciones, tenía las paredes de color blanco brillante que hacían doler los ojos. A la derecha había una puerta que daba acceso al Living Room, del lado opuesto una escalera, al final del pasillo también a la derecha un baño y al final un cuarto. Al abrir la puerta nos enfrentamos con una ventana que da al jardín. Este cuarto sería nuestro lugar de observación. Frente al baño, otra escalera conducía al semisótano, allí estaba la cocina reluciente y moderna como las que veíamos en las vidrieras. - Pueden usar el baño, la cocina y el dormitorio que está en primer piso y da a la calle. Ah, vayamos al jardín y les muestro el garaje. - Allí atrás debajo del garage, viven los zorros hay por lo menos una pareja y sus hijos… - Déjelo por nuestra cuenta. Corrimos por las escalera hacia arriba y abajo, entrábamos y salíamos de los cuartos a los empujones. No podíamos entender nuestra suerte. Enidia preguntó - qué hacemos con los zorros? - No tengo la menor idea y lo que es peor jamás vi un zorro. - Yo si, vi el Llanero Solitario en la televisión.- dijo ella burlonamente. - Pero el está en Nuevo México y nosotros en Londres. - Qué vamos a hacer con los zorros? - Fácil, llenamos el garaje de comida, dejamos la puerta abierta, cuando entran cerramos la puerta y esperamos que se mueran. - Fantástico pero cómo cerramos la puerta sin espantarlos? - Nos sentamos a esperar desde la ventana de la habitación del primer piso, mantenemos la puerta abierta atando una soga a la manija de la puerta y nosotros controlamos la otra punta de la misma, conseguimos esos mecanismos que cierran las puertas automáticamente y lo instalamos, cuando ellos entran nosotros largamos la soga y se quedan atrapados. Los dejamos encerrados un par de días y después vemos cómo nos deshacemos de ellos. Tenemos casa por tres meses, debemos tomar el trabajo con tranquilidad…y después volvemos a nuestra tierra. Nuestra rutina cambió poco, de no hacer nada ahora seguimos haciendo nada. Decidimos que lo mejor sería primero ver cómo eran los zorros, de qué tamaño y color. Investigamos el garaje que estaba en un estado precario, las paredes parecían aún sólidas pero el techo se derrumbaría en cualquier momento. Adentro todas las cosas mantenía un balance tenue, teníamos la sensación que si movíamos algo todo se caería… Las semanas pasaron casi sin darnos cuenta, los zorros ni se asomaban y después de varias noches sin dormir decidimos darnos un descanso. Escuchamos el golpe seco de pelota de fútbol en el jardín. No pasó mucho tiempo hasta que sonó el timbre de la puerta de entrada. Abrí la puerta y allí parado había un chico de unos 10 años, quien me pidió que le alcanzara la pelota que estaba en el jardín. Le dije que esperara en la calle y yo le pasaría la pelota por encima de la pared. Cuando me dio la espalda para bajar la escalera,le pregunté - cómo te llamas?. Charlie- dijo sonriendo. Fui hasta el jardín y encontré la pelota. Del otro lado de la muralla los chicos corrían gritando. - Ahí va.Enidia buscó en wikipedia información sobre los zorros. Le gustó la idea que los japoneses tienen de los zorros “es una forma poderosa de espíritu animal muy travieso y astuto”, mientras que la de los chinos le pareció desagradable. En la cultura china, "los espíritus de los zorros alejaban a los hombres de sus esposas. La palabra china para "espíritu de zorro" es la misma que designa a la amante en una relación extramarital". Desde entonces los llaman kitsune. - Son como perros que no son perros, aunque pertenecen a la misma familia - me decía. Dos meses después vimos a los zorros, varias veces, pero no pudimos hacer nada, no tenían miedo, se sentían los dueños de la noche, salían a buscar comida y no se permitían ser distraídos por nada. Yo tenía miedo, eran como perros salvajes aunque no eran perros, como dice la wikipedia en el internet. Era hora de poner en marcha nuestro plan. Durante una semana los alimentaríamos, cada día acercaríamos la comida hacia la puerta de entrada del garaje. El objetivo era terminar con ellos encerrados y dejarlos que se mueran de hambre por una semana, cerrar la entrada de su madriguera, dejarlos libres y espantarlos. Colocamos un mecanismo para cerrar la puerta automáticamente. La mantendríamos abierta con un sistema de poleas y sogas, una vez que estuviesen adentro la accionaríamos para que queden atrapados adentro del garaje. Quedaban pocos días de los tres meses. La empleada de la agencia se comenzó a inquietar y nos llamaba todos los días para enterarse de lo que estaba pasando. Esa noche nos acomodamos en la ventana del cuarto del primer piso, vimos el zorro más grande salir de la madriguera. Estuvo husmeando el peligro, entró y salió varias veces del garaje para estar seguro, después lo siguió la zorra. Hicieron la misma rutina hasta que parecieron convencidos y toda la familia entró. En ese instante largamos la soga y la puerta se cerró con las bestias adentro del garaje. Cuatro días después volamos a nuestro país. - Dejamos los zorros encerrados. - No te preocupes le pediré a mi amigo Ismael, que les abra la puerta y los espante. Mirando por la ventanilla del avión Enidia me dijo - Fui feliz. Charlie estaba jugando solo como todos los días en la calle. Pateó la pelota de voleo y fue a caer al jardín. Como siempre fue a tocar el timbre de la puerta de entrada. Al no recibir ninguna respuesta decidió subirse al techo del garaje y de ahí saltar al jardín. Una vez en el techo corrió hacia el centro para ubicar la pelota, pero el techo se deshizo bajo sus pies y cayó adentro donde los zorros hacía cuatro días que estaban encerrados. Mario FlechaLondres 2007 Los vendedores de humo El único objetivo del Turismo es cansarse. Todos los domingos por la mañana entro al túnel del tiempo, que me lleva al siglo XVII, es decir al Mercado de Brick Lane, donde los desesperados del este se encuentran con los del oeste. La pobreza de los vendedores compite con la de las mercancías que ofrecen, discos de vinilo imposibles de escuchar, bicicletas destartaladas, revistas amarillas de humedad. El frío les muerde las manos, les quema las narices. Hay una atmósfera brutalmente triste y sin embargo me atraen como esos vicios incontrolables. No recuerdo quién, comparó el mercado de Brick Lane con un hormiguero, él o ella decía -Cuando pateas un hormiguero todas las hormigas huyen despavoridas en todas las direcciones, la gente en los mercados hace lo mismo, se mueven sin rumbo, cruzan las calles en zig zags interminables, guiados por la curiosidad, empujados por el deseo de poseer, Se acercan a un puesto levantan algún objeto, piensan que quizás lo necesitan, discuten interminables minutos el precio y lo abandonan sobre mesas o se meten la mano en los bolsillos buscando el dinero para pagarlo y se lo llevan. Este domingo ví entre la multitud a un grupo de turistas, que se me antojo que tendrían que ser Río Platenses, me acerque a ellos para escuchar sus voces y comprobar de donde venían. Eran tres parejas de argentinos o uruguayos, uno de los hombres se estaba quedando relegado, tenía la altura que tienen muchos hombres, ni muy alto ni muy bajo de estructura robusta y con una cara que contradecía la fortaleza que sus movimientos emanaban, los ví golpeandose los hombros con hombres de otros continentes, a quienes jamás conocerían. Ignorandose mutuamente juzgandose por las vulgaridades de las apariencias. Hacía varias semanas que no sabía nada de lo que estaba pasando en Buenos Aires, no quería que ellos se enteraran que soy argentino, los seguí a cierta distancia, tratando de escuchar las conversaciones, pronto entendí que este era un ejercicio inútil porque en los mercados todo se limita a nombrar poca cosa, mira esto o lo otro, que lindo o no me gusta. El hombre se dió cuenta que lo estaba siguiendo y comentó a sus amigos - Estoy matando este año, me siguen las mariposas en cualquier parte del mundo-, dijo en castellano. Los otros dos me miraron, se rieron con él, de mí. Reconocí la picardía porteña, desilusionado me fuí en busca de algo indefinido a encontrar algún objecto que atrape mi atención y coincida con la limitada capacidad de mis bolsillos. Necesitaba poner en movimiento los deseos de consumir, el placer de discutir el precio, iniciar esos diálogos con desconocidos que comienzan con una sonrisa y terminan con un acuerdo. -Cuánto quieres por esto? - 15 libras -Demasiado esto no vale ni la mitad pero te doy 10 libras -No, eso es lo que yo pague, necesito ganar algo dame 12 libras. - Bueno. Mientras me entretenía con mí monólogo, veo caminando hacia mí a Raúl Stori, el Tano. hacia bastante tiempo que no nos veíamos, nos abrazamos fraternalmente. Raúl propuso tomar un café, caminamos juntos un trecho y entramos a la primera cafetería que encontramos, en la esquina de Brick Lane y... nos sentamos para compartir nuestras naderias, cuando veo entrar a las tres parejas de Turistas Río Platenses. Le conté a Raúl que uno de ellos pensó que yo me habia enamorado de él porque los habia seguido un trecho en el mercado. -Necesito escuchar esas voces porteñas. -No. dije de malhumor -No te preocupes les digo que sos sordomudo, pone la mejor cara de no entender nada que puedas. Sonreí a todo-. dijo guiñandome el ojo derecho. Se levantó y tropezó con la silla donde estaba sentado uno de los hombres. Se dio vuelta y les dijo - Perdón-, en castellano El grupo se quedo congelado no atinaban a responderle -Son de Buenos Aires? -, preguntó el tano Stori, tomando una silla y sentandose entre las mujeres y los hombres Sonrío a todas las direcciones mientras hablaba, el grupo había quedado petrificado. El Tano magnífico, siguió sin enterarse de nada. Señalándome con el dedo mayor les dijo -Perdón-, manía que había adquirido en Londres, antes de cualquier cosa el largaba un perdón Es de buena educación solía decirme cuando yo me burlaba - Quiero presentarles a mi amigo Seis pares de ojos se clavaron en mí con un dejo de desesperación y ahora qué? se preguntarían El hombre vanidoso que se había hecho el gracioso momentos antes se puso rojo al reconocerme.Se tranquilizo cuando escucho al Tano que seguía presentandome. -Lamentablemente mi amigo tiene dos problemas que se nombran con una palabra es Sordomudo- Viniendo hacia mí, me levanto del brazo movió mi silla al lado de la suya y me hizo sentar. -Se llama Nicéforo, Nicéforo Basi. Entiende todo porque no es sordomudo de nacimiento sino que cuando joven su hermano que estudiaba medicina en Buenos Aires, le hizo una broma macabra , mientras el dormía puso un esqueleto a su lado y cuando se despertó, Nicéforo vió a la muerte, asustado grito de miedo, ésto fue lo último que dijo después se quedo sordomudo del terror. - Pobre - dijeron las tres mujeres mientras los hombres mantenían un silencio monástico. De pronto yo había ganado la simpatía de las polleras mientras que los pantalones aún no podían decidir mi sexualidad. Seria un maricón? Porqué los había seguido? Cuando una de ellas preguntó a Raúl - Nicéforo es un nombre raro, de dónde viene? - Su abuelo era admirador de Leandro Alem, el fundador del Partido Radical- - Entonces? - Alem se llamaba Leandro Nicéforo Alem, el Nono convenció a su hija para que llame a su hijo Nicéforo, en homenaje a ese ilustre argentino. Ella insistió - tu amigo, qué hace? Raúl diestro para la mentira contesto - Nosotros somos vendedores de humo. - Qué es eso? -Hacemos fuegos. Yo me mantenía serio reprimiendo las carcajadas. - Somos vendedores de humo-. Repitió Nos miraron en silencio buscando respuestas a sus dudas, tratando de imaginar quienes eramos. qué queríamos, estaban esperando algún indicio que les permitiese saber de que la ibamos. Una de las mujeres simpatizó con nuestra desfachatez, -Un sordomudo y un charlatán trabajando de vendedores de humo, hum -, dijo con una sonrisa burlona. Acariciándose la mano derecha con su mano izquierda, como si estaría dispuesta a cortarnos a pedazos con algun bisturí mágico entre sus dedos nos preguntó, -Cómo se comunican? -No nos comunicamos, yo hablo y el trabaja ignorandome. A veces tratamos de dialogar con gestos, también lee mis labios otras nos escribimos mensajes. Mi estómago se estaba retorciendo del dolor que me producía contenerme a tanto disparate. Los hombres seguían esperando una apertura, algo que nos acercara, algún indicio que denunciára nuestras simpatías, desde fútbol a Freud, que pensabamos de la última ola de crimenes entre los jovenes adolecentes en Gran Bretaña o los crimenes del canalla ese de Blair. El Tano continuaba el delirio en el que me había metido, ocupándose de parecer lo más posible a nada. -Qué es eso de vender humo? se animaron a preguntarnos. Transformamos madera en carbón, prendemos fuego a la madera y quemamos la parte exterior y lo dejamos encendido lentamente se va consumiendo hacía el centro esto produce mucho humo entonces lo ponemos debajo de pescados que estan colgados entre dos postes unidos por sogas como si fueran calcetines, el calor del humo los cuece y ahuma al mismo tiempo. A veces usamos el sistema finlandes porque es mucho más rápido, cocinamos los pescados dentro de un barril de metal. Prendemos fuego de leña debajo del barril y cuando está a una temperatura bien alta agregamos agua, aserrín, azucar y fresas, el humo que se produce dentro del barril cocina el pescado. Le sacudí el brazo al Tano, pretendiendo que necesitaba explicaciones, empezó a gesticular con las manos como si se estaría comunicando en nuestro peculiar idioma, yo me negué a entender moviendo mi cabeza desconcertado, el Tano furioso saco un lápiz y un papel de su valija y comenzó a escribir. Me paso el papel y pude leer, callate hijo de puta? Le contesté en el mismo papel, si estoy lo mas callado que he estado en toda mi vida. De alguna manera los hombres comezaron a distenderse, a tener confianza en que eramos un par de desgraciados anclados en Londres. La historia del pescado ahumado los había alucinado, perdieron el temor que el Tano les había infundido y se lanzaron a decir pavadas. Desde que alto es el Big Ben hasta cuantas putas tiene Picadilly Circus... De pronto todos se reían menos yo -Tú amigo, es puto? - se animó a preguntar uno de los hombres. - Que yo sepa no, porqué me pregunta eso? Es usted puto- dijo el tano pretendiendo estar enfadado Las mujeres se rieron a medida que el hombre se paraba con la intención de darnos lecciones de violencia, los otros dos lo agarraron de los brazos tratando de calmarlo. - Che, pará que estámos en Londres. Yo estaba dispuesto a salir corriendo, pero el Tano que se estaba divirtiendo como loco insistió. - No me gusta que ofendan a un descapacitado indefenso, porqué me lo pregunta? -Te lo pregunto, porque me estuvo siguiendo en el mercado -Qué? le toco el culo o el pito. - No me toco nada - Entonces qué? - No sé, me pareció que quería algo más que caminar atrás mío. -Hubiese sido bueno para su ego? El hombre transpiraba mientras contenía los deseos de terminar esto a las trompadas. El Tano cambio de conversación, dirigiendose a una de las tres mujeres -Tú nombre es, dejame pensar un minuto dijo mientras se refregaba la frente con ambas manos para ayudarse a pensar - Bettina. Ella se sonrojo, si es mi nombre. -Cómo lo sabe?- Dijo ella desconcertada. -No sé, esa manera de sentarse con las piernas cruzadas. Los tres hombres perdieron la paciencia , el Tano comprendió que tanta intimidad molestaba. -Qué quieren? -Nada, quería escuchar voces rioplatenses, preguntarles sobremi Buenos Aires querido. Ellos respiraron mientras ellas se rindieron a la seducción del Tano. Era hora de irse. El Tano me agarro del brazo levantandome les dijo -Bueno nos vamos si necesitan algo aquí está mí teléfono-, pasándoles un papel donde había escrito un número cualquiera. Yo, salude a lo japones, nos fuímos lentamente hasta la salida del café, una vez en la calle, salimos corriendo. Los tres hombres se levantaron y comenzaron a perseguirnos al doblar la esquina de Princelet Road, el Tano se paro a enfrentar a estos tipos. Jadeando les preguntó -qué les pasa, porqué nos siguen acaso están desesperados ... Antes que pudiese terminar, uno de ellos lo agarro del cuello mientras que los otros dos se tiraron encima mío. El Tano sin aliento les pregunta -que mierda les pasa. -Devuelvan lo que nos afanaron, o los reventamos. -A nosotros no nos engañan, pendejos hijos de puta. -Afanar? -Sí, que nos afanaron?. -Nosotros. Las tres mujeres venían caminando. -Qué hacen? gritaban. -Estos ladrones nos robaron? -Qué? Preguntaron las tres al mismo tiempo. -No sabemos, pero estoy seguro que corrieron porque nos robaron. La gente comenzó a juntarse alrededor nuestro, sin entender que estaba ocurriendo, murmuraban hipótesis extraordinarias Escuche a alguien acusandonos del crimen de ser extranjeros. Las mujeres gritándoles a los hombres que nos dejen tranquilos, que no habíamos hecho nada. - Sabía que te habían gustados estos guachitos. Le recriminó uno de ellos a Bettina. Junté fuerzas y me saqué a los tipos de encima, le dí un empujón al que estaba sujetando al tano y se libero. Mientras nosotros nos acomodabamos la ropa desprolijada por la acción incomprensible de los turistas, ellos buscaron en los bolsillos, en las carteras, en las bolsas, en las bolsitas, las camaras digitales, el dinero, las tarjetas de creditos, las de debitos, tenían todo nos les faltaba nada La gente que nos había rodeado, adivinaron que era todo un mal entendido, que el incidente tendría un final feliz, se dispersaron aplaudiendo.. El grupo de Turistas Río Platenses nos pedían disculpas teníamos que entender que nadie corre sin razón, que en Buenos Aires, solo corren los ladrones y que cuando vieron con que rapidez queríamos irnos eso indicaba una sola cosa les habiamos robado. - Se equivocaron, pero ya que nos dieron la idea no los desilusionaremos.- dije con bronca. Los seis casi gritan Milagro pero la sorpresa que les causo mi voz los confundió .Extendí dos dedos de la mano pretendiendo que eran el caño de un revólver como cuando eramos chicos, apoyandolo en la frente de uno de los hombres le dije -Sacate los mocasines. Obedecio, el Tano los levanto y los tiro en la alcantarilla. - Chau. Dijo Raúl y nos fuimos. Londres -Jafre 2007 las Ratas Yo también he soñado mi muerte sin embargo pretendo que estoy vivo. Los Zetas, La familia, Los...La... Escucharon la cadencia de la palabra cuidar, que discretamente se dibujaba en los labios de los mejicanos, - Cuidate, cuidate, es peligroso... es el rumor que circula de boca en boca. Yo me cuido, tú te cuidas, él se cuida, nosotros nos cuidamos, vosotros os cuidaís, ellos se cuidan. - Cuidarse? Cuando llegaron a Méjico DF, la atmósfera era extraña, la noche se había extendido ocultando la ciudad. Las lámparas eléctricas resplandecían como luciérnagas suspendidas en el aire, tenues rayos de luz se escapaban por las ventanas de las habitaciones mal iluminadas. En la semioscuridad de las calles, la gente caminaba apresurada persiguiendo sus sombras, tratando de evitar a los amantes, a los ladrones, al acecho de víctimas y a las malditas ratas que seguro se multiplicarían en las cloacas del Paseo de la Reforma. El taxi avanzaba hacia Colonia Narvete. - Soñé que las ratas, después de socabar los cimientos de una casa, la cargaban sobre sus espaldas y la movían dentro la ciudad. Era un sueño recurrente, repulsivo y cómico. Me perseguía la visión de un edificio con millones de pequeñas patas peludas desplazandose de un lugar a otro. Por las mañanas, durante el desayuno, le contaba mis fantasías nocturnas a Hericleia con el café frío y las medialunas rotas. - Las ratas otra vez? preguntó Hericleia. Ya sabes que viven en las cloacas, en los mercados, en rincones minúsculos alrededor de charcos de agua podrida y otras suciedades. - Me pregunto cuántas ratas vivirán en el Mercado de Abasto de la ciudad de México. Imaginate una rata inmensa capaz de trasladar el Mercado a cualquier punto de la ciudad que quisiera. - Prefiero imaginar exterminarlas con gatos hambrientos. - Cuántos gatos asesinos se necesitarían? - No sé, pero quizás las ratas gordas se coman a los gatos famélicos. Se cuidarían, sí. Vivirían en Colonia Narvarte, barrio que hasta mediados del siglo xx fue una zona semindustrial. Aún hoy se puede escuchar los golpes precisos de los martillos, se percibe el olor a madera cortada en las carpinterías. Se quedarían en lo de Nina cuatro semanas, en un cuarto, que está en una casa, que está en la ciudad de Méjico DF, en Méjico. Buscarían a Miguelito el vendedor de hamacas. La historia de Miguelito les fue contada por un mejicano, que estaba de paso por Buenos Aires, una noche de otoño en el Bar Trianon de Villa Crespo. Traía noticias de amigos que vivían en Mérida. El hombre, llamado Arancio, era un mestizo silencioso que los saludo con un gesto impercertible. Conversaron con monosílabos, tratando de entender porqué y para qué estaban reunidos, hasta que varios tequilas le iluminaron los ojos. Respiro profundamente antes de hablar. Después hablo de los carteles de narcotraficantes, hablo de la religiosidad de los mejicanos, hablo del odio ancestral contra los españoles, hablo de la fascinación que tienen los aztecas y los mejicanos criollos con la muerte. - Ese pinche hijo de la chingada se murió y después resucito – dijo sonriendo por primera vez. .- Qué estás diciendo? preguntó Constantino con curiosidad. - El pinche Miguelito, el que vendía hamacas en el Yucatán se murió y resucitó. - No jodas. - Es cierto, afirmó Arancio. - Qué pasó? preguntó Hericleia. El mejicano mordió la mitad del limón que acompañaba el vaso de tequila y contó la siguiente historia. - Los hombres del pueblo se fueron arrimando cansinamente a la Plaza Mayor, frente a la Iglesia de San Antonio. Se reunían para organizar los Festejos del Día de los Muertos. Miguelito estaba conversando en medio de la Plaza cuando ocurrió el accidente. Raúl “el Rana”, cargaba un tablón sobre su hombro para la construcción del piso del escenario que estaban levantando en medio de la Plaza, cuando accidentalmente golpeó a Miguelito en la nuca. Se desmayo. Cuando llego la ambulancia, Miguelito se encontraba desvanecido sobre el suelo, rodeado de las viejas del pueblo que al enterarse del accidente corrieron a la plaza para reanimarlo, le mojaban los labios con agua bendita, lo llamaban con desesperación - Miguelito, Miguelito, lo cacheteaban con la esperanza que reaccionara. Los enfermeros lo llevaron al hospital en coma. Lo dejaron muriéndose sobre una cama. El médico lo atendió y le predijo la muerte. - Es solo cuestión de horas, llamen al cura para darle la extramaunción, así se va al paraíso. Miguelito sentía una profunda ausencia. Flotaba desconcertado en un lugar extraño. Tuvo miedo. Se vió andando por las calles desconocidas sin rumbo. Advirtió a un anciano que venía hacia él. Cuando se cruzaban, se reconocieron. Era el Taita, un indio viejo que vivió en el pueblo. El Taita había muerto hacia ya diez años. Miguelito lo saludo con la dignidad que la vejez y la muerte merecen. Antes de despedirse, el Taita busco en sus bolsillos un billete de 100 pesos y se lo dió, diciéndole, - A usted le va a servir más que a mí. Estuvo muerto tres días, al cuarto día resucito. Una semana más tarde, salió del hospital - Y dónde vive? - En un pueblo cerca de Mérida. Lo podrán encontrar en la playa de Celestún donde vende las hamacas que su familia fabrica. - Celestún es un pueblo frente al mar. Lo veran caminar alrededor de los restaurantes. Es un hombre alto, de maneras humildes, lleva las hamacas colgadas de su hombro, les será fácil reconocerlo. Constantino y Hericleia discutieron. - Irémos al Yucatán a buscarlo, dijo Constantino. - Ni loca. El único que resucitó fue Jesús y fue para irse al cielo con su padre, no para quedarse entre los hombres. - Y Lázaro, te acuerdas del levantate y anda? Entre risas, ella se dejo convencer sin convicción. Miguelito era la excusa que necesitaban para viajar a Méjico. En el dormitorio Hericleia camino en punta de pies alrededor de él, girando sigilosamente. Sus círculos eran motivo suficiente para distraerlo. Se detuvo detrás de él, abrió las palmas de sus manos y con los dedos extendidos le cubrió los ojos y lo obligó a mantenerlos cerrados. Los labios de Hericleia se acercaron a la oreja de él. - Miguelito - dijo. Se rieron del fastidio que les causaba la complicidad. - Miguelito resucitó de entre los muertos, contesto él. - La vida es una tragedia predecible, no estoy soñando, dijo ella liberando los ojos de Constantino. Desnudándose, se dirigiò a un rincón del cuarto, se sentó sobre un almohadón que estaba sobre el suelo. Se fue cayendo hasta quedar acostada, inmóvil. Espero que sucediese algo mientras el deseo silencioso los unían. Constantino camino hasta llegar frente a ella y le separo las piernas. Se amaron. - Mañana iremos a la casa de Troski en Coyoacán, visitaremos el jardín de Troski que tendrá olor a tierra mojada. Pasearemos dentro del Gallinero de Troski que estará vacío. - Cruzaremos las puertas blindadas y entraremos al dormitorio donde un grupo de Stalinistas mejicanos aparentemente dirigidos por el muralista Sequeiros, intentaron asesinar a León y Nina. - En la balacera fueron disparadas 400 balas de gran calibre. Contaremos los agujeros de las balas que quedaron como moscas aplastadas en la pared y pensaremos que fue un milagro que no los mataran, también iremos a la Casa Azul de Frida Khalo, dijo Constantino. - Cómo sería Rivera? preguntó Hericleia. - Gordo, extraordinario y pretensioso. - Entonces Miguelito resucitó de entre los muertos. - Así parece. Méjico lindo y querido... Viajaron de Méjico DF a Mérida en avión. En Mérida se hospedaron en una casa de fachada afrancesada, restaurada por un arquitécto contemporáneo de Barragan. El interior minimalista parecía un claustro. Las ventanas a la calle estaban cerradas a perpetuidad y el jardín interior invadía el living. Caminaron por el Paseo de Montejo, la avenida de grandes mansiones construídas a comienzo del siglo xx. Se asombraron al ver los jardines rodear las escalinatas magníficas de mármol de Carrara. - Fue el paraíso para los Barones del hilo sisal. - Los milagros han pasado por aquí, dijo Hericleia riéndo. - Los milagros ya se fueron? Fueron a Celestún un día gris. El autobus cruzaba la Península del Yucatán en dirección hacía el mar. La ruta era un tajo espiralado entre exuberantes montañas de vegetación tropical, el autobus avanzaba debajo de una lluvia angustiosa. La guía turística que habían comprado en México DF describía a Celestún como el paraíso de playas de arenas blancas, flamencos rosados y ciénagas infectadas de cocodrilos. Imaginaron el mar alcanzando el horizonte frente a hoteles de carteles luminosos donde hombres y mujeres de curiosa piel rosada gozarían del sol arropador, sudando el descanso. En el autobus viajaban mejicanos silenciosos, indios mayas silenciosos, turistas. Constantino estaba contento porque allí conocerían a Miguelito el vendedor de hamacas . El autobus frenó bruscamente. Hericlea abrió la ventana y vió en medio de la ruta una barrera de gomas de autos amontonadas sobre la ruta. Sentado a cada costado de la misma, varios comandos armados conversaban, controlando el camino. No era el ejército, era un grupo de delicuentes organizados que estarían esperando el paso de miembros de una banda rival. Alrededor, la vegetación oscurecía el cielo. El conductor bajo del bus para hablar con los desconocidos, intercambio algunas palabras y volvió pidiendo a los pasajeros que se tranquilizaran, no pasaba nada, pronto los dejaran seguir. Una botella de leche rodo escalones abajo del bus, golpeando alternativamente primero el cuello después el culo, tic tac. El sonido de ambos golpes alarmó a los hombres, hasta que la botella estallo contra el asfalto de la ruta. Lo festejaron con carcajadas al ver la leche derramandose. El que actuaba como jefe subió al bus y señalando al pasajero sentado en el primer asiento le ordenó, - Bájese guey. El hombre obedeció en silencio. Se quedo parado frente a la pila de llantas en medio del camino, el sol que se colaba entre las hojas le golpeaba los ojos cegandolo. Espero su destino. El que actuaba como jefe de los sicarios, extendió el brazo derecho y haciendo un gesto circular que encerraba los pedazos de vidrio desparramados sobre el suelo le dijo, - Pongalos juntitos. El hombre se agacho, junto los pedazos de vidrio y los coloco sobre el asfalto. - Orale, ahorita se come los vidritos. El hombre alzó la cabeza para ver de donde venía la orden, cuando sintió que el hombro le estallaba de dolor absorbiendo la brutal patada que lo tumbo hacia un costado. - Coma y no se haga pendejo. Sosteniéndose el hombro con su mano derecha se arrodillo, con la izquierda levantó un pedazo de vidrio que sostuvo en el aire. Por un instante, todos quedaron suspendidos en un espacio vertiginoso de expectación y miedo. Se llevó la mano hacia la boca, cuando imprevistamente cambio de rumbo y con un movimiento sorpresivo corto la mejilla del sicario. 30 segundos después, las balas le segaron la vida miéntras el sicario que actuaba como jefe trataba de detener la sangre que se le escapaba entre los dedos. - Hijo de la chingada, grito – Putos turistas, andele, prendale fuego al camión. - A bajo todos fuera! Pierdanse en la chingada selva! Rociaron el autobus con petróleo, le arrojaron una cerilla encendida y el camión ardió desprendiendo la furia de las llamas. Los pasajeros se dispersaban corriendo hacia la selva. Hericleia y Constantino temblaban miéntras se alejaban sin rumbo. Los hombres gritaban alucinados, disparando sus armas al aire. Parecía una fiesta con fuegos artificiales hasta que estallo el tanque de gasolina y la muerte se fue distribuyendo entre los distraídos. El incendio se extendió hacia los bosques en una hoguera infernal. Muchos de los pasajeros no pudieron escapar las llamas ni la asfixia. Hericleia y Constantino caminaban sobre la arena blanca de Celestún. Él levantó una piedra y la arrojó al mar, las brisas del viento los envolvía suavemente. De pronto vieron al vendedor de hamacas que daba vueltas sin sentidos, se acercaron a él. - Miguelito, Miguelito, lo llamaron. Miguelito los miró con curiosidad. Como sabían su nombre penso, qué importa? Aquí todos nos conocemos. Vió las ratas refugiarse entre las dunas. Sin mirarlos les preguntó si tenían cambio de 100 pesos y siguió su camino sin esperar la respuesta. Mario Flecha Londres 2010 Este usuario no tiene textos favoritos por el momento
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