LA CAZA El capitán Mordel tenía la orden de cazarle, por eso nos había elegido, a los mejores según su criterio. Aquel al que perseguíamos no era nada fácil, así que necesitaba un buen equipo. Eramos 5 en total, desde la comisaría no aprobaron mas hombres para esta misión, así que íbamos armados hasta los dientes. A pesar de la época tan avanzada yo preferí llevar mi espada, la que me regaló mi madre y que había pertenecido a mi desconocido padre. Los demás llevaban unas carabinas novedosas, de las que tienen capacidad para dos tiros seguidos, o los dos de un solo disparo, tremenda arma; pero yo llevo, en tal caso, mi arco, uno pequeño, adquirido en el medio oriente, muy potente, no tiene un alcance tan largo, pero a corta distancia es letal. Alisté tan solo veinte flechas porque debíamos viajar ligeros.Partimos a las cinco de la mañana en punto, en caravana, llevamos un carruaje con provisiones, la verdad, luego de ver la cantidad de cosas que el capitán decidió alistar, sentí miedo, al parecer íbamos a enfrentarnos al mismísimo diablo. Traje mi camandula bendecida y un pequeño oso tallado que me dio un niño en Indonesia, se supone que me traería buena suerte. En las puertas de la fortaleza estaba el gobernador que había venido a despedirnos y a encomendarnos a su dios a fin de que regresemos con vida y pronto.Seguimos el camino hasta la villa de los monasterios, allí pasamos la primera noche. Muchos religiosos habitaban aquellos lugares así que se los consideraba sagrados, o al menos eran lugares de mucho respeto. La segunda noche descansamos a las orillas de un lago. Al siguiente día llegamos hasta un valle que se le conocía como “la fosa de los olvidados”, según nuestro rastreador, en este lugar descansaban los cuerpos y las almas de aquellos que murieron lejos de sus casas o que nunca tuvieron familia pero que pertenecieron a algún ejercito de los pueblos cercanos. Son tiempos violentos así que las guerras no dan espera y el motivo para pelear puede ser cualquiera, así que este valle estaba lleno de cadáveres, algunos, los mas antiguos aun podían apreciarse o lo que quedaba de ellos, pero a pesar de todo era un valle muy bonito, lleno de algunas flores y sin hedor alguno. Pudimos pasar nuestra tercera noche en ese lugar, hicimos una fogata y comimos algo de jabalí con frutas, un plato exquisito en manos de un joven soldado que nos acompañaba cuyo nombre era Reymi o Reimee, algo así, no sé. Aquella noche el sueño nos vino tranquilo, el cielo estaba despejado y las estrellas se veían con tanta claridad que casi podía tocarlas. Emprendimos el camino del día cuatro, nuestro rastreador, experto en su profesión, nos dijo que el objetivo no estaría muy lejos, de seguir al mismo ritmo, le encontraríamos al anochecer de este día.El capitán, confiando en su hombre, dijo que este día cabalgaríamos mas rápido pero que uno de nosotros debía ir atrás con las municiones, el equipaje y las provisiones que traíamos en el carruaje. Obviamente no era una tarea fácil, nadie quería ese cargo, así que la selección se hizo al azar excluyendo al rastreador y al capitán. La suerte me eligió a mi, así que tuve que mirar a mis compañeros partir confiando en alcanzarles hasta el final del día.Cuando caía el sol y con sed, llegué al lugar indicado y ahí estaba nuestro hombre, el objetivo, la misión; se trataba de un anciano, yacía arrodillado y maniatado, el capitán Mordel le apuntaba con su carabina. A rastras sacaron a aquel señor que yo veía tan inofensivo y lo metieron al carruaje. Ahora debíamos volver a nuestro pueblo, pero pasaríamos la noche en una de las canteras. El anciano quedó muy bien amarrado en una de las ruedas del coche. Hicieron una celebración por la victoria, hubo vino, frutos secos y pescado. Uno de los soldados tocó el tambor, yo pude ver al anciano, tan tranquilo, nos veía y sonreía. Le compartí un poco de vino y frutos secos, pero se rehusó al pescado. Dormí y tuve un sueño. Veía una enorme casa, en medio de un desierto, yo entraba en ella porque era mi hogar, adentro habían unos muebles y sobre uno de ellos dormía un gato, blanco, entonces me acerqué para darle una caricia a dicho animal; inesperadamente aquel felino saltó y me mordió en el corazón, cuando quise agarrarlo, de un brinco salió por la ventana que ahora mostraba un jardín lleno de naturaleza verde, cuando salté por la misma ventana, desperté.Vaya mi sorpresa, mis compañeros estaban muertos y el anciano ya no estaba en el lugar.Rápidamente agarré mi espada, tomé un poco de agua y busqué al rededor pistas sobre el múltiple homicidio. Me asusté, no supe que hacer, lo caballos estaban completos al igual que las provisiones. El capitán Mordel había quedado sentado, le quité su arma y entonces escuché aquella voz, la del anciano que ahora estaba detrás de mí. Con furia le pedí una explicación sobre lo sucedido, apuntando con el arma hacia su humanidad. El anciano solo pudo decirme aquellas palabras que hoy resuenan en cada paso que doy: Ahora eres libre. ¿De que me estaba liberando?.Lo único que ahora sé es que camino sin rumbo, sin patria, sin ejercito, sin amigos, sin familia, sin recuerdos, sin un techo. Solo camino y he caminado días y noches enteras, lleno de preguntas, pero les aseguro que he visto lo que otros no han visto, en sueños, en las vigilias, aun despierto, he visto el cielo abrirse, he visto la tierra abrirse. Ahora puedo escuchar aun a las piedras porque aquel anciano me dejó este legado. Y sé, al igual que él, que también me persiguen, ahora soy un fugitivo, porque soy libre y al recibir esta libertad, de la que ellos no entienden, adquirí también un nuevo conocimiento, y ellos lo anhelan pero, a menos de que sean libres no podrán tenerlo, por eso nos buscan pero aun con todo el arsenal del mundo, no podrán tenernos, no podrán encerrarnos, no podrán devolvernos a lo que eramos, porque esta libertad nos ha desatado de todo lo que el hombre desea y conoce, nos ha liberado del mundo, nos ha des-hecho. Mario Delgado