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La paciencia de lord McGregor estaba a punto de acabarse. Muchos de los asistentes al consejo parecían jovencitas asustadas. El rey había muerto, el heredero también y nadie veía con buenos ojos que la princesa Adele o la bruja como la conocían todos ocupara el trono. Recordó a la madre de la muchacha, se conocían desde niños, pero ella eligió a Sirkan. De eso hacía mucho tiempo y, aunque todos sabían que la joven jamás debería ocupar el trono. Una tierra sin rey era una tierra que pronto se teñiría de sangre. Las tierras altas peligraban gracias a los hombres de Traim, ese perro estaba empeñado en adueñarse de toda la franja norte. Allí, la costa era su mejor aliado, los acantilados impedirían el acceso con facilidad de las huestes enemigas, pero debían actuar con rapidez o Traim entraría en el reino sin dificultad. Aún tenía que averiguar quién había matado al joven príncipe. El enemigo estaba cerca, lo sentía en los huesos. Miró a cada uno de los asistentes y no confiaba en ninguno de ellos, pero estaba convencido de que el asesino no estaba entre los presentes. Lord McGregor golpeó la mesa con el puño. El ruido del golpe acalló a los hombres. –¡Debemos actuar! –gritó colérico. Lord Riajmerd, un hombre fornido con la cara llena de cicatrices por culpa de la viruela, habló en primer lugar. –Lord McGregor tiene razón, debemos actuar y pronto. Mis hombres no resistirán un ataque de Traim sin el apoyo de alguno de vosotros. Y no estoy dispuesto a sacrificarlos, mientras que aquí se bebe y se honra a un rey muerto. Lord McGregor miró fijamente a lord Conrad, un viejo guerrero, permanecía en el consejo por sus sabias recomendaciones. En la mayoría de las ocasiones eran acertadas, en otras, la sangre había corrido más de lo necesario. Aunque esta vez dijo: –Primero enterraremos a un príncipe, después hay que buscar a la heredera al trono. Nos guste o no la princesa Adele es nuestra futura reina. –Lord Conrad, la bruja… –la mirada lacerante del viejo lord acalló la protesta del más joven de los consejeros. Se trataba de lord Arrow, un muchacho que había ocupado el puesto de su padre ante su repentina enfermedad. –Me parece que ya tenemos un candidato para encontrar a la futura reina –la mirada acerada del viejo lord silenció las protestas del joven ante la misión encomendada–. Lord Arrow dispone de una semana para encontrarla o no quedará nada de este reino por lo que luchar. –¿Por qué esa decisión? –preguntó lord McGregor, consciente de que el viejo lord no hacía las cosas sin un motivo. –Porque nuestra futura reina se casará con Traim, tendremos un rey fuerte, una reina controlada por la mano de su esposo y un país en paz. Es más de lo que un viejo puede desear antes de morir. Lord Conrad se puso en pie y la reunión se dio por finalizada. Los asistentes se enzarzaron en pequeños grupos a discutir sobre las palabras del viejo lord. Aunque eran una jugada inteligente, mantener a raya a Traim a través de un matrimonio no sería fácil. Pero Adele no era una joven cualquiera, era una bruja y además con ganas de venganza. Quizá el viejo lord había actuado con una gran sabiduría. Debían encontrar a la princesa, pero no se fiaba del joven Arrow, Kendrick lo acompañaría. La oscuridad rodeaba a Adele y durante un instante ignoró dónde se encontraba. Su magia aún no era tan poderosa como para controlar ciertos poderes y el que había utilizado para escapar de los soldados de lord MacGregor era uno de ellos. Además, ese hechizo había consumido parte de su energía y durante un par de horas no sería capaz de realizar ningún otro. La joven acarició la cabeza del lobo y el animal dejo de gruñir. A Sombra no le agradaba cuando Adele lo incluía en su magia. –La próxima vez lo haré mejor –le prometió. Sombra lamió la mano de Adele en señal de aceptación. Ahora, necesitaba alejarse del Castillo de Aguas Grises lo antes posible. Sabía que lord MacGregor no cejaría en su empeño de buscarla. Aunque las palabras del maestre Reim no dejaban de resonar en su cabeza una y otra vez. El viejo soldado no había podido decirle quién era El Cuervo. Pero fuera quien fuera, había matado a su hermano y no descansaría hasta vengarle. –Vamos –le dijo al lobo y comenzó a caminar. Cuando los ojos de Adele se acostumbraron a la falta de luz, supo que se encontraba en una de las bodegas del castillo. Agudizó el oído y escuchó que era la más próxima a las cocinas. Observó como los criados deambulaban por la estancia oculta tras un par de barriles de harina. Susurró unas palabras al oído del lobo y el animal se dirigió a cumplir su orden. Un instante más tarde, Sombra le entregó un par de prendas de vestir. Adele ignoraba de dónde había podido sacarlas sin que nadie advirtiera su presencia, pero le agradó que estuvieran limpias. Se trataba de la ropa de una de las doncellas. Adele salió deprisa de su escondite, pero justo cuando pensaba que escaparía de las cocinas sin ser descubierta una de las encargadas; una mujer que tenía el tamaño de dos barriles de cerveza juntos, le gritó: –¡Eh!, ¡Chica! Saca a ese perro sarnoso de mi cocina y después súbele la cena al capitán Kendrick! –Adele no supo qué hacer, pero la llegada inesperada de un par de hombres de lord MacGregor que desde dónde se habían posicionado no podían ver a Sombra, le hizo decir: –Sí, señora, ahora mismo. Adele abrió la puerta y el lobo salió al exterior. Después gracias al gorro que ocultaba su pelo pasó por delante de los soldados con una bandeja sin que descubrieran su identidad y se encaminó al cuarto del capitán Kendrick. El castillo bullía con los gritos de los que anunciaban la muerte de su hermano. Al día siguiente, darían sepultura a su cuerpo, lamentaba el no poder asistir. Pero, lord MacGregor no era un hombre fácil de engañar, tarde o temprano daría con ella y no tendría misericordia. Adele golpeó la puerta de la habitación del capitán y entró. Parecía que se había recuperado del susto que ella le había dado, una sonrisa apareció en su cara al recordar su grito. Adele había ocultado de la vista de los soldados un cuchillo de la cocina. Ahora lo guardó a su espalda y se acercó muy despacio. El capitán parecía dormir, pero de pronto se encontró en la cama y con el cuerpo del hombre reteniéndola. –Nunca olvido una cara bonita, alteza –le dijo–. Y la suya lo es. –¡Maldita sea! ¡Suéltame! –Adele se retorcía sin conseguir liberarse. –Si me promete no convertirse en un lobo. –Te asustaste muy fácilmente –Kendrick apretó la mandíbula y no contestó. –Todos los días no se ve a una bruja. –Esta vez fue Adele la que tensó los labios de su rostro, era claramente un insulto. –De eso puedes estar seguro –alzó la rodilla y golpeó la entrepierna del capitán. Se giró y montó a horcajadas sobre Kendrick mientras le amenazaba de nuevo en el cuello con un enorme puñal. El capitán intentó golpearla, pero Adele apretó el puñal en su garganta. –No es una buena idea. –Algún día… –comenzó a decir, pero Adele emitió unas palabras y el capitán dejó de hablar. –Algún día podrás matarme, mientras confórmate con esto. Sin medir las consecuencias le besó. El grito de Kendrick alertó a los hombres que celebraban en el salón la muerte de Sirkan. De pronto, el silencio se extendió entre ellos al escuchar el aullido de un lobo. —¡Por todos los demonios! –exclamó lord Xairon—. ¡Eso ha sido un sonido del infierno! Lord MacGregor, el jefe del Clan del Norte, se puso en pie y gritó: —¡Es ella! –los pertenecientes al clan de MacGregor desenvainaron las armas y salieron en busca del lobo, capitaneados por su lord. Entretanto, Sombra en compañía de Adele olfateaba cada puerta que encontraba en su camino en busca del príncipe Fiodo. Cuando dieron con la estancia, escucharon los gritos de los hombres que la andaban buscando con lord MacGregor a la cabeza. Adele recuperó su figura humana y abrió la puerta tan solo cubierta por su propio pelo. Su hermano yacía en mitad de un charco de sangre. Un puñal atravesaba su pecho y el maestre Reim se hallaba herido de gravedad en otra parte del cuarto. Se agachó junto a su hermano, pero ya estaba muerto. Adele lloraba de impotencia y lo acunó en sus brazos con desesperación. Un gruñido de Sombra a su espalda le advirtió de que pronto los hombres de lord MacGregor la encontrarían. —Él… —susurró el maestre Reim y alargó la mano para llamar la atención de la princesa. Adele dejó su preciada carga con cuidado en el suelo y se acercó al leal sirviente de su hermano. —¿Quién ha sido? –preguntó y le sujetó la mano. —Él… —pronunció con hilo de voz, luego Reim agarró a la joven por el pelo y acercó su oído a su rostro—. El cuervo. Adele desconocía qué significaban esas palabras, pero el maestre Reim no diría ninguna otra. Le cerró los ojos y se preparó para enfrentarse a los hombres que habían entrado en la habitación. —¡Bruja! –gritaron, aunque todos admiraron la desnudez de la joven, ninguno se dejaría tentar por su diabólica belleza y al unísono chillaron—: ¡Muerte a la bruja! Adele giró sobre sus talones, un halo de luz inundó la habitación y cegó a los hombres durante un instante, después la princesa y el lobo desaparecieron. El desconcierto reinó un segundo entre los soldados, pero eran hombres curtidos en la batalla y habían presenciado hechos sorprendentes. Aunque se miraron unos a otros con temor hasta que vieron a Lord MacGregor acercarse al cadáver del príncipe. —Heilin, convoca al Consejo. —Sí, mi señor. ¿Qué debo decirles? –preguntó el soldado, un hombre con escasa barba y una enorme cicatriz en el rostro, quién esperó con ansiedad la respuesta. —Deben prepararse para lo peor y nosotros también –Se giró despacio y miró a cada uno de sus hombres—. La guerra ha comenzado. El Castillo de Aguas Grises era una construcción de piedra negra y altas torres, cuya inexistente belleza había sido erigida sólo en función de su carácter defensivo. El capitán condujo a su caballo con el cuerpo del rey hasta el patio de armas. Los habitantes del castillo temían la muerte del monarca y, a la vez, se miraron aliviados al contemplar el cuerpo sin vida del rey. Todos y cada uno de ellos habían sufrido la represión de Sirkan y, ahora, nadie lloraría su muerte. Kendrick, como se llamaba el capitán, recuperó el aliento. Había recorrido una larga distancia hasta el castillo, aunque no presentaba ninguna herida de gravedad estaba exhausto y, si no se sentaba pronto, caería de rodillas al suelo. —¡Es vuestro rey! ¡Enterrarlo!Sus gritos sacaron a los habitantes de Aguas Grises de la ensoñación silenciosa que los envolvía, y de repente, un ajetreo propio de un sepelio de un rey se extendió por sus muros. Kendrick entregó las riendas de su caballo a un joven mozo y luego se desplomó en el suelo. Entretanto, dentro del bosque que rodeaba el castillo, al que todos conocían como El Bosque de los Ahorcados, por los hombres ajusticiados en él, Adele esperaba paciente a que llegara la noche. Cuando las primeras sombras aparecieron y el castillo quedó cubierto por una espesa niebla, la joven envió a su compañero, el lobo, a inspeccionar las inmediaciones del castillo. A esa hora, todo el mundo celebraría de una manera u otra la muerte de su padre. También, empezarían esa misma noche las luchas por el poder. Tenía que salvar a su hermano o temía que alguno de sus lores le asesinara para alzarse con el trono. El lobo regresó a su lado y la miró fijamente a los ojos. Adele acarició su cabeza, se sentó en el suelo y entonó las viejas palabras que la convertían en una de la manada. Cuando su cuerpo sufrió la transformación, la luna había desaparecido por la niebla y ella se adentró por un pasadizo que comunicaba directamente con el castillo. Su padre había sido un hombre precavido y lo construyó para huir si el enemigo invadía su fortaleza. Pocos conocían de su existencia y quiénes lo construyeron hacía tiempo que fueron masacrados para salvaguardar el secreto de Sirkan. Adele atravesó un oscuro corredor de laberínticos caminos construidos para perder al invasor. Gracias a su olfato no tuvo problemas en cruzarlo. El pasadizo conducía a una parte casi olvidada del castillo, la habitación de su madre. El rey había impedido a nadie adentrarse en ese cuarto cuando su madre murió, así que sus cosas aún se conservaban igual que entonces. Adele recuperó su forma humana, durante un instante sufrió el dolor propio de la transformación, un frío sudor cubrió su cuerpo y empezó a tiritar. Con esfuerzo se incorporó del suelo y buscó en los baúles de su madre algo con que tapar su desnudez. Encontró un vestido sencillo, sin adornos y de color gris. Se miró un instante en el polvoriento espejo y creyó ver a un espectro. Sus ojos destacaban aún más sobre su pálido rostro. Adele buscó una de las dagas que su padre gustaba de regalar a su madre y se la ajustó a la cintura.—¡Lobo! Averigua si estamos solos –ordenó a su compañero.El lobo se acercó a la puerta, Adele la abrió y el animal se adentró en la oscuridad del castillo. Un instante más tarde, un gruñido le advirtió a la joven de que su amigo había encontrado a un adversario. Desenvainó su daga y se dirigió hacia dónde se encontraba su compañero. Este usuario no tiene textos favoritos por el momento
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