• Monica Palacio
momapaco
Las letras de toda persona contienen la firma de su alma. Compartirla sin duda lo mejor partiendo del hecho que lo esencial es invisible a los ojos.
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  • País: Colombia
 
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Autor: Monica Palacio  312 Lecturas
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Sombras de espuma
Autor: Monica Palacio  327 Lecturas
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Mírame
Autor: Monica Palacio  341 Lecturas
Invítame a elevarme En tu azul infinito. Préstame tus sueños Que yo te regalo los míos Para que te sumerjas En lo que puedo sentir.
Sin titulo
Autor: Monica Palacio  316 Lecturas
A mis jazmines un día Los encerraron en un gran planeta Plateado, transparente y rojo, pero Solo. No habían ojos que pudieran mirarlos, No había algo que tan sólo pudiera acariciarlos. Sólo una mariposa los miraba Lejana y fría. Sólo una mariposa violeta, los Contemplaba; pero nunca supo quererlos. Mis jazmines fueron creciendo, tomaban colores hermosos pero   opacos y tristes, no podían ser fuertes, no podían brillar, no podían siquiera llorar. Un día crecieron tanto, tanto que tuvieron que morirse por no soportar menos sequedad; tuvieron que elevarse en un espacio verde, azul y rojo llamado cielo, elevarse con las alas violetas de una mariposa lejana y fría, que aunque no los quería tuvo que darles sus alas, de tanto que la habían querido, de tanto que habían deseado tenerla cerca. De tanto que quisieron volar y ser violetas. 
Violetas
Autor: Monica Palacio  304 Lecturas
  A veces entonces pienso en algo y me sumo en un profundo silencio. Silencio verde y azul rodeado de mariposas, para recordar tus ojos. Una proyección inmensa va de mi corazón a tu risa, va de mí piel a tus labios. Un hilo transparente quiere unir sueños en un prolongado atardecer, un corazón transparente quiere unir luces en un inesperado suspiro. Yo simplemente quiero esperar y ver qué sucede con mi trasparencia inventada, con tu humedad cercana, y con tu voz en mis oídos.
Sin titulo
Autor: Monica Palacio  325 Lecturas
Pacho salió corriendo, no quería mirar atrás porque se convertiría en estatua de sal… Habían pasado muchos años. Pacho no recordaba ya a Angélica,  la muchacha pelirroja, con pecas en la nariz y en el pecho. La muchacha de pelo alborotado y crespo que lo había enloquecido a los veintitantos. La muchacha que hablaba mientras dormía. Pasó en pleno centro de Medellín, exactamente veinte años después de aquel tremendo susto. A su lado una mujer de  un pelo rojo brillante lo había encantado. En su mente no afloró ningún recuerdo. Pero adentro, donde debe quedar el alma del corazón algo se movió, se retorció, pensó que era el dolor del amor, lejos estaba de saber que la pelirroja magnifica era ella, Angélica.  -Con la A de Angélica se escribe amor -  Le había dicho ella aquella noche que pasaron juntos. La única. Esa si no la había olvidado.  Él había descubierto para ella las pecas que nadie había visto. Las indiscretas que se asomaban al abismo de sus senos y que tantos guiños le habían hecho  mientras las espiaba. No supieron si fue el amor lo que hicieron esa noche, pero a Pacho se le pareció. Angélica tampoco había olvidado aquella noche. La primera de muchas noches que le eran un misterio, pues luego de una velada maravillosa, ya en la mañana, los hombres salían corriendo de su casa y de su vida; algunos se iban  sin decir nada, otros con el horror asomándose a los ojos  y   fue Pacho quien inauguró una larga serie.  Pero a él, a Pacho no lo había olvidado, no podía, fue el único que no se volteó a mirarla por última vez al salir de su casa. Fue al único que no le vio el horror pintado en los ojos. En el centro de Medellín era imposible percibir el olor de esa mujer, pero Pacho lo tenía metido en la nariz y el corazón. ¿Quién era?, ¿Cómo hablarle? ¿Qué decirle? No se le ocurría nada.  La voz era la de una mujer madura, 40 años tal vez, calculó Pacho.  Estaba con un grupo de turistas, les ensañaba el centro de la ciudad y ya había descubierto que Pacho la seguía.  Agitó con más gracia su pelo, abrió más la boca al pronunciar  palabras mágicas, abrió los ojos de manera que se podía ver la miel corriendo por ellos. Pacho estaba paralizado, embrujado. Ahora si que era una estatua de sal. Ese día Angélica  se vistió sin ganas. Acababa de cumplir cuarenta y no estaba animada. Esa cifra no  le gustaba. Bajó del metro con su grupo de turistas en la estación Alpujarra y al pisar la última escala vio a Pacho, lo reconoció y pensó en salir corriendo.  Pensó que él tenía la boca abierta porque la quería saludar,  solo un rato más tarde supo que Pacho no la había reconocido. Angélica tenía el corazón en la boca, no sabía qué hacer. Pacho no le quitaba los ojos de encima y a pesar que cada vez ella recordaba con más nitidez  aquella noche, él más se alejaba de ese recuerdo  por el embrujo de la mujer madura presente en el tumulto de la calle.  A los veinte años Angélica era apenas una niña. Muy flaca, muy alta y con una mata de pelo que todos envidiaban.  Pacho no podía recordarla, nada que ver con la mujer del metro: extrovertida, agitada, dominante, llena de mundo y con una gracia increíble, su risa no podía evocar en ningún momento aquella niña. Pacho por su parte había sido siempre un hombre atractivo, a los veinte Angélica se dejó seducir por su mirada decidida, por la risa loca después de los besos. Era insolente, alto, pelo tirado en la cara, y sin tomarse el trabajo de peinarse salía de la casa a tomarse el mundo a dos manos. Pacho tuvo un miedo terrible cuando Angélica decidió sonreírle. De  nuevo las entrañas se movieron y el cólico ya no era de amor, era de verdad. Evocó en ese instante la niña Angélica, recordó aquella mañana y  quiso salir corriendo de nuevo.  - Hace veinte años dejé a Angélica en la cama, se dijo. Si,  hace 20 años él estaba espantado cuando Angélica  despertó y lo miró sonriente como si no hubiera pasado nada. Las palabras que dijo mientras dormía lo habían atormentado durante muchos años luego de esa noche - ¡Angélica, Angélica, cariño!  Trató de despertarla, pero parecía una roca aferrada a  las sábanas, anunciando las profecías más terribles. Sabía que Angélica nunca entendió su huida, pero aquella mañana no podía mirarla más. Si la miraba moriría de horror, fue lo que le escucho decir varias veces, prefirió irse enamorado de la linda y dulce Angélica a sufrir el horror anunciado por ella mientras dormía. Pacho, el pobre Pacho, no volvió a ser el mismo. Finalmente las profecías de Angélica se habían cumplido. Estaba solo y con la cabeza atormentada por tantos fracasos. Era un fiasco, su valentía se había transformado en una obsesión de ser mirado y perseguido, su pelo despeinado ahora lucía pulcro e impecable, no podía dejar de peinarse una y otra vez, ya el mundo no cabía en sus manos, hace tiempo se le había escapado, e iba de aquí para allá, de una mujer a otra, sin éxito, debido a sus tormentos.  Lo único que quedaba de aquel seductor, era su sonrisa blanca, alineada, llena de vida. Eso y sus ojos transparentes como agua. Aquella tarde  en el centro de Medellín en el segundo posterior a la sonrisa de Angélica  Pacho  recordó todo esto y el estómago le dolió aún  más. Estaba empapado de sudor. Angélica se dio cuenta que su hermosa sonrisa era una mueca de dolor. - ¿Te puedo ayudar? Le preguntó. Él asintió porque ya no podía hablar. Llegaron al hospital del centro y en dos minutos Pacho escuchó a la pelirroja dándole sus datos  a la enfermera.  - El señor es Francisco Ayala, vive en Boston, nació el 20 de noviembre de 1968  y necesita que lo atiendan rápido porque se está muriendo. Yo me llamo Angélica Salazar. – Parentesco?  mmm ex novia ¿se puede?   Pacho se durmió en la camilla antes de ser atendido. (Angélica dirá más tarde  que se desmayó por el impacto).  El dolor de estómago desapareció. No tenía nada. Fue un cólico de amor, dijeron las enfermeras con los ojos llenos de placer.  Angélica le ayudó a despertar, dulce, linda como él la recordaba. Pacho la miró, la miró largo rato mientras se acomodaba en la camilla realizando lo que había pasado. Ni una sola palabra, solo miradas y recuerdos que iban de aquí allá, sacando alguna sonrisa. Cuando Pacho al fin pudo hablar, le dijo: ¿De qué hablas cuando duermes? Angélica no entendió la pregunta. No sabía de qué estaba hablando. Pero con un mechón de pelo en la cara le dijo: - Solo te diré lo que quieras escuchar si prometes no salir corriendo en la mañana. Se sonrojó. Esa noche fue la mejor de todas. Con los años Pacho  entendió que el afán y la prisa no hacen parte del  arte de amar y en  la mañana sin haber dormido nada levantó valiente la mirada. Angélica estaba derrotada y como era costumbre  cuando venía un hombre a su casa dejó la puerta abierta. Él encontró el valor que no tuvo a los veinte y le dio un beso  largo. Fue la primera vez. Angélica  sonrió radiante, no sabía cómo pero esta vez Pacho, no salió corriendo. Respondió sonriente su beso y le dijo: y tú, ¿de qué hablas cuándo duermes?  

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