Feb 27, 2013 Feb 25, 2013 Feb 24, 2013 |
2da Parte Cinco años serví indecorosamente a Sara, cumpliendo todas y cada una de sus exigencias y cada día que pasaba se acumulaba más el odio que sentía por ella. Soportando sus gritos y maldiciones para que la atendiera lo más rápido posible; soportando los terribles insultos y gritos desgarradores que le ocasionaba su enfermedad a cada momento; soportando el eco desalmado en mi cabeza de todas las palabras que escupía incoherentemente. A mis veintidós años conocí a una bella mujer de la cual me enamoré perdidamente. Su nombre era Vannesa. Me cautivó su belleza, su hermoso y largo cabello negro, su fino y delicado rostro y su maravilloso corazón. Me sorprendió el haber encontrado y amado a alguien con el mismo nombre de mi difunta madre. Cuando ambos nos tuvimos la suficiente confianza le conté todo lo que había vivido y en sus brazos encontré un gran consuelo. A los pocos meses le propuse matrimonio y tanto era su amor por mí que decidió aceptar vivir conmigo y con Sara, puesto que mi promesa me impedía abandonarla. La enfermedad de mi madrastra empeoró y con ella mis deseos de que una mañana yo despertara y la encontrara sin vida para irme lejos de esa casa, llena de sufrimiento y odio, con mi amada Vannesa. Mi esposa no tardó mucho en comprender lo que sentía por Sara. Día a día el odio que había podido calmar con la ayuda de Vannesa surgió de nuevo en mí como una ola siempre regresa a la playa. A cada momento retumbaban en mis tímpanos los gritos de odio y dolor de Sara. Me encontraba al límite de mi propia conciencia hasta que un día lo decidí todo. Vannesa se fue a dormir a una de las habitaciones del segundo piso. Me pareció escucharle que se sentía muy cansada así que se acostó temprano. Era tanto el odio que me invadía que difícilmente me podía concentrar en las cosas que hacía. Me quedé sentado en un sillón, en la sala. La luz de la luna traspasaba los cristales de la ventana junto a mí. Ya era más de media noche y no podía conciliar el sueño. Cada vez que cerraba los ojos se me esclarecía la figura de Sara en su cama, agonizando e insultando todo lo que podía insultar. De pronto escuché la voz de Sara en lo alto de la casa: gritaba lo mucho que me odiaba ella y mi padre. En un desenfrenado intento de callarla fui rápidamente a la cocina con la visión un poco borrosa, tomé un cuchillo y subí por las escaleras. Mi mente no podía escuchar otra cosa más que los gritos de Sara torturándome el alma. Llegue ante su habitación y de un solo golpe derribe la puerta. Ahí, sobre la cama, entre las sabanas manchadas con sangre por la tos violenta de mi madrastra, la vi, gritando frenéticamente las mismas palabras por las que había excedido mi odio. Me abalancé contra Sara y la tiré violentamente al suelo y entre sus gemidos y gritos de dolor y mis gritos de desesperación y odio incontenible clave el cuchillo en ambas piernas de Sara. Después comencé a apuñalarla frenéticamente y de manera brutal en el pecho gritando y llorando hasta que ya no pude más. Dejé el cuchillo clavado en su cuerpo y enseguida caí al suelo, inconsciente. A la mañana siguiente tenía un amargo sabor en la boca, casi sin saber cómo, me puse de pie con la visión nublada. La luz del sol entraba por la ventana y me daba justo en la cara. La habitación en la que me encontraba despedía un intenso hedor a sangre y víseras. No tenía idea de lo que pasaba. Cuando por fin pude obtener una visión clara me llevé una espantosa sorpresa al ver que mis manos y mi ropa se encontraban bañadas en sangre, al tener una idea de dónde me encontraba una escena brutal se levantaba ante mí, mi corazón parecía estallarme en el interior cuando el terror invadió mi cuerpo: una mujer joven de cabello negro se encontraba masacrada en el piso, teñida completamente en sangre y con un cuchillo clavado en el pecho. Mientras tanto, desde la habitación contigua la voz desgastada de una mujer enferma me llamaba con gritos e insultos. FIN El odio es un sentimiento tan poderoso que en el momento en el que toca el corazón nubla la visión como la niebla más espesa nubla los ojos. ¿Cómo alguien podría controlar tanto deseo de hacer daño? ¿Cómo podría una persona librarse de tan horrible sentimiento que podría llevar a la destrucción, a la peor de las destrucciones? Avanza lentamente por la oscuridad y, al igual que un depredador, asecha a su presa y se abalanza a nuestro ser y lo despedaza sin piedad alguna hasta saciarse Mi padre, Isaac Morck, y mi madre, Vannesa, conocieron y lograron disponer y disfrutar de largos años del gran amor que se tenían. Bañados por el delicado manto de su pasión no tardaron en realizar uno de sus más grandes sueños: tener un hijo y, gracias a Dios, yo fui quien pudo hacerlos muy felices. Nací bajo el cálido abrazo del otoño, en el mes de septiembre, yo fui su único hijo, Edgar Morck. Sintiéndose muy dichosos por mí, mis padres hicieron todo lo posible para que nunca estuviese solo y nunca me faltara nada. Pero no todas las historias tienen que ser llenas de felicidad y en esta historia, como en cualquier día, ha tenido su brillante amanecer y como en todos los días las sombras se comenzaron a pronunciar al atardecer, garras negras se deslizaban en el suelo esperando atrapar y asfixiar algo a su paso. A mis nueve años de edad fui testigo del trágico fallecimiento de mi madre cuando ella cayó desde el segundo piso de nuestra humilde casa. Nunca llegué a comprender del todo cómo es que aquellas cosas llegaban a pasar, ¿acaso lo merecíamos? tal vez se trataba de un capricho del destino. Yo tenía que soportar esa gran pérdida y mi padre aún más. Mi mamá, por ordenes de mi padre fue enterrada cerca de nuestra casa. Desde aquel momento tuvimos que enfrentar un largo periodo de soledad y tristeza a pesar de estar juntos, mi padre jamás pudo recuperarse del todo. No he de mentir, aún me duele recordar aquel día en que perdí a mi madre pero no podía quedarme atado a ese momento ni a ese mal recuerdo, sin embargo el dolor que mi padre experimentó fue insoportable, una larga espada le había atravesado el corazón y el alma.Solo al cabo de un par de años llegó esa mujer a nuestra casa, Sara Colinn. Sara fue muy bien recibida por mi padre y ella poco a poco lo fue envolviendo bajo sus encantos femeninos, como el canto de la sirena atrae a los marinos a estrellar sus naves contra las rocas para hundirlos en las oscuras y profundas aguas. Lentamente mi padre me fue apartando de su lado hasta que por fin planificaron su boda. Nunca llamé a Sara como un hijo debía llamar a su madre porque en el fondo yo sabía que esa mujer solo quería apartarme de su camino. Cuando cumplí los diecisiete años de edad Sara enfermó, lo que la llevó a no poderse levantar de su cama. Desde entonces nunca salió de su habitación. Mi padre, al sentir que en su corazón brotaba de nuevo el miedo a quedarse solo por segunda vez se dedicó a atender a Sara hasta más no poder, sin tomarse tiempo para pensarlo enseguida acudía a sus llamadas. Eso fue lo que lo apartó de mí por completo y no se daba cuenta de que cada día empeoraba su salud tanto física como mental. Al tratar de que abriera los ojos ante lo que en verdad hacia solo conseguí que me llegara a odiar, como Sara lo hacía. Cegado por el miedo a mi padre le sobrevino una enfermedad del corazón que acabó con su vida rápidamente. Pero ante tal situación, antes de morir me hizo prometerle que cuidaría de Sara. ¿Cómo me pudo haber hecho eso mi propio padre? Él quería que yo cuidara a esa despreciable mujer. Solo por haber sido esa su última voluntad no pude negarselo. Después de haber aceptado las peticiones de mi padre él falleció y lo sepulté junto a la tumba de mi madre. Y desde afuera de nuestra casa, cada vez que visitaba sus tumbas, miraba en secreto y con un increíble odio hacia la ventana con blancas cortinas del segundo piso, miraba con desprecio a aquella habitación en la que yacía enferma mi desagradable madrastra. Pero no tenía más remedio, lo había prometido, y aunque se lo había prometido a una persona que me llego a odiar, tenía que hacerlo... La segunda se publicará el 26 de Febrero de 2013 a las 16:30hrs. Tiempo del Centro de México, Gracias. Muchos, por no decir la gran mayoría, de mis conocidos me consideran como un maníaco excéntrico con suerte, en cambio yo me llego a considerar como una persona apasionada por todas las cosas a las que me dedico; aunque tengo muchos amigos debo mencionar que soy una persona un tanto tímida pero decidida y también debo admitir que mi tipo de diversión es algo muy exigente, algo que los demás jamás podrían llegar a entender, bueno, pensando en ello tal vez tengan razón en llamarme maníaco. Heredero a una increíble fortuna y de una lujosa pero tétrica mansión no pensé que algún día me pudiera hacer falta algo, desde luego que no me preocupaba nada en el mundo pues heredé todo lo que poseo hasta ahora desde los catorce años. Hasta la fecha no he extrañado a mis padres pues nunca llegamos a tener una gran relación en su vida; mi padre era un gran e importante hombre de negocios lo que significaba que, por su trabajo, no podía dedicarme tiempo de caridad. Por otra parte mi madre era una mujer despreocupada, distraída y con la visión llena de dinero pues pasaba la mayor parte del tiempo comprando cosas que no nos hacían falta. Mi padre nunca tuvo deseos de cambiar su forma de ser y recordar así que tenía un hijo, pero mi madre no siempre fue así, ella me trató con mucho amor en mis primeros años de vida pero lentamente me fue haciendo a un lado, así que tuve que encontrar algo para distraerme mientras ellos no estaban a mi lado. Entre todo esto creo que también heredé el gusto de mi madre por comprar cosas inservibles, tal vez tengan razón en llamarme excéntrico. En fin, después de muchos años de vivir en la mansión de mis padres, me mudé a los veinte años, no soportaba permanecer más tiempo en esa casa lúgubre. Pude conseguir una morada perfecta para mis gustos. Así pasé mucho tiempo, tranquilo, disfrutando de las cosas que tenía, no eran muchas pero me agradaban. Sin embargo era inevitable que aquello ocurriera, llego un día en el que me sentí muy aburrido, cansado de estar con mis amigos, de estar en casa, de hacer lo mismo siempre. A los pocos días de haberme sentido así en el periódico de la región se anunciaba la terrorífica noticia de que a una persona de nombre Adam Wells lo habían encontrado decapitado en la mansión Lauper, mi mansión que había heredado y que desde hace tiempo no visitaba. La policía nunca me buscó para informarme, nunca me investigaron y no sé por qué, ninguno de mis amigos tampoco me preguntó nada con respecto a mi mansión lo cual sentí como un gran alivio pues nunca me gustaron los interrogatorios. Me mantuve aislado del mundo exterior sin salir de casa por una semana, algo extraño en mi y en la calle me hacía permanecer encerrado en mi habitación, tanía la sensación de que alguien me vigilaba desde las sombras, era un extraño sentimiento del que pensé que estaba olvidado en el pasado. Después de todo este raro suceso no tardé en recuperar el estilo de vida al que me había acostumbrado. Una noche se me ocurrió una gran idea, algo realmente fantástico y tenebroso me recorría el cuerpo y mente. Debía decírselo a mis amigos. Al día siguiente me reuní con ellos en un restaurante que me agradaba en lo personal y les comuniqué mi idea. Les dije que los llevaría a dormir a la mansión de mis padres. Claro, sus primeras reacciones fueron las de alguien que observa a un extraño bicho... al principio no estaban de acuerdo conmigo pero, como el hombre insistente que soy y por la gran confianza que me tenían, los logré convencer de aceptar mi invitación. Todos se encontraron listos para ir a la mansión. Esperamos a que la tarde cayera sobre nosotros y, acompañados por el comienzo de la noche nos adentramos en los terrenos de mi propiedad. Al entrar por las dobles puertas de la mansión una ola de recuerdos amargos me invadió pues toda mi solitaria niñez se encontraba por todas partes a las que miraba. La noche avanzaba lentamente y todos se la estaban pasando de maravilla a pesar de que en aquel lugar se había cometido un atroz asesinato. Yo me encontraba un tanto nervioso pues los recuerdos aún me revoloteaban en la mente. Después de un par de horas todos se encontraban muy agotados, así que les indiqué sus respectivas habitaciones en las que dormirían. Mis cinco amigos se habían sumergido en un profundo sueño alrededor de la una de la madrugada. Yo no podía conciliar el sueño por el tortuoso aburrimiento que de repente envolvió mi cuerpo. Estaba lleno de una inexplicable ansiedad. Solo traté de cerrar los ojos y dormir… Aún no puedo creer que cuatro años ya han pasado desde la última vez que visité la mansión de mis padres. Una noticia alarmante que duró varios meses horrorizó a las personas de la región después de que mis amigos y yo fuimos a la mansión. Aún conservo los periódicos que relataban la absurda historia de cómo cinco personas que, bajo la influencia del alcohol se desenfrenaron en una orgía de sangre que los llevó a la muerte. Cada vez que pienso en ello no puedo evitar soltar una carcajada al saber que nunca pudieron atrapar al asesino de aquellas personas idiotas de hace cuatro años, al estúpido bagabundo Adam Wells que intentó robar los objetos valiosos de la mansión y por supuesto, nunca pudieron atrapar al asesino de mis padres. Tal vez tengan razón en decir que tengo suerte. Era casi medianoche, la fuerte tormenta azotaba los edificios sin piedad y las gotas chocando contra la ventana del departamento eran como golpes de almas queriendo entrar a su morada, queriendo escapar de algo maligno que merodeaba por las calles. La oscuridad parecía crecer a cada segundo y la llama de una vela a punto de terminarse era su única fuente de iluminación, la tormenta había causado un apagón y él debía terminar sus escritos. El viento silbaba, gemía, se lamentaba, portaba mensajes de muerte que no muchos podían entender, el ambiente se volvía pesado, algo malo estaba a punto de ocurrir. El anhelo por terminar de escribir tomó el control de sus dedos, como si una fuerza mayor a la suya quisiera que estuviera terminado este trabajo, faltaban siete minutos para el final de este día. Algunos rayos encendían por fracciones de segundo la estancia, proyectando sombras por doquier, figuras diabólicas que lo observaban en cada movimiento. Al cabo de unos segundos el fragor de los truenos retumbó por todas partes… Nadie pudo escuchar a aquel ser extraño que entraba al edificio, la tormenta lo impidió. Solo el escritor sabía que alguien lo visitaría a esas horas, en esas condiciones de clima, y solo con un propósito. El portero no se percató de su presencia. Bajo una larga gabardina de piel completamente empapada y un sombrero del mismo material y en las mismas condiciones que la gabardina se ocultaba una persona cuyo rostro era imposible de ver, no solo por la oscuridad. Su forma de caminar era bastante extraña, parecida a la de alguien que ha bebido mucho, cabizbajo y con paso lento y torpe el personaje llegó arrastrando los pies hasta el ascensor, dispuesto a irrumpir en la morada. El tiempo corría deprisa, el escritor podía sentir algunas gotas de sudor resbalando por su frente, su nerviosismo se aferraba a él pues el trabajo aún no estaba terminado. Los segundos transcurrían, las gotas seguían su paso ahora por sus mejillas, los lentes se empañaban y su respiración se volvía más forzada. En un mal movimiento la punta de la plumilla que utilizaba se incrustó en su mano izquierda, con la cual sostenía las hojas, algunas gotas de sangre mancharon su trabajo, ya no tenía importancia. El extraño personaje de gabardina llegó al pasillo donde el departamento al que debía entrar se hallaba a escasos metros, la tormenta cobró más furia, era hora de terminar esto. La figura recorrió el lugar, sabía a dónde tenía que ir. El escritor, temeroso confiaba en su habilidad con las palabras… se encontró con la última línea de su trabajo al cabo de unos segundos. Tocaron a la puerta con violencia. El escritor se sobresaltó como si hubiesen tocado a su misma alma en vez de a la madera, el sonido se propagó cual trueno. Con mano temblorosa continuó escribiendo, como si su vida dependiera de ello. Se escuchó un segundo toque a la puerta al tiempo que un rayo iluminaba el lugar dejando ver por escaso tiempo aquellas demonios que observaban misteriosos a quien escribía. Un tercer toque y el escritor culminó su trabajo soltando la plumilla en el suelo, respirando agitadamente y quitándose los lentes torpemente para descansar su vista… el extraño en la puerta se había ido. Este usuario no tiene textos favoritos por el momento
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