La noche es mala consejera. No me gusta la noche, salvo cuando trae el descanso y el sueño, y es sólo un impasse hasta el nuevo día. Pero cuando las zarpas del miedo se alojan dentro de mí, entonces la noche me envuelve de nuevo en su manto negro, y todo son tinieblas, sombras, temor irracional. Cuando el sueño se hace de rogar, es mejor no rogarle, porque es como aquel amante al que cuanto más se ama, más nos daña. Mejor olvidarle, fingir que no importa, y salir a la noche, aunque el temor nos atenace la garganta y no nos deje respirar. Esta casa es más grande noche, parece que aloja fantasmas de vidas pasadas, aquellos que no veo durante el día, pero que ahora me susurran y me llaman. Me tapo los oídos, pero ellos siguen ahí, alojados en un rincón de mi cabeza, agazapados. Y entonces decido que será mejor abrirles la puerta, verles la cara. Recorro una a una las habitaciones, descalza; no quiero hacer ruido. Habitaciones vacías desde hace ya tiempo, habitaciones que ya no conservan el calor ni el alma de quienes las habitaron. Entro en la primera, abro el armario: un par de camisas que ya no le servirán; sus hombros son ahora muchos más anchos, una sudadera ya vieja, con el logotipo del instituto. Me la llevo a la cara, pero ya no noto su olor...........hace tanto tiempo ya que no tengo que entrar cada mañana a las siete y tocarle en el hombro..........despierta. Un breve toque basta, siempre ha tenido el sueño ligero. Qué complicado, ahora que ya es un hombre, llegar hasta él. ¡Cuantas veces me trago las ganas de acariciarle la cabeza, de abrazarle! Pero ya tiene su vida, como debe ser, y las madres no debemos interferir si no nos llaman. El cordón se ha cortado hace tiempo, y así ha de ser. Ley de vida. Pido a Dios que le proteja y le guíe, no sé si yo supe hacerlo cuando estaba a mi lado. Cierro la puerta y entro en la habitación de enfrente. En este armario hay más ropa, y al fondo, casi escondido, me da vergüenza decir que todavía guardo aquel vestido minúsculo, de cuando era un bebé de apenas un año. Pero su verdadera esencia todavía se conserva en el baño: gomina, su champú, coleteros, mascarillas, la esponjita para el acné. Tendría que haber tirado hace tiempo esas cosas; cuando vuelva la esponja no servirá, y lo demás tampoco. Pero arrojar esos tarros fuera significa que se ha ido del todo, y no quiero pensar que sea verdad. Hace un par de días me puse un vestido suyo, creo que debe ser el único que me entra, o será que he adelgazado. Pero me gustó ponermelo, porque me parecía tenerla conmigo. ¿Cómo irán sus estudios? ¿Le conviene ese chico? ¿La quiere? Ojalá pudiera envolverla en papel de celofán para que nadie la dañase; pero es imposible. Entonces, tengo que cambiar de táctica; le pediré a Dios que la haga fuerte, para que pueda luchar contra el dolor y el desengaño, porque mamá no lo puede todo, y habrá dolor, siempre llega el dolor. Cuando cierro esta puerta ya ha salido el sol. La oscuridad se ha ido. Es un nuevo día el que se abre paso, y no sé lo que traerá consigo. Pero la noche se ha ido, al menos de momento...