Legitimar razones que complazcan aquello que se mueve, eso que en ocasiones es ruidoso, en otras es confortable e incluso llega a percibirse con los sentidos más recónditos y jamás explorados, sentidos, como el séptimo sentido, que caza sensaciones y las reúne en una sola, que dificulta y hace forzosa la respiración, que agita los latidos, y por algunos segundos aprisiona al corazón, lo envía lejos, como si no existiera, como si jamás hubiese latido, como si la sangre fuera solo jugo de naranja y como si las expresiones de desarraigo fueran perceptibles por todos, y revuelven las meditaciones, todas esas reflexiones, encasillan en un pequeño estacionamiento una canción y a veces con las lagrimas hacen fisuras que en la profundidad son nada, un nada de color celeste, aunque tropieza a veces con la serenidad, y otras con el descontrol, colisiona con miradas nocturnas y embriagantes, con elocuencia suscitada por experiencia, por arrogancia y por bailes mentales dramatizados por payasos temerosos.