4:10 am. Lunes. Falta poco para el segundo amanecer de este mes tan popularmente deseado que es julio, o “hulio”, como lo llaman ahora muchos. En mi caso, otro mes del calendario, otro día que pasará igual que el anterior, otro segundo amanecer. Y aquí me hallo, escribiendo un Word como si de mi diario se tratase, de madrugada. Unas líneas que muy posiblemente haré desaparecer al terminar de escribirlas, pero que por más extraño que parezca tengo necesidad de escribir; tal vez por combatir así el insomnio, tal vez por compartir mi falta de sentimiento con alguien o, mejor dicho, con algo que sé de buena mano no preocuparé y que no se preocupará. Por mí. Parece que aun siendo por escrito, este párrafo, en el que debería empezar a escribir sobre el tema principal, se me atraganta. Se me atraganta al igual que se me va atragantando esta realidad que estoy viviendo. Veo pasar minutos, horas, días, meses; todo es igual para mí. No tengo emociones reales; verdadera alegría, tristeza, agobio, malestar, ilusión. Nada. Me comparo últimamente con un bonito jarrón. Todos siempre que lo ven se alegran, disfrutan al verlo, pero al final no deja de ser un jarrón vacío. Veo personas, ya sean cercanas o lejanas, como volcanes de emociones. Un día odian la vida por ese examen tan importante y difícil, otro desean terminar lo que sea en lo que están involucradas, y al siguiente no pueden disimular su felicidad por estar con esa otra persona que las hace estar locamente felices. Dicen tener envidia por las vidas irreales que selectos grupos de personas pueden tener. Yo los envidio a ellos. A su simple y a la vez compleja para mí, capacidad para tener sueños, objetivos y metas. La capacidad de implicarse, de poner su empeño, esfuerzo, dedicación para conseguir y hacer realidad esos diferentes sueños, objetivos y metas. Por desgracia para mí, carezco de todo lo nombrado anteriormente. Honestamente, no tengo la más mínima idea de si se trata del hecho de no tener objetivos claros en mi vida, o porque con los años he ido desarrollando una conducta cada vez más pasotista, y por qué no decirlo, irresponsable. No lo sé, pero lo que sí es cierto que nada para mí tiene una importancia relevante. Veo a mi madre, a amigos, poner cada pequeña parte de su ser en aquello que hacen, mostrando su interés e ilusión a cada momento, y lo considero tan difícil como tocar una nube. Mi carrera, los lazos que me unen a la gente que quiero, ese partido de tenis que me gustaría ganar. Desde lo más grande a lo más pequeño, todo pasa por mi gran filtro de impasibilidad. De hecho, esta especie de mensaje, por el contexto de la situación, parecería que lo escribo en un estado de desolación, y aunque me gustaría que fuese así, lo escribo como si del resumen de un libro se tratara. No siento nada. Creo que ha ido aumentando con los años hasta llegar a este punto, pero cada vez me cuesta más “sentir”. Me limito simplemente a vivir mi presente de una forma llevadera, sin esperar nada. Es por esto supongo que todo para mí carece de relevancia e importancia, como por ejemplo relacionarme con chicas, interesarme por lo que pasa a mi alrededor, saber cómo están esas personas que me tienen cariño y a las cuales sé que yo también aprecio. Quisiera hacer especial hincapié en el tema chicas, me resulta incluso hasta curioso, ya que en un principio pensé que era una racha, un momento determinado de mi vida en el que no siento verdadera atracción por nadie, cuando en realidad es el simple reflejo de mi presente, el no tener verdadera atracción; ni por nadie ni por nada en general. Y, sinceramente, el vivir cada día de la misma manera, estando “vacío” como quien dice, se hace pesado. Nunca me he caracterizado por tener mucho amor propio, ni por ser constante, aunque pensándolo bien, tampoco hay nada que me llame lo suficiente la atención como para comprobarlo. 5:01 am. Lunes. En mis oídos suena Daniel Johnston en bucle, parece que me relaja y me serena. Aun así, ya ha pasado casi una hora desde que comencé a escribir este ridículo texto egoísta, el cual no llega ni a las dos hojas completas. Parece que además de mis emociones he ido perdiendo drásticamente también mi capacidad para redactar. “¡Eso es porque ya no lees libros!” Diría mi querida madre. He sonreído. Se ve que las únicas personas que despiertan algo verdadero en mí son las que realmente quiero. Algo es algo. 5:10 am. Sesenta minutos para explicar (me) la realidad de mi día a día. Ojalá sesenta minutos para cambiarla. Mi realidad. Mi pequeña y triste realidad.