Isks era príncipe de un pueblo que vivía en un inmenso bosque al pie de una montaña. Su pueblo, los Kintos, eran sumamente creyentes, tenían muchos dioses, pero el principal era Oser, el dios de la vida y creador del universo. Los Kintos también tenían un brujo, el Yaka. Era el más viejo y sabio de todos, y vivía en una cueva en la base de la montaña; solo pedían su ayuda cuando había graves problemas. El padre de Isks, el rey Ukar, dirigía a su pueblo con humildad y responsabilidad. Todos lo querían y respetaban, era un gran soberano. Pero Isks no hacia las cosas muy bien. Cuando estaba cerca de su padre se mostraba como un joven respetuoso, educado y sensible, pero no era el realmente. El quería irse de su pueblo, no le gustaba estar en ese lugar, se decía a si mismo que siendo príncipe se merecía algo mejor. Era un joven engreído y rencoroso. Odiaba a su padre, pero también le temía, y no se había enfrentado nunca a el por esa razón. Sabía que su padre era muy querido y que el pueblo estaría de su lado. Pero quería escaparse. Y lo haría de cualquier forma. Luego de que murió su madre, la reina Nuk, Isks no tuvo consuelo. Cuestiono a los dioses, preguntándose por que habían dejado morir a su madre. Su padre intento hacerlo entrar en razón, pero Isks no hizo caso. Y cuando el rey se volvió a casar, Isks jamás se lo perdono. Fue llenándose de rencor, hacia los dioses, su padre y su pueblo. En cada fiesta y tributo a los dioses, era su obligación estar presente, pero el se quedaba a un lado y maldecía a todos por dentro. Lo irritaba que la gente se alegrara, bailara y cantara. Porque el no era feliz. Estaba tan lleno de odio que quería que los demás sufrieran. Y sabía como podía lograrlo. La noche mas especial del año era cuando se festejaba y se agradecía al dios Oser por la creación del universo y todo lo existente dentro de el. Era una noche en la que todo el pueblo se reunía para agradecer al dios Oser, bebían, comían, bailaban y cantaban. Isks solamente tenia que esperar a que esa noche llegara. No debía esperar mucho. La fiesta comenzó, algunos bailaban alrededor del fuego, mientras otros recitaban poemas que hablaban de Oser, de su fuerza y sabiduría por hacer un mundo tan perfecto. Isks miraba a todos desde un rincón. Observaba a su padre, sentado en su trono, que disfrutaba de la fiesta y la alegría del pueblo. El rey Ukar observaba a su hijo, que casi no ocultaba su cara de desprecio, y se sentía mal por no tenerlo a su lado, por no poder compartir su alegría. En un momento especial de la noche, el rey llamo a todos a un brindis por Oser, el gran dios. Isks se acerco, ese era su momento. Disimuladamente, echo en la copa de su padre un potente veneno. Después de decir unas palabras, todos estaban a punto de tomar un trago de la bebida, pero un anciano comenzó a gritar: -¡yo lo vi! ¡El príncipe puso algo en la copa del rey! ¡Yo lo vi! -¿Qué estas diciendo, anciano? ¿Cómo que mi hijo puso algo en mi copa? -si, señor, antes de entregársela a usted echo un polvo en su bebida. ¿Cómo? ¿Dónde esta mi hijo? Vayan a buscarlo, ¡ya! Isks se había alejado de la gente, había ido corriendo en dirección al bosque. Después de algunas horas, pudieron encontrarlo. Lo llevaron con el rey. -hijo mío, este anciano que esta aquí presente dice que trataste de envenenarme. ¿Es eso cierto? -pruébalo tu mismo. -hijo, tienes que decirlo tu. ¿Has tratado de matarme? Isks se quedo en silencio. -traigan algún perro, cualquiera-ordeno el rey a uno de los sirvientes. -si, señor. Unos minutos después el hombre volvió con un perro grande, pero flaco y viejo. -dale de beber lo que hay en mi copa al perro. -si, señor. El sirviente le dio de beber al perro. A los pocos segundos el perro comenzó a temblar rabiosamente, y murió. -¡yo tenia razón!-dijo el anciano- ¡el príncipe quiso matarlo! -¡debe ser castigado!-dijo el sirviente. El rey hacia un gran esfuerzo por no llorar. No comprendía como su propio hijo podía hacer una cosa así. -hijo mío, desde este momento te pongo en manos del pueblo. -haz lo que quieras, mi vida ya no me importa. El rey se retiro a su habitación. La gente estaba muy enojada. Ataron a Isks y se lo llevaron a la cueva de Yaka. Cuando llegaron, el anciano entro a buscar al brujo y le conto lo que había pasado. Yaka salió. Era un hombre viejo, muy viejo. Su mano derecha llevaba su bastón, y en la izquierda tenia una bolsa. -tu, el mas afortunado, tuviste todo lo que quisiste, toda tu vida el rey te amó, te cuido, ¡y tu tratas de matarlo! No mereces vivir, pero voy a darte un castigo mucho peor que morir. Saco de su bolsa unos polvos mágicos, los echo en la cabeza de Isks y dijo: -desde este momento, este joven se convertirá en perro, tal como el que murió por su culpa. Vagara en busca de comida, y nunca la encontrara. Sufrirá hambre y frio, pero nada podrá remediar su sufrimiento. Vivirá eternamente, y nunca se acabara su castigo. Luego de esas palabras, Isks fue transformándose en un perro igual al que bebió el veneno. Su pelo se fue cayendo, su cuerpo era un armazón de huesos cubiertos por una piel llena de heridas, le quedaron solo unos pocos dientes. No quedaba nada del joven príncipe. Todos lo miraban, algunos con lastima. Isks salió huyendo del lugar. Aullaba, tenia miedo de lo que le esperaba, pero sabia que era su culpa, y seguía odiándolos. Cuando volvieron, nadie le dijo al rey lo que había pasado con su hijo. Solo supo que estaba con vida. Y algunas noches Ukar lloraba, pidiéndole a la reina Nuk que lo cuidara, que le hiciera saber que nunca dejaría de quererlo, porque era su hijo. Y que lo perdonaba.