La tragedia inspira a los corazones que bailan alrededor del fuego en un aquelarre del Edén y aquellos santos que murieron en accidentes automovilísticos se consagraron Dioses en las Iglesias de mi espíritu. Compañeros inexistentes ¿Cuál es mi destino? ¿Terminar con una lápida que será mi biografía más exacta? ¿Metido en un ataúd exento de lágrimas amigas? Somos testigos de una vida descarrilada que se nos escurre de las manos siempre que queremos moldearla, de una existencia extinta cuyas visiones se desvanecen en ventanas del pasado de la misma forma en que dejamos atrás casas y edificios cuando viajamos en auto. Cuántas vidas desviadas por los ínfimos asuntos de la humanidad religiosa y laboral. La vida no debería ser más que canciones, sexo y vino. Así, nos ahorraríamos el arrepentimiento derramado de tantos delitos y tantos días de holgazanería desmedida Prohibiciones, candados en las rejas de la libertad que custodia el remedio para la muerte y la vejez. Las noches de desvelo acompañadas, los himnos y danzas de la felicidad en plazas de ciudades en llamas son para mí y mis legiones algo desconocido y misterioso, una rayita de luz que se alcanza a colar por la ventanita de mi calabozo, el fantasma apesadumbrado de una carcajada y un grito lejano que con dificultad atraviesa las gruesas paredes de hierro de mi encierro y mientras permanezca prisionero de la moral y sus soldados, la vida no será más que una cadena perpetua de aburridos engaños. Qué sé yo de Superman y pelearme borracho con mis amigos en calles empedradas a la luz de la lámpara de gas. Qué sé yo de la vida si no tengo pasado y le he jugado bromas pesadas al tiempo.