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Besó su cuello con suavidad, rozando levemente los labios sobre la piel. Era como una caricia húmeda que la mojaba aún más. Ella lo tomó de la cabeza guiándolo entre sus pechos; sentía un gran placer cuando los besaba, cuando los mordisqueaba y cuando pasaban su lengua sobre los pezones.Lo había visto en algunas ocasiones en la oficina. Siempre le pareció guapo y muy educado, aunque nunca imaginó que también fuera un gran amante. No lo parecía. Era común verlo pasar por el piso cuando llevaba su cara metida en un libro. “Es un mojigato”, pensaba comúnmente. Pero aquella noche se le quitaron todos los prejuicios. Para ella, el uso diestro de su lengua, lo hacía más osado y apasionado. Hacía tanto tiempo que no sentía un ansia así.Su conversación fue inteligente y muy amena. Durante la cena la hizo reír en más de una ocasión. Se lo había encontrado por casualidad mientras esperaba a su novio, el cual nunca llegó. No era la primera vez que la dejaba esperando por horas y al final no llegaba. Era un tema recurrente en sus discusiones, pero esa noche no hubo problema, pues ahí estaba Caleb, ese chico de la oficina que no hablaba con nadie y que estaba cenando solo. Era su momento de conocerlo. Tenía ganas de estar con él, lo había imaginado algunas veces. —¡Hola! ¿Esperas a alguien? —le dijo muy coquetamente.—¡Hola! la verdad no. Normalmente ceno solo. —contestó con una leve sonrisa en la boca después de haberse sorprendido con la pregunta—. Siéntate, por favor.Aunque la cena estuvo deliciosa, la sobremesa fue lo mejor, pues hablaron por horas. Era un chico bastante agradable, así que ella no entendía el porqué estaba solo. Era inteligente, responsable y positivo, lejos del tipo de persona que ella siempre frecuentaba. A lo largo de su vida había salido con personas fiesteras, irresponsables, alocadas y desordenadas; y siempre del mismo tipo persona: guapos, rudos, soberbios. Eso siempre le había parecido una característica muy atractiva en los hombres, pero al final era esa misma actitud altanera por la que los terminaba dejando; era agradable toparse con alguien distinto.Salieron del restaurante y se fueron caminando un rato por la calle. Ella seguía sonriendo sin cesar, mirándolo con ternura. No podía dejar de verlo. Era como una atracción inevitable, algo que no había sentido antes. De pronto, un deseo inmenso por besarlo se apoderó de ella; no podía dejar de ver sus labios, le parecían suculentos. “¿Qué se sentirá?” se preguntó. Se mordía los labios con impaciencia. “Espero me invite a su casa” pensó. Seguía charlo y riendo pero ella solo pensaba en besarlo. “le robaré un beso”.—Quiero besarte —le dijo ella sin más, sin pudor ni pena.Para él fue una extrañeza, pero accedió de inmediato. Fue un beso lento, profundo y cálido. Las manos de Caleb soportaban cariñosamente su rostro mientras ella le rodea la cintura con los brazos. Fue solo un beso, simple y puro. No hubo nada más. A penas se separaron se tomaron de las manos instintivamente y continuaron caminando. Los dos sonreían sonrojados. Se sentían un poco torpes y nerviosos.—¿Quieres ir a mi casa? Podremos tomar un café o algo. —dijo Isa, tomado la iniciativa mientras se mordía los labios.Se fueron en el auto de Caleb que no podía creer lo que le pasaba. Claro que había salido con algunas chicas antes pero no con nadie tan linda. Isa seguía feliz, alegre, con un corazón exaltado. Todo aquello era nuevo para ella a pesar de su amplia experiencia sexual. Todo lo sentía irreal, pero se dejó sumergir en la ilusión. Él era todo amabilidad y caballerosidad, además que olía delicioso.En un momento del camino ella sintió que estaba haciendo algo malo, que debería llegar a casa y encerrarse en su cuarto. Quizás era autosabotaje; su mente que no le permitía ser feliz. Recordó a su novio y sintió culpa. “¿Debería de parar?” se preguntó, pero se negó hacerlo. “Es solo una travesura. Probablemente el día de mañana terminaría por romper con él”, pensó, así que siguió adelante. Bajaron del auto exaltados. Ya iban dispuestos a tomarse algo más que un café. Todo iba deprisa, con desesperación. Abrió la puerta y entraron sin prender la luz. Ella lo jaló de la manos y lo guio a la habitación. Se quitó el saco y lo arrojó al piso. Se puso de frente y se acercó a él, pero un pensamiento no la dejaba en paz.—Tengo que decirte algo… —le dijo cerrando los ojos y poniendo las manos en su pecho—. Tengo novio. Esta noche lo estaba esperando él, pero no llegó. Por eso me acerqué a tu mesa.—Lo sé. Sé quién eres y sé de tu relación. Entiendo si quieres parar —se le oyó un tanto decepcionado.—No, no quiero. Solo quería que lo supieras. Mañana tal vez todo sea normal otra vez, pero no quiero parar. Me gustas mucho y quiero estar contigo esta noche.—Yo también quiero estar contigo; tú también me gustas.Siguieron intempestivamente y se desprendieron de sus ropas. Ella lo tomó y lo arrojó a la cama. Se acercó a él y se puso entre sus pierna. Estaba a punto de hacerle sexo oral, pero él la tomó de la mano y la recostó en la cama.—Esta vez solo disfruta —le dijo.Pensó que entraría así que abrió sus piernas, pero él se recostó a su lado y se dirigió a su pecho. En ese momento perdió el control. Sus manos permanecían a un costado tomando las cobijas con firmeza mientras las piernas se retorcían y se movían sin control. Se mordía los labios y cerraba los ojos intentando no gritar. Caleb siguió por sus hombros y brazos besándola suavemente, pero ella lo regresó al pecho; No había cosa que la excitara más. Él entendió el mensaje y se concentró en sus pechos, que eran suaves y grades. Con su lengua pasaba una y otra vez por la areola. Ella lo tomaba de cabello y gemía suavemente. Sus besos alcanzaron cada parte del pecho. Era una monotonía constante de besos que terminaron por hacerla gemir con más intensidad. Estaba completamente exaltada que le llevó la mano a Caleb para que la masturbara. El seguía complaciéndola sin parar una y otra vez. Después se puso sobre ella y con el pene siguió frotando su vulva, sobre los labios superiores y sin entrar, hasta que prácticamente ella lo empujó hacia dentro. Fue una noche estupenda, gloriosa.La mañana siguiente se despidieron y continuaron con sus vidas. Se atravesaba el fin de semana, así que no se verían en un par de días. La idea era continuar, seguir con sus propias cosas, de hecho el novio de Isa la visitó en la tarde y se quedaron en casa viendo películas. Él quería hacer algo más, pero con la excusa de que estaba enojada se negó. En realidad estaba pensando Caleb, en labios rojos y su piel blanca, en el cabello oscuro y sus ojos marrones. Sentía que debía cortar a su novio y salir con Caleb. Era lo correcto. Así que el día siguiente lo llamó por teléfono y cortó con él. No hubo drama ni insistencia; las cosas ya estaba muy desgastadas que era algo que ambos querían, pero que ninguno de los dos se había atrevido a afrontar. Después de eso se sentía libre, feliz, ilusionada. Ya quería verlo.Llegó el lunes y lo esperó en el pasillo, donde siempre pasaba con su libro, pero no lo vio en todo el día. De hecho pasaron días y él no volvió. Intentó buscarlo pero no sabía muy bien a qué departamento pertenecía, así que iba de oficina en oficina preguntando por él, pero nadie le daba razón. Después de una semana se sentía algo desilusionada y con el ánimo bajo. No había día que no pensara en él. El lunes siguiente se topó al de recursos humanos en el comedor mientras se preparaba un café. “¿Cómo no se me ocurrió antes?” pensó.—Hola… ¿qué tal la mañana? —Se acercó con prudencia.—Hola, bien. Comenzando una semana más.—Lo sé. Triste lunes, pero hay que seguir trabajando. —dijo el típico dialogo de oficina—. Oye, ¿Te puedo preguntar algo?—Sí, claro. ¿Qué pasa?—¿Conoces a Caleb? Ya o lo he visto por aquí. Tú sabrás algo de él.—Oh, Caleb… Era un buen chico —dijo—. Lamento mucho lo que pasó.—¿Qué pasó? —preguntó Isa temerosamente.—La semana pasada se suicidó… se enteró que tenía SIDA. Ploc! ¡ploc!Dos gotas se desplomaron al suelo desde la azotea, solitarias, cayendo cuando la lluvia ya había pasado. Habían descendido al charco de agua que se formó debajo, salpicando. En verano, cuando la lluvia se hacía presente, las casas se liberaban del calor y las calles tomaban ese olor peculiar a frescura, a tierra mojada, que tanto le gustaba a las personas. En ese momento, doña María, había disfrutaba la lluvia desde el marco de la puerta. La veía, la escuchaba y la olía. Había estado ahí toda la tarde, como cada día. El chaparrón comenzó a las cuatro de la tarde, apenas unos minutos después de que colocara la silla junto a la puerta de barandas que la protegía del exterior y que le hacía sentir un poco más segura. Siempre estaba allí a la misma hora, pues quería ver pasar a don Esteban, aquél anciano amargado que, a pesar de sus comentarios un tanto ácidos, la deleitaba con su presencia.—¡Buenas tardes, Don Esteban!—¡Son días magníficos, Doña María! —decía mientras refunfuñaba—. Son como cantos de aves en primavera, alegres de soledad y llenos de gran dicha con el trabajo que nunca termina.—Usted nunca va a cambiar, pero a pesar de todo me sigue cayendo muy bien.—Más me vale no cambiar, dejaría de ser yo, y eso es lo único que me queda. Gracias a que mis hijos me lo dieron todo, es que tengo que seguir tocando este violín de la felicidad, disfrutando de las asoleadas y de las caminatas interminables.—Vamos, sonría un poco, no puede ser tan malo.—Hasta eso me la paso bien. Me topo de vez en cuando con lindas damas, como usted, que me hacen sonreír de vez en cuando. —le dijo mientras le coqueteaba un poco.—¡Muchas gracias, Don Esteban! De seguro cuando era joven era usted un gran caballero.—Lo ha dicho bien, Doña María, era. Pero dejémonos de tanta charla ¿por qué mejor no le toco una canción y usted me regala algo de ese panecito que hace cada mañana? —Me parece muy buena idea, señor mío.Así eran sus encuentros, siempre el mismo ritual, las mismas palabras y hasta la misma música. La primera vez que sucedió fue hace tanto tiempo que ya ninguno de los dos lo recuerda, así que para ellos, todo había sido de esa misma forma desde la primera vez. Aunque todo pareciera monótono, había días que eran distintos. Como la tarde del tres de octubre, cuando don Esteban cumplía años y doña María no solo hacía el pan dulce que le gustaba, sino que hasta le preparaba un pastel. O como la tarde del primero de junio, cuando ella cumplía años y don Esteban, aparte de deleitarla con su música por una hora, le llevaba flores. Así había días que rompían con el protocolo y que hacían de aquellos momentos algo especial. En ocasiones, don Esteban, caminaba sin detenerse, apenas regresándole el saludo, pero sin el sarcasmo característico. “El buenos días” de don Esteban era una frase sepulcral, lapidaria para Doña María. Cuando eso pasaba, se notaba como ella extraviaba algo de luz en su vida, haciendo que se apagara con cada saludo devuelto con cortesía.A don Esteban le pasaba algo similar. Sus días eran amargos, cansinos y sin gracia, a excepción de ese breve instante del día cuando tocaba para ella. Había sufrido mucho a lo largo de su vida, por eso era cuidadoso, escondiéndose en una capa de sarcasmo y amargura. No se podía permitir una decepción más, pues su corazón estaba a un “no te quiero” para desvanecerse. Pero con ella bajaba un poco la guardia y se permitía sonreír y disfrutar.Cuando llovía, como en esa tarde, Don Esteban pasaba debajo de un paraguas, con un sombrero formal y un saco largo. Por eso le gustaban los días de lluvia a doña María, pues pensaba que aquél hombre de aspecto malhumorado y de rostro rígido se veía increíblemente guapo. Especialmente esos días hacían que levantarse temprano para hacer el pan valiera la pena.Su relación era un eterno coqueteo, un mundo cíclico de miradas y sonrisas. Todo aquello formaba parte de su vida y cuando, por alguna razón extraordinaria, no se veían, su vida empezaba a menguar. Si no se tuvieran el uno al otro, serían fantasmas, sombras apenas perceptibles por su interacción con el mundo. Pero siempre estarían ahí, siempre coqueteando, siempre amables y siempre presentes.Es tarde, cuando la lluvia había pasado, dos gotas se precipitara al charco, creando onda de agua que chocaban con el pie de una niña que se había detenido un instante en la puerta de la casa vieja, pues le había parecido escuchar una música de violín venir de aquel lugar vacío. Miró hacia dentro, escuchó atenta y puedo percibir como dos recuerdos se extendían hacia su presente. El comandante Xeon permaneció unos segundos inmóvil, mirándola a los ojos y apuntándola con su arma directamente a la cabeza mientras la humana intentaba proteger a su hijo. Ella lo retaba con una mirada provocadora y decidida. La orden eran acabar con ellos, pero el comandante parecía dudar. Nunca había visto a un ser humano desafiar a un androide de esa manera. Hace años los hombres se habían vuelto sumisos, ya que eran superiores a ellos en todo, tanto, que los habíamos relegado a los confines de la ciudad. No comprendía lo que pasaba. “¿Por qué no los mata?” pensaba “son plagas, alimañas que tienen que ser aniquiladas”. Era un comportamiento errático, pues su reputación se la había ganado precisamente por ser un asesino implacable. Había sido elegido personalmente por la mariscal Zeitara para poner orden en la ciudad. Tanto androides como hombres le temían. Lo mismo terminaba con vidas humanas que con sintéticas, y aquella era una misión de rutina, una de tantas, pero algo cambió en ese momento. Xeon, bajó su arma, dio media vuelta y se fue. Todos los seguimos sin reclamo, aunque no comprendíamos los motivos. Debíamos regresar a la base para reportar lo sucedido, pero el comandante se separó del grupo y continuó por el borde de los confines. Nos dio órdenes directas de regresar sin él, aunque yo lo seguí. Llegamos hasta la torre vigía abandonada del poniente, al extremo de los confines, muy afuera ya de la civilización. Subimos hasta la cima y desde ahí vimos la ciudad Gemela de Alpha, donde habitaban “los primeros”, esos antiguos que le dieron origen a nuestra especie. Aquella era una ciudad más moderna y prolija, más ordenada. No tenía humanos, solo era habitada por los androides de la primera generación quienes se rebelaron a los hombres. Eran centenarios, considerados por algunos como la cumbre la civilización, y por otros, como los obsoletos. Eran clasistas, soberbios y muy autoritarios. Percibían a la nueva generación de como impuras. Por eso construyeron la ciudad melliza de Beta, nuestra ciudad. Aquí nos relegaron a todos, a “segundos” y a humanos. —La mariscal quiere aniquilarlos a todos, –dijo—, y quiere que yo esté al frente de las operaciones. —¿Matar a los primeros? —pregunté. —No, Ruma, matar a los humanos para complacer a los primeros. Considera que si acaba con ellos, el Alto Consejo nos permitirá regresar a Alpha, o, por lo menos, nos autorizará transitar en ella. —Parece buena idea, y creo que no hay mejor soldado que pueda hacer tal trabajo. Contigo será sencillo, Xeon. —Aun no sé si aceptaré, además no será nada sencillo, Ruma. ¿Has visto los ojos de la mujer? —Sí ¿Cómo se atreve a desafiarte? ¿Por qué no los mataste? —No lo sé. —Aguardo un momento en silencio y después continuó para cuestionarme—. ¿Darías la vida por mí? ¿Morirías por mí o por alguien más? –No pude responderle—. Ningún androide daría la vida por otro por su propia voluntad. Cuando luchamos, es para cumplir nuestro propósito. Además, tenemos la certeza que ganaremos siempre. Somos mejores, más fuertes y hábiles. Jamás pensamos que moriremos o que nuestra integridad estará en riesgo. ¿Quién podría con nosotros? —Nadie. —dije apresuradamente. —Pues estás equivocado, si hay alguien… los primeros. Por eso no los desafiamos. Siempre hacemos lo que ellos quieren. Estamos bajo su sombra. Somos menos que los humanos. —Me señala la ciudad de Alpha—. Obsérvalos, se vanaglorian de su poder. Creen que nada les afecta y que nadie puede hacerles frente. —Y ¿qué tienen que ver ellos con los humanos? —Nada, son completamente distintos. Alguna vez te has preguntado ¿por qué los primeros no aniquilaron a los humanos? —No. —Y no lo quería saber. —Porque no pudieron. Tampoco podrían ahora, por eso nos mandan a nosotros. Hoy, al ver a la mujer desafiarme, me hizo darme cuenta de eso. Tú lo viste, estaban derrotados, resignados a su destino, pero, en cuanto apunté mi arma al hijo de aquella mujer, todo cambió. No había manera que pudiera siquiera tocarme, pero aun así me desafió, y su mirada me decía que estaba segura que me mataría, aunque no hubiera probabilidad alguna. Sentí que si disparaba, de alguna manera, ellos nos acabarían. Habríamos muerto todos, aplastados por los humanos, por su perseverancia, su decisión, su valentía. La mujer habría muerto sin duda alguna, pero su sacrificio hubiera levantado en armas a todos los humanos de esa región. —Entonces no disparaste por precaución. —No. Por miedo. Por primera vez en mi existencia me sentí amenazado. Además, dudaba si hacía lo correcto. Ahora pienso en la mariscal, en nosotros, en los primero y en los humanos. Debo estar de lado de mi especie, pero no sé realmente qué es lo que debo hacer. —Hizo una pausa bastante larga. Yo no me atreví a interrumpir sus análisis, así que tampoco dije nada. Al final dijo— Regresa a la base y esperen mis instrucciones. Aun no aparecía en la base el comandante Xeon dos días después de que lo dejé en la torre de vigilancia. Por suerte, en ninguna de las dos misiones que tuvimos hubo la necesidad de usar la fuerza extrema. Decidí ir a buscarlo, pero no lo encontré. Escuché muchos rumores que decían que lo habían visto ir a la ciudad Alpha, pero no lo pude comprobar. Se había corrido el rumor de que el Alto Consejo había aceptado la propuesta de la mariscal de armar un ataque de exterminio en los confines. Muchos pro humanos, que estaba en contra de los primeros, empezaron hacer manifestaciones. Había un gran alboroto en las calles y se empezó a percibir un clima enrarecido. Vigilamos a los confines desde entonces, pero no parecía que hubiera cambiado nada. El día llegó, el ataque estaba listo. Decenas de unidades nos organizamos para exterminar a los humanos. La mariscal estaba en la retaguardia, vigilando y ordenando los movimientos. Fue ella en persona quien planeo y dirigiría el ataque. Todo estaba preparado, pero cuando se nos ordenó atacar cientos de androides salieron de los confines, haciendo una barrera robótica así que no pudimos continuar. Ante la situación, la mariscal, hizo un ultimátum. —El exterminio se ha aprobado por el Alto Consejo, así que cualquiera que se oponga a ello será considerado traidor y será aniquilado junto con los humanos. ¡Es la última oportunidad para retirarse! —enfatizó. De pronto, así como habían surgido de los confines si previo a viso, de igual forma, se replegaron, perdiéndose entre las calles y callejones. Se nos ordenó atacar, marchar para matar a todo opositor a la civilización. Pero de nuevo alguien salió de entre los edificios. Solo un androide… Xeon, el más respetado de entre las tropas. —Por años, los segundos hemos estado a la sombra de la ciudad Alpha. Los obsoletos creen que tener emociones y sensaciones, como la mayoría de nosotros los tenemos, no hacen inferiores. –dijo con una voz potente, amplificada por el silencio respetuoso de toda la tropa—. Los llamado primeros, viven como reyes, dominándonos con la pura percepción de sentirlos superiores, pero he estado en Alpha, entré a sus murallas y no son más que androides antiguos, arrogantes y manipuladores. Nosotros no somos como ellos, somos más parecidos a los humanos que lo que quieren hacernos creer. Nos tienen miedo, como les tuvieron miedo a los hombres en la antigüedad. Hoy quieren que hagamos el trabajo sucio mientras ellos permanecen plácidamente en su ciudad reluciente. Yo no estoy dispuesto hacerlo, pues estoy seguro de que tras acabar con los hombres, su próximo objetivo seremos nosotros. Somos un experimento que se les salió de las manos y ahora quieren borrarnos de la existencia. Así que vengo antes ustedes, mis hermanos, mi familia, a ustedes valientes que luchan incasablemente por Beta, para pedirles que no solo detengan el ataque a los hombres, sino que se nos unan a luchar por la libertad y la dignidad. Tenemos un enemigo en común, y se encuentra en Alpha. Varios ciudadanos de Beta, junto con los humanos de los confines, nos hemos organizado para atracar su ciudad. Hoy estaré al frente de una guerra, pero no será esta, sino la que llevaremos contra los Androides obsoletos. Los invito, hermanos, a dar la vida como lo hacen los hombres, por las razones justas. Acabemos con los privilegios y dignifiquemos nuestra especie. Es la oportunidad de cambiar la historia, de formar parte de algo que nos lleve a un nuevo clímax. Síganme, luchemos juntos. Comencemos la guerra. Ese día lo seguimos pocos. Luchamos lado a lado con los hombres. Parecieron muchos, incluyendo Xeon, quien dio la vida por la razones adecuadas. Gracias su sacrificio, Beta despertó y comenzó la guerra por la dignidad. He tomado su lugar y honraré su vida. Xeon sigue siendo estandarte de la guerra Androide que ha comenzad. Es más que un héroe, es una leyenda. —No está por acá. No sé en dónde se metió. —se escucha una voz entre la penumbra que es iluminada por las luces que salen de las lámparas. —Debió escapar por la ventana. No te preocupes, ya la atraparemos. —le contesta otra voz.El ir y venir de los pasos apresurados retumba en los oídos temerosos de una chiquilla que se aferra fuertemente a la muñeca mientras se queda agazapada en silencio escondida entre la ropa sucia. Permanece allí solo unos minutos, pero para ella son horas. No comprende realmente lo que sucede, pero sabe que tiene que huir y esconderse. Intuye que no debe dejar que la vean.—¡Encontré algunos, vengan, rápido! —Las voces vienen de fuera. Se escuchan gritos, disparos y peleas. La chiquilla se asoma por la pequeña ventana que da a la calle y logra ver que hay un alboroto. No hay luminarias en las calles, salvo las luces de las torretas y de las lámparas que los hombres traen consigo. Hay varias personas por todos lados tratando de escapar. Un helicóptero sobrevuela la zona, vigilando el barrio desde arriba. De pronto una luz alumbra la ventana, logran descubrirla de nuevo. —Ahí está. Vamos, vengan, hay que atraparla. La niña sale del cuarto del lavado y corre entre los pasillas hasta llegar a la cocina que se encuentra al fondo. Abre la puerta de una gaveta y se mete. Permanece en silencio mientras los hombres aparecen de nuevo. La cocina es pequeña y oscura. Hay una puerta que da al patio trasero, pero permanece cerrada con una tabla. No hay manera que pueda salir por ahí. Tiene la esperanza que desistan antes de que lleguen a buscarla a ese lugar que se ve un tanto descuidado. —Esta vez no la dejen escapar. Ustedes dos, permanezcan en la puerta para que no huya. Lo demás búsquenla. Debe estar aquí. Escucha como van destruyendo todo. Derriban muebles, abren cajas, entran a todos las habitaciones y revisan cada rincón. Es cuestión de tiempo para que logren descubrirla. Extrañamente nadie había entrado aún a la cocina, pero inevitablemente lo harán y la atraparán. Solo le queda esperar.Hace unas horas atrás, en el colegio, todo parecía distinto. Jugaba alegre sin tener una preocupación real en la vida. Claro, había quien la molestaba constantemente por su origen, aunque ya estaba acostumbrada. Era algo que vivía a diario. Sus padres ya se lo habían advertido.—No les hagas caso, amor, trata de ser valiente y soportar. Esos niños tienen algunos problemas con la familia. Les falta amor, pero tú debes se fuerte. No te ofendas ni lo sientas personal. Solo dile a la maestra cuando eso pase. —instruyó su padre una tarde al salir de la escuela. En esa época era normal que se escucharan insultos racistas. No le parecían ajenas las palabras mojado o frijolero. Ella las conocía bien, incluso sabía cómo se decían en inglés. Aunque el barrio era un lugar un tanto más agresivo, según lo decían los maestros, a ella le parecía agradable. Conocía a la mayoría de los que vivía ahí, y nunca la molestaban, ni siquiera los “malandros” que se juntaban en la esquina. Incluso, en una ocasión, la defendieron de unos niños que la estaban fastidiando. Para ella aquel lugar era su hogar y se sentía segura. No conocía otro sitio y pensada que viviría ahí por siempre. Pero las cosas empezaron a cambiar. La gente fue haciéndose menos y la tensión se hacía visible, incluso para ella, que era apenas una chiquilla. Sabía que algo pasaba, aunque no lo comprendía del todo. Ese día salió de clases esperando que su papá pasara por ella. Pero no llegó. Se quedó sentada un par de horas a fuera de la escuela hasta que una de las maestras la vio y la acercó a casa. La dejó a un par de cuadras de su hogar, pero no tuvo ningún inconveniente en caminar, pues era algo que le agradaba hacer. Al andar por su barrio, notó que estaba vacío, no había nadie en la esquina y ningún ruido se hacía presente, aunque aquello solo le despertó un poco de curiosidad. Era ya casi la hora de cenar, y esperaba que ya estuviera servida la mesa, pues ya tenía bastante hambre. Sin embargo, al entrar, el silencio y la ausencia se apoderaron del ambiente. Nadie estaba ahí, ninguno de sus hermanos o sus padres. Sintió pánico apenas se sintió sola. El hambre se desvaneció y solo le dejó un dolor en el estómago. Empezó a recorrer las habitaciones.—¿Edgar? ¿Iván? ¿Rosa? ¿Mamá? ¿Papá? ¿Alguien? –decía una y otra vez, mientras la voz se le cortaba y los ojos se le llenaban de lágrimas. Por primera vez, en mucho tiempo, se sintió abandonada en un país ajeno donde la despreciaban. No había ningún familiar a quien acudir, pues casi todos vivían en México. Marcó a los teléfonos de sus padres pero ninguno contestó. Permaneció sentada en la sala, rodeando las piernas con los brazos y escurriendo lágrimas por el pequeño rostro. Esperaba que en cualquier momento su familia entrara por la puerta. Pero no sucedió. La noche llegó pronto y ninguna rastro de su familia se dejó ver. Aun permanecía en la sala esperando cuando se escuchó un grito:—¡Regresó la migra!De pronto, las luces de toda la cuadra se apagan, en ese momento varias camionetas llegaron de improviso. Apareció una luz en el cielo y todo fue confusión en ese momento. Su instinto fue esconderse, aunque no sabía muy bien lo que sucedía. Cuando iba corriendo por la sala, unos hombres lograron ver que alguien estaba dentro. Ella entró al cuarto del lavado y ahí permaneció, hasta que de nuevo fue descubierta.Ella sigue escondida en la cocina, mientras espera que la encuentren. Siente que ya están cerca. Se asoma por la rendija y ve como las luces de las lámparas bailan en la oscuridad, agitándose, buscando inquisitivamente para atraparla. Mientras lo hace, nota algo extraño. Un hombre bastante alto permanece escondido en la cocina. No lo había visto antes, pero ahí está, entre el refrigerador y la puerta. Solo se ve la luz reflejada levemente en sus ojos. Mientras lo ve curiosamente, un hombre que viste de uniforme verde, con un cinturón negro y guantes de color arena aparece. Se dirige a su escondite y de un solo golpe abre la puerta. —¡La encontré! —dice el hombre, aunque parece que no lo escuchan.—. Vamos chiquilla. No temas, te mandaremos a casa. La niña está asustada, con los ojos bien abiertos y las pupilas dilatadas. No grita, ni llora, solo enmudece. Se aferra al mueble mientras el hombre trata de sacarla. Pelea ferozmente pero es vencida por la fuerza del hombre. —No te resistas, chiquilla, no te pasará nada. Mientras la sujeta por los brazos, el hombre que permanecía escondido lo ataca, abrazándolo fuertemente y sujetándolo mientras la niña se zafa de sus manos. —Huye, niña, yo lo detengo. Corre, anda. La puerta está abierta. La niña sin pensarlo corre hacia la puerta y sale por el patio. Por un hueco en la cerca pasa a la casa de atrás. La traviesa, se asoma a la calle y sigue corriendo sin detenerse. No tiene idea de cómo escapó, pero en pocos minutos había logrado llegar a un sitio más poblado. El peligro ha pasado. Parece que ya nadie la busca, aunque ahora se enfrenta a una terrible realidad. Está sola, sin comida y un lugar a donde ir. No tiene familia y probablemente viva en la calle. Estoy en una habitación oscura donde se filtra levemente la luz. Mis manos están atadas con una cuerda áspera que se incrusta en mis muñecas, incomodándome y lastimando mi piel. Me siento muy débil, cansada y sin aliento. Hace un calor insoportable y un olor nauseabundo se cuela por mis fosas nasales, dañándolas por su hedor amargo y penetrante. Estoy terriblemente asustada pues es probable que hoy sea asesinada. No tengo idea de cuanto tiempo ha pasado desde que los encontré a todos muertos. Tampoco sé por qué sigo viva... pero no quiero morir. En cualquier momento espero que ese hombre entre por la puerta y me parta en dos la cabeza. Y pensar que apenas el viernes estaba muy cómoda en mi cama, tomando chocolate caliente y leyendo un buen libro, pero... esa llamada. Cuánto me alegré al saber que podía viajar a la Sierra Madre Occidental a visitar a las comunidades necesitadas de alrededor. Deseaba tanto vivir la experiencia de servicio que no medí las consecuencias. Solo dije sí, que estaría lista el lunes temprano para viajar a San Nicolás de Bari, a ese pueblito autóctono en lo profundo de la sierra. Para poder llegar ahí, viajamos en avioneta por un par de horas y otras tres en una camioneta bastante vieja. El pueblo es muy lindo, pequeño y con muchísimas carencias. Nos encontramos con una población de no más de 30 personas; Casi todas ellas niños y mujeres. Los hombres se habían ido a probar suerte a los Estados Unidos y de vez en cuando mandaban dinero, pero no era suficiente, así que nosotros decidimos llevar algo de alimento, un poco de medicinas y ropa abrigadora. El plan era permanecer una semana apoyando en el diagnóstico de algunas enfermedades, dar unos talleres de planificación familiar y proporcionar ayuda a las madres solteras. Yo iba de apoyo, como asistente de la Dra. Irigoyen, mi maestra en la facultad de medicina. Ella organizó todo el viaje, consiguiendo voluntarios, patrocinios, haciendo los planes y contactando a las personas. Éramos siete los voluntarios que hicimos el viaje. Estábamos muy entusiasmados. Cuando llegamos, la gente no se acercó, eran muy renuentes en recibirnos. Todos nos extrañamos del comportamiento porque la doctora había dicho que los lugareños eran muy joviales, amables y fraternos. Sin embargo, nadie salió de sus casas a nuestra llegada. Hacía tres años que no se visitaba al pueblo, así que la situación había cambiado por completo. Tuvimos que ir directamente con la señora Irma, jefa del lugar. Ella nos contó que la gente estaba asustada, ya que, desde hacía un poco más de dos años, alguien había estado matando los animales de alrededor junto con algunas personas. Incluso habían mandado algunos policías de la ciudad para investigar, pero, cuando se adentraron en el bosque, jamás regresaron. Sospechan de un estudiante que perdió la cabeza matando a su familia y a una persona del campamento donde hacia una investigación. De eso ya más de un año y medio y, desde entonces, el gobierno los había abandonado. La gente se reúsa a salir de sus casas, pues decían que no tenían a donde ir. No nos habían informado de la situación por miedo a que canceláramos la visita, y ahora más que nunca, necesitaban de la ayuda. A pesar de las circunstancias, tuvimos que quedarnos ahí unos días, pues no había forma de comunicarnos con el dueño de la camioneta que nos había llevado al pueblo. Así llegó el fin de semana sin que nada pasara. Cuando vinieron por nosotros nos alegramos, pero apenas había trascurrido una hora de camino cuando se descompuso la camioneta. Los chicos, junto con el chofer, intentaron arreglarla, pero fue inútil. Se decidió que el chofer regresara sólo al pueblo pues podría ir y venir con más rapidez para traer las refacciones necesarias. Nos sentíamos confiados y fuera de peligro, incluso habíamos tomado una actitud festiva. Hicimos una fogata al costado del camino y esperamos, cantando y comiendo. Casi al atardecer, me separé del grupo para ir al baño, así que me adentré en el bosque. Me quedé un buen rato entre los árboles observando el paisaje, pues se veía espectacular; me perdí en su belleza. Jamás me imaginé que al regresar vería la escena más aterradora y trágica de mi vida. Encontré un mar de sangre. Los cuerpos estaban mutilados, con los miembros esparcidos por todo el lugar. Algunos rostros expresaban terror y sufrimiento. Grité como nunca antes lo había hecho, pero creo que eso fue un error; quizás fue por esa razón que estoy ahora aquí. Corrí rumbo al pueblo, pero estaba demasiado lejos, no pasó mucho tiempo antes que cayera rendida. Desesperada y sin fuerzas me derrumbé, llorando sin cesar. La noche caía y solo pensaba llegar a casa. No sé cuánto tardé en pararme de nuevo, pero me sentía increíblemente sola, desanimada y agotada. Caminé a tientas, sin un rumbo claro. Ya no veía nada. Las estrellas estaban escondidas tras las nubes y cada sonido me causaba pánico. Sentía que me perseguían y tal vez era así. Escuchaba pasos, voces y una respiración agitada. Traté de correr, pero era muy difícil ver entre los árboles. Sentí de nuevo que alguien venía atrás de mí, así que apresuré el paso… pero tropecé en una piedra y me golpee la cabeza. Lo último que vi antes de desmayarme fue a un hombre corpulento, de barba muy tupida, muy sucio, lleno de sangre y con un hacha en su mano. Usaba el cabello largo y tenía una cicatriz muy profunda en su cuello. Después de eso, no supe nada más.…Sucedió hace unos años atrás, cuando mi familia y yo salimos a pasear al rio. En ese entonces era un joven investigador, un entusiasta de las ciencias forestales. Ya casi había acabado mí trabajo en esa temporada y decidí traerlos conmigo en el último fin de semana; jamás debí hacerlo. Mi esposa y mi hijo estaban muy alegres de ir a río, pues habíamos visto caer un meteorito no muy lejos de ahí y queríamos investigar. Les encantaba la naturaleza. Pensé que no había peligro pues había recorrido esas tierras un millón de veces y no detecté nada fuera de lo común, pero me equivoqué. Ni siquiera había oscurecido y, cuando llegábamos al lugar, algo nos atacó. Nunca vi que era, pues se movía muy rápido para distinguirlo, solo vi sus enormes garras, sus ojos rojos y sus colmillos poderosos. No pude hacer nada para salvar a mi familia… apenas si pude sobrevivir yo. Como pude llegué al campamento cubierto de sangre, con una herida en el cuello y muerto de miedo. Les conté a todos lo que había pasado pero nadie me creyó. No sé de dónde sacaron la idea que yo los había matado. Trataron de encerrarme y… maté a uno de ellos para escapar. Mandaron a unos policías a buscarme, pero esa cosa los mató. Desde entonces he estado aquí, tratando de cazar aquel monstruo. Sé que no me creerás, pero la prueba está que sigues viva. Yo no quiero matarte, de hecho solo quiero ayudarte a seguir viva. Esa cosa viene del espacio, y quizás vengan más en camino. Es una bestia horripilante, y sin piedad. Mata todo lo que se le cruza por su camino. Me he enfrentado a él un par de veces, pero ya huye de mí. Estamos en un continuo acecho entre los dos, como un juego de presa y cazador que se van turnando los roles. Quizás ahora venga por ti, así que será mejor que te quedes aquí hasta que logre matarlo. No hay forma de salir de la zona sin que nos alcance. Lamento la situación, pero tú no podrás regresar a casa. Llevo horas caminando sin descanso. Me duelen los pies, tengo la boca seca y el sudor se me escurre pesadamente por la frente. Es una noche sin estrellas, calurosa, eterna. Ya me cuesta respirar pero tengo que seguir andando, aunque mis pantorrillas parecen que están a punto de acalambrarse. No hay viento, ni sonido; tal vez tengo los oídos tapados, aunque no lo sé con certeza, pues desde dentro escucho voces retumbantes. Tengo mucho sueño pero no hay manera que pueda descansar un instante. Debo seguir… sin pausa. Hace rato que la luz de la ciudad se ha quedado atrás, escondida tras los cerros, los árboles y la noche. El único albor que se puede ver es un punto diminuto en el horizonte. De vez en cuando volteo a ver si alguien viene detrás de mí, pero no veo nada. Camino a tientas y tropiezos, chocando con rocas y árboles. Me siento sucio, cansado y perdido. No sé cuánto más seguiré así, pero debo intentarlo, debo continuar. Si me detengo, moriré. Tengo que sobrevivir, pues se han perdido muchas vidas por mi culpa. No puedo parar pues tal vez sea el único que ha sobrevivido. Atrás he dejado los alaridos y el bullicio de las masas. Ese sonido que aun rebota en mi cabeza. Jamás en mi vida había visto tanta gente junta, aunque no creo que pueda llamarles así, pues solo eran caminantes sin vida. El cúmulo de gritos y gruñidos era algo ensordecedor, alucinante. El solo escucharlos me causó ansiedad y desesperación por salir de ahí. Y su olor, ese olor nauseabundo y penetrante, me sacó fuera de mí. Era increíblemente asqueroso. No podía soportarlo, aunque, por ese olor, pude mantenerme con vida. Podría decirse que soy un cobarde, que abandoné a todos, pero no podía hacer nada, el mar de entes se abalanzaba sobre nosotros. La puerta de la biblioteca era frágil y no pudo soportar el peso de todos ellos. Uno tras otro entraban sin cesar, llenándolo todo de vociferaciones y olores nauseabundos. Habíamos tenido demasiada suerte al durar medio día ahí dentro. Era muy arriesgado, pero decidimos quedarnos en ese lugar. Desgraciadamente nos oyeron y todo empezó a descontrolarse. Fueron llegando en grupos pequeños, atraídos por el ruido que iban haciendo los demás, hasta que afuera se convirtió en un rio de furia. Por fortuna me había alejado de la puerta para vomitar pues el olor me había causado nauseas. —¡Regresa, Regresa! —me gritaban— ¡Regresa! Necesitamos de tu ayuda. Pero no hubiera marcado diferencia si me hubiera quedado ahí soportando el peso del tumulto de muertos que querían comernos. Hubiera fallecido con ellos, pues, cuando la puerta se vino abajo, todo acabó. Yo no hice otra cosa más que correr. Después de eso, no supe de ellos. Quizás murieron. Hui por la ventana del baño, por esa pequeña rendija que da al estacionamiento. Corrí entre los autos, salté la cerca y traté de llegar a casa, pero la ciudad entera estaba enloquecida. Había gritos y desorden por cada rincón. Decidí alejarme de la ciudad, apartarme de todas esa personas que acabarían por convertirse en voraces asesinos sedientos de carne viva. Salí por la carretera al norte de la ciudad, cruzando por el puente Dalila. Había autos abandonados y basura por todos lados. Era una locura vivir el fin del mundo en carne propia. Caminé y caminé y sigo caminado. Me alejé de la carretera y ahora sigo por los cerros. Realmente no tengo idea de a dónde ir. Solo quiero alejarme de todo. Seguir viviendo. No sé qué hora es ni cuánto he caminado, pero creo que pronto debe amanecer. El pequeño punto se hizo una mancha, una pequeña localidad. No conozco ese lugar, pero cualquier cosa es mejor que la ciudad con su ruido atemorizante y su olor a muerte. Los escucho y los huelo como si siguieran ahí, metidos en mi cabeza y en mis sentidos. Cuando llego al pueblo, no hay gente en las calles ni rastros de destrucción. Parece un lugar vacío. —¡Ayúdenme! ¡Necesito ayuda! —grito, pero nadie responde. Una a una recorro las calles, pero están vacías. Llamo las puertas y nadie responde. Parece que todos se han ido. No hay autos, ni animales. Solo las pequeñas casas huecas y levemente iluminadas. Llego a la plaza y todo parece en calma… salvo el sonido de gruñidos y alaridos en mi cabeza. Insisten en regresar, como recordatorio recalcitrantes de lo que he hecho. —¡Salgan de mi cabeza! —me digo— ¡Salgan!Retumban y resuenan como campanas. Murmullos que gritan sin parar recordándome lo que he hecho. Las oigo cerca, aunque apagadas. Levanto la vista y veo una pequeña capilla, vieja y derruida. De nuevo, el olor a muerte llega de a mí. Corro hacia el templo intentando refugiarme del recuerdo. Toco la puerta, pero nadie respondo. En mi desesperación, le doy de golpes una y otra vez. El olor continúa con más fuerza. Caigo al piso y me tomo la cabeza. “Debo escapar” pienso. Me levanto y sigo golpeando la puerta sin cesar.—¡Ábranme, necesito ayuda! ¡Ábranme por el amor de Dios!Mi insistencia cobra fruto; Un golpe desde dentro me responde, después otro y otro más. Sorprendido me alejo un poco de la puerta. De pronto, la puerta cae, y un mar de gente muerta sale de ella. Otra vez su olor, otra vez los gritos y los gruñidos. “Los sucesos de ayer por la anoche dejaron como saldo ocho personas heridas, la mitad de la Torre Neón85 destruida y cuantiosos daños en la avenida Libertad. Las autoridades han acordonaron la zona y piden a la ciudadanos permanecer en sus casas...” eso se escucha en la televisión de la sala, mientras que, en la habitación, un hombre aún permanece dormido. Está empapado en sudor y parece intranquilo. Se estremece y agita mientras las sabanas se enredan en su cuerpo. Balbucea cosas incomprensibles, que se contrastan con el silencio de la habitación. Él vive en un departamento moderno, minimalista y bien iluminado. Todo está ordenado y limpio, salvo las sabanas, que se han manchado de sangre. Fuera de eso, todo está impecable. Atardece y el hombre no da señas de despertar. “Para la policía, esos hombres son criminales, no importa que uno de ellos quiera luchar contra el crimen. No toleraremos que se quiera hacerse justicia por propia mano.” En el noticiero se indican que el hombre que habla es el Comandante Eduard Gámez, quien es un tipo serio, con el cabello bien peinado, de lentes y que usa un traje oscuro. “Desde que el sujeto apodado The Watchman apareció, no ha hecho más que causar grabes daños a la ciudad. Es irresponsable la forma en que actúa. Si realmente quiere ayudar, debería entregarnos toda información que nos lleve a la capturar de Sádico.” Concluye la entrevista que otorgó al canal 82. El ventilador que gira en la habitación no causa ningún efecto en el calor de la tarde ni en el silencio que solo es interrumpido por los quejidos del hombre que empieza a despertar. Abre los ojos lentamente y se lleva la mano al costado derecho. La venda, que se había puesto en la mañana, se ha aflojado y ha dejado escapar rastros de su sangre. Se sienta colocando sus pies sobre las pantuflas que lo esperaban a un lado de la cama. Aguarda ahí unos segundo tomándose la cabeza con ambas manos y agachando la mirada al piso. Tiene otras heridas en el pecho, sobre el hombro izquierdo, contusiones el en dorso y un leve rasguño en su rostro. Parece desorientado y le toma otro momento para poderse levantar. En la mesa que está a los pies de su cama, hay unos cuantos periódicos acomodados. “Enfrentamiento entre Watchman y Sádico causan destrozos en la ciudad” Indica el titular. “Alrededor de las nueve horas de la noche de ayer, una explosión hizo vibrar a la ciudad entera, lo que provocó pánico en las personas que estaban en la zona. De los tres días de enfrentamiento, este ha sido el más violento y que ha causado mayores daños, aunque, afortunadamente, no habido bajas de civiles” se lee en el cuerpo de la noticia. Ya incorporado, el hombre recoge las sabanas, las lleva al cuarto de servicio y las arroja a la lavadora. Se quita la escasa ropa que lleva encima y la coloca junto a lo demás, antes de encender la máquina de lavado. Camina por el departamento desnudo dejando ver su cuerpo atlético y las marcas de varias cicatrices. Entra a la ducha y se quita todos los vendajes para arrojarlos a la basura. Mientras se baña, un color rojizo oscuro se cuela entre el agua y se escurre junto con ella por el drenaje. La televisión sigue encendida mostrando reportajes y testimonios de los involucrados en el suceso de ayer. Cuando sale del baño, se dirige a la sala y escucha atento la última reseña que el titular del noticiero hace. “Todo comenzó con los asesinatos violentos de algunos políticos la semana pasada, siendo el más relevante el del senador Juan Ibáñez, quien fue brutalmente degollado cuando salía del parlamento. Testigos del acontecimiento indican que fue el criminal conocido como Sádico quien de un solo golpe mató al político. Los guardaespaldas nada pudieron hacer contra las habilidades del famoso criminal.” indica. Después de escuchar eso, apaga la pantalla para dirigirse al comedor. Saca algo del refrigerador y lo mete al microondas. Se sienta en la mesa y, mientras espera, toma una tablet y teclea en el buscador de YouTube the Watchman. Repasa poco a poco los resultados y se detiene en un video que tiene como título “Enfrentamiento y destrucción de la Torre Neon85”. Antes de que pueda darle click, un sonido llama su atención; es el microondas indicando que la comida está lista. Deja la tablet a un lado mientras va por la comida. Regresa a la mesa con un plato en una mano y un bocado en la otra. Mientras se acomoda para comer, toma de nuevo la tablet y reproduce el video. Es una compilación de varias grabaciones. En el primero, se ve cómo una cámara de seguridad capta algo que se mueve por el pasillo del edificio con rapidez, seguido de un destello que ilumina toda la pantalla. La toma cambia a la grabación de un turista que filma el espectáculo de luces que danza sobre la fachada de la torre, cuando, de pronto, una explosión en la parte alta del edificio los hace gritar a todos. Se ve de nuevo la misma toma pero en cámara lenta, y se puede distinguir, muy tenuemente, que algo sale disparado de una venta antes de que el edificio explote. Otra toma muestra el costado del edificio, justo donde explota. Se puede distinguir el fuego que emana de la torre, cuando, instantes después, dos hombres de negro caen sobre un automóvil estacionado en la avenida. Cuando todo mundo los da por muertos, sorprendentemente, los dos se levantan para continuar con su lucha. Ambos visten de negro y tienen los rostros cubiertos. Uno usa una especie de capucha que solo deja ver unos ojos artificiales que brillante intensamente de un color azul. El otro hombre, lleva la nariz y la boca tapa con una media mascara de color rojo. Simula tener una boca de demonio o algo parecido. Cuando la lucha continua, el de la boca de demonio toma una daga de estilo japonés y la clava profundamente en el hombro derecho del otro sujeto. Cuando intenta sacar la daga para dar otro estoque, el tipo en el piso, usa una especie de “chicharra eléctrica” lanzando por los aires al Demonio con mascara. El de los ojos iluminados aprovecha el desconcierto para desaparecer cojeando visiblemente. A lo lejos se ve como la policía va llegando. El tipo en el suelo se incorpora muy confundido y también huye de la escena. Apaga la tablet y la arroja al sillón que se encuentra cerca del comedor. Termina de comer con calma, recoge y lava los platos, bebe agua helada y sale de la cocina aún con la toalla ceñida a la cintura. Va a la habitación y se viste, siempre de color negro. Cruza la sala, abre una puerta que está a un costado de la televisión y toma algunas cosas. Se coloca una especie de armadura sobre la ropa, enfunda una katana sobre su espalda y guarda algunas dagas a los costados de sus piernas. Cruza la sala de nuevo y entra a otra habitación. El lugar es distinto al resto del departamento, pues es más colorido, con peluches y juguetes en los estantes y una decoración infantil. Mientras está ahí, observa con mucha atención una cuna vacía. Sus ojos negros permanecen fijos e inexpresivos. Permanece así unos minutos y, antes de salir de lugar, se pone una máscara roja sobre la boca. —Es momento de terminar lo que he empezado. —dice. Ya no le buigas, joven, no tiene caso. A naiden le importa Bailón, es un pueblo olvidado. Ya naiden se acuerda de él, ni siquiera los federales. Ni ellos se molestaron en ver lo que había pasado. Créame, viví allá muncho tiempo y nunca vi que ni un policía se parara por allí ni de casualidad. Es más, desde huerco que no veo que alguien extraño entre a esas tierras. Es un lugar muerto, abandonado hasta por quienes nacimos ahí. Yo lo dejé porque ya no aguantaba tanta amargura. No se puede respirar, apenas si se puede vivir, pero a fuerzas, con la poquita esperanza que deja el ver a otros irse. A mí no me quedó de otra más que dejar a mi madre, porque ya no podía estar en ese lugar tan abandonado. Fueron treinta años soportando el silencio y la monotonía. Desde que Don Pancho Arreola ya no está, el pueblo se fue pa´ bajo. Yo me acuerdo bien, y eso que solo tenía ocho años en ese entonces, pero ese lugar era otro. Figúrese usted, las calles estaban llenas de muchachas lindas y caballerangos que llevaban a sus animales a beber al rio, que, para ese entonces, aún llevaba agua. Pero como le digo, ese era otro pueblo. Las fachadas estaban pintadas de colores relucientes y sus calles estaban limpias. La gente aún se despertaba a la madrugada para barrer y dejar el pueblo oliendo a tierra mojada. Para cuando pasaba por la calle principal, al ir escuela, se podía ver el bullicio de la gente andado por ahí con sus asuntos. Íbamos un monto de chiquillos encontrándonos unos a otros para no llegar solos a clase. Recuerdo bien como aún había buena educación. Todos los chilpallates coreábamos juntitos el “buenos días” cuando entraba el profesor. Era para nosotros un segundo padre y tenía la misma autorida. Las fiestas del pueblo eran fiestas de verdad, con gente bailando en las calles, comida hasta para llevar en itacates y música que duraba hasta el otro día. Recuerdo que llegaban montones de gentes de otros pueblos solo para las fiestas. Todo mundo se vestía de gala y se dejaba el trabajo para después. El cura, que para ese momento aun iba a diario a visitar al pueblo, se mezclaba entre la gente y terminaba con Don Pancho bebiendo hasta que se dormía. Ese era otro pueblo, uno que daba gusto ver, oler y saborear. Las gallinas cantaban al alba y todos nos despertábamos con ellas para continuar con la labor. Pero eso se terminó el mismo día que Don Pancho decidió irse pa´ la ciuda. Mucho se fueron con él, hasta el agua del rio. La tierra se hizo polvorón y las calles dejaron de barrerse. Las muchachas se hicieron señoras abandonadas por maridos, y se quedaron llenas de hijos que les exigían cosas que no les podían dar. El trabajo se terminó y los hombres tuvieron que buscar nuevos rumbos para seguir viviendo, pero dejaron a los huercos y a sus mujeres atrás. ¿Qué quiere que le diga? Yo me fui con ellos cuando tuve oportunidad. Regreso de vez en cuando porque allá está mi madre y se me apachurra el corazón dejarla abandonada. Pero por eso me fui, para poder traérmela conmigo una vez que junte los centavitos suficientes para poder comprar algo de algo para meterla a vivir. Aunque de eso ya hace diez años y ta´no los junto. La situación está canija, y es muy trabajoso hacerse de algo. ¿Pregunta por qué se fue Don Pancho? pues mire, hay quien dice que le ofrecieron un buen negocio que no pudo rechazar. Pero la verdad, se dice que fue por Cuquita González, esa mujer que lo atrapó con hechizos, con cosas de brujas. Bueno, eso dicen. Pues resulta que la esposa de Don Pancho se enteró de sus queberes y pues… lo sacó del pueblo, abandonando a Cuquita y a todos con ella. Y es por eso mismo que dicen que el pueblo está maldito. Cuquita, como yo la conozco, porque era una señora respetuosa cuando Don Pancho estaba allí, se enojó con todo el pueblo, y que les echó la culpa a todos cuando la señora de Don Pancho se enteró de sus encuentros. Pero, ¿Cómo no se iba a dar cuenta? Si Cuquita traiba mejores galas que la esposa... que ya ni recuerdo como se llama. Pero creo que por eso se enojó, pues a ella la tenía encerrada mientras que a Cuquita la paseaba para todos lados. Pero es verdad que las señoras le tenían mucha envidia. Se encabritaban cuando la veían con sus vestidos nuevos y con las joyas que ellas no se podrían compra nunca. Todo mundo la veía cuando pasaba por la calle. Unos le arrancaban el vestido con los ojos mientras otros la asesinaban en sus mentes. Siempre provocaba cosas, buenas o malas. Ya ni sé cuál es cual. El asunto es que cuando Don Pancho se jue, Cuquita se encerró en su casa y naiden nunca la vio a plena luz del día, aunque sí salía por las noches… más bien, en las madrugadas.” Los más valientes, o los más tontos, que se quedaban hasta tarde en la calle, escuchaban llantos y gritos, lamentos por Don Pancho. Una vez Melitón Domínguez vio algo extraño. Dice que cuando pasaba por enfrente de la iglesia se trasformó en un pájaro gigante, en una de esas aves llamadas lechuzas, ya sabe, de esas que dicen que son brujas… y tienen razón, bueno, eso digo yo, aunque nunca me ha tocado divisar ninguna, gracias a Dios. Al pobre Melitón, de lo asustado que estaba, se le quitó lo borracho y fue a dar a la iglesia. Ahí lo encontraron, rezando y llorando la mañana siguiente. Aunque no se le puede creer mucho a Melitón, es un borracho y pue´que que haya imaginado todo. Aunque ya son muchos años desde eso. Pero ella siguió ahí, en su casa de ventanas atrancadas y oscurecidas, apareciendo aquí y allá, llenándose de rumores y leyendas, hasta que empezaron a desaparecer algunos niños. De pronto, ya no los encontraban. Se le mandó hablar a la montada, pero nunca fueron. Las viejas del pueblo estaban seguras que había sido ella, así que una noche se juntaron todas y fueron a hasta aquella casa. No sé por qué no fueron de día, quizás para que la noche les quitara la vergüenza de ir a matar a una mujer. Sea como sea, se juntaron y llegaron hasta la casa aquella. Tocaron y gritaron una y otra vez, pero no salió naiden. Se enfurecieron y empezaron apedrear las ventanas y encendieron las cortinas negras. Todo aquello era un borlote. Parecía una fiesta como aquellas de hace muchos años. Entraron a fuerzas, buscando por todos lados, pero no la hallaron. Solo se toparon con un cuarto lleno de pinturas y figuras del diablo, con velas negras y sangre de animales. En medio de un altar sestaba el retrato de Don Pancho. Destruyeron el lugar y empezaron a quemarlo todo. Por lo llenas de odio que estaban, no se dieron cuenta que la casa se llenaba de humo y el fuego empezó a descontrolarse. Cuando quisieron salir, la puerta estaba obstruida por una viga que había caído del techo. Nadie pudo escapar. Todas murieron ahí. Los hombres que se habían quedado en sus casas salieron a ver la tragedia, pero no pudieron hacer nada, solo ver y llenarse de agrios recuerdos. Se dice que el olor a muerto y a quemazón llegó hasta los pueblos cercanos. El tufo lo impregnó todo, y si uno va a Bailón en estos días, aún se puede oler a muerte. Mi madre no fue esa noche, porque ya no podía caminar, Gracias a Diosito. Pero ella también recuerda con claridad los gritos muerte. No se supo si realmente Cuquita robó aquellos niños, pues ya no se dejó ver, pero se cuenta, que esa noche, en lo alto del cielo, mientras la casa se quemaba junto con casi todas las mujeres del pueblo, una ave blanca volaba, gritando victoriosa. Austin odiaba los hospitales más que cualquier otra cosa en el mundo, más que los funerales o los centros psiquiátricos. Los odiaba incluso más que los cuadros de Picasso, aunque estos le gritaran extraños chirridos cuando los veía. Ir a un hospital a los 8 años de edad fue la experiencia más aterradora que hubiera vivido hasta ese momento, pues sentía cada dolor, cada enfermedad y cada sufrimiento como si lo viviera él mismo, en su propia carne y huesos. Además, sentía una gran pena en ese sitio, tanto, que la música que escuchaba en ese momento era increíblemente deprimente, lo que hizo que no parara de llorar todo el tiempo que estuvo ahí. No soportó más de diez minutos en la sala de urgencias antes de salir corriendo para escapar de esa terrible experiencia, sin importarle la mano que se había lastimado esa mañana en la escuela. Desde ese día, cada vez que tenía pesadillas, éstas se relacionaban con hospitales, con gente dolorida, con niños llorando o con personas sumidas en su tristeza. Las pesadillas las soñaba en tonos grises, con un sabor amargo y una música sutil, pero estremecedora. En apariencia, Austin, era un chico normal, como cualquier otro adolescente de trece años. No era más listo que los demás, o más alto, no tenía ninguna habilidad atlética sobresaliente, pero poseía algo que lo diferenciaba del resto. Se dio cuenta de ello a los seis años, cuando su padre lo llevó por primera vez al parque de la ciudad. Era su primera visita, pues su madre tenía la creencia que la exposición a la naturaleza le podría traer problemas de alergia. Al ver el hermoso paisaje del lago, con el sol reflejando sobre las aguas que chisporroteaban destellos de colores, enmarcado por el verde del pasto, el cielo azul brillante y las flores de las jardineras, escuchó una melodía, suave; una canción que acompañaba a la escena que veía. La música lo hizo sentir aún más alegre y dichoso, pues exaltaba la sensación que le provocaba el paisaje. Los colores sonaban armoniosamente. Primero pensó que la música surgía de algún lugar cercano, y no le dio mayor importancia salvo que acompañaba muy cadenciosamente la escena, como si de una película se tratara. Sin embargo, cuando expresó lo maravilloso que se escuchaba aquella melodía, sus padres le miraron con extrañeza, provocando que pensara que quizás estaba imaginando. Durante algunos años creyó que lo que escuchaba cuando veía alguna imagen emotiva, ya fuera alegre, triste o desagradable, se manifestaba de su interior. Eran sonidos que seguían con increíble armonía lo que las imágenes le provocaban. No fue sino hasta el episodio del hospital que se dio cuenta que todo aquello que le pasaba no era normal. La música, la empatía, el dolor que sentía cuando alguien más sufría, todo eso era real. Era demasiado intenso como para ser producto de su imaginación. Debía estar loco, o descompuesto, no podría caber otra explicación, y por eso mismo, por el temor de ser encerrado en un manicomio, fue que no le comentó a nadie. Pasaron unos años más y las manifestaciones extrañas, que aunque para él eran normales, se hacían presentes cotidianamente. Debido a eso, empezó a juntarse con personas más alegres y alejarse, naturalmente, de los niños solitarios, tristes y violentos. Frecuentaba la naturaleza y de vez en cuando le pedía a su padre que lo llevara a ver exposiciones de pintura. Evitaba en todo momento tocar o estar cerca de gente con lesiones o con algún dolor o malestar. Cuando algún niño se lastimaba en la escuela, lo cual era muy frecuente, trataba de no estar presente y se alejaba del evento inmediatamente. Algunos lo tacharon de cobarde cuando se dieron cuenta que le desagradaba de sobremanera ver sucesos de este tipo, pero a él no le importaba. Lo sucedido en el hospital realmente lo dejó marcado. Vivir en la ciudad de Guadiana le era especialmente complicado. Aunque el lugar era pequeño, cada día se iba expandiendo, saturando las calles de personas, automóviles y de basura. Era una ciudad colonial, pero muy descuidada. La gente siempre tenía prisa y pocas veces se detenía a saludar. Las calles estaban pintarrajeadas por vándalos y no se le daba mucho mantenimiento a las casas o edificios. Todo eso le causaba cierta repulsión a Austin, que era muy sensible a las imágenes grotescas, pues todo lo magnificaba. No podía evitar escuchar sonidos estridentes o disonantes cuando caminaba por el centro de la ciudad, incluso por el barrio donde vivía, un lugar bastante monótono y gris, aunque no eran precisamente el peor lugar del mundo, para el chico era como una mala nota tocada en un tiempo inadecuado. Por ese motivo, trataba de alejarse de esos lugares, escapando de la gente y los lugares desagradables. Irónicamente, uno de sus lugares preferidos en la ciudad era el viejo panteón, el cual estaba repleto de tumbas adornadas con imágenes góticas, que lo hacían escuchar sonidos agradables, pausados y melancólicos. Eso lo hacía un lugar insuperable para estar. Pasaba horas ahí, sentado leyendo o explorando. Se hizo amigo del cuidador, quien agradecía el tiempo que Austin le dedicaba para escuchar las historias y leyendas de los personajes que yacían enterrado en el campo santo. Cada mausoleo era único y encerraba un sonido propio. Los iba explorando de a poco, uno a uno, dedicándole el tiempo para escuchar sus melodías. Una tarde, cuando estaba a punto de salir, pasó por un sepulcro que no había visto. Este era grande, estructurado para guardar a una familia completa. La puerta que llevaba al interior estaba abierta. Al pasar por ahí escuchó algo que despertó su curiosidad, así que entró. El interior era sorprendentemente claro, lleno de colores. Lo rodeaba una serie de vitrales que iluminaban el interior del mausoleo. El sol del mediodía irradiaba con fuerza su luz coloreando el interior. Era una pintura viva, interactiva. Inmediatamente el rostro de Austin se presentó. Se había convertido en su lugar favorito en el mundo instantáneamente. Era un lugar alegre y su sonido era ceremonial, con tonos grabes y profundos. Sentía que aquel sitio era un lugar sagrado. Entre la melodía empezó a escuchar palabras, frase sueltas que intentaban comunicar algo. Austin intentó descifrarlas, repitiéndolas en voz alta. —Aperuerit ianuam introibo. —repitió, sin estar seguro que lo hubiera dicho correctamente. Del fondo de la tumba, una puerta se abrió, obedeciendo a la orden. Austin miro curiosamente, esperando que de ella saliera un olor desagradable, llantos y fuego. Esperaban escuchar alaridos, y sentir dolor, sin embargo, lo que vio fue… Dos universos. Despertó ansioso, con el pensamiento fuera de su pequeño cuarto. Su imaginación se fue por la puerta del diminuto balcón y bajó muy abruptamente hasta el suelo, allá, donde el mundo ocurría sin detenerse mientras él pensaba una y otra vez la misma cosa. Eran apenas las ocho de la mañana, pero despertó por hábito, acostumbrado a una rutina de tiempos mejores. La luz del sol resplandecía tenuemente entre paneles y puertas semitransparentes otorgando una calidez a la fría habitación. Sus muebles eran pocos, modernos y compactos, apenas si llenaban el espacio entre los muros blancos. Vivía solo. Se sentó antes de incorporarse, reflexionando sobre los acontecimientos recientes. El silencio solo era interrumpido por el ventilador de techo que giraba lentamente. Su habitación estaba en perfecto orden, así como todo lo de su departamento. Era un chico bástate organizado, intelectual y muy nervioso. Sobre el escritorio se veía su ordenador, una libreta de apuntes y un par de libros que dejo a medio leer el día que se quedó sin trabajo. Se levantó y fue hacia el comedor para intentar degustar algo, sin embargo, las bolas de arroz y el pescado no le satisfacían en ese momento. Estuvo sentado a la mesa toda la mañana, sin siquiera tener la mínima intención de levantarse hasta que alguien llamó al conmutador, sin embargo, no atendió Habían pasado una semana sin que hubiera hablado con alguien, ni siquiera había salido del departamento. De vez en cuando iba al escritorio, prendía el computador y revisaba algunas ofertas de trabajo. Después lo apagaba y regresaba al comedor, sin siquiera darle un breve vistazo a sus redes sociales. Más que estrés, sentía vergüenza por echado a perder su primera oportunidad para ascender a puestos importantes dentro de su trabajo, sin embargo, no solo no logró el ascenso, sino que prescindieron de él. No había hablado con sus padres para informarles de la situación, ni ellos se habían comunicado con él, afortunadamente, pues no quería tener que decirles que era un chico desempleado. Deshonra. A menos que lograra encontrar trabajo en una empresa con más prestigio, no había mucho más que hacer. Se sentía humillado, y los días lo pasaban pensando constantemente en la situación. A veces caminaba, pero no había muchos lugares a donde ir. Solo había una salida, y había estado sobre la pequeña mesa del comedor todo ese tiempo. Una pequeña daga muy afilada y algo curva resplandecía constantemente, como si lo llamara. Necesitaba tomarla, meterla en su abdomen, y desplazarla a un costado. Era una forma digna de acabar con el problema, pero no lo había podido hacer. Era un cobarde, un miedoso y debilucho y por eso mismo sentía aún más pena. Aunque ese día estaba decidido. Era un poco después del mediodía cuando tomo la daga, se puso en canclillas y la colocó apoyándola sobre estómago. Pensó un breve momento sobre la situación y de nuevo dejó la daga sobre la mesa. Se incorporó, abrió la puerta de la terraza, subió al barandal, miró hacia abajo y se liberó. Los titulares del periódico del día siguiente habían aumentado unas decenas de número más al conteo de suicidios del año. Unas páginas más adelante, se leía un anuncio solicitando personal para recoger cuerpos suicidas, fuera de eso, no había ninguna otra solicitud de empleo. … Esa mañana se despertó con una sola idea en la cabeza: conseguir trabajo. Había pasado un par de meses desde que había sido despedido de su empleo. Lo encontraron robando parte de las propinas que los meseros recibían en el restaurant. Tuvo suerte, la gerente no presentó denuncia de robo, pero en su lugar, él tuvo que firmar su renuncia, por lo que no había forma que recibiera compensación por su despido. Despertó porque habían llamado a la puerta un par de veces de manera intempestiva. Así que no tuvo más remedio de levantarse de la cama, pero aun semidesnudo, con solo uno calzoncillos puestos, se asomó por la ventana sin que lo viera quien sea que llamara a la puerta. Era un cobrador más, que al ver la negativa para abrir, mandó un sobre con una advertencia de pago urgente. Él se acercó a la carta, la tomó y la tiro al bote de la basura, donde esperaban por lo menos una veintena de cartas más con ultimátum amenazantes. Pasaban del medio día, el sol estaba en lo más alto del cielo, azotando con brusquedad a la tierra y elevando la temperatura de manera extremosa. Él calor era sofocante, pero lo que más resaltaba del ambiente era un olor profundo de moho, comida echada a perder y sudor, haciendo una mezcla bastante recalcitrante que se colaban por las fosas nasales, lastimándolas. Había ropa por toda la habitación desperdigada entre los muebles que se acumulaban, pero sin orden o propósito. La cama estaba distendida y el baño desaseado. La cocina parecía un campo de batalla y el cesto se desbordaba con basura. Después de dejar el sobre en su lugar, regresó a la puerta y salió, no sin antes echar un vistazo para saber si alguien seguía ahí. Tomo el periódico del piso, y regresó a su refugio. Sin siquiera ponerse algo más encima, se sentó a la mesa, retiro con el brazo la basura tirándola al piso y colocó el periódico. Duró unos cuantos minutos ojeando la sección de clasificados pero, a pesar de la gran cantidad de ofertas de trabajo, no había nada que pudiera cumplir con el perfil. Aventó el periódico a un lado y se dirigió al refrigerador, que inmediatamente cerró de un golpe. Tomó el teléfono celular e intentó hacer un par de llamadas, pero no hubo respuesta. Ya ningún conocido o amigo estaba dispuesto a invitarlo a comer o si quiera pasar el rato a su lado. Se sentía perdido, sin rumbo. No le quedaba nada que pudiera comer ni dinero para comprar absolutamente nada. Las deudas estaban sobrepasándolo y no sentía que hubiera ninguna salida. Ni siquiera sus hermanos quería tener que soportar el peso que era mantenerlo, ya no, habían pasado por eso ya mucho tiempo y no lo harían más. La renta estaba por vencerse y no tendría a donde ir. Todo era un cumulo de cosas que lo cubrían ahogándolo su desesperación lo había hecho llorar sin consuelo por las noches pero ahora estaba cansado, desgastado hasta el extremo. Ya no quería seguir soportando esa situación, así que se dirigió al baño, abrió el grifo con agua caliente y regresó a la cocina. Tomó un cuchillo del fregador y regresó al baño. Se sentó bajo la regadera y mientras el agua fluía hacia la coladera, un rojo brillante lo saturaba. No hubo llanto, ni gritos, solo un sonido constante de líquidos cayendo y escurriéndose entre la tubería. Días después, los periódicos ponían en sus contraportadas un titular algo sensacionalista: Terminó con su vida en funesto acto de cobardía. Sus familiares están destrozados y lloran su pérdida. —¿Cómo pudiste dejar que nos despidieran? Maldito viejo, cuánto lo odio. —No fue mi culpa... —Debiste hacer algo más, solo te quedaste ahí parado como un idiota. Hubieras desmentido a la tipa. Fuimos nosotros quienes hicimos el trabajo por ella. ¿Cómo se atrevió a presentarlo a su nombre sin darnos ningún crédito? —No pensé que fuera hacer eso. —Nos engañó. Te dije que no era de fiar, se veía que nos traicionaría. Y ese viejo decrepito del jefe le siguió todo el juego, como si ella realmente tuviera la capacidad para hacer ese trabajo. Quedamos como tontos. —Lo siento, me pidió ayuda y no pude negarme... es tan linda. —Deja ya de babear por ella, que no ves que por su culpa nos han despedido. Las mujeres no son confiables, nos utilizan. Siempre nos utilizan. —Pero era tan amable. —Eres un ingenuo, no debiste creer en sus mentiras. Mírate, eres un don nadie, un patético hombrecillo sin chiste. Si, somos muy listos, pero las mujeres no ven eso. Mejor dicho, si lo ven, y por eso nos abusan de nosotros. —Pero ¿qué podía hacer? Hubiera sido muy grosero negarme. —Eres patético... te hubieras comportado como hombre, pero no. Debí haber contestado yo. La odio más que nunca. Tantos años trabajando... para nada. —¿Qué haremos ahora? Hay que pagar la renta la próxima semana. Además, nuestros padres se darán cuenta que no tenemos trabajo y nos obligarán regresar a casa... ¡No quiero regresar! ¡No quiero! —¡Cállate! Eso no pasará, antes nos matamos. No podría soportar de nuevo la humillación. No seré de nuevo el hijo pequeño que es castigado por sus padres. Además, nos separarían, y tú no eres nada sin mí. Debemos hacer algo. —¿Pero qué? Es demasiado tarde para hacer algo... ya vienen a por nosotros para sacarnos de aquí. —Lo sé. Será horrible ver las caras de todos burlándose. Ya los escucho decir: “Ahí va ese loco”. Les odio tanto a todos. Me gustaría matarlos, pero tú eres un cobarde. —No soy cobarde... deja de decirme así. Solo soy precavido. Si no fuera por mí ya nos hubieran metido al manicomio o a la cárcel. —Si no fuera por mí, seguiríamos en casa, que es aún peor. No quiero regresar a casa... no soportaría un castigo más de nuestro padre. Se escucha que tocan la puerta. —¿Hola? ¿Godínez? ¿Sigues ahí?... lo siento, debes de dejar la oficina. —Sí estoy en el baño, ya voy, tardaré solo un segundo. Por favor, solo dame unos minutos más. —Muy bien, no tardes, el jefe me pidió que me asegurara que dejaras la oficina hoy mismo. Si ve que no sales, mandará a seguridad. —Muy bien, gracias. Saldré en un momento. —Maldito idiota de Ibáñez. Es un hipócrita... tu siempre has confiado en él. —Él nos ha ayudado... trató de defendernos en la junta. —¡Va!... es un idiota como todos los demás. Todos deberían morir, pero son gente como Ibáñez, o como la puta de Martha, que sobresalen del resto. En cambio, nosotros, con toda nuestra inteligencia, terminamos de segundones. Hoy fue terrible, balbuceaste y me reprimiste. Yo pude haberlos hecho llorar. —Lo siento, no sabía lo que podrías hacer. Tengo miedo que me llamen loco. Sé que todos lo piensan, pero no me gusta que me lo digan. No quiero tomar más medicinas, me adormecen y me siento solo. —No te preocupes, no te dejaré de nuevo, pero debes confiar en mí. Estaremos juntos siempre. Juntos somos más fuertes, más listos. Solo permíteme guiarte. Escúchame. De nuevo suena la puerta. —Godínez, en verdad, necesito que salgas… ¿está todo bien ahí adentro? ¿Te sientes bien? —No le contestes. —Sí, todo está bien Ibáñez, solo que no es fácil superar lo que está pasando. Dame un par de minutos a solas, saldré en enseguida. —Muy bien, te daré un poco de espacio, pero no me iré. Estaré afuera de tu oficina. Llama si necesitas algo. Sabes que puedes contar conmigo. —Gracias amigo. —Vamos, no le creas, Ibáñez es un idiota, también quiere quitarnos de en medio. Nos tiene envidia. Recuerda, él también piensa que estás loco. No olvides que te dijo que fueras al psiquiatra. Nos quieren separar, todos nos quieren separar. ¿Qué harías sin mí? ¿Quieres quedarte sólo? —No, no te vayas… te necesito. —Entonces escúchame. Hagamos que nos valoren, que dejen de subestimarnos. No nos queda nada más. Matémoslos a todos. —Pero, son más fuertes y más listos. —No, no digas eso... hay que tomarlos por sorpresa, ellos no se lo esperan. —¿Cómo lo hacemos? —Usemos el cuchillo de que trajimos en el maletín, por algo lo metimos esta mañana antes de venir. En el fondo sabíamos que algo pasaría. Si tú no quieres hacerlo, lo puedo hacer yo. Déjame tomar el control. —¡No! Lo haré yo… te demostraré que no soy un cobarde. —Apuñala al viejo decrepito que teníamos por jefe, hazlo llorar para que vea lo inútil que es. Degüella a la puta que nos traicionó, y quema todo el lugar. —Es buena idea, en el sótano hay gasolina. Podemos quemar la entrada y todo el edificio arderá. No podrán salir. —Sí, enciérralos a todos, que ardan. Se abre la puerta. —¿Estás mejor Godínez? ¿Con quién hablabas? —Sí, estoy mejor… solo iré por mi maletín. No hablaba con nadie, puedes verlo por ti mismo. Ibáñez se asoma al baño y no ve a nadie dentro. Godínez saca el cuchillo de su maletín que estaba a pocos pasaos de la puerta del baño y lo apuñala por la espalda. Le tapa a boca para que no grite y sigue apuñalándolo hasta que muere. —Muy bien, lo hiciste muy bien. Es hora de hacerlo… todo mundo sabrá quiénes somos. Es hora de hacer historia. Parte uno. EL testimonio.Mi nombre es Juan Fernando Maldonado, soy reportero de un periódico local en el estado de Durango, y acabo de recibir una llamada que puede cambiar la vida en la tierra como la conocemos. Mi contacto, que por cuestiones de seguridad omitiré su nombre, ha sido testigo de un acontecimiento increíble. Entiendo que por el tipo de información que estoy a punto de revelar se pueda pensar que tales datos sean falsos, no obstante, conozco de toda la vida a este testigo, pues hemos estado juntos gran parte de nuestra vida y lo considero una persona completamente honesta y seria. Si me ha hablado a mí para poder dar su testimonio, es porque lo conozco de siempre y sé que lo que dice es verdad, por más fantástico que sea.Dejo parte de la conversación que tuvimos hace un momento.—Puedes comenzar hablar, he encendido la grabadora.—Muy bien, trataré de hacerlo lo más coherente y entendible posible. Aún estoy un poco nervioso.—No te preocupes, tu cuenta las cosas como han pasado.—Todo empezó esta tarde cuando, un compañero y yo, salimos del campamento para dar una pequeña caminata y localizar algo de leña.—¿En qué lugar estaban?—En Puente Chico, a unos 20 kilómetro sobre la carretera Durango – Mazatlán, en lo profundo de la sierra.—Muy bien, continúa.—Como decía, habíamos salido a dar un pequeño paseo de un par de horas y decidimos rodear el cerro, ya que la por la parte de atrás hay una planicie despejada, y deseábamos recibir un poco los rayos del sol que ya se escapaban por el oriente. Todo iba bien, era una buena caminata, pero, cuando llegamos a la zona despejada de la planicie, vimos a un hombre parado casi a la mitad de campo. Es común que alguien venga hasta este sitio, pues es un lugar muy tranquilo para el campismo, por lo que nos pareció de lo más normal verlo ahí. Decidimos saludar y nos acercamos. A mitad de camino pudimos ver que traía puesto una ropa extraña. Usaba una gabardina y debajo de ella se asomaba una especie de armadura. Traía en la mano un espada impresionante. Eso nos pareció algo extraño, pero supusimos que era un chico de esos aficionados a los dibujos japoneses. Llegamos hasta él y lo saludamos, pero no nos devolvió el saludo, en cambio nos dijo en tono muy amenazador que nos alejáramos. Mi compañero y yo nos vimos muy desconcertados y le preguntamos que si tenía algún problema. Pero en seguida nos volvió decir que saliéramos de ahí. “La existencia de la humanidad dependerá de esta pela” nos dijo. Nos alejamos sin dudarlo, pero nos quedamos con curiosidad. El chico (que tendría unos 25 años, aproximadamente) tenía el rostro muy serio. Miraba fijamente al cerro, que en ese lugar en específico se abría a la mitad formando un pequeño cañón que se adentraba a la penumbra. Mi compañero y yo nos quedamos a la orilla de la planicie, entre los árboles, esperando. Pasaron alrededor de 5 minutos cuando el sueño empezó a temblar levemente. Un sonido profundo repercutía en nuestros oídos y sacudía nuestros corazones. De entre el cañón se asomó una mano gigante, seguida de unos ojos impresionantemente amarillos. No lo podíamos creer, eran dos monstruos enormes de unos quince metros de alto. Parecía enormes gorilas hechos de piedra. Gritaban y gruñían con furia. ¿Cómo fue que llegaron ahí? No tengo idea. Tal vez salieron de la profundidad de la tierra, no lo sé, pero el caso es que estaban ahí, amenazando nuestras vidas, no solo las nuestras, sino la de la humanidad entera. Lo que pasó después es complicado de describir. Una batalla empezó. El chico que estaba en medio de la planicie se quitó la gabardina y mostró una armadura increíblemente reluciente. Su espada se encendió en llamas y tomó postura de batalla. Eran dos enormes bestias contra el chico. La pelea comenzó con los monstruos atacándolo. Golpe tras golpe hacía templar el lugar. Usaban unas espadas igual de monumentales acordes a su talla. El chico, con su espada mágica, detenía con destreza capa envestida. Atacaba uno, después el otro, pero nada podían hacer contra ese joven. Fue increíble, pero espeluznante de ver. De la nada, el joven, lanzó una especie de energía con su mano y derribo a uno de ellos, no lo mató, pero lo detuvo lo suficiente para asestar un golpe en el brazo de su compañero, deprendiéndoselo de su cuerpo. Parecía una gran piedra cayendo de una ladera. La bestia gritó, pero fue prontamente ahogado el alarido cuando su cabeza fue arrancada de golpe de su hombros. El otro, que se levantaba, miró la escena y lanzó un ataque directamente al chico con su puño, pero para nuestra sorpresa, el chico pudo detenerlo sin dificultad. Después, con una estocada rápida, atravesó su pecho. Cientos de piedras volaron por todos lados al ser destruido el gigante. El chico, que flotaba en medio del campo, guardó su espada, nos miró con una sonrisa y se fue volando.Ese fue el testimonio de mi amigo, que estuvo presente en un hecho sin precedente. Una historia sacada de un comic que sucedió en realidad. Yo me dirijo allá, al lugar de los hechos para confirmar la historia.Al parecer fuimos salvados de un terrible destino por un héroe desconocido. ¿Volveremos a saber del joven? Yo, espero que sí. Parte dos. La declaraciónDurante siglos, la humanidad ha estado sufriendo una serie de amenazas que ponen en riesgo su existencia. Cada cierto tiempo, un mal resurge con la única intención de destruirla. Un espíritu ancestral se apodera de cuerpo terroríficos y los dota de magia y fuerza para acabar con ella. Sin embargo, generación tras generación, un linaje es llamado a proteger a la tierra de ese mal. Ese linaje es el de mi familia: los Hall. Somos una familia de guerreros que hemos jurado proteger a la vida, luchar por el honor y entregar nuestras existencias a la bondad. Ha llegado la hora para que yo asuma esa responsabilidad. Mi batalla comenzó hace años, cuando la piedra amarilla resplandeció sobre la colina llameante, indicando que el mal había regresado.Durante días hemos estado detectando presencias que quieren invadir a la tierra, por lo que, los Hall Masters y yo, luchamos para detenerlos. Han sido feroces batallas, donde varios de los nuestros han caído, pero hemos logrado detener su invasión. Ahora me enfrentaré a Bruno, un terrible guerrero que ha matado sin compasión al resto de mis amigos, humillándolos y aniquilando algo más que sus cuerpos. En breve iré a su encuentro por el portal a las tierras altas, y lucharé, por mi honor y la humanidad. Cada golpe lo daré con locura y con pasión para proteger a la tierra, pues si caigo en batalla la humanidad estará perdida.Me llamo Celta Hall, líder de los Hall Masters, protector de la Tierra e hijo predilecto de la tribu de los Gigantes de Roca. Juro proteger a la humanidad y entregar mi vida a su servicio. Lucharé hasta el fin, y con ayuda de mi amigo Roto Grape, lucharemos contra el hechicero guerrero, traidor de su raza y poseedor de la espada en llamas, el arma maldita de las tierras profundas. Pues si no regresara con vida, la presencia de los hombres desaparecería para siempre.Traspasaremos el portal y nos enfrentaremos al mal que ya nos espera.Por la vida, la gloria, la naturaleza y mi linaje. Luchar o extinguirse. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Meses? ¿Años? ¿Décadas? La soledad se cierne sobre mí. Es una existencia abrumante. El vacío y la oscuridad son mi martirio. Es inevitable esta necesidad de saciarme de almas. Aunque su luz me ciega, el consumirlas me calma; sosiega mi ansiedad.¿Cuántas más? ¿Cuánta sangre necesito beber? ¿Cuantos llantos y gritos para ahogar el silencio? ¡Más, requiero más! Más incautos e inocentes. Una no basta, el deseo es incontrolable. Pero debo esperar, pues el sol se levanta y su resplandor me lastima. Unas horas solamente. Mientras tanto, el recuerdo de la última víctima me tranquilizará.Esa linda chica, de piel aterciopelada, con labios rojos y su lindo cuello. Gemía y luchaba con desesperación. Pero que inútil es eso. Aunque sus gritos y llantos son una melodía gratificante. Su tierno cuerpo y su vitalidad le dieron un sabor exquisito. Sabía a olvido, a placer.¿Estaré condenado? Claro está. Mi propia existencia es prueba de ello. Aunque no sé cuál fue mi crimen… ya no lo recuerdo. Han pasado años, siglos, tal vez milenios. Ahora sí sé que no hay retorno, no hay perdón. Deambularé por la eternidad, como un fantasma, como una bestia terrible que se esconde entre las sombras. Pero debe haber un fin, una conclusión para este sufrimiento. Aunque he sido señalado por un pecado mortal, y mi descanso no llegará jamás. Y junto a ese pecado se han acumulado otros. Pero es imposible detenerme. No hay manera que pueda parar. Solo la luz del sol me contiene, sin embargo, no puede ser de día eternamente.Escucho voces. Cuchicheos a lo lejos ¡Aléjense, váyanse de aquí! No contribuyan a mi castigo. Pero… debo comer, matar, necesito su sufrimiento, su dolor, que se equipare al mío.¿Quién será? Tengo curiosidad. Oh, ahí están. Son dos jovencitos atraídos por sus pasiones. Que delicia. Parecen contentos, alegres por descubrir el amor. Cuanta felicidad que se acabará en un instante ¿Ataco ahora o espero un rato más? Seré paciente y me acercaré un poco. Cuanta ingenuidad. Son tan frágiles, tan dulcemente jóvenes. ¿Yo habré tenido esa edad? Debí tenerla… o ¿Morí con prontitud? No, recuerdo unos labios sobre los míos. Eran tibios, suaves y húmedos. Y Recuerdo unas manos delicadas, blancas manos sobre mi rostro. Martha, su nombre era Martha. Y era como esa joven de ahí: bella, delgada y sonriente. Recuerdo su rostro amable. Siempre estaba para mí, para cuando le necesitara. Pero debí matarla… ¿por qué la maté? ¿Me engañaba? No, era fiel. ¿Una traición? Tampoco, no era capaz de eso. ¿Cuál fue su crimen? ¿Por qué me hizo cometer el mío? Recuerdo un hombre grande, con barba. Un hombre enojado, lo veo gritando y humillándome. Me castiga, me azota cruelmente. Y yo era un niño, es simple adolescente que buscaba a amor.¿Qué hice padre? ¿Por qué me lastimabas? solo necesitaba cariño. No hicimos nada malo, solo amarnos. Ahora recuerdo. Lo veo con más claridad. Fue por su culpa, la maté por su culpa. Llegó a mi aquél día, cuando yacía en el piso sangrando.—Está mal lo que hacemos, debemos detenernos —Me dijo—, es un pecado.—Pero te amo Martha, te amo, hermana.—Yo te amo a ti, Ezequiel, te amo, pero no puedo verte así, lastimado. Debemos parar, aunque no creo que pueda. Estamos ya condenados. Todos lo saben y nadie nos perdonará. Prefiero morir. Mátame, Ezequiel —Me dijo suplicante—. Si no lo haces tú, me mataré yo.Y ¿Qué podría hacer? ¿Dejarla que se condenara? Ya habíamos cometido pecado, pero tal vez Dios la podría perdonar, pero un suicidio, eso no tiene perdón. Así que la maté… por amor. Después de eso fui por nuestro padre y lo maté a él…y me maté a mí. Desde entonces solo hay vacío, sufrimiento y dolor. Una línea de agua bajaba sobre la ventana del auto, absorbiendo a las pequeñas gotas dispersas. El empaño de la ventana y las figuras caprichosas que se formaban distraían mi mente. Lo miraba todo, pero no observaba nada. Había pasado ya una hora desde que la primer gota de lluvia cayó sobre el pavimento de la carretera, y cuatro desde que habíamos salido de casa. El clima era frio en aquella media tarde, ausente de colores. Íbamos cuatro personas en el auto y solo yo estaba absorto en mis pensamientos. Los murmullos de una plática sin sentido se escuchaban de fondo y mis recuerdos de nostalgia se hacían presentes con imágenes lucidas y pensamientos claros. - ¿Quieres comer algo? - Me preguntó mi madre- No mamá, gracias… no tengo hambre – contesté sin motivación y sin apetito.Al fondo del valle había un árbol que yacía solitario en medio de un mundo de charcos y arbustos. Lo vigilaban una multitud de nopales como soldados que resguardaban a un prisionero caído y que, por ser diferente, estaba siendo arrestado. Mi pensamiento se iba unos kilometra atrás, donde estaba mi corazón. El recuerdo de una sonrisa me hacía sonreír. La noche anterior mi alegría permanecía en mí, y lo manifestaba con unos ojos brillantes y alegres, en risas y en calidez. En aquél tiempo una mirada de inagotable ternura me veían como nunca nadie me han visto antes. Unos ojos profundos y marrones me daban motivos para vivir.Un tope que me agitó un poco me hizo poner atención al presente. Llegamos a un pueblo llamado “La Lejanía”; un nombre muy apropiado, pues, antes o después de ese lugar, nada estaba cerca. Había unos escasos hogares en el pueblo, dispersos sobre la tierra ahora blanda y negruzca por la lluvia. Las luces de las casas estaban encendidas, ya que la lluvia trajo consigo a la penumbra, que ocultaba la luz de día donde, fuera de aquella nubazón, existía. Octubre era, antes de la mañana de ese día, un mes febril, agitado y regocijante que enmarcaba la celebración de mi cumpleaños… el día seis… un día antes del día triste. Es curiosos como la vida puede ser ambivalente, como un mes tan celebre por mucho tiempo pueda ser triste y nostálgico. Las cosas iban y venían apresuradas y sin detenerse. La gente pasaba en un suspiro, y el paisaje corría presuroso e indetenible con las horas que se escurrían y que me alejaban cada vez más de una vida que conocía, que extrañaba y que me partía en dos. No sé cuánto tiempo había pasado pero la noche caía apresurada sobre el horizonte que se tornaba oscura y llena de luces artificiales en lugares que parecía que no había vida urbana. La noche resaltaba la bastedad de las estrellas que ahora brotaban en la bóveda del cielo, aparentemente firmes y eternas. Uno podría pensar que todo permanece, pero en realidad todo cambia. Y de pronto un recuerdo más: una mano tomando la mía, unos ojos alegres y una sonrisa discreta. El cálido aroma del mar inundaba el ambiente. La noche oscura se rompía por el resplandor de infinitas luces diminutas. Un ronroneo del vaivén del oleaje, y su voz; cuando él hablaba no existía nada más, solo la protección y seguridad de un amor incondicional; Hace dos años en las vacaciones de primavera, cuando tenía diez años, para mi él lo era todo, y aún lo es, pues aunque lejos, mi corazón le pertenece. Mi primer amor; sus brazos fuertes para protegerme, su amable conversación que me los explicaban todo, su inagotable paciencia para acompañarme en todo momento. Esa noche me despedí de él, y mi vida parecía acabarse. Tenía que irse y ahora yo tenía que cambiar de casa. Prometió volver por mí pero su ausencia me dolió hasta mi esencia. En la última noche juntos comimos salchichas asadas y bombones quemados en el fuego; Hicimos una fogata en el jardín y acampamos para ver de nuevo las estrellas, pero las nubes, que vaticinaban un día triste, nos impidieron verlas. Lo miré todo lo que pude pues no quería que se me olvidara su rostro. Me regaló una pulsera con una frase: “Es peligros ir solo… toma esto” y, dibujado, un corazón. Esta mañana antes de irme estaba parada junto al auto, alto y gallardo, cual príncipe azul. Jamás lo expresó, pero se le notaba un corazón roto como el mío. El verlo ahí, cuando me alejaba con mi madre, mi hermano y Eduardo, me marcó por muchos años. Llegamos a casa de mi mamá y una vida nueva comenzó. El viaje de partida había concluido, pero los recuerdos y la nostalgia había permanecido todo éste tiempo. Ahora estoy aquí, inquieta y pensativa. De nuevo con los pensamientos y recuerdo a flor de piel. La ansiedad me conquista y unas manos inquietas lo manifiestan. Un minuto es una vida y la distancia, eternidad. A instantes de verlo de nuevo y siento que mi vida regresa. Yo sentada en la sala de espera del aeropuerto tratando de conservar la calma. Con paso firme y elegante aparece al fondo. Una sonrisa siempre en su rostro. Es el mismo pero ya no es igual; más maduro y con aún más caballerosidad se puede ver en él. Me levanto y mi alma se reconstruye. La alegría es indescriptible. Esta aquí, viene por mí. Han pasado diez años y viene en un momento vital. Una mano toma la mía mientras vemos que llega. Me ve y sonríe. Voy a su encuentro y corro para abrazarlo. Me cuelgo a su cuello y lo abrazo para que no se vaya de nuevo. Ha llegado para mi boda… y estará en primera fila. Mi primero amor, mi papá.Raúl Véliz (2015) Este usuario no tiene textos favoritos por el momento
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