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Estoy ahora en su entierro. He dejado caer un puñado de arena umbría sobre el blanco y reluciente baúl y luego me he echado hacia atrás asustada. Claire anida en mi corazón y no en esta fosa maldita. Y anida en mí como todos sus misterios... (final de la parte 1)Al regresar a casa he llamado por teléfono a mi amigo Gérard, pero comunicaba. Es en momentos como éste en que se maldice a un aparato que, noventa y nueve veces de cada cien, puede ser la última oportunidad para un ser solitario. Pero cuando nadie recoge tu llamada y suena de manera indifierente a ti una señal que pareciera contener una clave, te apercibes de que quien a tú recurres no está solo si no conectado a otros, quizás a muchos hombres y mujeres, y entonces tú sientes como la soledad crece como una marea. Cuando tu teléfono no te sirve para nada, cuando tu computadora no tiene registradas direcciones a las que asirte, cuando una carta tardaría una semana en llegar a su destinatario y solo dispones de minutos para impulsarte de nuevo... es cuando, necesariamente (y sin otro camino posible) he escrito una nueva carta de confesión.Como siempre en estos casos, he desgranado mi confesión con una rabia desatada. Intercambiando víctima por culpable y mostrando a la luz todo mi resentimiento hacia mi hermana. Con letra convulsa, extremadamente rápida, cual si ella misma quisiera camuflarse en unos garabatos casi ilegibles, he dejado constancia de porque soy culpable más que del hecho de serlo. Y también todo mi amor, todo mi dolor por una muy larga ausencia, por un proceder tan distante.Luego, como en las anteriores ocasiones, mi instinto de autodefensa se ha puesto en marcha y esa carta también ha perecido en un pequeño incendio controlado; solo construido para borrar cualquier signo de sinceridad que escapa de la ruína de mi cuerpo y mis sentimientos. Tras esto me he decidido por llamar de un vez a Philippe, quien fuera novio de mi hermana. Y su voz me ha salvado por esta noche. Mañana lo veré en un bar de la zona noble de Reims. Existen mil y un temas de los que hablar y con los que encubrir mi vía crucis particular; sin paradas, ni amores ni consuelos. Ya que la crucifixión en los maderos tuvo lugar antes que nada.Continuará. Lo sueño, lo visiono a la luz del día. El escalofrío que provoca el color de la sangre,los tenebrosos policías: cada grito separadode la multitud.Luego limpiaron los grandes charcos sanguíneoscon camiones cisterna. Y la noche se abate:no es una noche, son un millón de cuervos.Mientras, en los sueños, los fusilamientos suenanuna vez tras otra en la cuna del cerebro.Y la mente se desmorona,perdida la fe, agujereada a tiros la esperanza.Cada grito separado de la multitud es un crimenpor pagar. En las calles y en las plazassobrevuela el aliento de los dioses: los superhombresque destrozan el mundo de puro enfermosque están, megalomanía del desvarío. Encerrados en casa, no decimos nada,no escribimos nada a nadie.Y tú, ¿Qué haces? A veces me he preguntado que parte de responsabilidad o culpa tengo yo en la huída de mi hermana Claire el verano de ahora hace dos años. Su escapada a la ciudad de Reims sin previo aviso dejó a nuestros padres hundidos en el desconsuelo y sin proponérnoslo se habló de ella, se pensó en ella y en toda su vida desarrollada hasta entonces junto a nosotros, como nunca antes. Además, su prometido Philippe la buscó con denuedo por Reims y regresó hostíl y difícil. También me he interrogado a menudo porque yo no hice nada parecido. Porque no moví ni un dedo para intentar sacar en claro los motivos de su fuga o descubrir en que lugar y junto a quien vivía. Ahora que sé todo lo que le ha pasado y su final tan trágico no puedo evitar el enfocar mi futuro más próximo con un sabor muy amargo, y de modo inconsciente y sin pruebas, una mano quizás injusta golpea la maza del juez repetidamente al tiempo que resuena con extremada dureza en el interior de mi cerebro la palabra "culpable".Mi madre me inquirió en varias ocasiones y en aquel mismo verano acerca de los posibles indicios que yo tuviera sobre los deseos y propósitos de Claire. Más yo no sabía nada. Quizás mamá se había dejado engañar por la apariencia de mi relación con Claire, que era mucho más superficial de lo que podía parecer. O en todo caso, nuestros mundos eran ambos tan cerrados que el desconocimiento del otro era importante, aunque las muestras de cariño podían conducir a un tercero a pensar todo lo contrario.Estoy ahora en su entierro. He dejado caer un puñado de arena umbría sobre el blanco y reluciente baúl y luego me he echado hacia atrás asustada. Claire anida en mi corazón y no en esta fosa maldita. Y anida en mí como todos sus misterios... Cuando la miseria te deja sin zapatos y ya no recuerdas que son unos calcetines, mientras estás sentado en cualquier rincón de acera, vienen los cabrones de los ratones y te muerden las puntas de los dedos. Tú les echas encima el resto de alcohol que hay en tu botella pero regresan al instante olisqueando el sabor del vino rancio. Y entonces les tiras una cerilla ardiendo y se retuercen ante ti quemándose como goma gris. Te recuerdan a los pedazos de neumáticos viejos que yacen en suelos de talleres de recauchutados. Pero los ratones te siguen mordiendo las puntas de los dedos mientras arden como diminutas estrellas. O te comen la roña de los dedos, yo que sé.Con la llegada del alba, la primera luz tan nueva que acaricia todo lo miserable que hay por aquí visiona los cadáveres semiquemados de los pequeños ratones. Y tú incluso derramas alguna lágrima por ellos cuando despiertas del sopor de una larga noche que se arrastró como una condena sobre tu enfermo cuerpo. Entonces amigo, te miras las puntas de los dedos.Mataste a los ratones inocentes. Y se dispara una alarma de peligro en tu mente pura atrofia: Los malos aún siguen vivos. Tu nombre sabe a sangre,el odio recorre las venas cuando te citan,tu armadura de metal esconde un corazón encristaladodonde las piedras rebotan violentamente,pues el hielo es eternoy lo fugaz de la vivencia humana pierde sus fuerzasy en las manos caídas, cansadas, abiertas,se descubre la marca de escorpión:Nefando venido del submundo,sólo encontrarás carne tiritando en el terror.Que te aproveche. Paséame madre en el paraje del cristal que suspende el hielo para que tú te mueras hoy y yo enferme para siempre, llévame entre los charcos de nuestra agua siempre tan sucia, nunca bendita, agua donde los niños se miraron los rostros y no descubrieron nada. Vamos por este risco, junto a estas paredes del viejo castillo que toda la vida ha oscurecido nuestra ciudad con su sombra afilada y cargada de sangre negra. Llévame madre entre la tos, con este andar de caracol, sin que los pasos se marquen sobre la nieve helada camino del bosque o por el sendero del lago, llévame donde mi primer novio me desfloró mientras decía lo siento.Oh, ahora somos viejas, estamos muy cansadas, la enfermedad sobrevuela como un ave rapaz, ahora clava sus garras en tu piel de mujer vieja y se te va a llevar en este invierno que no sé cuando empezó: la tundra invadió la ciudad y dijo que nunca la abandonaría, se ha instalado para que vivamos entre el dolor por el frío tan enorme que padecemos enmedio de una noche clavada en sus puntas en el aliento vacío del universo, en las tetillas de Dios. Muérete, así tan despacio, deja un mapa de camino perdido con tu sangre sobre esta lineal memoria helada. Memoria helada... *Relato escrito con Encubierta.Encubierta ha escrito el segundo fragmento a partir de que yo le pasara el primero, una idea surgida al escuchar el poema sinfónico Tapiola de Sibelius, su tono sombrío, enmarcado en un paisaje musical muerto. JEROGLIFICOS FAMILIARES IMPOSIBLES DE DESCUBRIRDESDE LO AJENO.SON COLORES PARA BANDERAS,SILENCIOS PARA PUÑALES,ROPA SANGRANTE Y VENAS QUE REVIENTAN.OH! TAMBIEN SON TAJOS EN LA CARNE,PIEL ROTA EN ZONAS MUY SENSIBLES,LOS LABERINTOS DE UNA CASALLEVAN SIEMPRE AL INFIERNO, QUE ES EL CORAZONDE LA MISMA Y SUS SECUACES. HIJA Y MADRELLORAN LOS PADRES PERDIDOS, MÁS NUNCA DERRAMARANSUS LAGRIMAS POR LOS MISMOS MOTIVOS.CADA CONCIENZA ES UN POZO NEGRODE UNA PROFUNDIDAD INALCANZABLE. LO FAMILIARSIEMPRE ESTA ENFERMO. Dos granadas, dos castigos,dos soflamas viejas, crueles, estúpidas,innecesarias.Han caído sobre ti en mitad de la calle,chica de la música, de la paz,la sonrisa más bella, el porte más dulcede una ciudad sometida como lo es hoy Praga.Y de tu esperanza ha surgido ese brollar de la sangre,y de tus ojos las lágrimas que se han heladoal instante, de tus manos caído los pentagramas de Listz,de tus piernas el fuego que se come la piel.Y un agujero muy grande que pretende borrarte,junto a la sinagoga Maisel, lejos de tu casa,a tocar con los dedos del símbolo del terror;una judía más reventada bajo la luz de mañana...un sol que parece tan ario, un odio luterano,una Europa embrujada.
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