Vamos a ser sinceros con nosotros mismos por una vez. ¿Para qué nos vamos a seguir engañando? Las personas solemos hacerlo para continuar de pie, para no caer en un profundo pozo cuando los hilos que nos sostienen están demasiado frágiles.  Ya basta. Me paso la vida persiguiendo algo que ya he perdido.  La confianza. Cuando pierdes la confianza, ¿qué queda? ¿Cómo la vuelves a recuperar? No se puede. Ya no. La duda muerde. Es como un jarrón roto que has pegado con todo tu esfuerzo, y que aparenta estar completo, pero cada vez que lo miras sabes que ya no es el mismo, nunca volverá a ser igual. La satisfacción por el objeto intacto, completo, ha desaparecido. Sabes que únicamente es apariencia. Y lo escondes finalmente en oscuro fondo de un armario, esperando que nadie lo vea, y que tú mismo acabes olvidándote de que está roto. De que la rotura existió. Vamos a ser sinceros con nosotros mismos, nos lo debemos, no nos engañemos más y aceptemos la realidad.  

Sus almas hambrientas de cariño se encontraron en el firmamento. Cómo fue que llegaron a saber la una de la otra, es una casualidad de aquellas que ocurren de vez en cuando. Pero el mayor misterio fue que sintieran lo mismo. Exactamente vivían con las mismas carencias, con las mismas necesidades afectivas, y su unión fue inevitable. Su función de día estaba ocupada por una red de obligaciones que no podían dejar de lado, pero fueron abriéndose camino hasta poder encontrarse en un punto espacial, nocturno y exclusivo, donde sólo cabían ellos dos. Él se agarró a ella con abrazos de cariño, echaba tanto de menos ese sentimiento... lo había perdido y lo necesitaba para sobrevivir. Y no estaba dispuesto a dejarla escapar de su vida ahora que se habían encontrado. Ella se agarró a su piel como si fuera la respuesta a sus necesidades, siempre supo que  tenía que haber algo más, algo que a ella no le habían hecho sentir nunca y que él ahora le daba sin pedir nada a cambio. Y así, en la nocturnidad celeste, se entregan el sentimiento más goloso y primitivo que todos deseamos vivir, haciéndose sentir únicos el uno para el otro.

¿Cuántas veces se puede romper una porcelana? Me encontró así, desengañada y rota. Pedazo a pedazo fue uniendo la cerámica que armaba mi sentimiento y después... me dejó caer. Ahora las partes están dispersas por el piso, algunas perdidas y algunas otras, fundidas en tanta añoranza que no se pueden recuperar.