Sus almas hambrientas de cariño se encontraron en el firmamento. Cómo fue que llegaron a saber la una de la otra, es una casualidad de aquellas que ocurren de vez en cuando. Pero el mayor misterio fue que sintieran lo mismo. Exactamente vivían con las mismas carencias, con las mismas necesidades afectivas, y su unión fue inevitable. Su función de día estaba ocupada por una red de obligaciones que no podían dejar de lado, pero fueron abriéndose camino hasta poder encontrarse en un punto espacial, nocturno y exclusivo, donde sólo cabían ellos dos. Él se agarró a ella con abrazos de cariño, echaba tanto de menos ese sentimiento... lo había perdido y lo necesitaba para sobrevivir. Y no estaba dispuesto a dejarla escapar de su vida ahora que se habían encontrado. Ella se agarró a su piel como si fuera la respuesta a sus necesidades, siempre supo que tenía que haber algo más, algo que a ella no le habían hecho sentir nunca y que él ahora le daba sin pedir nada a cambio. Y así, en la nocturnidad celeste, se entregan el sentimiento más goloso y primitivo que todos deseamos vivir, haciéndose sentir únicos el uno para el otro.