Hoy, como otras mañanas, desperté con la sensación de volver a verte, de abrazar tus grandes sueños y desayunarlos juntos, como acostumbraban hacerlo. Hoy, como todas las mañanas, después de soñar contigo: “te extraño”. Y al extrañarte me pongo triste; la soledad, desde una ciudad paralela, se centra en mí. Me gana, me golpea a bofetadas, y sin piedad, inunda aquellos momentos cuando solíamos acariciar las nubes con nuestras manos. Hoy, como suele pasar en muchos, me dan ganas de no estar, de vivir lejos de todos pero cerca de ti. Después de todo, la soledad se marcha, por un camino lleno de recuerdos atrapados en telarañas. Mi cabeza rueda sobre la escalera, mis manos son sometidas a fuego lento, y mis pies descalzos, sobre vidrios que perforan mis pasos, provocando en mí profundas llagas. Estas lágrimas no son por si solas, son por el dolor que algunas veces los sueños provocan. Pareciera que les quede debiendo, pues, miles de sueños como el de hoy, atormentan mis mañanas ajenas. Fue en el momento que sentí pues, que era momento de regresarle los pasos al camino, ¿Y por qué no? A la vida misma.