¡No te toques!, Ordena la madre una noche de invierno. Quiero ver como te tocas, le dirá veinte años después su amante, una noche de verano. Todo lo recordaba la bella Angela, como si fuera ayer. El pasado no perdona, se decía a sí misma. Porque todo lo recordaba Angela por estos días como si fuera un hecho reciente. Del ayer infantil recuerda que tan solo tenía ocho o diez años y que vivían con su madre y abuela en un pueblo de naturaleza exuberante. El pueblo era tranquilo como sus gentes. Pero en la casa todo era gris y lleno de pesares.Su mamá insistía por aquellos tiempos en el: ¡No te toques!, ¡No te toques! Es pecado.¡No te toques! Dios te va a castigar. No te toques, o si no tu ángel, no volverá.¡No te toques! ¡No te toques! Qué tardes, qué noches; qué insistencia la de mamá, pensaba silenciosamente Angela en esas eternas noches de invierno. Y así paso su penosa y angustiosa niñez llena de temores, de regaños, de incertidumbres sobre el pecado. Hasta que por fin, al colegio grande de la ciudad, a casa de la tía Ofelia, la descomplicada tía Ofelia.Y allí, en el bullicio de la ciudad, de la infancia temida no se volvió a acordar, las horas esperadas de la juventud llegaron, fiestas de sábado y domingos apacibles a su puerta tocaron. ¡ Y, el amor tambien llegó! El hombre de sus sueños en realidad se transformó. Como amantes entrañables viven este presente ardiente y apasionado. El, muy cálido y amoroso con indescriptible pasión le dice de tarde en tarde o de noche en noche: ¡Quiero ver como te tocas! Y ella sumisa, ardiente y amorosa descubre toda la mujer que siempre ha corrido por sus venas. Una noche tenebrosa y lugubre en la que chorreaban cántaros inmisericordes de una tormenta invernal, ví y no se si ví, allá por lontananza, muy cerca ya de la casana familiar, aquella que estaba cerca del bosque, unos espectros que desplegaban sobre sus hombros unas negrisimas capas que al mezclarse con con los relámpagos de la tormenta, se veían lucir como murciélagos agigantados, mojados y relucientes. La imagen me paralilzó. Enmudecí, cerré los ojos y pensé con incierta certeza que al abrirlos de nuevo, la temible imagen desaparecería, pero no,¡No! Al abrirlos ya no ví, experimenté un frío tenaz y sobrecogedor.Luego, una capa grande y mojada me envolvía, me envolvía, me constriñía y al mismo tiempo unos poderosos colmillos se asían fuertemente a mi trémula garganta. No se cuanto tiempo pasé en esa situación y a pesar de los hechos y del terror que mi cuerpo experimentaba, esa sombra espectral, grande y tenebrosa, se fue fundiendo en mi y yo en ella y el silencio y mi cuerpo y la sombra se juntaron en uno y poco a poco me deje seducir, me deje arrastrar en un solo y arrebatado abrazo fantasmagorico y caí, caí, caí. Este usuario no tiene textos favoritos por el momento
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