L e y R e b e c a - ¿Estoy bien, mamy...? - Si, mi amor. ¡Bellísima! Y Daniela, observando como su hija terminaba de arreglarse para la fiesta que tenía esa noche en casa de su mejor amiga, le costaba aceptar que la hermosa jovencita de trece años cumplidos, menuda y rubia como ella pero con el carácter extrovertido y alegre de su padre, fuese aquel precioso bebé que una ya lejana madrugada de Diciembre pusiera entre sus brazos el Dr. Arena, luego de un laborioso y muy doloroso parto. Esa noche estuvo en peligro de muerte y luego de casi setenta y dos horas de labor sin ningún resultado, los médicos, en consulta con José, su esposo, habían decidido realizarle una operación cesárea. Así les habían salvado la vida a ambas. A ella y a su preciosa muñequita. Días después les dieron de alta, comenzando, en compañía de su amado esposo la maravillosa aventura de criar y educar a su hija. Todo había salido bien. Daniela, luego de pasar unos años que consideraba cruciales, dedicada exclusivamente a su hogar, su esposo y especialmente a su hija, había decidido concluir sus estudios universitarios de Derecho, interrumpidos cuando deseó casarse y formar una familia. Para ello contó con el apoyo irrestricto de José quien ya graduado y muy bien ubicado en un conocido bufete, le brindó su completa colaboración tanto en lo referente en asesoría y guía profesional como en el cuidado de su hija y de su hogar. En menos de tres años culminó sus estudios y logró hacer realidad otro de sus sueños de juventud. Una de las cosas que no logró concretar en su vida fue la de formar una familia numerosa. Habían querido ella y José tener por lo menos tres hijos, y así lo habían planificado de novios, siendo aún estudiantes. Pero el destino quiso otra cosa. El parto de Rebeca fue tan complicado y peligroso que los médicos les aconsejaron evitar un nuevo embarazo. Sin embargo, años después lo habían intentado de nuevo, sufriendo a los cinco meses de gestación u aborto espontáneo que los había dejado tan traumatizados y deprimidos que de mutuo acuerdo habían decidido no intentarlo más. Además, tenían a Rebeca. Y ella los llenaba de tal felicidad y satisfacción que nos les hacía falta nada más. Ahora, cuando su nacimiento parecía que hubiese sido “ayer” la “señorita” se arreglaba para su primera fiesta nocturna. Bueno, lo de nocturna era un decir. A las diez de la noche volvería a casa en compañía de su amiguita, la cumpleañera y su papá, el Sr. Pérez. Esta había sido la condición de Daniela para permitirle asistir, ya que José no estaba en Caracas y a ella le asustaba salir de noche sin su compañía. La ciudad se había vuelto muy peligrosa y era riesgoso, para una mujer sola o acompañada por una niña, aventurarse a salir a la calle ya tarde, aunque fuese solamente por unas cuantas cuadras, como en este caso. Así que se había puesto de acuerdo con el Sr. Pérez y este se había comprometido a recoger a Rebeca a las seis y treinta de la tarde y traerla de regreso, el mismo, hasta entregársela a Daniela en las puertas del edificio, cerca de las diez de la noche, al finalizar la fiesta. - Entonces, mamy, ¿se nota? – preguntó la niña, colocándose muy derechita, dando el perfil de su cuerpo, tanto hacia su madre como hacia el espejo. Daniela sonriendo enternecida, le contestó que no. Que estaba perfecta, que lucía bellísima y que sería la jovencita mas linda de la fiesta. Rebeca estaba muy emocionada, no solo por asistir por primera vez a una reunión que se prolongaría hasta las diez de la noche, sino porque ese día había logrado que su mamá le permitiese estrenar un diminuto sostén que guardaba desde hacía ya tiempo. Con sus instintos femeninos comenzando a florecer, se sentía a la vez orgullosa y apenada de usarlo. Apenada, por la timidez propia de su extrema juventud. Y orgullosa porque ¡al fin! usaría la tan deseada prenda. Desde hacía ya algún tiempo varias de sus compañeritas, notablemente mas desarrolladas que ella, la usaban. Y esto le causaba gran preocupación. Le parecía que “el tiempo pasaba…pasaba… y en ella…no pasaba nada” como le decía a su mamá. Todos los días examinaba su cuerpo ante el espejo pero no notaba cambio alguno. Y a pesar de que su mamá le explicaba pacientemente que eso era natural, que a pesar de haberse desarrollado a los once años “era completamente natural el que sus senos no se hubiesen desarrollado con la misma precocidad” y que además, el factor hereditario era también determinante, y tanto su abuela materna como ella misma, eran de senos pequeños, ella no lograba conformarse. Y Rebeca se desesperaba cada vez más. Al final Daniela, unos meses atrás le había comprado un pequeño sostén y esa tarde se lo estaba estrenando, cosa que la llenaba de una gran felicidad, pero al mismo tiempo, de una profunda ansiedad. - Pero, no se nota nada, verdad, mamy?- - No muñequita. No te preocupes. Nadie se va a dar cuenta de nada – - Nadie? – preguntó la niña con algo de desilusión en su voz - Al escucharla, Daniela, riendo divertida, la abrazó cariñosa y la interrogó: - Entonces, hija, al fin, que es lo que quieres? Que se te note o que no?- Y Rebeca, mientras su rostro infantil se tornaba rosa por el intenso rubor, contestó: - No lo se, mamy. La verdad es que no lo se.- - Bueno, mi amor. No te preocupes. Olvídate de eso y trata de divertirte mucho, pero recordando siempre todas mis recomendaciones. Al regreso, ya sabes, me llamas antes de salir para esperarte en el vestíbulo. ¡Por ningún motivo te vengas sola o acompañada de amigos! ¡Solo puedes regresar acompañada por el señor Pérez! ¿ Entendido?- ¿Todo claro?- - Si mamy. Todo claro.- Entonces, salieron juntas del dormitorio y al llegar al salón encontraron que ya Mariía y su papá las estaban esperando, atendidos por Juanita, la empleada. Así que tras otras mil recomendaciones Rebeca se despidió con un beso y un “chao mamy” y en compañía del señor Pérez y su hija abandonó el apartamento. Luego de su marcha y la de Juanita a quien Daniela dabas la noche libre cuando José viajaba, esta se preparó un sándwich y un vaso de leche, que comió en la mesita de la cocina, y luego se dirigió a su habitación. Tras ducharse y vestirse con una bata casera, se acomodó en la cama, rodeada de libros de leyes y expedientes y se concentró en su lectura. Minutos antes de las nueve, llamó José, quien asistía a un congreso de penalistas en la cercana Barquisimeto. Luego de los cariñosos saludos habituales, preguntó por Rebeca. Al enterarse de que siempre le había permitido asistir a la fiesta, se mostró muy preocupado. -La recogió Pérez y la traerá de vuelta? -Si José. Nos pusimos de acuerdo en todo. El la traerá hasta el edificio al terminar la fiesta, cerca de la diez de la noche y yo estaré esperándola. Quedamos en que ella me llamará antes de salir para yo bajar y estar pendiente – - Bueno. Eso me tranquiliza. Pero, recuerda Daniela, me llamas en cuanto suban, para así poder dormir tranquilo. ¡Tu sabes como me pongo cada vez que tengo que dejarlas solas…!- - Si, mi amor. Ya lo se. No te preocupes. Te llamaré enseguida que lleguemos. Hasta entonces. ¡Chao!- Y cuando ya colgaba el aparato, escuchó la voz de José que repetía…… ¡No te olvides…!- Luego de finalizar la conversación con su marido, Daniela apartó de su lado todos los implementos de su trabajo que invadían su cama, y encendiendo el televisor se dispuso a disfrutar de la novela de las nueve, mientras esperaba la llamada de su hija. Y al mismo tiempo que atendía la trama de la novela, pensaba. Ella siempre se había reído un poco, interiormente, claro está, de José y sus nervios, y de la gran cantidad de recomendaciones que les daba a ella y a Rebeca, cada vez que tenía que viajar. Pero, en realidad, comprendía que el tenía razón, que no exageraba nada. En estos tiempos, había que tener mucho cuidado, las cosas estaban terribles y todos los días una se enteraba, tanto por la prensa como por sus relaciones profesionales, de gran cantidad de desastres y tragedias que sucedían en la ciudad. Atracos, robos, asesinatos, violaciones y muchos delitos mas, causando miles de víctimas inocentes que veían así destrozadas sus vidas y su futuro, cuando no resultaban muertas por los delincuentes. Si, pensó. José tenía mucha razón. ¡Ahora había que tener más cuidado que nunca…! De pronto, la sobresaltó el timbre del teléfono que repicaba insistente a su lado, en la mesita de noche, sacándola violentamente de sus pensamientos. Al contestar escuchó la voz de su hija que le comunicaba que dentro de muy pocos minutos saldría de la casa de su amiguita en compañía de esta y de su papá, tal como habían acordado. Luego de asegurarle a la niña que bajaría de inmediato para esperarla en la entrada del edificio, Daniela colgó la bocina y calzándose unas pantuflas, se pasó un peine por los cabellos y se dirigió presurosa a la salida del apartamento, para tomar el ascensor y llegar rápidamente a la planta baja. Justo cuando salía de la cabina del aparato en el vestíbulo, vio el auto del señor Pérez que se estacionaba frente al edificio, y al llegar ella a la doble puerta vidriera, ya Rebeca y sus acompañantes se acercaban a esta. Abrió. Y recibiendo a su pequeña con un abrazo y un beso, saludó: - Buenas noches, señor Pérez. ¿Cómo se portaron estas señoritas? ¿Todo estuvo bien? – - Hola, señora Morán.- contestó el señor Pérez, sonriendo – Todo perfectamente bien. Las damitas se portaron de maravilla. Y ahora, cumpliendo con lo pactado, le entrego a su hija sana y salva – finalizó con un guiño de alegría. – Feliz pero algo cansada. ¿Verdad Rebeca?- - Si, señor Pérez – contestó la jovencita, entre bostezos, recostándose en su mamá.- Hasta mañana – Y se inclinó para darle un beso en la mejilla a su amiguita, añadiendo – Chao, Maritza, hasta mañana – Daniela, sonriendo agradeció: - Muchísimas gracias de nuevo, señor Pérez por traérmela hasta el edificio. Ya usted sabe como están las cosas y si no hubiese sido por usted, Rebeca no hubiera podido acompañarlos en esta fiesterita, que significaba tanto para ella. Yo, como le comenté, no salgo sola después de oscurecido y como José no está, pues ya usted ve…- - No hay de que, señora Morán. Tiene usted razón. Ahora no hay precaución excesiva. Otra vez lo harán ustedes por mi Maritza. Y ahora, hasta mañana, que estas niñas ya se están cayendo de sueño.- - Si – sonrió Daniela viendo las caritas de las dos criaturas – Hasta mañana. – Y tras besar cariñosa a la pequeña Maritza, cerró la puerta vidriera, repitiendo – Y gracias de nuevo…- De inmediato, Daniela, estrechando el abrazo sobre su hija, que se recostaba perezosa sobre ella, la encaminó hacia el ascensor. Entrando en este, comentó: - Entonces, hija, ¿te divertiste mucho? ¿estuvo muy bonita la fiesta…? Por lo menos, cansada estás. ¡Te caes de sueño! Subamos pronto a la casa para que tras llamar a tu papá que debe estar desesperado por saber que ya estamos en casa, te acuestes. Mañana tenemos que madrugar pues el llega en el primer vuelo – - Si mamy. Vamos a casa. Mañana te cuento como estuvo todo – contestó la niña, casi con los ojos cerrados Mientras conversaba Daniela había oprimido el botón del ascensor, llamándolo insistentemente. Luego de unos segundos de espera, se encendió la luz indicadora, avisando que ya la cabina bajaba. En cuanto las puertas se abrieron, entraron y ella marcó el número correspondiente a su piso. Pero cuando apenas el aparato comenzaba a subir, se detuvo repentinamente. Daniela instintivamente estrechó su abrazo sobre su hija, retirándose hacia el fondo de la cabina, abriendo mas espacio para las personas que subieran. Cuando se abrieron las puertas, vio aterrada como dos hombres, relativamente jóvenes, entraban violentamente portando en sus manos sendas navajas, y gritando obscenidades las empujaban contra la pared del fondo de la cabina. Daniela trató infructuosamente de esconder a su hija, escudándola con su propio cuerpo, pero uno de los hombres la tomó bruscamente por un brazo, halándola hacia el. Cuando el otro vio que ella trataba de proteges a su pequeña, se volvió enfurecido y dándole un tremendo bofetón con el reverso de su mano, la estrelló contra la pared, golpeándole la cabeza contra esta. Daniela sintió que se ahogaba, que el aire no fluía libremente a sus pulmones. Y luego, mientras como música terrorífica de fondo escuchaba los gritos aterrorizados de su hija, con un gemido sintió que las rodillas se le doblaban y caía al piso, viendo, a través de las brumas de la inconsciencia que la envolvían, los ojos de Rebeca, desorbitados por el terror. Luego, la oscuridad lo cubrió todo. ¡Señora Morán!.....!Señora Morán!......!Despierte, por favor!....!Señora….! Como a través de una gran distancia Daniela escuchó la voz que la llamaba insistentemente. Y aún, antes de recuperar completamente el conocimiento y abrir los ojos, la reconoció como la voz del señor Juan, el conserje del edificio. Con alivio infinito, pensó: “Gracias a Dios. Todo fue una espantosa pesadilla” creyendo estar en el apartamento y que el viejo la llamaba a través de la puerta. Pero, al abrir los ojos y darse cuenta de que estaba tirada en el piso del ascensor y escuchar que el señor Juan le hablaba con tono angustiado, comprendió que la pesadilla había sido una espantosa realidad. Aterrorizada, escuchó de nuevo la voz del pobre hombre que le decía: - ¿Qué le pasó señora Morán?....?Que ha sucedido?... ¿Qué hace usted aquí? Su esposo me llamó por teléfono, encargándome que la buscara, ya que usted no lo había llamado de nuevo tal como habían convenido, ni contestaba el teléfono del apartamento. Y al tratar de subir a su piso, la encontré aquí, en este estado…?Que pasó, señora?- Al escucharlo Daniela recuperó por completo el uso de sus facultades e incorporándose aún aturdida, miró fijamente al viejo y preguntó aterrada: - ¿Y mi hija? ¿Dónde está mi hija? ¿Qué han hecho con ella? ¿Dónde está, señor Juan? - ¿Su hija? ¿La niña estaba con usted? – preguntó azorado el pobre viejo – Yo no la he visto…- - ¡Por Dios, señor Juan! ¡Ayúdeme! Vamos a buscarla…si, ella estaba conmigo, pero nos asaltaron…!ayúdeme, por favor! Apoyada en el viejo conserje, se levantó y juntos comenzaron la búsqueda desesperada de su hija, gritando por todo la planta baja del edificio: - ¡ Rebeca…! ¡Rebeca…! ¡Hija, donde estás…! ¡Rebeca…! ¡Rebeca…! Desesperada corría por todo el piso en angustiante búsqueda, ayudada por el pobre señor Juan que trataba de tranquilizarla. Recorrieron todas las instalaciones de la planta baja del edificio, buscando en el oscuro y cerrado salón de fiestas, en el depósito y en el otro ascensor, sin encontrar nada y sin percibir ninguna respuesta a los gritos de Daniela. Luego bajaron al estacionamiento, situado en los sótanos de la construcción. El señor Juan encendió todas las luces para facilitar la búsqueda y después de recorrer aterrada casi todo el perímetro del lugar, gritando constantemente el nombre de la pequeña, escucharon de pronto un débil gemido que provenía de un oscuro rincón, tras los depósitos de la basura. Entonces, la encontraron. Rebeca estaba tirada sobre un manto de desperdicios, semi-inconsciente, con la ropa destrozada, la cara y el cuerpo magullados por los golpes y la entrepierna sangrante. No hablaba. No reconoció a su madre cuando esta, desolada, se inclinó sobre ella. Solo gemía. Daniela, sin decir una sola palabra, pero con el rostro deformado por el dolor y el llanto, se arrodilló junto a su lastimada hija, y tomándola en sus brazos la acunó como había hecho infinidad de veces cuando era solo un bebé. Y el señor Juan, acongojado por lo que sus viejos ojos habían tenido que presenciar, se alejó cabizbajo para ir en busca de ayuda y llamar a la policía, tal cual era su deber. Al día siguiente, en el primer vuelo, llegó José. De inmediato se trasladó a la clínica del este de la ciudad, donde estaba ingresada su hija. Al llegar a la habitación de esta, el cuadro que se presentó ante sus ojos, le terminó de desgarrar el corazón. Rebeca, su hija, su adorada muñequita, tendida en la cama hospitalaria, viéndose mas pequeña aún de lo que era, mas infantil, mas niña. Inmóvil. Sumergida en un profundo sueño inducido por los médicos, para dar tiempo a que su organismo y su mente se recuperaran del tremendo shock sufrido. Y Daniela, sentada a su lado, con una de las manitas de su inconsciente hija entre las suyas, pronunciando constantes palabras de consuelo y amor, sin parar mientes en su rostro amoratado, su labio partido, su ojo inflamado y su ropa y su cabello en completo desorden. Aparte del terrible dolor que lo embargaba, y la angustia que ofuscaba sus pensamientos ante el cruel y despiadado ataque perpetrado contra su esposa y su hija, lo que mas lo impresionaba en ese momento y le demostraba la magnitud de la tragedia que se había cernido sobre ellos, era el aspecto desarreglado y sucio de su esposa. ¡Ella, tan pendiente siempre de su apariencia, tan pulcra y cuidadosa, se presentaba ante sus ojos y ante los ojos de todo el mundo, en ese lamentable estado. ¡Que terribles sentimientos de impotencia, rabia y dolor lo invadían, al verlas allí, su mujer golpeada, magullada, con cortes ensangrentados aún, sumida en el dolor y la desesperación. Y su hija, su adorada niña, ultrajada, golpeada y violada con la mayor crueldad y el mayor ensañamiento! ¡Un ser maravilloso, que lo único que había hecho en su vida había sido llenar de luz y amor a todos los que la conocían! ¡Y ahora estaba allí, tendida, inconsciente en el dolor! En cuanto Daniela sintió la presencia de su marido cerca de ella, se levantó violentamente y se abrazó fuertemente a el. Y entonces, y solo entonces, estalló en desgarrador llanto, un llanto desesperado que salía de lo más profundo de su alma. Y sollozando desahogó el terrible dolor que desde la noche anterior contenía. Luego, acercándose juntos a la cama donde yacía su adorada hija, la contemplaron amorosamente, transidos por la rabia y el dolor. Poco después, ya algo mas tranquilos, Daniela le contó a José detalladamente todo lo sucedido, interesándose el principalmente en los aspectos médicos y legales del caso. - Pero, que dice el médico respecto a ella, amor? Cuando saldrá del shock? Cuando volverá en si? – preguntó, abrumado por todo lo que su esposa acababa de contarle, dejándose caer agotado en la silla abandonada por su mujer. - Hay que tener paciencia, amor. El trauma ha sido espantoso y el shock es una defensa del organismo para dar tiempo a la recuperación. El doctor me informó que físicamente no quedarán daños irreparables ni consecuencias posteriores. De momento tuvieron que intervenir quirúrgicamente – un sollozo interrumpió sus palabras – para corregir desgarros internos y externos; ahora ya está en vías de recuperación. Pero, claro, queda el daño psíquico que según el, en personas tan jóvenes y vulnerables, es incalculable. – y estallando de nuevo en desgarradores sollozos añadió – Solo nos queda rezar y esperar. ¡Y dar gracias a Dios porque está viva…! - ¡Mi Dios! - gimió José, cubriéndose el rostro con las manos y con los hombros estremecidos por el llanto incontenible - ¡Que horror, amor, que horror !!! Y que podemos hacer? Que puedo hacer yo por ella? Cómo la podemos ayudar? – - Solo con nuestro amor, José. Con todo nuestro grande y profundo amor. Y mucha paciencia… - le contestó Daniela, arrodillándose frente a el, estrechándolo en un tierno abrazo. Luego de unos momentos en silencio, José preguntó: -Y la policía, Daniela? Que dice la policía? Ya te interrogaron? – - Si amor. En cuanto llegamos a la clínica se presentó un inspector y me tomó declaración. Por cierto, no fue mucho lo que pude decirle, ya que los miserables me dejaron inconsciente casi al mismo instante de entrar en el ascensor, por lo que apenas los vi. Y además, en esos momentos, el miedo y la angustia – añadió, cortándosele las palabras con un profundo sollozo – son tan terribles que una no logra fijarse en nada, en ningún detalle. Lo único que yo deseaba era esconder con mi cuerpo a Rebeca, para que no la vieran ni le hicieran ningún daño – terminó estallando en llanto incontrolable. Luego tras unos momentos, continuó – A rebeca por supuesto no han podido interrogarla, pero el médico forense la examinó, constatando la agresión….- Mientras Daniela hablaba, José contemplaba su rostro magullado y maltratado que no había recibido aun ningún cuidado médico, así que tras consolarla con un fuerte abrazo, al terminar ella sus explicaciones, le preguntó: - Y tu, amor, como estás? Han hecho algo para atenderte esos golpes? Te vio ya el médico? Yo creo que en el labio vas a necesitar unos puntos de sutura…está muy feo!!! - Si. Ya el doctor me examinó. Pero no quise moverme de al lado de Rebeca y dejarla sola. Ahora que tú estás aquí, aprovecharé a la enfermera para que me lleve a la sala de curas…- Y ayudada por su esposo, se puso de pie y con los hombros hundidos por el dolor que la embargaba, se dirigió a la sala de enfermeras para pedir la asistencia necesaria. Luego Daniela se fue a su casa para asearse y prepararse para pasar varios días con su hija en la clínica. Al día siguiente, al llegar José le tenía la maravillosa noticia de que Rebeca ya había salido del profundo shock en el que permanecía sumida desde el atentado y descansaba tranquilamente bajo el efecto de los sedantes que le habían suministrado. Así fueron pasando los penosos días, durante los cuales la pequeña Rebeca se fue recuperando de sus lesiones físicas y gracias al amor incondicional y constantemente manifestado de sus padres, familiares y amigos íntimos, fue recuperando en algo, la tranquilidad necesaria para considerarla ya fuera de peligro y le fuese otorgado el alta. Ese día sus padres, reunidos con el médico tratante, amigo personal de ellos, se sentaron a conversar sobre las acciones y la actitud que debían tomar ante lo sucedido, previendo siempre el menor daño psíquico y emocional posible para su adorada hija, una vez que la pudieran llevar con ellos a casa. Ambos, como profesionales del Derecho tenían gran cantidad de relaciones y amigos tanto en el ámbito policial como en el judicial, y estaban decididos a lograr, por los medios que fuesen necesarios, que los desalmados delincuentes que habían abusado de su pequeña fuesen capturados, juzgados y condenados a la pena máxima. Estaban completamente decididos a no descansar ni dejar descansar a las autoridades hasta que esto fuese logrado. ¡Este crimen no quedaría impune! Pero había otro tema que deseaban tratar con el médico. Un tema muy delicado el cual ambos habían examinado exhaustivamente y en el cual estaban totalmente de acuerdo Y aunque sabían que su realización era no solo necesaria sino imprescindible para alcanzar el bienestar futuro de su pequeña, les constaba que sería difícil llevarlo a cabo. Y rogaban a Dios para que, debido a las circunstancias tan terribles que rodeaban este caso, el médico tratante estuviese dispuesto a ayudarlos. - Entonces, amor, estás decidida? – preguntó José, demostrando en su expresión y en su voz el dolor que lo embargaba, justo cuando llegaba a la habitación de su hija, aun dormida. - Claro que si, José. Hoy mismo vamos a hablar con Eduardo. Porque, ¿lo haremos juntos, verdad? Tú me acompañarás en todo. No? Y si el se niega, buscaremos, buscaremos hasta encontrar un doctor humanitario y comprensivo que haga lo que hay que hacer…- - Por supuesto amor. Lo haremos todo juntos. Tendrá mas fuerza la petición si la hacemos los dos, si ven desde el primer momento que estamos totalmente de acuerdo. He pensado que no debemos bajar al consultorio de Eduardo, sino que lo esperemos aquí, así Rebeca no quedará sola ni por un momento… te parece? - Si, claro. Además, Eduardo debe estar al llegar para su visita matinal. Entonces, cuidando que Rebeca no escuche, hablaremos con el – Muy pronto, tal como esperaban, llegó el Dr. Gomes, encargado del caso de Rebeca desde su ingreso. Tras realizar el chequeo de rutina, cuando ya se despedía, José lo detuvo, pidiéndole unos minutos de su tiempo para hablar con el. -Con mucho gusto, señor Morán. Estoy a sus órdenes… - contestó amablemente el galeno. Y guiándolos hacia una especie de salita para acompañantes, que había al final del corredor, los invitó a sentarse y haciendo lo propio, agregó: - Ustedes dirán…- - Bueno, doctor – comenzó titubeante José - lo que queremos pedirle es algo muy delicado, quizás difícil de solicitar en otras circunstancias, pero en este caso tan terrible que estamos viviendo, pensamos, mi mujer y yo, que es lo mejor que podemos hacer …y creemos que usted estará de acuerdo con nosotros… – Espera, José – interrumpió Daniela, impaciente y decidida – Te has vuelto un rollo y al final no has dicho nada. Déjame a mi – y volviéndose hacia el doctor, mirándolo fijamente a los ojos, añadió – Lo que nosotros queremos, doctor Gomes, es que usted le realice a nuestra Rebeca un curetaje o raspado, como se llame esa operación, para evitar que si por mala suerte ella concibió durante el ataque vil y criminal al que fue sometida, ese embarazo llegue a prosperar. ¡Usted sabe que eso es posible! – continuó rápidamente, evitando que el doctor la interrumpiera – Tanto por la naturaleza del hecho como por la edad de nuestra niña, sería desastroso que tuviera además que soportar algo así … No podemos permitir ni usted ni nosotros que eso ocurra… ¡No! ¡No después de lo que ha pasado, de lo que ha tenido que sufrir mi pobre criatura…!- terminó, desconsolada, estallando en sollozos, como tan a menudo le sucedía. - Pero ¡señora! Lo que usted me está pidiendo es una locura… ¡Me está exigiendo, a mi, que realice una operación ilegal! – respondió el doctor, poniéndose de pie violentamente, con gesto molesto.- En verdad, deben estar ustedes muy trastornados para atreverse a pedir algo así. Entiendo como se están sintiendo, pero, ¡eso es completamente imposible!. Quítese esa idea de la cabeza, señora Morán…!es una completa locura! Los disculpo por todo lo que están pasando. Si no, su atrevimiento sería imperdonable. ¡Sin saber siquiera si la jovencita está embarazada…!Que locura!- - Pero doctor, ¿es que usted no entiende? Mi hija no puede tener que pasar por algo así…!No lo resistiría! No, después de todo lo que ha pasado. ¡Todo eso fue mas que suficiente…! Quizás su vida esté definitivamente destrozada! Pero si además tuvo la mala suerte de concebir…!no se lo que podremos hacer por ella! – decía Daniela desesperada, tomando por el brazo al doctor, mirándolo suplicante, mientras su marido trataba infructuosamente de calmarla. Pero ella, incontenible, continuaba. – ¡Y usted puede salvarla, doctor! ¡Usted puede ayudarnos….! – - No señora – contestó el doctor, tratando de soltarse de la férrea mano que lo sostenía - ¡De ninguna manera! No siga con eso. ¡Es completamente imposible! Y ahora, déjeme ir. Tengo mucho trabajo por delante. Cuando estén más calmados, lo pensarán mejor y se darán cuenta de la locura que me piden.- Y sacudiendo la cabeza con un gesto violento, terminó - ¡Imagínense! ¡Realizar un aborto, una operación ilegal! ¡Jamás!- - ¡Un crimen! – preguntó desesperada Daniela - ¡Eso es lo que se cometió con nuestra pobre hija! ¿Qué peor crimen quiere usted que el de violar a una criatura tan pura e inocente como nuestra Rebeca? Y ahora, nosotros, ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo podemos ayudarla? En cambio, usted doctor, usted si puede, si quisiera. Usted en realidad es el único que puede…que nos puede ayudar – Y arrodillándose frente al doctor, con el rostro bañado en amargas lágrimas, decía - ¡Se lo suplico, doctor. ¡Ayúdenos, por favor! – - ¡Levántese, señora – exclamó el hombre, impresionado y molesto - ¡No vuelva a hacer algo así! ¡Nunca mas! Ya le dije que yo no puedo hacer nada. ¡Lo siento! Pero, así es. No se desespere de esta forma, ¡por Dios! – añadió conmovido por el dolor de esos padres – Tengan fe en Dios. Lo que ustedes temen puede no haber pasado. Es mas, lo probable es que no pasó nada. Y recen, recen mucho que Dios los escuchará.- - ¡Rezar! – contestó Daniela, sentándose desolada, abrazada por su marido - ¡Rezar! Mas aun? ¿ Sabe usted doctor cuanto reza una madre? Pero Dios está sordo. No escucha. A pesar de todos mis rezos, no me oyó. ¿No lo ve? ¿Acaso protegió a mi pequeña aquella terrible noche? ¿Y, acaso lo hace ahora? Podría iluminarlo a usted para que nos ayude. Sin temores. Sin cobardía. Pero, no. Usted se niega. Y allí está nuestra hija, nuestra niña adorada, mancillada, escarnecida y señalada para toda la vida…!Y nosotros sin poder hacer nada para ayudarla! Pero, a pesar de todas las súplicas no pudieron convencerlo. Se negó rotundamente a ayudarlos. Y además, les avisó de que lo que estaban haciendo era muy peligroso, que su caso había tenido mucha publicidad, y que el médico que hiciese lo que ellos pedían pondría en peligro su carrera y su prestigio profesional, recomendándoles que no insistieran en buscar ese tipo de ayuda porque no lo conseguirían. Y así fue. Por mas que hablaron con gran cantidad de médicos, tanto amigos personales como desconocidos, todos contestaron lo mismo. Que no podían ayudarles. Que tuviesen confianza en Dios, que probablemente la niña no había concebido…etc. etc. etc Y que si lo peor pasaba, ya tendrían tiempo para tomar una decisión. En último caso podrían entregar el niño en adopción. No lograron hacerlos comprender que lo que ellos querían, necesitaban, era que la pobre niña no se diese cuenta de que podía haber quedado embarazada. Que en su ser íntimo no quedase unido el acto maravilloso de concebir un hijo con el espantoso y humillante ataque al que se había visto sometida. Pero todo fue inútil. Nadie los quiso ayudar. Dos semanas después Rebeca fue dada de alta y sus padres se llevaron a la casa el ser atemorizado y traumatizado en que se había convertido su antes feliz y encantadora hija. Estaba casi completamente curada de los daños físicos que había sufrido. Pero ahora quedaban por tratar los psíquicos y los morales. Tendrían que ponerla en manos de un psiquiatra especializado en casos de violaciones a menores, para tratar de ayudarla a salir del marasmo en que la tragedia la había sumido. ¡No lograba olvidar aquellos espantosos momentos! Al dormir, padecía terribles pesadillas que la despertaban gritando desesperada y la dejaban exhausta y aterrorizada. Y al estar despierta no soportaba que sus padres la dejasen sola ni por un instante. Ni siquiera estando en la habitación, rodeada por sus objetos personales, tan queridos para ella. Y si por casualidad una persona desconocida se le acercaba (un nuevo médico, enfermera o empleada) era acometida por un profundo estado de pánico que la obligaba a gritar desesperadamente pidiendo ayuda, costándole mucho a sus padres calmarla y regresarla a la normalidad.. En fin, que lo que Daniela y José llevaron a su casa fue una niña inválida, una pequeño ser asustadizo y traumatizado. Una criatura enferma y avergonzada. Con el paso del tiempo y rodeada en su casa de sus padres y parientes mas cercanos, que la arropaban con su amor, fue alcanzando cierto grado de tranquilidad y normalidad, logrando distraerse a ratos con los programas de televisión o la visita de sus familiares mas queridos, especialmente la de sus abuelos paternos a quienes la había unido siempre un gran amor. Pero no lograban que aceptase visitas de ningún tipo, ni siquiera la de sus amigos más íntimos del colegio o sus vecinos, compañeros antiguos de sus juegos infantiles - No puedo, mamy. Me muero de vergüenza…- contestaba cada vez que Daniela insistía para que recibiese a algunas de estas personas que esperaban en la sala, deseando saludarla. Y Daniela no encontraba argumentos para convencerla. Además, su ánimo no mejoraba satisfactoriamente. Seguía padeciendo crisis sorpresivas de llanto diurno y nocturno, acompañadas de pesadillas donde se repetía vividamente todo lo que le había pasado. Se alimentaba mal y no había forma ni manera de convencerla para que saliese del cuarto, hiciese algún ejercicio, caminara y tomara un poco de sol y aire, dominada por una profunda depresión. Y mientras, Daniela y José desesperados, espiaban el paso del tiempo, temerosos de lo que este les podría traer. Luego, al mes de la agresión, el último golpe despiadado se abatió sobre Rebeca y sus padres. Tras uno de los rutinarios exámenes que semanalmente le realizaba el doctor a la pequeña, se confirmó que la niña estaba embarazada. Para Daniela y José la noticia fue una nueva tragedia que se cebaba sobre ellos y sobre su pobre hija. ¡Su pequeña Rebeca! ¡Su adorada niña! Con apenas trece años, y cuando aun no lograba recuperarse del terrible dama que había tenido que vivir, drama que marcaría para siempre su vida y su personalidad, ahora tendría que enfrentar un embarazo indeseado, resultado de la terrible agresión a la cual fue violenta y criminalmente sometida. ¡Pobre hija… No tendría fuerzas para soportarlo….! ¡No debería tener que soportarlo!!! Cuando el doctor Gomes les comunicó la noticia, Daniela habló nuevamente con el, pidiéndole desesperadamente que le realizara a su querida niña el aborto que necesitaba: -¡Por favor, doctor! Usted es padre. Sabe lo que estamos pasando, lo que estamos viviendo. Ha visto el deterioro de la salud mental y física de nuestra pobre niña, en lo que se ha convertido una niña otrora extrovertida y feliz, por la tragedia que se abatió sobre ella, sobre nosotros…!por favor!!! ¡Se lo imploro!!! Libérela de este maldito embarazo!!! ¡Ayúdela!!! ¡Ayúdenos!!! – y como la vez anterior, en la clínica, se arrodillo ante el médico, desesperada. Pero este, inconmovible, la levantó, contestándole con disgusto: - ¡No lo haga de nuevo, Daniela ¡ ¡Levántese, por favor! – y tras levantarla ayudado por José que la abrazaba cariñoso, la sentaron en una de las butacas de la sala, continuó - ¡Entiendan! Yo no puedo hacer lo que ustedes quieren. ¡Lo siento! ¡No lo puedo hacer. No lo he hecho nunca y no lo haré ahora – y repitió - ¡Lo siento! – - Pero, y nuestra hija? ¿Qué podemos hacer? Es que a nadie le importa lo que pasa con ella? Usted conoce el estado deplorable en que se encuentra. ¡ Apenas ha salido del shock que le acusó el ataque al que se vio sometida! ¡No sale del cuarto! ¡No se alimenta! ¡No quiere ver a nadie! ¡LLora todo el tiempo! Se siente sucia, avergonzada. No quiere nada. No hace nada. Y ahora, cuando se entere de esto, ¡que será de ella! ¡Que será de nosotros! ¡Cómo la podremos ayudar! ¡Por favor, doctor…! Si no puede ayudarnos usted, indíquenos al menos quien puede hacerlo, a donde podemos ir…!Ayúdenos, por favor, se lo suplico!- Pero el, tras mover negativamente la cabeza, salió del apartamento, dejando a José y a Daniela silenciosos, sumidos en la mas negra desesperación. Pasados unos minutos, se miraron a los ojos, anegados en amargas lágrimas y abrazándose estrechamente, José dijo: -¡Tenemos que hacer algo, amor.! ¡No podemos permitir que esto le pase a nuestra Rebeca!- - ¡Claro, mi amor. !Claro que lo haremos! ¡Moveremos cielo y tierra hasta conseguir alguien que nos ayude!.- Y así lo hicieron. Comenzaron una búsqueda infructuosa y desesperada. Hablaron de nuevo con todos los profesionales de la medicina con quien ya lo habían hecho anteriormente, explicándoles que las circunstancias habían cambiado para mal, que el peligro era ya real, que ya había sido confirmado el embarazo de su pequeñá y que la ayuda que solicitaban para interrumpir este era ahora algo urgente. Pero, todo fue inútil. Recibieron siempre la misma respuesta: una negativa contundente. Algunos les aconsejaron trasladarla al extranjero, donde ese tipo de operaciones fuese legar, pero el estado de Rebeca, su debilidad y el profundo trauma psíquico que sufría, hacían irrealizable esa solución. Luego, un conocido le habló a José de una pareja que se especializaba en realizar esas operaciones ilegales, por una fuerte suma de dinero. Sabían que el tiempo trabajaba contra ellos, que si dejaban que el embarazo de Rebeca progresara, sería imposible realizar la operación sin un considerable riesgo para ella. Así que de inmediato, dejando la niña al cuidado de su abuela, se dirigieron ese mismo día a la dirección que les habían indicado para entrevistarse con la pareja, fijar la fecha de la intervención y dar un vistazo a lugar donde la realizarían. Pero, al llegar al lugar, quedaron abrumados por lo que vieron. Era un apartamento situado en un viejo edificio del centro de la ciudad, sucio, inadecuado totalmente para el uso que le daban. Y los “médicos” que allí atendían, les hablaron con un tono de complicidad, desconfianza y avidez, que, mirándose horrorizados de pensar en poner la vida de su hija en sus manos, se excusaron rápidamente y abandonaron el infecto lugar casi corriendo entre sollozos silenciosos y una profunda desesperación , hasta llegar a su auto, estacionado en la cuadra anterior. Al entrar en este, sintiéndose ya algo protegidos contra el horror que acababan de ver, se miraron angustiados sabiendo que jamás podrían exponer la vida de su adorada hija en un lugar tan espantoso como ese. Entonces, se dijeron, no hay nada que hacer. Tendrían que permitir que su niña sufriera la lamentable gestación, ayudándola amorosamente en todo lo que pudieran, y mas tarde, ya cerca del parto, realizarían las diligencias pertinentes para entregar el niño en adopción. Así darían punto final a esta terrible etapa de sus vidas. Y con amor, paciencia y dedicación, se abocarían entonces a ayudar a su querida pequeña a olvidar y rehacer su vida. Así, resignados y apesadumbrados, regresaron a su hogar. Fueron pasando los meses plenos de dolor y sufrimiento. Al principio no tuvieron valor para explicar a Rebeca las consecuencias desastrosas del ataque que había sufrido. Pero con el paso del tiempo y al observar la niña la falta de su mestruación y los cambios físicos de su cuerpo, no pudieron mentirle más . Y un día, sentados José y Daniela frente a ella, en su pequeña y virginal habitación, le explicaron la terrible verdad. Al principio, Rebeca no entendía nada. Los miraba con sus grandes ojos dorados fijos en sus rostros demudados y tristes, evidenciando su falta de comprensión. Pero luego, cuando a través de sus palabras, la cruel realidad se fue abriendo paso en su mente y entendió la situación, grandes lágrimas comenzaron a fluir, incontenibles, de sus horrorizados ojos, corriendo por sus mejillas, sin que ella hiciese ningún esfuerzo para enjugarlas. Y luego, sin una palabra ni un gemido, se quedó muy quieta, mirándolos sin verlos, silenciosa. Completamente apartada de la realidad. Ausente. Y así quedó definitivamente. Desde ese momento no volvió no volvió a hablar. No lloró más. No manifestó ningún dolor ni sufrimiento, ni físico ni moral. Nada. Hacía lo que le indicaban. Obedecía sin oponer resistencia, dejándose lavar, alimentar, bañar etc . Pero jamás volvieron a ver sus acongojados padres que ella realizase algo, expresase algún deseo, por propia voluntad. Los médicos, al examinarla diagnosticaron que había caído en un estado catatónico y que no había nada que hacer Solo esperar. Ya después del parto se vería que tratamiento la podría ayudar. En ese desolador estado continuó la vida para Rebeca. Apática, indiferente, silenciosa. Aislada totalmente de la realidad. Casi un vegetal. Luego, poco después de haber cumplido los seis meses de gestación, una madrugada, se le presentó un parto prematuro con intensos dolores y fuertes contracciones. Después de varias horas de terribles sufrimientos, su corazón debilitado por los padecimientos, la falta de felicidad y de deseo de vivir, no soportó más. Pocos minutos después del nacimiento de su hijo muerto, ella falleció. El entierro de Rebeca fue muy concurrido. José y Daniela se vieron acompañados por gran cantidad de personas, aparte de sus familiares y amigos mas cercanos, que, aunque no los conocían personalmente, se habían enterado de su trágica historia y deseaban acompañarlos sinceramente en su dolor. Y Rebeca en su blanca urna parecía una niña de muy poca edad, conmoviendo a los que se acercaban con su clara y dulce faz infantil, su límpida frente y su dorada cabellera esparcida sobre la luctuosa almohada. El tiempo, que todo lo suaviza fue pasando inexorable, ejerciendo su labor bienhechora sobre las vidas de Daniela y José, quienes, ayudados por su mutuo amor fueron sobreponiéndose poco a poco a la terrible tragedia que había enlutado sus vidas para siempre. ¡Pero jamás podrían olvidar! Diariamente, minuto a minuto, recordaban a su hija. ¡La lloraban ahora y la llorarían siempre! Pero la vida continúa y había que seguir viviéndola. Mas, al regresar a su casa, por las noches tras una dura jornada de trabajo agotador en el cual se sumergían buscando algo de olvido, luego de cenar, casi siempre en silencio, se sentaban frente al televisor, o con un libro entre las manos, como antaño. Pero ahora era diferente. Nada les distraía. Nada les interesaba en realidad. Ya no entablaban aquellas polémicas interesantes sobre cualquier tema que les apasionara y en el cual no estuviesen de acuerdo, enriqueciendo sus personalidades y profundizando su cultura. No. Sentados allí frente a la iluminada pantalla, o con el libro olvidado sobre las piernas, recordaban, cada uno en silencio, a su pequeña y adorada hija, procurando que el uno no se percibiera del sufrimiento del otro. Y así lloraban silenciosamente su ausencia. Mas tarde, en la mente de Daniela fue tomando forma algo que había pensado mucho durante los largos meses de dolor y sufrimiento , una idea que fue madurando lentamente hasta que cierto día, casi un año después del fallecimiento de Rebeca decidió comentarla con su esposo. - José, amor, he estado pensando mucho en todo lo que nos ha pasado, en la tragedia que hemos vivido, que nos ha destrozado el corazón, y he tomado una resolución. Espero que estés de acuerdo…- - -¿ Una resolución, Daniela?- preguntó el, apartando la vista del televisor, dirigiéndola intrigado hacia su esposa - ¿Qué tipo de resolución?- - Pues, mira, amor. Nosotros no hemos podido hacer nada por nuestra hija porque nos enfrentamos a una ley dura y dogmática, que no tomó en cuenta las circunstancias particulares del caso de nuestra Rebeca. Y además, porque no teníamos tiempo. Lo que queríamos hacer, lo que necesitábamos hacer por nuestra pequeña había que realizarlo rápidamente. Si no, sería imposible, tal como lo fue. Pero ahora que todo terminó yo quiero hacer algo en su memoria. Algo que ayude y proteja a las miles de víctimas de ataques similares al que ella sufrió y que la llevó a la muerte – un sollozo incontenible la interrumpió, y al dominarlo continuó – y les permita recuperarse totalmente y rehacer sus vidas.- - Te entiendo, amor. Pero, qué es lo que se te ha ocurrido? ¿Que piensas hacer? ¿Qué puedes hacer tu? O nosotros? La Justicia hace lo que se puede por esas personas. Se busca exhaustivamente a los violadores, hasta que como pasó con los que atacaron a nuestra pequeña, los descubren, son encarcelados, juzgados y les aplican todo el peso de la Ley. Y las víctimas tienen atención médica y psiquiátrica gratuita en todos los hospitales y centros de salud del país. Entonces, ¿qué podemos hacer nosotros?- - Mucho, José. Mucho más. Que dices de las pobres mujeres que quedan embarazadas, tal como le pasó a nuestra hija, tras una violación? Las que además del terrible ataque al que se ven sometidas tienen que enfrentarse después a un embarazo odioso, recordatorio constante de la agresión sufrida y luego dar a luz un hijo, no del amor sino de la violencia, del odio, engendrado por la maldad en un acto criminal? Esa situación tiene que cambiar, amor. ¡Ya basta de víctimas inocentes castigadas durante toda su vida por algo que no han hecho y de la cual no son responsables! ¡Eso es criminal! Tan criminal como el acto de la violación misma. ¿Y el hijo? Un niño que va a saber como fue concebido, que va a ser mirado siempre como el recuerdo terrible de un acto violento? Todo eso es inhumano, amor. Y yo quiero hacer algo. Si no lo pude hacer por mi hija, quiero hacerlo en su nombre, por ella y todas las demás víctimas inocentes como ella.- Y tal como lo planificaron, así lo hicieron. Al día siguiente comenzaron a estudiar todo lo referente a las Leyes . Su estructura, su elaboración y la forma de lograr su discusión en el Congreso para lograr su aprobación y aplicación. Ya Daniela tenía en su mente lo que quería lograr, así que pasaron meses preparándose. Y luego, cuando ya se sintieron perfectamente preparados para dar la batalla y ganarla, se lanzaron a ella con todas las fuerzas de su corazón. El día del segundo aniversario del fallecimiento de su hija, hicieron celebrar una Misa Solemne de difuntos en la Catedral. Y allí citaron a todos los representantes de la prensa hablada y escrita mas importantes del país he hicieron su declaración. Contaron su historia y comenzaron su campaña por una nueva Ley pensada especialmente para proteger a las mujeres violadas de un posible embarazo, consecuencia indeseable de la terrible agresión. Interesaron en ella a todos los Colegios de Profesionales; lograron el apoyo de políticos influyentes pertenecientes a todas las tendencias, gobernadores, ministros, médicos, abogados, jueces, educadores etc. Consiguieron entrevistarse con el Presidente de la República, quien, conmovido hasta lo mas profundo de su ser por la historia de Rebeca, prometió ayudarlos en todo lo que estuviese en su mano, siendo el quien por primera vez aplicó a la Ley que ellos promocionaban el nombre de “Ley Rebeca” tal como sería conocida a partir de entonces. José y Daniela continuaron su campaña a nivel nacional, visitando las principales capitales de los Estados, conversando con todas las autoridades competentes en estas entidades, tanto políticos, como sociales y culturales; con la prensa, la radio y con toda persona natural o jurídica que les pudiese brindar su apoyo. Dedicaron a “su cruzada” como la llamaba Daniela, cada momento de sus vidas, cada esfuerzo de sus corazones. Vendieron su apartamento y otra pequeña propiedad que tenían en el litoral central y luego de apartar lo estrictamente necesario para su subsistencia, lo invirtieron todo junto con sus pequeños ahorros en una gigantesca campaña publicitaria nacional. En fin, lo hicieron todo. Lo probaron todo. Y al final, lograron su objetivo. Consiguieron que un Diputado del Congreso, cuya familia, años atrás, había vivido una tragedia similar, aceptara proponer el anteproyecto de Ley ante la Cámara. Y luego, tras las sucesivas discusiones, fue aprobada y enviada al Presidente para que este le pusiese el consabido “Ejecútese” A partir de ese momento dentro del Código Legal del País se encontraría la llamada Ley Rebeca, Ley que ordenaba que “a toda mujer violada, fuese cual fuese su edad o condición, se le realizase un Legrado durante el examen médico legal que ordenaba la justicia, para evitar un posible embarazo causado inconscientemente en el momento del ataque.” Y así, tres años después de la muerte de su adorada hija, se encontraron José y Rebeca frente a su sepultura, en compañía de sus familiares y amigos más cercanos, junto a algunos representantes de la prensa, con el obsequio mas preciado que aún podían brindarle. Llevaban en sus manos el texto de la nueva Ley, recientemente aprobada por el Congreso. Ley, que si hubiese estado vigente tres años atrás hubiese podido salvar su vida. Mandaron a esculpir una placa de mármol con el título y la fecha de aprobación de la nueva Ley, y esta fue colocada , como epitafio, sobre la tumba de Rebeca.