Debe ser el karma o algo más, todos vivimos tiempos difíciles y la magnitud de los problemas nunca es la misma; perder el semestre, sentirse cansado, desamores o incluso la muerte de un familiar, lo mío no es un caso de dramas y problemas sin solución, pero no deja de ser un tiempo difícil, mi tiempo difícil. Estoy en una oficina, con buenos tratos, hablando con altos grados militares, conociéndolos y ellos a mí, enseñándome que ante más experiencia te ofrezca la vida más humilde puedes ser, personas que han vivido directamente la guerra y tienen la disponibilidad de ser cordiales. Hoy tengo mi apreciado café, aire acondicionado y disfrutando de la confianza de muchos, pero hace 5 meses empecé a tener una de las peores y a la vez impredecibles experiencias. El plan era viajar de Bogotá a Yopal para estar en el Baby shower de mi ahijada, hija del mejor amigo de toda la vida, estar un fin de semana, tomarnos un par de cervezas actualizar la agenda que a veces las redes sociales no permiten adelantar, esa que necesita el calor humano y la confianza de tener a alguien en persona, luego volver a Bogotá y continuar con la gratificante vida por la que me estaba esforzando, el trabajo ideal y un cómodo apartamento, incluso tenía planes de otros viajes a corto y largo plazo con mi novia y uno al que le tenía ansiosas expectativas, acompañar a Invisibles en Tunja. Pero como les dije, -todos vivimos tiempos difíciles- y yo no contaba que al bajarme del expreso en Yopal un Sr. Cabo primero, Cabo segundo y dos soldados regulares me enfrentarían a un conocido requerimiento, el nuevo gobierno incrementó la incorporación de jóvenes militares, esta vez sin importar la procedencia o derechos excluyentes, TODOS DEBÍAN ESTAR DISPUESTOS PARA LA GUERRA. Ya me había enfrentado muchas veces a esta situación y siempre salía bien librado pero esta vez sigo sin entender por qué me dejé persuadir y terminé en una camioneta directo al batallón, me dijeron que me darían un permiso para solucionar mi situación militar y que por ser profesional no estaba obligado a portar un camuflado, de pronto nunca había visto tanta cordialidad de parte de un militar y tanta generosidad a resolver mis inquietudes pero al fin y al cabo haberme subido a esa camioneta me tiene aquí con 4 meses de un arduo, pesado, agotador entrenamiento y faltan 14 de servicio. ¿Cómo me sentí? Solo pensé en lo que perdería, el apartamento con todo lo que me había esforzado en tener, mis planes en la ciudad donde amaba vivir, mi familia, mi novia y mi trabajo, debo admitirlo, me preocupé muchísimo por mi trabajo, pocos sabían lo conforme y satisfecho que me sentía al ir cada día a la oficina y el gusto con el que lo hacía; al otro lado del abierto patio donde ya habíamos varios, mi mamá intentaba mover con sus amistades la forma de “salvarme”, mi mejor amigo buscó un conocido abogado y la hermana de él intentó mover varias amistades dentro del batallón, así duré dos días, a la espera y la ansiedad de saber si, como en otras ocasiones, podría salir bien librado. No contemos las veces que lloré porque fueron muchas, muchísimas, al parecer era un paisaje muy común en la temporada de incorporación; hombres que en la vida civil no se dejan desmoronar por nada acá su mirada permanecía rojiza, unos por la constante lluvia en sus ojos y otros por el excesivo consumo de marihuana. La primera noche fue una de las peores, me asignaron una cama y a las 22:00 horas hicieron la recogida, recuerdo no haber podido conciliar el sueño fácilmente. A las 03:00 horas todo el alojamiento se iluminó y llegaron gritos de varias personas “¡Compañía buenos días, compañía de pie!”, eran los dragoneantes que mientras pateaban los catres de los demás se asesoraban de que todos estuviéramos de pie. Arroz, huevo y pan fue el desayuno que después de servido lo regalé, a medida que pasaba el día llegaban más y más jóvenes a aquel espacio abierto donde esperábamos y a pesar de ser muchos en un solo lugar me sentí solo, perdido, como si hubiesen cortado las dilectas alas de un ave o hubiesen apagado las turbinas de un avión. Estuve dos días con la misma ropa que había llegado a la ciudad, un fin de semana bastante largo y yo seguía sin recibir una respuesta que me motivara mientras mi mamá buscaba por todos los medios, preciso ese fin de semana fue puente festivo, la hermana de mi amigo me recomendó, pero ordenes son órdenes y entre más jóvenes mejor. Al final del fin de semana ya me habían cortado el cabello, presentado los 3 exámenes requeridos y aun así ilusamente guardaba la esperanza de poder irme. Salí apto, un tatuaje no violento, tener buenas relaciones familiares y personales, sin hernias, sin heridas de armas ni antecedentes negativos me hacían el perfil idóneo de un soldado para la institución. Recuerdo que después de haberle contado a mi familia la noticia cada paso que daba para subir al alojamiento me desprendía de volver a mi vida cotidiana, al parecer el único que estuvo orgulloso de la noticia fue mi papá ¿Por qué hijueputas? Una vez me contaron que las personas demoramos 21 días en acostumbrarnos a una rutina o hábitos, lo que no nos cuentan es el tedioso proceso que sufrimos en lograrlo y no siempre es un esfuerzo físico sino mental, algo tan fácil como mejorar los hábitos alimenticios o algo tan intrincado como la vida militar. Al mes ya éramos más hombres incorporados, la cuota ya casi estaba lista, seguía sintiendo ese trago amargo de no poder estar gozando las libertades a las que acostumbraba, aun así, cada día mi moral se hacía más fuerte. Compartía los ratos libres con cursos que tenían una historia similar a la mía, Acosta era uno de ellos ¿por qué estaba incorporado? –Salió a comprar pan, Barchilón ¿por qué estaba incorporado? –Salió del trabajo y no se fijó en un puesto de control que había en la vía y por último yo, ya saben por qué. Mes y medio y el entrenamiento inicia, nos entregaron intendencia de guerra, camuflado y fusil, esa noche tuvimos que ganarnos la recogida, a lo que me refiero es que por cada prenda militar tuvimos 2 horas de incremento físico, hagan cuentas de lo vuelto mierda que quedamos. Aprovecho para resaltar algo muy importante de los que muchos, incluyéndome, hemos sido muy escépticos, aunque no estén totalmente convencidos los tiempos de guerra cambiaron y con ello el Ejercito, la violencia interna se redujo y como norma no deben conservar tradiciones que en la institución coexistían, golpes, maltrato psicológico y castigos que afectaran la integridad del soldado, todo esto ha quedado en el pasado. Lo sé, es difícil de creer, pero me tocó esta prueba para darme cuenta. No pienso contar a detalle el entrenamiento, pero fueron jornadas largas, agotadoras, llenas de esfuerzo físico, disciplina y mucha milicia, era normal ver soldados desertados, desmayados, otros descompensados por el cambio de hábitos y otros con el neto espíritu de un combatiente. Los 4 meses de entrenamiento han finalizado, somos menos de los que éramos al inicio, no porque hayamos ido a combatir, simplemente no tuvieron la garra para superar las dificultades que se presentaron durante el entrenamiento, solo queda el juramento de bandera y de ahí en adelante el camino lo labramos nosotros mismos. Durante el entrenamiento tuvimos dragoneantes controlando cada acción, ir al baño, bañarnos, cambiarnos, mantenimiento, comer y hasta los descansos fueron controlados, pero ahora vale el dicho “la vida se la da el soldado”. Nunca imaginé ser parte de esta fuerza, tener este tipo de rutina y manejar un dialecto militar, estar calvo, pero algo me queda claro: Va a ser muy difícil derrumbarme o achicopalarme frente a las situaciones que me obsequie la vida…¿Por qué? Porque a diferencia de otros que se quedaron en el camino, nunca me di por vencido, ni siquiera con las rodillas hinchadas, los brazos adoloridos, moretones en el cuerpo, cuando pasaban las noches seguíamos trotando y gritando, cuando la garganta se cortaba que hasta el simple hecho de pasar saliva era tan doloroso, no me rendí aunque tuviera los pies cortados, estuviese enfermo, oliera de forma repugnante o tuviera que sacar fuerzas de donde ya no habían; golpe tras golpe me hicieron resistente a cualquier imprevisto, estuve sereno y sabía que las cosas mejorarían en cualquier momento. Irónicamente sin sentir el cariño a la fuerza fui felicitado como mejor soldado a nivel batallón y 2 veces como mejor soldado a nivel compañía, resalté frente a otros y me gané la confianza de mis comandantes; fui escogido para realizar el curso de Dragoneante, sin embargo, sentí que no iba a corresponder al cargo y lo abandoné, obtuve beneficios que pocos alcanzaban y sin darme cuenta me había ganado una voz de mando elegido por la tropa. ¿Ha valido la pena esta experiencia que estoy viviendo? Sigo dudándolo, pero me ha dejado enseñanzas y cada vez confirmo que soy capaz de mucho y frente a las adversidades muchos de tus conocidos desaparecen, quédate con los que crecen junto a ti. “En tierra de ciegos el tuerto es el rey”. No sé cómo finalizar esto, puedo darles un solo consejo – Estudien Vagos- verán que el esfuerzo entregado mostrará sus frutos donde sea, incluso en un campo desértico y en los tiempos más difíciles.