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Amo ser mujer, esposa, madre, maestra, escritora
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  Las garras del innombrable de pronto estaban en mi cuello. Lo maldije desde lo mas hondo de mi abstracción y cuando pude abrir los ojos se había ido. Miré el techo el resto de la noche pues era imposible hacer otra cosa. Entendí que estaría asechándome sin detenerse, haciendo de mi vida una mierda , debía acabar con él antes de que él acabara conmigo.   Llevaba varias noches sin dormir, no hacía más que pensar, tenía que encontrar una forma de ahuyentarlo de mis sueños. Apenas comía y mis ojos me rogaban un descanso, mi mente empezaba a odiarme tanto o más de lo que yo la odiaba a ella. -¿Por qué no me ayudas mente perversa?- grité, pensando que esa pregunta encontraría respuesta, pero quien iba a responderla si desde que anulé mi supuesto romance con el innombrable me encontraba sola, las paredes me hacían muecas, las ventanas se burlaban, la soledad me abrigaba y solo en ella confiaba. Los parpados no aguantaron y se cerraron, fue suficiente para que él apareciera otra vez, me sentía tan débil que no podía agitarme siquiera, mucho menos abrir los ojos. Pero sentía su presencia oscura, percibía su olor a orgía perpetua, el mismo que olfateaba cada vez que lo abrazaba cuando lo nuestro era “perfecto” . –Ríndete.- escuché que susurró. Sí, rendirme quizás era lo mejor, después de tanto dolor un poco más no haría la diferencia. La voz continuó hablando agitada, pero no podía entender lo que decía pues el cansancio era tal que apenas escuchaba palabras sin sentido: dolor, siento, corazón, odio, piedad.   Sentí sus garras en mi cuello y creí que un golpe me azotaría como en tantas otras veces. Me sostenía pero no me hacía daño. -Quiero abrir mis ojos, quiero abrirlos y hacer que desaparezcas -repetí varias veces pero de nada servía. Sin esperarlo me soltó pero solo para hacerme presión en el pecho. Fue allí cuando escuché claramente su voz y descubrí por que no me dejaba en paz. -Ten piedad de mi,-dijo.- Siento haberte causado tanto dolor, se que no hay odio en tu corazón.- Una luz fluorescente me obligó abrir los ojos de golpe y él desapareció.   La tranquilidad sustituyó a la soledad desde que supe que no volvería a ver a Damian, no porque me enteré de su muerte, sino porque las heridas de nuestros corazones sanaron con un pacto de perdón.  
PACTO DEL PERDON
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