Al par de días justicieros, alto, como la onda de un estelar, caído, en esas reflexiones de tarde, sin capa y tan pequeño, combés de lirios en profundos desaires, con el azul ardor en el bolcillo, sereno, peor que el lipoideo de las lápidas de azur. Con el corazón derramado, mil tristes sueños se acunan con fervor en las lúgubres campanas, y el color hipnótico del holocausto quita la sed a los prados de un solo soplo. Escucho el aullar de los lobos que un polo de nieve ausenta, y en la ventana, el sol sobre los pinos, sangran los agrarios viendo nacer, de un cielo legítimo, la azulidad de Teseo. Luego me lamento y lloro, y maldigo las aceras, y como un viajero, redimo el alcance de mi agravio, riendo al campo, con mis brumas bárbaras, y ya vuelto un carmín de oro, sublevo a un morado fardo que duerme en las nubes.